29 de diciembre de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Cut Chemist “Sound of the police” (2010)
Lucas MacFadden (conocido públicamente como Cut Chemist) ganó notoriedad en el mundo del Hip-Hop como integrante de Jurassic 5 y Ozomatli (con quienes llegó a ganar un Grammy), al tiempo que exponía su virtuosismo (fans de Pappo, pueden dejar de leer ahora mismo) como artesano de las bandejas mezcladoras y los samples en sus aventuras solistas y numerosas colaboraciones con el consagrado DJ Shadow. “Sound of the police” es su segundo álbum propiamente dicho en solitario (sucesor del festejado “The audience is listening”, de 2006) y cuenta con la particularidad de haber sido registrado en vivo, con una sóla bandeja, una mezcladora y un pedal de loops, durante la prueba de sonido de uno de sus shows. El trabajo está dividido en dos tracks (de aproximadamente veinte minutos cada uno) donde MacFadden da rienda suelta a algunas de sus obsesiones musicales más marcadas. Así, aparte de los ocasionales scratchings y quiebres rítmicos típicos del Hip-Hop, desfilan por aquí numerosas referencias al Jazz, el Funk, el Soul, la Música Disco, las melodías orientales y, especialmente, diversos ritmos latinos (Bossa Nova, Salsa, múscias colombianas, cubanas y mexicanas) y africanos, desplegadas con una soltura refrescante y un afilado sentido de la dinámica y el movimiento musical. Desde ya, se trata de material eminentemente bailable y colorido, lo cual, extrañamente, no actua en detrimento de su intrincada naturaleza experimental. Digamos que es un disco tan apto para animar fiestas como para apreciar con auriculares en la tranquilidad solitaria del hogar, sorbiendo lentamente el incesante manantial de música que de él brota. En otras palabras, se trata de un disco donde la complejidad y la experimentación no están pensadas como un acto de confrontación, sino como una búsqueda y una reivindicación sincera de sonidos que, evidentemente, calan hondo en la sensibilidad de Cut Chemist. Si andan buscano algo para mover las cachas pero que, al mismo tiempo, puedan mostrar sin vergüenza a sus amigos snobs, he aquí una buena opción.


-DJ Shadow “The DJ Shadow remix Project” (2010)
Los músicos que cuentan en su haber con un disco especialmente consagrado y/o laureado suelen encontrarse en una dicotomía entre el placer de que una de sus obras haya quedado inscripta en la historia y la carga de no poder superar nunca el impacto inicial de dicha obra. En el caso de DJ Shadow, su debut discográfico de 1996, el genial “Entroducing…”, fue el álbum que lo catapultó a un reconocimiento que trascendió el ghetto del Hip-Hop y la Música Electrónica y, al mismo tiempo, una sublime pieza musical que sentaba nuevas bases de profundidad y elaboración para esos géneros. Tal fue la marca que dejó la placa, que ninguna de las entregas posteriores de Joshua Paul Davis (tal el verdadero nombre de nuestro muchacho) logró hacerle mella, aún tratándose siempre de trabajos más que atendibles. Casi como intuyendo sus limitaciones o simplemente como un juego amistoso de ida y vuelta con sus fans, Davis convocó a su comunidad de seguidores por Internet para que le enviaran remixes de sus temas, de los cuales seleccionó sus preferidos para confeccionar este “The DJ Shadow remix Project”. Ni hace falta aclarar, entonces, que el grueso del material proviene del citado “Entroducing…” pero, más allá de ese dato, lo que sorprende es el nivel parejo que mantienen estas versiones (especialmente teniendo en cuenta que fueron realizadas, en su mayoría al menos, por amateurs) y el aire cohesivo y de natural fluidez que se respira a lo largo de todo el trabajo. Para los no iniciados, bien vale aclarar que habamos de música con claras raíces en el Hip-Hop (predominantemente instrumental) pero que, a través de un quirúrgico empleo de técnicas de “cortar y pegar”, se dispara hacia múltiples direcciones, planteando arquitecturas sónicas, armónicas y rítmicas de una complejidad casi barroca, incorporando una infinita gama de sonidos e influencias en un todo compositivo que, no obstante, adquiere una innegable solidez gracias al omnipresente clima de brumosa melancolía que sobrevuela las canciones haciendo honor al apelativo elegido por su creador. En ese sentido, con algunas que otras variaciones rítmicas y el esperable grado de reinterpretación individual, estos remixes respetan a rajatabla la parte Shadow del DJ, por momento incluso sumergiendo los originales en aguas aún más negras y espesas. De todas formas, queda claro que esto no es un sustituto para la fuente (o sea, los discos propiamente dichos de DJ Shadow), sino más bien un buen complemente no exento de interés y hasta con pasajes sumamente reveladores e intensos.


-Eardelete “Scalpelogy” (2010)
Los seguidores más acérrimos y estudiosos del Grindcore internacional sabrán que Eardelete es la banda que surgió de las cenizas de uno de los grupos más originales de la siempre fructífera escena checoslovaca, los delirantes Negligent Collateral Collapse. La propuesta de Eardelete, sin embargo, se mueve por carriles un tanto diferentes. El principal cambio parece ser que, en lugar de centrar su temática (y, por consiguiente, ciertos aspectos de su sonido) en cuestiones científicas/alucinógenas, ahora da la impresión de que eligen un tópico específico para cada disco y, a partir de él, desarrollan composiciones afines. Así, el debut “Zombielogy” (2007) versaba, obviamente, sobre zombies, un asunto por lo general más habitual en el Death Metal que en el Grindcore, con lo cual la placa (sin cortar amarras definitivas con sus tics distintivos) presentaba un approach más cercano a dicho género, con temas más largos y un mayor espacio para ritmos no tan desenfrenados. Ahora llega “Scalpelogy” y las alusiones al Gore-Grind y el primer Carcass son inevitables. El primer síntoma de un regreso a las fuentes del Grind más putrefacto lo marca el hecho de que, en casi el mismo tiempo (cerca de media hora) en que antes desplegaron nueve temas, ahora vomitan el doble de canciones. De todas formas, estamos hablando de gente con la experiencia suficiente como para comprender que, a esta altura, no basta con repetir los chistes de siempre para estimular al oyente. Así, dentro del espeso entramado de tripas, riffs mugrientos, blast-beats y gruñidos ultra guturales, hay lugar para un sonido con la suficiente claridad como para apreciar una labor de guitarras imaginativa y personal, saludables variantes rítmicas (en especial esos rebajes grooveros ideales para mover la patita) y una forma casi simpática y juguetona de encarar las voces podridas. Ojo, no esperen el nivel de sofisticación de Negligent Collateral Collapse porque aquí sólo hay retazos de aquella magia inigualable. En ese sentido, “Scalpelogy” parece ser de esos discos capaces de tender puentes entre el público más tradicional y ortodoxo y las vanguardias extremas de avanzada. Y, en última instancia, se trata de media hora de pura diversión Grindcorera, algo que nunca viene mal.


-Elliott Sharp “Octal: Book two” (2010)
Como buen experimentador que es, Elliott Sharp no se conforma con los instrumentos existentes para expresarse. Así, se hizo construir un prototipo de Guitarrabajo (así lo llaman) electroacústico de ocho cuerdas por Saul Koll y, munido solamente de dicho artefacto y sus prodigiosos dedos se lanzó a explorarlo en esta serie de discos titulados “Octal”. Decir que el resultado de dichos experimentos plasmados en este segundo “libro” es bastante extraño sería una obviedad. Aún en sus aproximaciones al Rock, el Punk y la Música Electrónica, Sharp siempre mantuvo un perfil bastante retorcido y de difícil digestión, por lo tanto, lanzado a aventuras más abiertamente abstractas, es de esperar que la cosa no venga servida en bandeja. Tomando inspiración directa de las ideas sobre teorías post-cuánticas de la física Lisa Randall (sí, hasta para buscar inspiración es rebuscado este señor), el calvo despliega su particular virtuosismo en composiciones tremendamente enroscadas e impredecibles, en las cuales cuesta discernir hasta qué punto está improvisando o no. Y sí, también da la sensación de que este hombre nació con veinte dedos en cada mano, tal es el grado de espesura que logra con sus frenéticas digitaciones. Al mismo tiempo (y siguiendo los pasos de su adorado Derek Bailey), Sharp logra que todo ese refinamiento interpretativo se traduzca en performances sumamente intensas y físicas, ahuyentando con gracia el fantasma del frío cerebralismo que muchas veces asoma en este tipo de trabajos cercanos al estudio académico de nuevas técnicas y sonoridades antes que a la expresión artística propiamente dicha. Y, como si todo eso fuera poco, también se lanza a jugar con las resonancias, los ruiditos y el feedback que genera su nuevo instrumento, sacándole todo el jugo sin necesidad de apelar a ningún tipo de efectos ni aditivos. En fin, queda claro, no obstante, que estamos hablando de material más bien apto para oídos entrenados en los terrenos de la vanguardia más punzante y desestabilizadora, y es probable que al resto le resulte un pastiche demasiado arduo de digerir. De todas formas, si se sienten con el coraje y la paciencia necesarias, aquí pueden llegar a encontrar un bocado bastante sabroso.


-Empty Playground “Under dead skin” (2010)
¿Qué es esto? ¿Gruñidos Grindcorosos, riffs a la Morbid Angel, samples de películas de terror, oscuridad Blackmetalera, arreglos Drum & Bass y rebajes casi Nü-Metaleros fundidos en un solo tema? ¿Y sólo se trata del tema que abre la placa? Ok, queda claro que Empty Playground no se amilana ante los desafíos y no le teme a la palabra “pretenciosos”. Lo cual, como todo, tiene sus pros y sus contras. Pros: el espíritu innovador, las ansias de no quedarse en la mera repetición de esquemas trillados y aportar algo único. Contras: es poco probable que semejante ensalada de ideas mantenga un nivel parejo de intensidad y agudeza compositiva. No todo el mundo puede ser Mike Patton. Desde ya, no es que estos polacos sean los primeros en intentar trasladar las sensaciones del cine de terror al Metal extremo (una práctica casi tan antigua como el Metal mismo) pero sí se les puede reconocer la búsqueda de un camino propio hacia tal objetivo. El principal problema, como dijimos antes, está en la cohesión del producto terminado. No porque los distintos géneros no estén bien fundidos, sino porque, inclusive dentro de una misma canción, conviven momentos sumamente estimulantes y creativos (en especial las incursiones en las variantes más agresivas del Drum & Bass y el Breakcore) con otros de una mediocridad alarmante. En sus puntos más altos, llegan a acercarse a la magia de los geniales (y no siempre debidamente apreciados) Dodheimsgard, con esos espesos entramados de riffs virulentos y dementes arreglos electrónicos teñidos de psicótica oscuridad. Pero, al segundo, caen en machaques y tosquedades que suenan a descartes del Deathcore o el Metalcore más pedorro, por no hablar de ciertos pasajes que remiten a una especie de System Of A Down sin inspiración y con más pudrición. Los mismos integrantes de Empty Playground declararon sun intención de que la impronta terrorífica estuviera integrada en las composiciones mismas y no sólo en intros y outros, sin embargo (salvo por un par de ocasionales excepciones) son los numerosos interludios instrumentales entre los temas propiammente dichos los que apotan ese deseado hilo conceptual. De todas formas, y por tratarse de un disco debut, el balance final es positivo, exponiendo un potencial que, de ser desarrollado debidamente, puede llegar a alturas deslumbrantes.


