1 de marzo de 2011

Reviews

Por Fernando Suarez.


-...And You Will Know Us By The Trail Of Dead “Tao of the dead” (2011)
Un disco compuesto por dieciséis movimientos divididos en dos partes. La primera (“Tao of the dead”) representada por los primeros once temas, todos afinados en Re. La segunda (“Strange news from another planet”) aglutina, en dieciséis minutos y medio, cinco canciones en una única composición englobadora, esta vez con la afinación en Fa. ¿Pretencioso? Bueno, el mismo Conrad Keely (vocalista, guitarrista, pianista, baterista y eterno líder del grupo) reconoce que la forma pseudo sinfónica de presentar esta flamante placa está inspirada en su amor por viejos discos de Rush, Yes y Pink Floyd, lo cual, sumado a la ambición que se desprende del título de la misma, podría hacernos pensar que estos texanos se han lanzado con todo a explorar el costado Progresivo que siempre supieron equilibrar con importantes cuotas de urgencia Punk. Pero, si algo deberíamos saber los que seguimos de cerca la inquieta carrera de esta gente, es que no todo es lo que parece. Desde ya, no faltan los climas espaciales, los enrosques compositivos, el suntuoso trabajo de texturas y armonías ni las melodías de tono entre épico y emotivo, pero el hecho de que el grupo se vea reducido ahora a un cuarteto eminentemente Rockero nos habla también de una crudeza que no se percibía desde sus primeros trabajos, allá por fines de los noventas. En ese sentido, Trail Of Dead (llamémoslos así por una cuestión de comodidad) demuestra que se puede seguir avanzando musicalmente simplemente siendo fieles a sí mismos. Porque lo cierto es que fueron de los primeros grupos en ensayar un acercamiento entre la energía desatada y convulsionada del Punk y los rebusques más intrincados del Rock Progresivo, entendiendo ambos términos de la forma más amplia posible y poniendo siempre (o casi, “Worlds apart” y “So divided” fueron discos un tanto desparejos) el énfasis en balancear emoción e inteligencia a través de grandes canciones. Así, lo que en principio parecía una limitación (la pérdida de integrantes y, por ende, de variantes instrumentales) termina empujando a la banda a componer la que probablemente sea su obra más ambiciosa y expansiva. La placa entera fluye como un único tema, sube y baja de intensidad con un afiladísimo sentido de la dinámica y una naturalidad pasmosa, nos envuelve en visiones psicodélicas al tiempo que genera nudos en el estómago a pura emoción, propone complejas arquitecturas musicales sin perder de vista el empuje físico y visceral, juega con el ruido y la distorsión pero también con guitarras acústicas, teclados y efectos alucinógenos, elegantes pianos y líneas vocales sencillamente perfectas. Y lo mejor de todo es que, si uno decide dejar de lado el aspecto conceptual, “Tao of the dead” puede escucharse simplemente como una hermosa colección de canciones provistas de una enorme riqueza musical y una potencia arrolladora. ¿Qué más le pueden pedir a la vida?