-Flying Lotus “Cosmogramma” (2010)
Imagino que no debe ser fácil para un músico joven el cargar con el bagaje y la presión de formar parte de un linaje familiar de artistas consagrados. El caso de Steven Ellison (tal el nombre detrás de Flying Lotus) tal vez sea uno de los más complicados, porque convengamos que compartir lazos sanguíneos con el inmortal John Coltrane (uno de los estandartes indiscutibles de toda la música del siglo veinte) debe representar toda una responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Bien, luego de dos discos interesantes pero no deslumbrantes (“1983” y “Los Angeles”, editados en 2006 y 2008 respectivamente), Flying Lotus finalmente le hace honor a su legado con este maravilloso “Cosmogramma”. El primer punto a aclarar es que, a pesar de que bastante de ese espíritu se cuela a lo largo de toda la placa, no estamos hablando de Jazz en ninguna de sus formas. Esto es material electrónico, instrumental (salvo por un par de temas con cantantes invitados) y con claras raíces en las variantes más experimentales y abstractas del Hip-Hop. Pero esa es sólo una descripción formal que no basta para explicar el profundo grado de elaboración musical, el elevado vuelo creativo y el incesante flujo de imágenes y formas irreales que contienen estas adictivas dieciocho canciones. Aquí no hay límites estilísticos ni ningún tipo de apego por las convenciones. Ellison crea densas arquitecturas sónicas donde conviven en una extraña armonía la más vasta gama de instrumentos (acústicos y electrónicos), sonidos, texturas, armonías y ritmos, y, sin embargo, se las arregla para mantener siempre una coherencia musical a fuerza de atmósferas entre cósmicas, oscuras y soñadoras. Hay lugar para retazos de diversos géneros (Jazz, Bossa Nova, Música Sinfónica, Pop, Psicodelia, Rock, Soul, prácticamente todas las variantes electrónicas existentes y algunas sencillamente inclasificables) y sensaciones (calma, tensión, sensualidad, melancolía, locura, cuelgue, adrenalina, espiritualidad, malicia, dulzura y así podríamos seguir por horas) pero el álbum está trabajado como un todo, como un único viaje que recorre esos estadíos de forma fluida y natural, envolviendo al oyente en un cúmulo de visiones y emociones antes que forzándolo a disecciones intelectuales como la que estoy ensayando en estas líneas. John puede descansar en paz, la herencia de su fuego interno y su desbocada creatividad ha quedado en buenas manos.


-Gigantic Brain “They did this to me” (2010)
Cada disco nuevo de Gigantic Brain es una aventura y hay que estar preparado para cualquier cosa. Desde su nacimiento hasta la actualidad, el proyecto unipersonal de John Brown (Juancito Marrón para los amigos) se ha paseado por diversos subgéneros (Cyber-Grind, Post-Rock, Metal Industrial a la Godflesh, Ambient, Space-Rock, Noise, Shoegaze) manteniendo siempre ese espíritu eternamente explorador y un núcleo eminentemente extremo. “They did this to me” sigue la línea de jugar con combinaciones improbables y atmósferas siderales (inaugurada en “World”) y exhibe una notable madurez y una mayor contundencia en el resultado final. Aquí tenemos frenéticos blast-beats mecánicos adornados con riffs espaciales, letanías casi Trip-hoperas atravesadas por bajos guturales y podridos, amenazantes bolas de grave magma distorsionado suavizadas por reflexivas melodías, teclados a la Vangelis fundidos con voces y guitarras a la Jesu, paisajes de soñadora melancolía que chocan de frente con impiadosos ataques de violencia robótica, delicados arpegios que caen como estrellas fugaces y terminan por incendiar ciudades enteras, duras bases casi marciales que oprimen hasta liberarnos en estallidos de expansiva belleza melódica, alaridos y gruñidos varios flotando sobre secuencias esquizofrénicas y abuptos cambios de ritmo, y un sinfín de variantes e ideas que fluyen incesantemente a lo largo de estos cuarenta minutos de música. Lo interesante es que todo ese despliegue de recursos e imaginación desbocada se encuentra firmemente enfocado en un hilo argumental de tintes entre espaciales y melancólicos, sin irse nunca por las ramas o caer en mixturas forzadas o poco elegantes. Por otro lado, es destacable el crecimiento en el terreno melódico (tanto en las guitarras como en las voces y los teclados), algo que permite una mayor cohesión entre elementos, a primera vista, dispares. En fin, Gigantic Brain siempre fue una propuesta recomendable para aquellos que aprecien la originalidad y la inventiva (más allá de los géneros musicales), ahora lo es también para los que busquen emoción y climas envolventes.


-Greg Ginn and The Taylor Texas Corrugators “Legends of Williamson County” (2010)
A esta altura del partido, no tendría que ser necesario que explique la tremenda importancia de Greg Ginn en los últimos treinta años del Rock en general. Con saber que fue el guitarrista y principal compositor de los legendarios Black Flag ya debería bastar. Siempre me resultó un tanto injusto (a falta de un mejor término) que sus numerosos proyectos post-Black Flag recibieran una atención casi nula por parte de la prensa y el público en general pero calculo que esperar lo contrario sería como pretender peras del olmo. En todo caso, con el paso de los años (y a través de grupos más que recomendables como Gone, Hor, FastGato, The Perfect Rat, Mojack, Jambang y sus incursiones solistas) Ginn de mostró que no tenía ninguna intención de dormirse en sus propio laureles, experimentando tanto con elementos electrónicos como con nuevas formas de improvisación y composición siempre guiadas por sus inconfundibles seis cuerdas. “Legends of Williamson County” es el tercer álbum que registra junto a sus Taylor Texas Corrugators (esto es, Gary Piazza como fiel acompañante y multi-instrumentista y, en este disco, Sean Hutchinson en batería) y, al igual que sucediera en sus predecesores (“Bent edge” de 2007 y “Goof off experts” de 2008), aquí el buen Greg parece relajarse y dar rienda suelta a su profesado amor por Grateful Dead y sus zapadas. Antes de que levanten un dedo acusador al grito de “hippie vendido”, tengan en cuenta que Black Flag probablemente fue la primera banda Hardcore/punk en hacer de las zapadas y la improvisación parte integral de su repertorio. Esto significa que, a pesar de todo, Ginn todavía sabe cómo mantener en vilo al oyente con un gran sentido de la tensión y la dinámica, que se permite jugar con bases casi blueseras hasta transformarlas en otra cosa a fuerza de sinuosas líneas de guitarra, solos serpenteantes y un vasto arsenal de arreglos tan áridos como elegantes. El punto parece estar en lograr que las zapadas no parezcan tales, que estén interpretadas con tal fluidez, con tal claridad en lo que hace a objetivos y con tal precisión interpretativa (sin que ello hiera la intensidad de la entrega en ningún momento) que cualquier atisbo de aburrimiento o de cuelgue innecesario es borrado de un plumazo. Y, en última instancia, se trata de Greg Ginn, el mejor guitarrista del mundo. Si con eso no les es suficiente, yo ya no sé que más hacer.


-Have Heart “10/17/09” (2010)
Debería ser obligatorio, por ley, que todo grupo Hardcore con al menos un par de discos en su haber registre, en algún momento de su carrera, un álbum en vivo. ¿Qué mejor forma, si no, de plasmar esa energía desbocada, esa pasión al rojo vivo que a veces queda disminuida en la controlada frialdad de los estudios de grabación? Los bostonianos de Have Heart parecen haber comprendido esto a la perfección y, como despedida definitiva, nos entregan el documento de su última presentación sobre las tablas. Y sí, el sonido no será el más pulcro del mundo ni las interpretaciones las más ajustadas (aunque no hay ninguna desprolijidad grosera. De hecho, la parte instrumental es un reloj suizo), pero esto es Hardcore y mientras esa urgencia visceral y rabiosa se sienta en las entrañas como una patada, todo lo demás pasa a un cómodo segundo plano. Por otro lado, no estamos hablando de un grupo más. Con una vida relativamente corta (siete años), Have Heart se las arregló para imponer su impronta personal en el universo de las bermudas, los tatuajes y los puños en alto atravesados por equis, aliándose a otros como Bane o Killing The Dream en lo que hace a incorporar aires renovadores y nuevas vueltas de tuerca a las indelebles enseñanzas de próceres como Youth Of Today, Gorilla Biscuits o In My Eyes. Entonces, a los elementos tradicionales del género (bases aceleradas, voces gritonas, riffs potentes) se suman variantes rítmicas, arreglos melódicos (sin bajar la intensidad, aquí prima la emoción antes que los gestos rudos), cierto filo metálico y una elaboración musical que excede el supuesto manul de los tres acordes de siempre. Lo importante es que estas transgresiones (que no lo son, en verdad) no hacen más que resaltar la intensidad y darle un marco dinámico donde ésta pueda estallar sin caer en el aburrimiento, la tosquedad o la mera pose sin sustancia. E, insisto, cuando todas esas cualidades se suman ala energía física y sudorosa, al constante ida y vuelta con el público, y a la entrega absolutamente honesta y descarnada que se respiran en estos veintiún himnos de furibunda redención, entonces lo único que queda por hacer es sumergirse en un mosh (imaginario o no) estimulante y liberador. Por supuesto, luego sobreviene cierta tristeza por haber perdido a uno de los exponentes más destacados del Hardcore de los últimos años pero, mientras tengamos a mano estas canciones para recordarlos y llenarnos el alma de vigor, su legado no quedará en el olvido.


-Jute Gyte “Young eagle” (2010)
Un tema que conjuga, de forma compacta y agresiva, el más brutal y ominoso ataque Blackmetalero con riffs, arreglos y excentricidades rítmicas dignas del Mathcore más jazzero y caótico, no es precisamente la bienvenida más amigable para un disco. Pero, claro, aquí no se trata de sensaciones agradables y gestos complacientes, esto es Black Metal que empuja su siniestro espíritu de confrontación y nihilismo a nuevas esferas de demencia desencajada y lisérgica. Luego encontraremos blast-beats enterrados bajo enfermizos siseos de feedback, arpegios desafinados que generan una molesta incomodidad, malolientes murallas de fango distorsionado adornadas con sonidos irreales, negras melodías de amargo sabor espacial ahogándose bajo oleadas de riffs infernales, punteos descalabrados y psicóticos dibujando danzas alcoholizadas sobre ritmos irregulares, tenebrosos pianos infectados por erupciones de puro ruido, bestias amorfas y mutantes concebidas con insistentes machaques y tempos cambiantes, lúgubres cabalgatas que dejan a su paso un rancio aroma de carne en descomposición, guitarras y alaridos que laceran la piel como navajas oxidadas y un vasto arsenal de instrumentos de tortura auditiva empleados con sádica imaginación. Insisto, en su esencia, esto es Black Metal pero forzado a tal grado de corrosiva experimentación psicodélica que logra resultados notablemente innovadores y capaces de joderle la mente al escucha más resistente. Hasta hay lugar para remansos acústicos acompañados por voces limpias al borde de la desafinación que, en lugar de calma, transmiten una desolación suicida y desgarrada. Es curioso como algunos de los elementos empleados por Jute Gyte para construir estas auténticas sinfonías de enfermedad resultarían casi graciosas en otras manos (la constante tensión entre lo sublime y el ridículo es uno de los factores más distintivos del Black en general), pero aquí no hacen más que acentuar la sensación de que este muchacho oriundo de Missouri (sí, se trata de un proyecto unipersonal) está realmente trastornado. Si quieren experimentar lo que deben ser los sonidos que pueblan la mente de un paciente psiquiátrico grave, “Young eagle” seguramente les dé una buena aproximación.


-Markov “This quiet” (2010)
Oh sí, esto me produce tanto placer que no sé muy bien cómo explicarlo. Imaginen la intensidad emocional y el swing frenético de Fugazi, las guitarras más enroscadas y la histeria rockera de Drive Like Jehu y Hot Snakes, la rabia estilizada e intelectualosa de Refused, las sinuosas melodías y el histrionismo de Shudder To Think y The Dismemberment Plan, los riffs y ritmos angulares del Math-Rock de los noventas, el toque enfermizo del Noise-Rock de Chicago y un corazón que late con vigorosa energía Hardcore/Punk. Ahora, condensen todo eso en diez canciones certeras, picantes, de una adrenalina contagiosa y una inteligencia punzante y maliciosa. Son cuatro tipos pero suenan como quinientos, vienen de Austin, Texas pero podrían haber nacido en Washington DC, San Diego o Chicago, debutan con este efervescente “This quiet” pero suenan tan ajustados, personales y asentados en su propuesta que bien podría tratarse de un grupo con larga trayectoria. Sus canciones transmiten sensaciones sumamente físicas, invitan a danzas contracturadas al tiempo que estimulan la imaginación musical con un trabajo rítmico y de guitarras sencillamente esplendido y se clavan en el alma con una sensibilidad despojada y madura. Tienen ideas, muchas ideas (insisto, sigan a esa guitarra y encontrarán grandes satisfacciones) pero saben perfectamente lo que quieren y lo expresan a un promedio de tres minutos por tema, sin necesidad de artificios, poses o divagues sin sentido. Una guitarra, un bajo, una batería (que parece interpretada por un tipo con doce brazos) y una voz infecciosa, salvaje, versátil y melódica al mismo tiempo. Son discos como éste los que impiden que uno pierda definitivamente la fe en el Rock.


-Thaw “Decay” (2010)
Probablemente cuando los muchachotes de Fear Factory acuñaron (allá por 1995) la frase “máquinas de odio”, jamás imaginaron que quince años después tres polacos encapuchados encarnarían dicha sentencia con abrumadora exactitud. Y no es que los ocho temas contenidos en este debut discográfico tengan algo que ver con lo hecho por Burton C. Bell y compañía, con excepción del manifiesto gusto por las opresivas elucubraciones de nuestro querido Justin K. Broadrick. Poniéndolo en términos claros, “Decay” es una pesadilla de puro y corrosivo Black Metal Industrial, un tumultuoso viaje post-apocalíptico guiado por alaridos distorsionados, guitarras al borde de la saturación, bajos gruñidores, ritmos violentos y cubierto por gruesas capas de feedback, estática y diversos crujidos eléctricos que infectan la mente con visiones angustiantes y herrumbrosas. Desde ya, pueden trazarse ciertos paralelos con nombres como Red Harvest, Blut Aus Nord, Thralldom, The Axis Of Perdition o Wold pero el resultado final exhibe una personalidad poco habitual en un grupo tan joven. A pesar de que los cuarenta minutos que ocupan la placa mantienen en todo momento esa impronta entrópica, esa envolvente sensación de edificios derrumbándose y dejando un tendal de almas agonizando entre grises ruinas y retorcidos esqueletos metálicos, Thaw se las arregla para alcanzar sus objetivos a través de diversos caminos. Pueden arrancar a toda velocidad, casi como un DarkThrone cibernético alimentado a cucharadas de odio sin adulterar o caer en asfixiantes pinturas casi ambientales que suenan como si estuvieran siendo transmitidas desde radios descompuestas, pueden tensionar las articulaciones en chirriantes medios tiempos, aplastar huesos con beats mecánicos e hipnóticos al mismo tiempo o simplemente deshacerse en crepitantes erupciones de absoluto ruido negro. También se permiten el necesario lugar para colar alguna que otra melodía con sus guitarras empapadas en reverb, aportando así climas que varían entre la desolación suicida y la más siniestra magnificencia épica. Si son de los que todavía piensan que el Black y las máquinas no deberían mezclarse, salgan de la caverna, den la bienvenida al siglo veintiuno, tráguense este tazón de clavos oxidados que nos entrega Thaw y reconsideren sus ideas mientras tratan de detener la hemorragia que brota de sus oídos.


-Tyrant Of Death “The forthcoming” (2010)
¿Quién hubiera pensado que recibir martillazos hidráulicos en la cabeza resultaría tan placentero? Tyrant Of Death es la criatura diseñada por un tal Alex, de quien lo único que sabemos es que es oriundo de Toronto, Canadá. Bueno, a juzgar por su producción discográfica (sólo este año editó tres discos, dos ep’s y un single) también podemos decir que se trata de un muchacho prolífico y que profesa un amor indisimulado por Meshuggah y las variantes más agresivas de la Música Electrónica e Industrial. En efecto, las guitarras machacan de forma quirúrgica y con un sonido claramente inspirado en los suecos, las canciones generan esa mezcla de tensión física e imágenes futuristas, las bases varían entre taladrantes golpes irregulares y frenéticas incursiones digitales, y todo está adornado por insistentes arreglos y ruiditos electrónicos que sirven como condimento para dosificar la violencia al tiempo que suman un estrato de locura que envuelve los sentidos y los fuerza a adentrarse de cabeza en esta suerte de entrópica pesadilla mecánica. Justamente, al tratarse de material íntegramente instrumental, Tyrant Of Death aprovecha cada resquicio sonoro para sobrecargarlo de arreglos y texturas, aún cuando las composiciones son siempre guiadas por sus riffs secos y cortantes. Al mismo tiempo, el costado electrónico aporta cierto necesario aire melódico (con algún aire a Front Line Assembly) que complementa a la perfección las sensaciones opresivas, logrando un buen equilibrio entre sofisticación y buen gusto. Desde ya, el estilo practicado por el buen Alex está bastante bien delimitado (Meshuggah instrumental con aditivos electrónicos), lo cual, sumado a la afiebrada frecuencia entre lanzamientos, puede dar lugar a cierta sensación de repetición de esquemas. En ese punto, al menos es necesario notar que todos sus discos se pueden descargar de forma gratuita (en www.myspace.com/tyrantofdeath1), con lo cual cualquier acusación de estafa o similares está fuera de lugar. Y, en cualquier caso, aquí hay tal cúmulo de ideas, tal imaginación compositiva y tal cuidado detallista en el aspecto sonoro que, al menos por mi parte, no queda otra más que sacarse el sombrero ante la evidencia de las cosas bien hechas.

28 de diciembre de 2010

Rhetoric Disguise - Queen Oxx / The Underground Theories Still Apply



Rhetoric Disguise vuelve a la carga con nuevos bríos y nuevas ideas para este fin de año. Esta vez en un disco dividido en dos partes. La primer parte relata la historia de Queen Oxx, la informe mítica creación de la imaginación retorcida del hombre detrás de esta máquina. Por otro lado tenemos la continuación de aquellas graciosas (y tristemente certeras) Underground Theories, esta vez con una reinterpretación de dichas canciones en una clave muy cercana a los trabajos de Foetus y sus derivados Thirwellianos.

Descargar Queen Oxx / The Underground Theories Still Apply de Rhetoric Disguise acá
Download Queen Oxx / The Underground Theories Still Apply by Rhetoric Disguise acá

Joseph Merrick - Colgando por la inercia de los cables





Aquel fantástico primer EP de Jopseph Merrick, ese que anduvo perdido por un tiempo, finalmente ve la luz de nuevo. Con una edición renovada y nueva tapa presentamos con orgullo esta pequeña oda a Pelican, Mogwai y Anekdoten colmada de esa mágica aura de belleza etérea que solo el cuarteto de Caballito (y Adrogué) puede darle a su música.



Bajate Colgando por la inercia de los cables de Joseph Merrick acá
Download Colgando por la inercia de los cables by Joseph Merrick here

23 de diciembre de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.