-Desolate “The invisible insurrection” (2011)
Ritmos que caen sobre mi cabeza como sólidos bloques de concreto y metal retorcido pero se disuelven en una tenue lluvia plateada durante su recorrido. Misteriosos siseos urbanos que terminan de darle forma a esta gris pintura. “The invisible resurrection” es la música de la ciudad y el profundo, casi imperceptible, gruñido que emana de sus entrañas es su perfecto colchón sonoro y estético. Esos ritmos son el eterno y lánguido repiquetear de nuestras horas, alargándose agónicamente dentro de su propio vacío. Esos teclados que fluyen como manantiales son, en verdad, la densa trama de enfermizas arquitecturas diseñadas en pesadillas kafkianas. Esos soplidos, casi subliminales (¿son voces? ¿es el viento?), nos muestran en breves ráfagas todo lo que pudo haber sido (y todavía puede serlo) pero no es. Esas desgarradas melodías de piano no alcanzan para alivianar el peso de nuestras cabezas, cayendo fuertemente sobre nuestras manos tensionadas, ejerciendo presión para no dejar escapar las lágrimas. Esos graves que retumban en el fondo de nuestros inconscientes son nuestros propios latidos, esparciéndose y diluyéndose en el espacio, sin nadie que los escuche realmente. ¿Dubstep? Sí, pueden llamarlo así. También pueden llamarlo Experiencia Extrasensorial. ¿De qué les sirve saber que el mentor de todo esto es un alemán llamado Sven Weisemann, quién ya incursionara en terrenos similares como solista? ¿Acaso eso cambiaría en algo el hecho de que se trata de un tipo evidentemente talentoso, capaz de construir piezas musicales de una profundidad sinfónica pero siempre atentas a generar emociones viscerales? ¿O tal vez piensen que se trata de otro clon de Burial, como tantas críticas sostienen, de forma errónea, vale aclarar? ¿O me vana decir no saben que todos (absolutamente todos y cada uno de ellos) los músicos tienen influencias? Como siempre, aún en géneros Electrónicos, las buenas canciones son las que marcan la diferencia y se clavan directo en el corazón. Y eso es algo que Weisemann comprende muy bien y lo demuestra haciendo gala, por el mismo precio, de una visión y una inteligencia musical superlativas. “The invisible insurrection” evoca sensualidad y desasosiego, calma y tensión, ensueño y angustia, letargo y dolor. Nada hay de artificial aquí. Recomendado para todo aquel que tenga sangre corriendo por las venas.


-Fen “Epoch” (2011)
No es ninguna novedad que, en los últimos años y gracias a grupos como Wolves In The Throne Room, Caïna o Alcest, el Negro Metal yo no es sólo guerra, sino que también es emoción, fragilidad y melancolía. Uno podría asumir una fuerte resistencia a este tipo de bandas del lado más ortodoxo del Black pero, sin embargo, se percibe una saludable aceptación, al menos en líneas generales. Ok, algunos pueden usar el término Hipster-Black de forma despectiva pero (por más razón que tengan) eso no interfiere, en última instancia, con los resultados musicales. Los británicos Fen, por otra parte, no son ningunos recién llegados que se suben al vagón de las modas y, ya en su larga duración debut (el muy recomendable “The malediction fields”), demostraban tener muy en claro cómo combinar la oscuridad rabiosa del Black Metal con los remansos más soñadores del Post-Rock y ciertos aires casi Progresivos. “Epoch” no hace más que profundizar dicha línea, subiendo todo un escalón. Tenemos voces limpias y teclados, sí, pero ni se atrevan a pensar en Dimmu Borgir o Cradle Of Filth, aquí la pompa caricaturesca es reemplazada por una sensibilidad profunda y adusta, más afín a un grupo como Enslaved, por poner alguna referencia. Por otro lado, las guitarras cumplen una labor destacada realzando cada uno de los climas que atraviesa la placa, desde los arranques más vertiginosos hasta los evocadores arpegios y las envolventes murallas de texturas distorsionadas. Hasta hay lugar para delicadas líneas de bajo, un recurso poco común en el género que el cuarteto sabe emplear con elegancia y buen gusto. Pero la palabra clave aquí sigue siendo emoción. Aún en sus momentos más álgidos y viscerales o detrás de las intrincadas arquitecturas armónicas, siempre brilla una sensibilidad melódica que, aún con su importante cuota de detallismo y elaboración (y les aseguro que aquí los nerds musicales tendrán bastante para masticar), apunta directamente al corazón y no falla. “Epoch” parece ser un disco más apto para los amantes del Metal Progresivo o el Post-Rock más emotivo antes que para incondicionales quemadores de iglesias con remeras arratonadas de DarkThrone, aún cuando no queda ninguna duda de que está plantado firmemente en el campo del Black Metal. En última instancia, más allá de rótulos y géneros, simplemente se trata de entregarse con los brazos abiertos a la riqueza musical y sentimental propuesta por Fen. Si así lo hacen, les aseguro que los resultados pueden ser sumamente conmovedores.


-Glassjaw “Our color green (The singles)” / “Coloring book” (2011)
Entre idas, venidas, amagues, peleas, reconciliaciones, cambios de formación, problemas de salud (el vocalista Daryl Palumbo padece de la enfermedad de Crohn, una aflicción bastante jodida), proyectos paralelos, giras frustradas y vaya uno a saber qué más, nueve años pasaron desde aquel genial “Worship and tribute” que terminaba de consagrar a Glassjaw (luego de ese impresionante debut que fuera “Everything you ever wanted to know about silence”) como una de las bandas más personales y atractivas no sólo del Post-Hardcore, sino del Rock en general. Bien, 2011 parece ser el año clave, ya que los neoyorquinos prometen un nuevo larga duración (tentativamente titulado “GlassJaw!”) y, mientras tanto, se despachan con estos dos ep’s, editados en el lapso de dos meses, casi como para calmar las ansias de sus fans tras semejante espera de nuevo material. Y, a juzgar por lo expuesto aquí, tenemos motivos suficientes para ilusionarnos, al tiempo que comprobamos que el ahora cuarteto no ha perdido ninguna de sus virtudes. “Our color green (The singles)”, el primero de los mencionados ep’s, nos entrega cinco temas redondos, con la impronta única del grupo ardiendo entre alaridos desgarrados, estructuras compositivas deformes pero siempre certeras, melodías profundamente conmovedoras, ritmos hiperquinéticos pero gancheros al mismo tiempo, y esas sublimes seis cuerdas de Justin Beck (junto a Palumbo, el único miembro original que queda en la banda) yendo sin problemas de las disonancias más enfermas a las más bellas y texturadas construcciones armónicas. Ok, no se puede decir que haya novedades pero las canciones son tan buenas y transmiten tal intensidad que no queda otra más que caer rendidos ante su poderío. Por otro lado, un tema típico de Glassjaw exhibe la inventiva y la creatividad musical que muchos músicos jamás llegan siquiera a arañar en todas sus carreras, así que no hay quejas por ese lado. El reciente “Coloring book”, aún plantado firmemente en el estilo distintivo del grupo, ya comienza a presagiar nuevos aires. Digamos que si el primer ep se concentra, principalmente, en su costado más rabioso (aunque siempre hay lugar para las grandes melodías) y urgente, aquí nos encontramos con composiciones más retorcidas, arreglos más exóticos (inclusive hay algún que otro flirteo electrónico), ritmos y climas un tanto más reposados y un trabajo melódico notablemente enroscado, que se aleja un tanto de lo que eran sus principales referentes (Mike Patton, Bad Brains, Quicksand y Deftones a la cabeza) para adentrarse en terrenos aún más difíciles de categorizar. En ambos casos hay que destacar la perfecta labor de los músicos (una base rítmica tan versátil como potente, una guitarra con la mente y el corazón al rojo vivo, un cantante que utiliza su virtuosismo para generar constantemente todo tipo de emociones con una profundidad que hiela la sangre) y el altísimo nivel compositivo que sigue siendo, como corresponde, lo que coloca a Glassjaw en una categoría aparte. En fin, con un poco de imaginación, casi pueden considerarse a estas once canciones como un flamante disco en regla y hasta tendríamos un perfecto equilibrio entre la exploración de nuevos caminos y el respeto por sus raíces. No tengo más que elogios para lo que estos tipos siguen creando, sencillamente imprescindible.