-Artificial Peace “Complete session, Nov. 1981”, Dag Nasty “Dag with Shawn”, Government Issue “Boycott Stabb complete session”, Reptile House “4 songs” (2010)
El sello Dischord abre sus archivos y nos trae cuatro joyas de un pasado donde se forjaron varios de los preceptos básicos del Hardcore/Punk y prácticamente todos los subgéneros que de allí derivaron. En tres de los cuatro casos (Artificial Peace, Government Issue y Dag Nasty) se trata de sesiones de estudio nunca antes editadas en forma oficial, aunque la tecnología actual permite un acceso no demasiado complicado a ediciones piratas. Yendo en orden cronológico, nuestra primera parada es Artificial Peace, uno de los grupos fundacionales de aquella efervescente camada Hardcorera washingtoniana de principios de los ochentas que también integraban nombres un tanto más conocidos como Minor Threat, S.O.A., Youth Brigade o Deadline, entre otros. Estas sesiones de 1981, comandadas por la producción del mismísimo Ian MacKaye, exponen a un cuarteto desplegando con absoluta vitalidad esa rabia juvenil y descontrolada tan típica de esos años formativos. Por otro lado, la perspectiva histórica nos permite apreciar ciertos detalles distintivos (la justeza instrumental, la frescura, el sonido crudo pero claro y potente al mismo tiempo, y los ocasionales flirteos con elementos rítmicos y melódicos poco habituales en el resto de sus congéneres) que luego se verían abordados con incrementado énfasis en Marginal Man, banda que surgiría de las cenizas de Artificial Peace y que representaría uno de los primeros pasos en dirección a lo que, más adelante, se conocería como Post-Hardcore. El rescate de este material es un postergado acto de justicia que cualquier amante del buen Hardcore que se precie de tal debería saber apreciar. La segunda posta nos lleva hasta Government Issue, otro de los nombres grandes de aquella generación, siempre liderados por el carismático John Stabb, que vio pasar por sus filas (a lo largo de los años) a miembros de grupos como Minor Threat, Dag Nasty, Rites Of Spring, Jawbox, Wool y los mencionados Artificial Peace. Luego de debutar en Dischord con el frenético ep “Legless bull” (1981), el cuarteto se aprestó a la grabación de su larga duración debut (también producido por Ian MacKaye), editado en 1983 bajo el nombre de “Boycott Stabb” a través del sello Positive Music. Dischord nos entrega ahora una reedición de dicho trabajo, con el agregado de seis temas de aquellas sesiones de grabación que el grupo había decidido dejar afuera del producto final por tratarse de composiciones viejas. Tal decisión es comprensible por el simple hecho de que G.I. (como algunos solían llamarlos) se encontraba en plena etapa de evolución hacia nuevas formas de encarar y entender la energía del Hardcore. Por un lado, la voz de Stabb mostraba una modalidad notablemente más melódica y articulada (por momentos, similar al estilo de Ken Chinn de los canadienses SNFU), sin por ello resignar fuerza ni crudeza. Pero también en el terreno instrumental y compositivo el grupo se animaba a variantes más elaboradas y exóticas, jugando con riffs imaginativos y pletóricos de grandes melodías, inesperadas tangentes rítmicas y arreglos que demostraban una clara despreocupación por las supuestas reglas estrictas del Hardcore. De todas formas, el núcleo duro (je) de su propuesta seguía firmemente plantado en la energía urgente y adrenalínica del género, casi como tendiendo un puente entre sus raíces y la experimentación con diversos elementos del Pop, el Hard-Rock, el Post-Punk y la Psicodelia que expondrían en los años subsiguientes con grandes resultados (chequeen los estupendos “You” y “Crash” como prueba de ello), hasta su disolución definitiva en 1989. Siguiendo esa ruta de llevar el Hardcore a terrenos de mayor profundidad musical y emotiva, nos topamos con Dag Nasty, pioneros destacados de tales cuestiones. “Dag with Shawn” es, precisamente, el testamento de la primera formación de la banda y lo que, en su momento (es decir, 1985), hubiera sido su álbum debut. Al poco tiempo de realizar esta grabación (otra vez bajo la supervisión de Ian MacKaye), el vocalista Shawn Brown abandonaría el grupo (luego se lo vería en bandas más que recomendables como Swiz, Sweetbelly Freakdown y Jesuseater), siendo reemplazado por Dave Smalley (ex integrante de los bostonianos DYS y futuro miembro de All y Down By Law) con quien volverían a grabar estos nueve temas (y algunos más) que verían la luz en el clásico “Can I say” de 1986, una pieza imprescindible que marcaría a fuego tanto al Hardcore melódico como al Emo de las décadas posteriores. Así, más allá de pequeños detalles instrumentales casi imperceptibles, la principal diferencia aquí la marca la voz de Brown, cruda, desgarrada, robusta y bastante alejada del tono más bien agudo y prolijo del mencionado Smalley y de su sucesor (al menos por lo que quedaba de los ochentas, luego Smalley retornaría en las sucesivas reuniones del grupo), Peter Cortner. Por lo demás, estos son nueve himnos perfectos que cualquier amante del Hardcore en su estado de mayor emotividad debería conocer y festejar, comandados por la brillante guitarra de Brian Baker (ex Minor Threat, actualmente en Bad Religion y único miembro fijo durante la tumultuosa carrera de Dag Nasty) y todo su arsenal de punteos emotivos, riffs Hardcorosos y ocasionales chispazos de un virtuosismo tan personal como respetuoso de las canciones. En fin, también Dag Nasty se movería paulatinamente hacia terrenos aún más melodiosos y gancheros sin perder nunca el nervio Punk. Para aquellos que privilegien su faceta más virulenta, he aquí un documento invaluable. La última parada de este viaje por el recuerdo nos deja en Reptile House, un cuarteto nacido a principios de los ochentas y que se desarrollaría plenamente un par de años después, en plena ebullición del así llamado Revolution Summer. Ese fue el momento en que gran parte de los músicos que habían ayudado a fundar la escena Hardcore de Washington DC, decepcionados por la creciente violencia y el estrecho regimentalismo que la habían invadido, buscaron una salida que les permitiera, al mismo tiempo, expresarse artísticamente sin restricciones y desmarcarse de la opresiva uniformidad (rayana en la más abyecta superficialidad) en que el género se estaba hundiendo. La salida fue, justamente, trocar el típico dedo acusador del Hardcore por una mirada introspectiva, sin temor a exponer una absoluta desnudez emocional en el proceso. Al mismo tiempo, la velocidad y el minimalismo desenfrenado que definieran musicalmente al género eran reemplazados por tempos más cadenciosos, mayor riqueza melódica y un inédito sentido de la dinámica y la exploración sónica y compositiva. También es importante destacar que, si bien cierto hilo conductor podía percibirse entre los exponentes de esta camada (principalmente, el hecho de que retenían la intensidad del Hardcore pero reinterpretada a través de un prisma más maduro, por así llamarlo), es más bien difícil lograr una definición categórica e inequívoca que los englobe. Editado originalmente en 1985 y producido por (oh sorpresa) el incansable Ian MacKaye, este ep de cuatro temas (también conocido como “I stumble as the crow flies”) mostraba a Reptile House como un conjunto único y sumamente personal. En su sonido confluían brisas de extraña Psicodelia, riffs potentes y enroscados al mismo tiempo, una voz urgente pero siempre atenta a la emoción melódica (a cargo de un joven Daniel Higgs), rítmicas cambiantes (tras los parches encontramos a London May, quien luego formara parte de Samhain, el oscuro proyecto post-Misfits de Glenn Danzig), interesantes texturas de guitarra, empuje Punk y un aura de sensibilidad entre desgarrada y retorcida que, por momentos, podía remitir a una especie de versión melódica y delicada de los Butthole Surfers más accesibles. En 1988 el grupo (tras algunos cambios de formación) editaría su único larga duración (el genial “Listen to the powersoul”, donde desarrollarían aún más sus complejidades melódicas y la versatilidad de sus canciones) a través de Merkin Records y, al poco tiempo, se separarían definitivamente. Allí, Higgs y el recientemente ingresado guitarrista Asa Osborne prolongarían su asociación musical en Lungfish, una de las agrupaciones más longevas y representativas de la escudería Dischord, pero esa es otra historia. Casi sin querer (o no, nunca se sabe) el sello fundado por Ian MacKaye y Jeff Nelson nos presenta, con estas reediciones y rescates de archivos, algo así como un muestreo del camino recorrido por el Hardcore washingtoniano durantes los ochentas y, como si eso fuera poco, nos invita a disfrutar de una panzada de canciones simplemente geniales. Yo que ustedes no me lo perdería.



-Banio Qimico “Ignorante pero blanco” (2010)
El nombre del grupo, el título del disco y temas como “Lo importante es ponerla”, “Un gratarola siempre suma” o “Pene de Obama” me eximen de tener que aclarar la obviedad de cuán importante es el sentido del humor a la hora de apreciar a este trío porteño. Vamos, su primer demo lo lanzaron en diskette (en 2005), luego vendría el “Anibal Ibarra ep” (editado poco tiempo después de la tragedia de Cromagnon) y el álbum debut (por llamarlo de alguna forma), “Manifiesto anticareta”, que contenía clásicos como “Bidón de Bilardo”, “Blumber puto”, “Iorio tiene SIDA” y “Perón era nazi (pero no careta)”, entre otros. En ese momento todavía se movían en terrenos cercanos al Grindcore y el Crust (dice la leyenda que Martín, su vocalista, es el más grande fanático de Cripple Bastards sobre la faz de la tierra), siempre manteniendo a rajatabla una impronta desprolija, espontánea y despreocupada, complementada por una formación más bien minimalista (bajo, batería y voz) y, claro, por ese humorismo entre retardado y extremadamente ácido, plagado de referencias a la cultura popular y hasta de alguna (involuntaria o no) interesante reflexión política. “Ignorante pero blanco” fue grabado en dos horas en abril de 2009 y corta lazos definitivamente con el sonido extremo de sus inicios. Ellos ahora se definen como “Trip-Hop politizado del bueno” pero bien podría tratarse de otro chiste. Sí se nota una clara baja de revoluciones, un acercamiento a ritmos con mayor groove, líneas de bajo más gancheras, empleo ocasional de samples y efectos, y voces (algunas utilizando el infalible recurso de pitchearlas hacia los agudos, tipo Alvin y las Ardillas) más afines al Punk y el Rap, todo interpretado con el nivel deficiente que uno espera de estos chicos. Claro, por si hace falta aclararlo, aquel que espere cualquier tipo de deleite artístico (al menos en el sentido más habitual del término) será mejor que busque por otro lado. Esto es más bien la catarsis de tres amigos con ganas de divertirse, sin pretensiones de ningún tipo y ni siquiera debería importar que entre sus filas haya un ex miembro de los pioneros del Sludge vernáculo, Gallo De Riña. Mientras no esperen más que un rato de entretenimiento sin demasiadas vueltas de tuerca, el disfrute está asegurado.