-Iceage “New brigade” (2011)
Cuatro jovencitos (y no es una exageración, vean alguna foto del grupo para comprobarlo) dinamarqueses que ya se postulan como una de las revelaciones de 2011. No es que estén inventando la pólvora, claro está. De hecho, en los últimos años tuvimos suficiente revival Post-Punk como para hacernos vomitar pero pocos lograron el nivel expuesto en este debut discográfico. Ok, los muchachos se aprendieron de memoria las lecciones de The Fall, Wire, Joy Division y The Cure, y así lo demuestran con sus ritmos repetitivos, sus temas breves, su impronta entre visceral y arty, y sus melodías de tono melancólico. Pero, hete aquí, que entre tanta anglofilia se les colaron algunos discos de pioneros americanos como Hüsker Dü, Mission Of Burma y Sonic Youth, de donde tomaron una mayor fluidez melódica, una energía visceral que, por momentos, roza el Hardcore (en sus variantes más crudas y ochentosas, claro está), y una más que interesante aproximación a experimentos de ruido guitarrístico que no se privan siquiera de ciertos flirteos con el Drone. Lo mejor es que, a pesar de su corta edad, no caen en el camino fácil de simplemente jugar con el feedback y los pedales de efectos mientras cantan mantras desafinados sobre bases entre bailables y epilépticas, sino que se concentran en componer canciones propiamente dichas, con buenas melodías y una interpretación que, más allá de ciertas desprolijidades (en especial en el terreno vocal, todavía un tanto viciado por las inflexiones caricaturescas de Ian Curtis), exhibe una inventiva y una concentración poco habitual en estos terrenos. Por momentos suenan angulares y frenéticos, en otros adquieren un tono oscuro casi apocalíptico, luego estallan en violentas aceleradas o se repliegan en climas de enfermiza tensión y, si embargo, siempre tienen lugar para exponer una sensibilidad melódica de claro tono Pop que, antes que restar intensidad, la incrementa con el poder de sus melodías. Si a esta edad ya se despachan con un material tan bien pensado y con resultados tan certeros, cuando crezcan un poco más pueden llegar a volarle la peluca a más de uno. Esperemos que no se achanchen demasiado rápido.


-Mountain Man “Grief” (2011)
El debut discográfico (adecuadamente titulado “One”) que editaron el año pasado ya me había deslumbrado con su energía avasallante y su imaginación desbocada, con esa forma de replantear el Hardcore más extremo y violento a fuerza de creatividad, grandes ideas y una frescura sublime. Sin esperar demasiado, Mountain Man ya nos escupe en la cara esta continuación llamada “Grief” y basada, justamente, en las cinco etapas del duelo, o sea negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. Y si, en los papeles, parece imposible que un disco conceptual describa ese proceso con una afiebrada mezcla de Hardcore, Powerviolence, Noise y Sludge, y lo haga de forma certera e intensa, casi sin dar respiro al oyente, entonces queda claro que para este cuarteto no existen los imposibles. Los veinticuatro minutos y medio que componen la placa se dividen en diecisiete estallidos sónicos con sólo algunas breves pausas para tomar aire y volver al ataque. Y en ellos cualquier cosa puede suceder. Golpes vertiginosos, groove Rockero, blast-beats, cortes y cambios de ritmo abruptos, densos rebajes, riffs simples y mugrientos, otros más enroscados y disonantes, acoples, arpegios y texturas opresivas, ocasionales melodías cargadas de desazón, climas envolventes, alaridos que hacen hervir la sangre, idas y venidas constantes, tensión, violencia, dolor, vehemencia, fragilidad, liberación y una constante sensación de adrenalina y sorpresa invadiéndolo todo. Es más que interesante como, siendo un grupo claramente hiperactivo (musicalmente hablando), logran sonar compactos y coherentes, sin perder nunca el hilo de electrizante intensidad, al tiempo que proponen innovaciones sonoras y compositivas de forma absolutamente espontánea y natural. Porque, en última instancia, estas composiciones parecen paridas más con las entrañas que con el cerebro y aún así despliegan un grado tal de inventiva que los coloca en una categoría propia en la actualidad extrema. Pocas veces las emociones más fuertes que el Hardcore es capaz de evocar (piensen en Black Flag o Rites Of Spring a modo de referencia espiritual antes que formal) vinieron de la mano de semejante profundidad musical. Las palabras, sencillamente, no le hacen justicia a esta experiencia. Firme candidato a mejor disco del año.