-Black Sun “Twilight of the gods” (2010)
A veces las decepciones llegan desde donde uno menos lo espera y eso, justamente, es lo que las hace un tanto más amargas. Black Sun es un trío escocés que, desde 2003, venía demostrando con maestría su profundo amor por los climas opresivos de gente como Godflesh y los primeros Swans, con esos bajos degradados, esos ritmos aplastantes, esas guitarras abrasivas y toda esa opresión ruidosa capaz de hundir al espíritu más resistente en desesperantes viajes de pura oscuridad lisérgica. Nada muy original, por cierto, pero hecho con clase, intensidad y un innegable conocimiento del terreno. “Twilight of the gods” es su quinto álbum y ya desde los riffs y las voces iniciales de “Code black” (el tema que abre la placa) se nota un cambio de dirección tal vez no abrupto pero lo suficientemente notable como para preguntarnos si se trata de la misma banda. Hablando mal y pronto, podríamos decir que el trío cambió sus referencias anteriores por las del Neurosis de la época de “Souls at zero”, poniendo las guitarras más al frente, incorporando esos juegos a dos voces típicos de Steve Von Till y Scott Kelly, y adoptando una soltura rítmica más afín al Hardcore y al Noise-Rock que a los golpes rituales de antaño. Ok, no es que hayan dado un giro de ciento ochenta grados, en definitiva si hay dos bandas que marcaron en su momento el sonido de Neurosis, esas son Godflesh y Swans. Y ni siquiera se trata de que el material no sea bueno, es sólo que esta aproximación más humana (por así llamarla) hace que Black Sun resigne algo de ese aire ominoso y apocalíptico que tan bien les sentaba en sus entregas discográficas previas. Hasta hay lugar para un cierto groove y algún que otro riff de aires casi Stoners que, sin ser desechables, parecen pinchar un poco la energía envolvente y retorcida que yo esperaba de esta gente. También se notan algunas desprolijidades en el terreno vocal, algo habitual cuando un grupo intenta variantes para las que no está del todo preparado. De todas formas, más allá de los defectos y de mis propias expectativas, no podría decir que “Twilight of the gods” no sea un disco digno de atención. Algunas composiciones logran levantar el nivel (en especial en los pasajes donde se cuela cierta saludable influencia de Today Is The Day, un referente que no les sienta nada mal), algunos riffs disonantes llegan a buen puerto y las voces (a pesar de sus desprolijidades) logran alcanzar algunos momentos de atendible intensidad. También ayuda la colaboración de Eugene Robinson (el intimidante vocalista de Oxbow) en un par de temas, aún cuando tal vez sean, precisamente, esos temas los que evidencian que Black Sun todavía no estaba listo para probar suerte con las aproximaciones deformes a Led Zeppelin patentadas por la banda que lidera el mencionado morocho. En fin, si logran limar asperezas y concentrar sus nuevas ideas de forma más concreta (no ayuda demasiado que el disco dure poco más de una hora) y personal, todavía hay chances de que Black Sun levante la cabeza triunfante en una próxima placa.


-Danzig “Deth red Sabaoth” (2010)
Debo decir que estaba bastante indeciso y temeroso. Los últimos trabajos discográficos de Danzig (desde el soporífero “Satan’s child”, de 1999) habían sido tan malos, tan faltos de ideas y energía que, sinceramente, no tenía muchas ganas de profundizar en el triste espectáculo de un artista consagrado (casi legendario, les diría) hundiéndose más y más en el oloroso fango de la mediocridad. Es que, sin siquiera mencionar los indelebles clásicos Punks de Misfits y Samhain, aquellos que crecimos y, de cierta forma, nos definimos musicalmente en los noventas guardamos en un destacado rincón del corazón joyas como “Lucifuge”, “How the gods kill”, “4” e inclusive el industrialoso “Blackacidevil”, todas placas pletóricas de esa oscuridad tan particular que, según cómo se la mire, puede bordear lo ridículo o lo sublime. Bueno, no quisiera alimentar falsas expectativas pero hay que admitir que este “Death red Sabaoth” (a pesar del horrible arte de tapa) es de lo mejor que el petiso malhumorado nos entrega en mucho tiempo. En primer lugar, el hecho de que haya sido grabado con equipos valvulares de los setentas le confiere un sonido relleno, potente, crudo pero con la claridad necesaria y el peso que venía ausentándose en los discos previos. Pero no sólo a nivel sonoro se nota una mejoría. Las composiciones mismas parecen haber recuperado algo de ese fuego salvaje y de ese brumoso misticismo que brillaba en los álbumes mencionados previamente. Tommy Victor (otro loser de los noventas, líder de los geniales Prong) sigue firme con su guitarra (tarea que comparte con el mismo Glenn Danzig) y esta vez (al contrario de lo que sucediera en el previo “Circle of snakes”) logra desgranar varios riffs destacables, acercándose notablemente al estilo de John Christ, lo cual siempre es una buena noticia. Hace su aparición tras los parches el ex Type O Negative Johnny Kelly (salvo en un tema, “Black candy”, interpretado por el propio Glenn), que también parece haber inyectado uno necesaria cuota de energía en la base rítmica. El resto (bajo, piano, voz, producción) corre por cuenta del ego de Danzig, siempre tan inflado como sus pectorales. En fin, no estará a la altura de sus trabajos más festejados y, ciertamente, no contribuirá a que el patilludo Glenn deje de ser blanco fácil para innumerables (y merecidas, hay que decirlo) bromas, pero para aquellos que alguna vez lo tuvieron en alta estima, “Death red Sabaoth” representa casi un reencuentro de lo más conmovedor.


-Ehnahre “Taming the cannibals” (2010)
¿Una cucharadita de ácido lisérgico? Ehnahre nos obliga a atragantarnos con una cacerola entera y encima la condimenta con clavos oxidados y gusanos. Claro, aquellos que ya estén familiarizados con la propuesta del ahora trío (complementado con ocasionales colaboradores) sabrán que se trata de un grupo enfermo, retorcido, delirante, oscuro y psicóticamente experimental. Sabrán que cuentan con ex miembros de Kayo Dot (otros paladines de la vanguardia metalera más deforme), que en sus composiciones conviven diversos géneros extremos (Black, Noise, Doom, Death, Drone) atravesados por un prisma quebrado y una espesa aura de asfixia que confunde y lastima los sentidos sin piedad. Por momentos pueden asemejarse a un Khanate en descomposición adornado por siniestros coros gregorianos e infernales teclados, luego se acercan a una versión pútrida y empantanada del Free-Jazz más desencajado, más adelante torturan sus guitarras de formas que Thurstoon Moore y Lee Ranaldo jamás pensaron posibles mientras resonancias fantasmales van invadiendo e infectando el alma con sórdidas visiones, acto seguido construyen polvorientos murales de desesperación y locura como si fueran una orquesta eléctrica de muertos vivientes, en otros momentos estallan en vertiginosos ataques donde parecen convivir sin problemas las horas más frenéticas de DarkThrone, Fantômas, Portal y Morbid Angel, para luego replegarse en cavernosas reflexiones entre melódicas y abstractas que no hacen más que acrecentar la insoportable inquietud debajo de esa apariencia de falsa tranquilidad. Y así podría seguir por horas tratando de encerrar en palabras el flujo incesante de ideas, imágenes y sensaciones que se desprenden de estas seis composiciones. Tal vez el punto más importante sea el hecho de que Ehnahre logra encapsular todo su eclecticismo y su locura en canciones donde lo primordial siempre es la tensión, la opresión y la oscuridad. Especialmente recomendado para oídos y espíritus valientes.


-El-P “Weareallgoingtoburninhellmegamixxx3” (2010)
Hijo del pianista de Jazz Harry Keys, fundador del sello Definitive Jux (hogar de nombres destacados del Hip-Hop más experimental como Cannibal Ox o Aesop Rock), productor y colaborador de artistas como Alec Empire, Dj shadow, Zack De La Rocha, Beck, Head Automatica, Nine Inch Nails, The Mars Volta, Chino Moreno y Techno Animal (entre muchos otros), y prestigioso exponente solista de una rama del Hip-Hop que se aleja definitivamente de los lugares comunes más burdos del género en pos de una creación musical y lírica más profunda y enemiga de los encasillamientos facilistas. Tal podría ser la introducción a este neoyorquino de veinticinco años de edad, conocido como El-P (o El-Producto) y nacido bajo el nombre de Jaime Meline. Esta es la tercera entrega de su serie “Weareallgoingtoburninhellmegamixxx” (las dos primeras sólo se podían adquirir en sus conciertos) y en ella Meline deja de lado sus complejas rimas para abocarse a un viaje enteramente instrumental, un terreno que no le es desconocido, por cierto. La premisa básica del disco era reproducir la sensación de adrenalina constante de las escenas de persecución de sus películas favoritas, con “The Warriors” y “Blade Runner” como principales fuentes de inspiración. En efecto, sin pausas entre los catorce temas que componen la placa, El-P nos envuelve en un viaje afiebrado, impredecible, colorido, por momentos asfixiante, de a ratos casi emotivo y siempre expresado con una complejidad musical capaz de rivalizar con el Rock Progresivo más cerebral y demente, algo que no debería sorprendernos si tenemos en cuenta que hablamos de un tipo que grabó un disco entero (“High water”, de 2004) junto a una pequeña orquesta de Jazz y salió airoso del desafío. A pesar de lo intrincado de las composiciones, de sus ritmos quebrados y sus barrocas arquitecturas sónicas y armónicas, este “Weareallgoingtoburninhellmegamixxx3” bien puede ser considerado como uno de los trabajos más accesibles de El-P, en especial porque el aire de oscuridad y violenta psicosis que dominan gran parte de sus anteriores entregas aquí se ve acompañado por melodías de tono más amigable, por momento hasta llevando a la práctica su profesado amor por los teclados cósmicos, casi sinfónicos y emocionales de Vangelis. También ayuda, en ese sentido, la inclusión de beats abiertamente bailables, aún cuando Meline siempre tenga a mano alguna que otra deformidad como para evitar que la cosa se vuelva predecible o falta de sustancia. Dejen de lado los prejuicios y entréguense a uno de los discos más fascinantes del año.


-Killing The Dream “Lucky me” (2010)
Emociones fuertes, eso es todo lo que importa en el mundo de Killing The Dream. Sus discos anteriores (en especial “In place apart” y “Fractures”) ya posicionaban a estos californianos como uno de los nombres más destacados del Hardcore actual, de esos que logran conjugar magistralmente la rabia desbocada de la vieja escuela y un vuelo creativo con la vista claramente puesta en el futuro. En rigor, este “Lucky me” vendría a ser algo así como un ep, con siete temas en poco menos de veinte minutos, pero aún así logra marcar una vez más la evolución del quinteto hacia terrenos cada vez más personales y profundos. Todavía mantienen la furia, la pasión al rojo vivo y hasta cierto filo casi metálico, pero ahora han sumado un trabajo melódico excepcional, imaginativo y desgarrador como pocas veces se ha escuchado. Sí, hasta hay lugar para líneas vocales limpias, interpretadas con una intensidad que deja sin aliento y perfectamente ensambladas con la impronta furibunda del grupo. Claro, estos chicos tienen bien en claro cómo hacer las cosas, así que no se trata simplemente del truco barato de poner un gancho Emo en medio del ataque Hardcoroso. De hecho, dichos pasajes melódicos se acercan más a la densidad emocional de unos Deftones que al lloriqueo adolescente o el melodramatismo sin sustancia. Cada canción nos sumerge violentamente en las profundidades más sensibles de nuestros propios espíritus, y lo hace desplegando un grado de musicalidad (presten especial atención al trabajo de las guitarras, un ejemplo de que no está todo escrito en el Hardcore) que trasciende el Hardcore y al mismo tiempo lo reivindica como un género basado en la intensidad antes que en meras reglas de manual. La única queja posible es que el disco se termina demasiado rápido pero, bueno, dicen que lo bueno si breve dos veces bueno. Espero con ansias el próximo larga duración.


-Viscera/// “2 – As zeitgeist becomes profusion of the I” (2010)
Son cuatro muchachos, vienen de Italia, dieron sus primeros pasos con un sonido cercano al Metalcore y, en 2007, deslumbraron a más de uno con “Cyclops”, un álbum debut que conjugaba de forma bastante particular la impronta épica del así llamado Post-Metal con la agresión desquiciada del Grindcore más moderno, por así llamarlo, representado por grupos como Pig Destroyer o Graf Orlock, entre tantos otros. Esta segunda placa nos presenta cuatro nuevas y extensas composiciones (ninguna baja de los nueve minutos de duración) en las cuales queda claro que el cuarteto ha decidido darle mayor énfasis a su costado ambiental, sin por ello resignar la contundencia ni los ocasionales arranques de rabia. Por el lado negativo, esta decisión estilística les resta un poco de identidad, acercándolos de forma inconfundible al, a esta altura saturado, espectro del Sludge/Post-Metal y aledaños. Por el lado positivo, hay que notar que, más allá de sus intrincados vericuetos, los temas suenan más sólidos y concisos, han enriquecido notablemente el departamento melódico (tanto en el destacable trabajo de las guitarras como en las voces) y hacen gala de un afilado sentido de la dinámica que ahuyenta el aburrimiento a fuerza de buenas ideas y grandes riffs. Todavía hay lugar para esas inesperadas aceleradas caóticas pero ahora se encuentran más dosificadas y mejor fundidas con los desarrollos monolíticos de las canciones. De todas formas, siguen siendo esos pasajes los que muestran al grupo en terrenos más estimulantes e innovadores, más allá de la eficacia que exhiben a lo largo de toda la placa. Por ahora siguen siendo una de las promesas más interesantes del Metal contemporáneo, cuando logren enfocar definitivamente todo ese potencial alcanzarán alturas insospechadas.


-White Static Demon “Apparitions” (2010)
Luego de aquel asfixiante “Decayed” (2009), Justin Broadrick vuelve a la carga con un nuevo trabajo de White Static Demon, su proyecto dedicado a rescatar sus viejas influencias provenientes del Noise y los así llamados Power-Electronics (representadas por nombres como Whitehouse o Maurizio Bianchi, entre otros), donde restringe su arsenal sonoro a generadores analógicos de ruido y su propia voz con el fin de generar las más oscuros, corrosivas y perturbadoras atmósferas. “Apparitions” nos sumerge de cabeza en espesas aguas con sólo dos temas que rondan los veintitrés minutos de duración, en los que Justino vuelve a recrear climas absolutamente terroríficos y tensos como sólo él sabe hacerlo. Es más, estoy seguro de que si este mismo material fuera editado por un grupo de Black metla se convertiría inmediatamente en una pieza de “kvlto” para los fans del costado más ambiental/experimental del género. Claro, estamos hablando de un tipo que sabe bastante sobre eso de invocar sensaciones ásperas e incómodas con su música, de uno que comprende a la perfección el fino arte de utilizar el ruido como arma emocional y no como mero capricho fetichista, y que sabe que hasta un género tan extremo y abstracto como éste en el que se maneja aquí necesita de cierto sentido de la dinámica, la variedad y el movimiento para no caer en el aburrimiento o perder intensidad. Así, ambas composiciones van fluctuando entre momentos de tensión que hasta parecen esconder alguna que otra melodía (de tono sumamente lúgubre y fantasmal, claro está) y estallidos de ruido que hielan los sentidos e interrumpen violentamente el correcto funcionar de las neuronas, todo ello expresado con diferentes combinaciones de sonidos y texturas (que, por otro lado, abarcan un amplio rango de frecuencias, timbres y formas) que evocan imágenes del más siniestro viaje lisérgico que puedan imaginar. En fin, no es un disco para oídos complacientes y faltos de paciencia pero aquellos que sientan cierto aprecio por el ruido, la oscuridad y los viajes jodidos seguramente lo devorarán como si no hubiera un mañana.

17 de diciembre de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Bardo Pond “Bardo pond” (2010)
Un grupo como Bardo Pond, con casi veinte años de trayectoria, más de veinte discos editados y un claro amor por el cuelgue y las sustancias alucinógenas, tiene permitido ciertos altibajos. Los viajes psicodélicos no son siempre agradables y de la misma forma los discos del sexteto no siempre mantienen un nivel parejo de calidad. Digamos que su marca registrada de Space-Rock ruidoso, letárgico, denso y, aún así, siempre melódico funciona mejor cuando se concentran en las canciones contundentes antes que en las zapadas descalabradas o las lánguidas baladas drogonas. En ese sentido, este álbum homónimo se inscribe en la mejor parte de Bardo Pond, esa particular cruza entre la oscura pesadez de Black Sabbath, la delicadeza melódica arropada de distorsión saturada de My Bloody Valentine, los climas soñadores y efectos cósmicos del Pink Floyd más espacial, la experimentación guitarrística del Sonic Youth más abrasivo, y todas las lecciones (guitarras acústicas, teclados y flautas incluidas) del Rock más psicodélico de los setentas. Gran parte de los setenta y un minutos de música (que estén concentrados no quiere decir que hayan abandonado sus típicas fluctuaciones en cámara lenta ni su pasión por los largos e hipnóticos desarrollos) aquí contenidos están dominados por ritmos lentos sobre los cuales las guitarras despliegan todo su arsenal de efectos y resonancias, derritiéndose en espesas marejadas de suciedad eléctrica apenas controlada, adornadas por teclados achicharrados y líneas vocales que parecen flotar sobre el magma de distorsión. Aún así, también hay lugar para momentos de introspección acústica con cierto aire Folk y letanías menos corrosivas pero con aires sombríos casi épicos. En fin, aquellos que ya estén familiarizados con la propuesta de estos oriundos de Philadelphia tendrán que admitir que se trata de uno de sus trabajos más destacados y, para los no iniciados, resulta también una buena introducción al mundo siempre errático y lisérgico de Bardo Pond.


-Dosh “Tommy” (2010)
Compositor educado y extravagante, multi-instrumentista virtuoso (tomó sus primeras lecciones de piano a los tres años de edad), ex miembro de grupos de Rock experimental como Lateduster o Fog, docente de música y alma sensible, la sola presencia de Martin Dosh en el firmamento musical contemporáneo es una carcajada en la cara de aquellos que se empeñan en sostener que “todo pasado fue mejor” y que “ya no hay propuestas originales y bien hechas”. Su carrera solista comenzó en 2002 y, si bien siempre tuvo a mano una alta cuota de cariño por la experimentación electrónica (en especial en sus primeros álbumes), el profundo grado de musicalidad y la impronta fuertemente melódica y humana que le imprime a sus canciones lo colocan en una categoría propia que desafía cualquier tipo de encasillamiento facilista. “Tommy” (el título no tiene nada que ver con The Who, es un homenaje a su sonidista Tom Cesario, fallecido poco antes de la edición del susodicho) es su sexto trabajo discográfico y probablemente sea aquel donde las emociones están más a flor de piel, expuestas con una delicadeza melódica tan elaborada y profunda que logra ser conmovedora y asombrosa al mismo tiempo. La variedad de enfoques es sencillamente infinita: tenemos pasajes que se asemejan al Drum N’ Bass pero recubiertos de un empuje rítmico y armónico claramente sanguíneo (aunque no por eso violento), tenemos espesas texturas en algún lugar entre lo sinfónico y el Ambient pero en casi todo momento hay lugar para baterías y percusiones de carne y hueso magistralmente interpretadas por el propio Dosh, tenemos momentos que se acercan al Pop más barroco de los Beach Boys (juegos corales incluidos) y otros que remiten inevitablemente al Robert Wyatt más melancólico y hasta a la locura alucinógena de The Soft Machine, tenemos bases de pura crudeza rockera adornadas con una miríada de sonidos y arreglos inverosímiles, tenemos punzantes crujidos, cascadas de ruido y chirridos disonantes pero siempre de la mano de elegantes líneas melódicas (de voz, de piano, de guitarra, de violín o del instrumento que sea) y contrapuntos, tenemos beats Hip-Hoperos envueltos en paisajes de soñadora reflexión de tintes casi Folk, tenemos intrincados juegos rítmicos, ocasionales brisas de Jazz y Bossa Nova, y un despliegue musical general que deja en ridículo a tanto rockero “Progresivo” y pretencioso que sólo puede atinar a repetir lo que otra gente hizo en los setentas. Le mejor es que, a pesar de la sobrecarga de información musical (tengan en cuenta que he dejado algunas aristas afuera de mi descripción, por cuestiones obvias de espacio), el disco nunca resulta incoherente, asfixiante o aburrido, en especial gracias al afilado sentido melódico que mantiene las canciones con los pies sobre la tierra. En fin, no hay rótulo que sirva para definir estos excelsos cuarenta y cuatro minutos más que el de Música, así con mayúsculas. Así que nada de llorar por los tiempos que pasaron y no volverán, “Tommy” demuestra con claridad que aquel que no encuentra buena música en la actualidad es simplemente porque ni siquiera se toma el trabajo de buscarla.