-Overcome “The great campaign of sabotage” (2011)
Once años desde su disolución, casi veinte desde su primera formación, y Overcome regresa y festeja con este flamante disco las cien ediciones del sello Facedown Records, hogar discográfico del grupo en gran parte de su carrera. Ante cualquier regreso, siempre viene la pregunta ¿seguirán haciendo lo mismo, retomarán desde donde dejaron para avanzar desde allí, el paso del tiempo los habrá cambiado hasta tornarlos casi irreconocibles? El caso de Overcome es simple, para ellos el mundo se detuvo en 1995 y no hay vuelta que darle. Si eso es bueno o malo, dependerá exclusivamente del gusto del oyente por el Hardcore metalizado de esa época. En ese sentido, se me hace que el quinteto está en su derecho (bueno, está en su derecho de hacer lo que carajo quiera, desde ya) de mantenerse firmes en la suya, al fin y al cabo nunca recibieron el mismo reconocimiento que bandas contemporáneas y de similar extracción como Earth Crisis o Zao. En líneas generales, el sonido de estos oriundos de Arizona puede describirse como un Metalcore contundente y técnico pero sin llegar nunca a la locura del Mathcore o el Noisecore. Hay lugar para riffs y arreglos intrincados pero también para machaques bien marcados y mosheros, hay vertiginosas aceleradas que rozan el Death Metal pero los temas mantienen estructuras más bien simples. No hay demasiada variedad, es cierto (en especial en el terreno vocal pero eso es esperable dentro del estilo), pero los tipos tienen bastante claro cómo pegar donde más duele y eso es todo lo que parece importar aquí. Esto no significa que estemos ante material tosco o falto de ideas, de hecho las guitarras exponen su buena cuota de inventiva, siempre balanceada por la pulsión por sonar agresivos. Tal vez el punto más controversial (por así llamarlo) sea que a nivel sonoro también parecen haber quedado atrapados en los noventas, lo cual, en un género que se ha desarrollado bastante en ese aspecto en los años posteriores, los hace perder un poco de potencia. Nada grave, si me preguntan a mí. Aunque es probable que la mejor forma de disfrutar este álbum sea imaginar que todavía estamos en esa década, con la bermudas bien puestas y todo el ímpetu adolescente intacto para disfrutar de este portentoso “The great campaign of sabotage”.


-Owen Hart “Earth control” (2011)
Si el mismísimo Scott Hull (guitarrista estrella de Pig Destroyer y Agoraphobic Nosebleed, ex Anal Cunt, entre otras cosas) te selecciona para formar parte de la segunda parte del compilado “This comp kills fascists” y Justin Smith (de los Grinders cinéfilos Graf Orlock) te quiere en su sello discográfico (Vitriol Records), algo debés tener. Lo raro es que, a pesar del dato, no se trata de Powerviolence o Grindcore, estrictamente, la propuesta de este quinteto oriundo de Tacoma. Sí, hay blast-beats, cambios de ritmo abruptos, estructuras caóticas, una gran variedad de gruñidos y alaridos y una fuerte sensación de violencia desatada e histérica pero eso no nos dice demasiado. Owen Hart no se inscribe del todo en ningún género específico, toma fragmentos de distintas vertientes extremas, los sacude frenéticamente y escupe un resultado tan personal como apabullante. Ya enumeramos ciertos elementos afines al Grindcore (podemos sumar el hecho de que la voz, por momentos, recuerda a la de J.R. Hayes de Pig Destroyer) , también tenemos machaques Thrashers bien enfermos (los tipos se reconocen fanáticos acérrimos de Pantera y se nota que tienen el “Far beyond driven” grabado a fuego en su ADN), disonancias y arreglos desquiciados muy a la Converge o The Dillinger Escape Plan, rebajes espesos que rozan el Sludge, riffs y estructuras que pueden remitir a Cryptopsy o a un Cephalic Carnage con menos delirio y más agresión, pasajes casi Carcasseros y hasta algún que otro flirteo lejano con misteriosas atmósferas y melodías Blackmetaleras. Por supuesto, el punto en común, aquello que da cohesión a esta ensalada metálica, es la impronta rabiosa y psicótica que le imprimen a estas once canciones. Entonces, si hacen la cuenta, tenemos agresión, tenemos variedad, tenemos también virtuosismo (sigan de cerca al baterista y a los guitarristas) y ese no-sé-qué de crudeza Hardcore con el que prácticamente todo grupo de Metal Extremo actual cuenta. Una linda sorpresa y una promesa para seguir de cerca.