-Eleven Tigers “Clouds are mountains” (2010)
Un espejo abierto nos devora. Las nubes son montañas borroneadas por brumas de pensamientos inconclusos. La ciudad avanza a paso tan vertiginoso que resulta fúnebre. Silbidos de neón surcando un cielo de cemento. Todas las almas perdidas, tanto silencio sin posible redención. El ensordecedor pulso de la soledad. Los tramos finales de una historia sin moraleja. Plateadas láminas hechas de metal se quiebran en penetrantes chirridos y escapamos hacia un lugar donde todo sigue igual. Transmisiones lejanas de un fin que ya a nadie interesa. Delicados hilos eléctricos abrazan las estrellas en un luminoso serpentear azulado. Un mundo que nunca visitamos se despliega ante nuestras narices. Los miembros recobran su sensibilidad sólo para entumecerse nuevamente en segundos. Estas voces no son nada, no tienen nada para ofrecer más que desencanto. Un violento mareo de palabras vacías. Horas desperdiciadas y un resentimiento que engulle todo a su paso. Órdenes que nadie admite haber proferido. Días superpuestos, fundidos en un magma de tiempo muerto donde los gritos no se escuchan. Ruedas congeladas, ciclos abruptamente interrumpidos. Y una pequeña chispa que se niega a extinguirse. También hay fuerza en esta desazón, no lo duden ni por un segundo. Es sólo que ciertas señales pueden ser tan confusas. Visiones alteradas, geometrías morales imposibles. Gestos ambiguos y miradas amenazantes. Noches encerradas en estallidos de luz. Plegarias envueltas en espasmos. Caricias violentas, sagradas culpas. Paredes eternamente en blanco. Zumbidos eléctricos que raspan las imágenes. Océanos de sudor frío surcando espaldas encorvadas. Articulaciones reemplazadas por colmillos afilados. Un juego para olvidar el dolor. Una distancia medida en latidos del corazón que se apagan. Una danza planetaria donde descansar los sentidos. El tranquilizador silbido de constelaciones haciendo el amor con el cosmos mismo. Las formas reveladas que tal vez no deberíamos contemplar. Literaturas crípticas que caen como lluvia ácida. Retratos de edificios manchados por el hollín de sus propias reflexiones. Fragmentos de alienación urbana atesorados en el pecho. Carne y huesos chamuscados por dentro. Gotas de recuerdos sepias rebotando insistentemente sobre un piso cubierto de polvo. Espesas cascadas de gemidos electrónicos brotan por entre las fracturas del pavimento. Las observo con la mirada perdida y me alejo caminando lentamente, esperando que mañana sea un mejor día.


-Florido Pensil “Datura” (2010)
A poco más de un año de la edición de aquella demente sinfonía de chirridos que fue “Gradiente”, Florido Pensil vuelve al ataque con siete nuevas aberraciones sónicas diseñadas especialmente para lastimar y elevar los sentidos. De hecho, este segundo disco los muestra más violentos que nunca, con la guitarra serruchando a través de densas capas de ruido Industrial, las bases golpeando como martillos hidráulicos sobre chapas oxidadas y generando climas tan desesperantes como caóticos. Algo que también se hace evidente es el hecho de que, en esta ocasión, las composiciones suenan más ajustadas y compactas sin por ello resignar esa impronta delirante tan atractiva. Por supuesto, la huella de Justin Broadrick sigue dejando su fuerte marca en el sonido de estos españoles pero de ninguna manera se trata de una influencia que los limite o les reste personalidad. Ciertos riffs (y ese bajo mugroso y gordo) pueden remitir claramente a Godflesh, en otros parece asomar la cabeza el Ministry más rabioso y machacante, el espeso entramado de samples y texturas ruidosas puede acercarse a Merzbow o al Skinny Puppy más retorcido aunque en más de una ocasión la única referencia posible sea Florido Pensilo mismo, los beats entre brutales, bailables y mecánicos sacuden los huesos sin piedad y demuestran una total falta de respeto por las convenciones y los márgenes genéricos. Tal como sucedía en su predecesor, lo que más deslumbra en “Datura” es el grado indomable de imaginación con que están construidas las composiciones, jugando con una gama infinita de sonidos electrónicos abrasivos en combinación con el pulso sanguíneo de las guitarras, creando ritmos que no por programados resultan menos físicos y hasta haciendo lugar para algún que otro pasaje melódico de una belleza dolorosa. Cada tema es un áspero viaje, tanto para los oídos como para el espíritu, y aún así se respira un aire conceptual, un cierto hilo argumental que da cohesión al trabajo en su totalidad. En fin, Florido Pensil crece y se supera, nos hace apretar los dientes y vuelve a impresionarnos con su inagotable arsenal de ruidos e ideas enfermizas. No se lo pierdan.


-Glasses “The ills of life” (2010)
El disco homónimo con el que estos alemanes habían debutado el año pasado ya había logrado entusiasmar a más de uno a fuerza de energía desatada, buenas ideas y virulencia emocional. Este sucesor no hace más que confirmar el potencial allí expuesto con siete nuevas canciones (bueno, seis y un increíble cover de “Scentless apprentice” de Nirvana) donde profundizan aún más su combinación de rabia Hardcore, groove rockero, mugre Crust, oscuridad melódica y cierto filo metálico. La guitarra lleva la batuta con riffs certeros y versátiles (a veces más disonantes, a veces más machacones, a veces bien simples y marcados, a veces jugando con arreglos y texturas más intrincadas y emotivas), seguida de cerca por una base rítmica tan contundente como dinámica y una voz femenina que deja hasta la última gota de sangre en cada grito, transmitiendo de forma tremendamente intensa profundas sensaciones de rabia y frustración. “The ills of life” muestra también al cuarteto adentrándose en terrenos musicales más retorcidos y siniestros, por momentos rozando el Noise-Rock, aunque sin olvidar nunca las enseñanzas del Black Flag más visceral. En los pasajes más lentos hasta pueden llegar a remitir a la envolvente catarsis de Neurosis pero en construcciones más simples y despojadas. Y cuando pisan el acelerador (ya sea a paso firme y rockero como a puro tupá.tupá), es mejor que se corran del medio porque esta gente no tiene empacho en llevarse puesto a quién sea. No hay necesidad de darle demasiadas vueltas, si andaban buscando material que les dé una buena patada en el orto no pueden dejar pasar este furibundo “The ills of life”.


-Juliana Hatfield “Peace & love” (2010)
Gracias a discos destacados como “Become what you are” (1993) u “Only everything” (1995), a su combinación de perfectas melodías Pop y guitarras potentes, a su paso por Lemonheads (y los subsiguientes rumores de romance con Evan Dando), a su particular voz (entre aniñada, rasposa, maliciosa y emotiva) y, principalmente, a esa atractiva impronta de chica simple y complicada al mismo tiempo, Juliana Hatfield se erigió (al menos para un público selecto) como un auténtico ícono del Rock de los noventas. Como sucediera con tantos otros congéneres, la carrera de Juliana nunca se detuvo, siguió sacando discos más que recomendables (mención especial para el anterior “How to walk away”, editado en 2008) en forma independiente y lejos de la atención y la reverencia que recibió (por parte tanto del público como de la prensa rockera) en la década del Grunge y las camisas a cuadros. “Peace & love” se distingue dentro de la extensa discografía de la pelirroja por ser el primer trabajo donde ella misma se encarga de todo, la composición, la interpretación de todos los instrumentos, la grabación, la producción y hasta la edición por su propio sello, Ye Olde Records. En ese sentido, también lo distingue el hecho de que se trate de un disco predominantemente acústico y, por ende, de tono más intimista que sus anteriores entregas. Acompañada por delicados rasgueos y arpegios de guitarra, algún que otro piano, alguna ocasional distorsión y algún que otro ritmo cadencioso, la voz de Hatfield nos enamora con melodías sentidas y bellísimas, con un tono entre confesional (hay un tema titulado “Evan”, dedicado a ya se imaginarán quién) y relajado, sin necesidad de caer en estridencias o trucos baratos para conmover. “Peace & love” es un elogio de la artesanía cancionera en su máximo esplendor, un disco que encuentra la belleza en su forma más simple y cotidiana, y que, aún así, nunca resulta superficial o aburrido. Con cuarenta y tres años de edad, Juliana se mantiene en forma como si todavía tuviera veinte pero suma una madurez emocional que no le sienta nada mal. Si buscan algo para descansar del ruido y la locura, he aquí una excelente opción.


-Lesbian “Stratospheria cubensis” (2010)
Lesbian es un nombre extraño para un grupo de Metal extremo pero, si algo queda claro aquí, es que a estos tipos no les molestan las cosas extrañas. Su álbum debut (“Power hor”, de 2007) ya exponía una desorbitada combinación de Doom, Sludge, Black, Post-Rock, Psicodelia, Metal tradicional y delirios Progresivos varios en composiciones que iban de los ocho a los veinticinco minutos de duración. Tres años después, llega el sucesor y hay que decir que el cuarteto no ha perdido las ganas de experimentar. Con sólo cinco temas desplegados en más de setenta minutos, “Stratospheria cubensis” representa un viaje musical tan denso y alucinógeno como impredecible. La principal diferencia que se percibe con respecto a su antecesor es que esta vez la locura se encuentra enmarcada en una atmósfera bastante más oscura y, por ende, cohesiva, aunque el hecho de que la misma banda defina a este trabajo como “hongos en el cielo con diamantes” prueba que todavía hay lugar para extravagancias y vueltas inesperadas. Ok, hay que admitir que por momentos parecen pasarse de pretensiosos y no siempre parece justificada la extensa duración de las canciones (esto se ejemplifica perfectamente en el interminable último tema) pero siempre es rescatable el espíritu de exploración y la visión abiertamente vanguardista del grupo. Y, si el fuerte del grupo no está en la solidez compositiva, lo suplen con un despliegue enfermizo de ideas dispares y un clima general de espesura casi barroca que esconde gratas sorpresas musicales para aquellos que se sientan capaces de sumergirse sin pruritos en las intrincadas arquitecturas aquí propuestas. Las guitarras se disparan hacia todas las direcciones posibles, entre gordas murallas dumbetas, complejos contrapuntos y juegos armónicos, arreglos siniestros, riffs y punteos ideales para flotar en la negra inmensidad del espacio exterior, cristalinos remansos de reflexión entre melancólica y lisérgica, violentos machaques y un sinfín de recursos que nos hacen pensar que una cruza entre Sleep, Pink Floyd, DarkThrone, Iron Maiden y King Crimson es posible. La base rítmica sostiene dicho despliegue con el virtuosismo y la precisión necesarias (hasta hay lugar para prominentes líneas de bajo que causarán erecciones en los fans de Jaco Pastorius del mundo), los ocasionales teclados aportan interesantes atmósferas y hasta la voz se permite cierta versatilidad aún privilegiando los gruñidos extremos. En fin, obviamente se trata de material de difícil digestión y requiere de un cierto gusto por las cosas épicas, enroscadas y ambiciosas pero lo bueno es que eso queda en evidencia tan inmediatamente que no hay forma de sentirse engañado ni nada por el estilo.