-Rabbits “Lower forms” (2011)
A veces me da la sensación de que algunos músicos creen que simplemente con tocar el estilo de música “correcto” (noten las comillas) es suficiente. Pero vamos por partes. Rabbits es un trío conformado por gente con un pasado ligado directamente a luminarias del Post-Hardcore como Angel Hair o The VSS (ambas bandas absolutamente recomendables), no tienen bajista (las dos guitarras afinadas en Drop D ponen la suficiente cuota de graves), llevan cinco años de carrera y, luego de algunos ep’s y grabaciones en vivo, llegan a este debut propiamente dicho de la mano de Relapse Records. El estilo que practican puede describirse sin problemas como una cruza de Sludge y Noise-Rock, rescatando los riffs graves y los ritmos lentos del primero y la enfermedad y, claro, el ruido del segundo. Lamentablemente, eso es todo. Y aquí vuelvo a lo que decía al principio del comentario. No encontrarán aquí nada que no hayan hecho antes (y mejor) bandas como Killdozer, Melvins, Unsane, Fudge Tunnel o Harvey Milk, lo cual no es necesariamente algo malo, en general depende del grado de fanatismo hacia dichos grupos y el estilo en general. El problema es que esa “corrección estilística” (tanto el Noise-Rock como el Sludge y las referencias mencionadas cuentan, por lo general, con una amplia aceptación y reverencia en el underground actual) parece asfixiar todo atisbo ya no sólo de personalidad propia (algo que, insisto, podría obviarse si el resultado final fuera de todas formas atrapante o intenso), sino directamente de fuego interno, de energía. Todo está en su lugar, desde ya. Las guitarras gruñen y acoplan a placer, la batería reparte golpes monolíticos con la estampita de Dale Crover junto a los palillos, las voces aúllan desencajadas y desesperadas, los temas avanzan a paso firme y contundente sin olvidar las ocasionales aceleradas Punkys, y el sonido exhibe el necesario equilibrio entre mugre y claridad como para que la cosa sea, al mismo tiempo, digerible y abrasiva. Pero debajo de ese claro entendimiento de las formas no hay prácticamente nada de sustancia, algo que transmita la intensidad extrema, la pegajosa y casi insoportable (en el buen sentido) sensación de asfixia y demencia que este tipo de música debería evocar o, mejor dicho, forzar en nuestras entrañas. En última instancia no es un mal disco, de la misma forma en que tampoco lo son (llegado el caso y según los gustos de cada uno) los de grupos como Papa Roach, Trivium o The Killers. Y es una pena porque, teniendo en cuenta el pedigree de los implicados, esperaba algo más de Rabbits. Tal vez para la próxima estén más preocupados por su propia música que por los revivals y las modas del momento.


-Social Distortion “Hard times and nursery rhymes” (2011)
A pesar de su impronta entre Rockabilliesca y callejera (con la que se me prácticamente imposible identificarme), siempre tuve un rincón sensible en el corazón para Social Distortion. Es que, más allá de cuestiones estéticas, sus perfectas canciones Punkys de melodías Country/Folk son garantía de emoción en cualquier momento y cualquier lugar. O casi. Un nuevo problema surgió el año pasado durante los shows que el cuarteto dio en nuestro país, cuando descubrí que Mike Ness y los suyos eran bastante fríos y acartonados sobre las tablas, algo que en otros casos sería perdonable pero que, para un grupo de Punk-Rock, no es menor. En ese contexto, mis expectativas por este nuevo trabajo eran más bien un manojo de incertidumbres y contradicciones. Y la cosa no cambió demasiado después de escucharlo. Veamos, por un lado queda claro que Social Distortion, a esta altura del partido, no va hacer cambios radicales en su propuesta (bueno, la voz de Ness suena un tanto más limpia pero es casi una sutileza) y, en efecto, desde el primer acorde del instrumental “Road zombie” (que hace las veces de introducción) uno ya sabe qué grupo está escuchando. Por otro lado, ese mismo tema (con su aire casi de Surf oscuro) marca una apertura hacia ciertas variantes (Blues, Gospel, R&B, Rock And Roll tradicional) que se perciben en otras canciones y que, si bien no se trata de géneros a los que el grupo sea ajeno, adquieren una preponderancia inédita. Hasta ahí todo bien, un grupo de larga trayectoria (más de treinta años) condimentando su sonido con algunas ideas nuevas suele ser una buena noticia. O no. No sé, probablemente sea una tara mía pero lo que hace que “Hard times and nursery rhymes” bajo puntos en mi escala de apreciación son, justamente, esos temas que se salen un poco del libreto. Cuando se quedan en su esquema habitual de guitarras Punks más preciosas líneas vocales Folk y punteos pegadizos ("Gimme the sweet and lowdown", "Diamond in the rough", “Machine gun blues”, “Far side of nowhere”, el cover de Hank Williams “Alone and forsaken”,”Still alive”) logran conmoverme profundamente y hacen que borre de mi memoria el frustrante recuerdo de su performance en vivo pero con canciones como "California (Hustle and flow)", “Bakersfield”, “Writing on the wall” o “Can’t take it with you”, donde la madurez no les sienta tan bien, sólo me transmiten aburrimiento y cierta incomodidad. En última instancia, el promedio sigue siendo positivo y Ness deja en claro que, cuando está iluminado, es uno de los más certeros compositores en la historia del Punk y del Rock en general. Es sólo que, para una banda que supo editar discos perfectos de pe a pa (“Social distortion” y “White light, white heat, white trash” en mi podio personal), un buen promedio deja gusto a poco. De todas formas, si son seguidores de estos veteranos californianos, lo mejor sería, como siempre, que le den una escuchada y saquen sus propias conclusiones.


-The Twilight Singers “Dynamite steps” (2011)
Nacido en 1997 como un proyecto paralelo del, por ese entonces, cantante de Afghan Whigs Greg Dulli, The Twilight Singers se convirtió, tras la disolución de aquellos en 2001, en su principal vehículo de expresión. Como tal, el grupo (por así llamarlo) fue moviéndose sin problemas, de disco a disco, por diversos estilos que van desde el Folk al Trip-Hop, pasando por el Soul (un componente casi siempre presente en las aventuras musicales de Dulli), el Shoegaze, los covers (en su disco “She loves you”, de 2004) y el Rock de siempre (con la consabida impronta noventosa, claro), centrándose, como era de esperar, en la fuerte personalidad del vocalista (casi como un Leonard Cohen de la generación Grunge) y rodeándose de un vasto plantel de músicos invitados que incluyen a Mark Lanegan (su compañero en The Gutter Twins), Ani DiFranco y miembros de Brad, Stachel, The Verve, Queens Of The Stone Age y Screaming Trees, entre otros. Cinco años después del aclamado “Powder burns”, donde el buen Greg exorcizaba los demonios de su adicciones retomando un nervio claramente Rockero, llega este “Dynamite steps” y nos sumerge en otros de esos paseos noctámbulos, entre melancólicos, angustiosos y sensuales, a los que este señor de cuarenta y cinco años de edad nos tiene acostumbrados. En efecto, a pesar de la variedad estilística y los cuidados movimientos dinámicos que atraviesan la placa, cada tema expone el eternamente herido corazón de Dulli entre espesas brumas de tabaco y alcohol, y siempre con un entrañable gesto de loser seductor que nunca se hace forzado. La voz de Dulli planea sin problemas y con su habitual energía emotiva sobre canciones melódicas que, a pesar de todo, no cuentan con un gancho inmediato, sino que requieren el compromiso de sumergirse en ellas con el corazón y la mente abiertos para empaparse de su punzante sensibilidad. Tenemos reflexivas baladas, arranques de cruda distorsión Rockera, bases a puro groove cadencioso, un sinfín de arreglos y sonoridades (desde acarameladas orquestaciones hasta sutiles elementos electrónicos), y un despliegue melódico parado en algún lugar entre la elegancia y el desgarro emocional, profundo y distante, desnudo y, al mismo tiempo, vistosamente arropado por una musicalidad detallista y prolija. Hay dolor en este “Dynamite steps” pero no se trata de un grito o un mar de lágrimas, sino más bien de una contemplación que nos enfrenta a nuestras propias zonas oscuras y nos paraliza, invadiendo el alma con una fuerte sensación de impotencia y soledad, obligándonos a atravesar dicho dolor con una extraña sonrisa a medio dibujar en el rostro.


-Wadge “Grindcore Lu’au” (2011)
A esta altura del partido, nadie debería poner el grito en el cielo porque un grupo de Grindcore maneje una estética hawaiana. Sí, leyeron bien. Wadge es el proyecto unipersonal de un tal Paul, de origen canadiense, que ya lleva veinte años (sí, leyeron bien otra vez) a puro blast-beat programado inspirado en la paradisíaca isla. “Grindcore Lu’au” es su tercer disco propiamente dicho (si no contamos la infinidad de split’s, ep’s y similares que fue lanzado a lo largo de los años), y el primero en ser editado por Grindcore Karaoke, el flamante sello discográfico regenteado por J. Randall (miembro de Agoraphobic Nosebleed y habitual colaborador de Bastard Noise) que se centra exclusivamente en ediciones digitales gratuitas (pueden descargar todos sus lanzamientos visitando www.grindcorekaraoke.com). Ok, hasta acá ya tenemos dos asociaciones con Agoraphobic Nosebleed y es innegable que Wadge, de cierta forma, sigue esa línea de Cyber-Grind demente, rabioso e impredecible. De hecho, también tenemos aquí la participación de Richard Johnson (otro integrante de Agoraphobic que, en sus años como miembro de Enemy Soil, ya compartiera un split con Wadge. Todo queda en familia), poniendo sus gruñidos en el inicial “In the stink of arrivals”. Ahora bien, más allá de las (acertadas) comparaciones, de ninguna manera se puede decir que esto sea una copia o que no contenga los suficientes elementos propios. En primer lugar, la cosa hawaiana (les juro que cada vez que lo escribo me siento como desorientado) no se limita a los artes de tapas y las letras, sino que hay lugar también para el empleo de instrumentos tradicionales, tanto percusivos como de cuerdas. Al mismo tiempo, tenemos aquí más de un pasaje de clara extracción Surfer, adaptado al sonido mugriento y agresivo del proyecto pero sin perder la necesaria impronta soleada. Dicho esto, cabe destacar que la propuesta de Wadge tiene innegables aristas humorísticas, más cerca de las desopilantes bufonadas de Birdflesh que de la opresión narcótica de los liderados por Scott Hull. Claro, que sepan divertirse no significa que les falte rabia. Esto es Grindcore, al fin de cuentas. Así que, al margen de los chistes y las tangentes experimentales, tenemos abundancia de blast-beats, riffs gordos y embarrados, bajos arenosos que prácticamente no se escuchan y toda la necesaria gama de vómitos y erupciones intestinales que hacen las veces de voces. Por supuesto, para apreciarlo debidamente no sólo hace falta un cierto gusto por los sonidos extremos sino también un despojo absoluto de cualquier tipo de acartonamiento o solemnidad. Si esas condiciones no les resultan inalcanzables, aquí encontrarán cuarenta minutos de pura diversión violenta.

1 invocaciones del cosmos:

voy a chequear el de Mountain Man que parece que se las trae







achis!
salut!
gracia!