-Magrudergrind “Crusher” (2010)
Con sólo seis temas en once minutos y medio, estos paladines de la nueva generación Powerviolence (con perdón de Eric Wood) se las arreglan para seguir pateando cabezas sin respiro, homenajeando de paso al espíritu más Punk de aquellos viejos discos de Terrorizer y Napalm Death. Claro, los nerds del Metal extremo podrán discutir a sus anchas sobre si esto califica o no como Powerviolence o si cabe colocarlos en la siempre inquieta bolsa del Grindcore. Podemos contentarnos con notar que Magrudergrind toma elementos de ambas corrientes y que, en última instancia, tampoco estamos hablando de dos géneros tan alejados entre sí. En definitiva, los puntos en contacto entre bandas como Discordance Axis, Crossed Out, Pig Destroyer o Fuck On The Beach deberían ser evidentes para cualquier con un par de oídos bien predispuestos a ser castigados. La mención de esos nombres no es gratuita, desde ya. En algún lugar del torbellino de blast-beats, riffs borroneados y alaridos rabiosos que proponen estos washingtonianos se pueden encontrar rastros de todos ellos. Aún así, estamos hablando de esos grupos que logran imprimir una personalidad propia a su receta para el odio, algo que los distinga entre tanta violencia sónica y que, de paso, contribuya a que la energía no decaiga nunca. Porque, debajo de las gruesas capas de bronca y distorsión se esconde un grupo con un claro sentido de la dinámica, provisto de un sonido arrasador y de una urgencia que obliga a retorcerse en virulentos espasmos a cada segundo. Y también, como corresponde, hay lugar para el sentido del humor (expuesto en los ocasionales samples hip-hoperos) y para los aplastantes rebajes Sludge que tan bien sirven como contrapeso al vértigo casi constante de las composiciones. En fin, no hay mucho más para agregar. Si andan con ganas de descargar bronca y con poco tiempo para dedicarle a dicha actividad, “Crusher” es una excelente opción y encima lo pueden descargar de forma gratuita en el propio myspace del trío.


-Negligent Collateral Collapse “28 minutes of silence for all innocent victims...And boneses” (2010)
Con su disolución en 2006, Negligent Collateral Collapse (a veces conocidos simplemente como NCC) dejó un vacío difícil de llenar en la siempre fructífera y revoltosa escena Grindcore checoslovaca. Su sonido mantenía ciertas raíces en el Gore-Grind más tradicional pero no temían adentrarse en terrenos más experimentales y desarrollarlos hasta sus últimas consecuencias, de cierta forma tomando algo de esa estela alucinógena que patentaran grupos como Brutal Truth, Exit 13 o Cephalic Carnage a mediados de los noventas pero adaptándola a su propia identidad, donde, además de las referencias a sustancias alteradoras de la conciencia (su última placa de estudio, “Sick atoms”, presentaba diecinueve temas, cada uno dedicado a una sustancia específica), también había lugar para dar rienda suelta a la pasión de sus integrantes por las físicas, las matemáticas y las ciencias duras en general. De las cenizas del quinteto surgieron nombres recomendables para cualquier amante del buen Grind como Eardelete y Jig-Ai pero ninguno de ellos alcanzó aún el nivel creativo de NCC. “28 minutes of silence for all innocent victims...And boneses” es buena prueba de ello, recopilando treinta y un tracks de material raro, que incluye su primer demo, temas del split “United States of Goregrind”, otro demo de 1999, mezclas alternativas de temas de “Paranormal nanodivision” (su larga duración de 2003) y del mencionado “Sick atoms” (2005), y tres reversiones a cargo de Eardelete. Una panzada de puro Grindcore demente, retorcido, putrefacto pero siempre entendible, con un claro gusto por la variedad rítmica, los arreglos exóticos (incluidos algunos de tono casi Industrial) y las guitarras deformes, y la manifiesta intención de joder con nuestras mentes. Al mismo tiempo, este material sirve para seguir la evolución del grupo a través de sus once años de existencia y para comprobar que, aún en sus más modestos inicios, ya tenían una idea bastante clara de sus objetivos. Por lo general, ante un álbum Grindcore de más de una hora de duración, yo recomendaría cautela, se sabe que es un género que suele funcionar mejor en dosis breves. Pero, en este caso en particular, dado el afiebrado vuelo creativo de las composiciones y la vasta gama de variantes que aportan al conocido esquema de los blast-beats y los gruñidos, no tendría demasiados reparos en tragarlo de un saque. Prueben ustedes, les dejará un gusto extraño pero altamente adictivo.


-Neu! “Neu ‘86” (2010)
Entre fines de 1985 y principios de 1986, Michael Rother y Klaus Dinger volvieron a unir fuerzas bajo el nombre de Neu!, tal como lo hicieran a principios de los setentas, cuando ambos partieron de Kraftwerk para consolidarse como uno de los pilares indiscutidos del Kraut-Rock y una de las bandas más influyentes en la historia del Rock en general. Las sesiones de grabación quedaron inconclusas y el plan de lanzar un cuarto disco fue abandonado. En 1995, Dinger decidió editar dicho material (a través del sello japonés Captain Trip Records y bajo el nombre de “Neu! 4”) como respuesta a las ediciones piratas de los clásicos tres primeros discos de Neu! que pululaban en ese momento. El problema es que lo hizo sin el consentimiento ni la colaboración de Rother, lo que generó un fuerte sismo en su relación. En 2008 Dinger fallece a causa de una falla cardíaca y dos años después Rother finalmente llega a un acuerdo con sus herederos y se aboca a trabajar en los masters y las cintas originales, finalizando así lo que él mismo define ahora como “el cuarto disco de estudio de Neu!”. Entonces, después de tantas vueltas, lo que aquí tenemos es ni más ni menos que aquel “Neu! 4” un tanto más pulido, con algunos temas diferentes y otros remixados pero con el espíritu original intacto. Por si se lo preguntan, el espíritu es algo así como la introducción de Neu! en los ochentas, casi un híbrido entre la experimentación sónica y los climas hipnóticos de antaño con la impronta sintética y cierto flirteo con el Pop de la época. Desde ya, no cabe esperar que la magia de aquella trilogía inicial casi perfecta se repita aquí pero eso no significa que el material no se sostenga por peso propio. Las baterías programadas podrán molestar a algunos puristas pero si tenemos en cuenta que el grupo experimentó desde sus inicios con elementos electrónicos y ritmos repetitivos la cosa no es tan grave. Y lo cierto es que, a lo largo de toda la placa, se perciben prácticamente todas las variantes que distinguen y dan forma al sonido de Neu!: bases minimalistas y en 4x4 (su famoso Motorik), intrincadas construcciones armónicas de guitarras, teclados y efectos varios, espesos collages sonoros, voces que alternan entre letanías alucinógenas y ocasionales desgarros, distorsiones fantasmas y un cuidado obsesivo por las texturas y la variedad tímbrica. Es sólo que, como ya dijimos, en esta ocasión dichos elementos cobran vida de la mano de ciertos modismos claramente ochentosos (lo cual para algunos será un defecto y para otros una virtud, claro está) y de aires un tanto más accesibles. Aún así, “Neu ‘86” se erige como un trabajo más que correcto y que no desentona en absoluto con lo que uno esperaría del grupo en los ochentas, transformándose en una digna (aunque demorada) continuación de sus álbumes más laureados.


-Ostende “El trayecto del mapache” (2010)
Dicen que no hay que juzgar un libro por su portada pero debo admitir que el excelente arte de tapa que adorna este álbum debut de Ostende ya me predispuso más que bien. También tengo que decir que el hecho de que cuenten en sus filas con un ex integrante de los tristemente disueltos Voightkampff (el guitarrista Federico Manca, ingresado a Ostende a mediados de este año) suma puntos en la apreciación previa. Pero ni todos los envoltorios y pergaminos del mundo me hubieran preparado para lo que contiene este intenso “trayecto del mapache”. En líneas generales deberíamos hablar de Screamo en su veta más caótica, disonante y agresiva, con bandas como Orchid, Neil Perry, Loma Prieta o Shikari como atinados referentes, pero eso no es todo. También hay lugar para esos aires casi épicos y esa profunda elaboración musical que, en su momento, aportaron nombres como Envy (antes de pasarse definitivamente al Post-Rock) o City Of Caterpillar. Y, aún así, el resultado final es mucho más que la suma de influencias. Cada una de estas ocho canciones presenta tal grado de inventiva, tal solidez interpretativa y alcanza tales picos de intensa urgencia emotiva, que ponen a este joven cuarteto bonaerense al nivel de cualquier exponente contemporáneo del estilo (y por arriba de muchos, vale aclarar), sea del país que sea. Las bases son frenéticas y contundentes pero se manejan con un sentido de la dinámica tan inteligente como contagioso, la voz se deshace en alaridos que atraviesan el aire y se clavan como dagas en el corazón, la guitarra propone un trabajo excepcional con riffs que hacen tensionar las articulaciones, arpegios que pintan paisajes de sentida desolación, murallas de distorsión que envuelven los sentidos y generan espesas visiones en la mente, melodías que desgarran el corazón y una vasta gama de recursos siempre utilizados para maximizar la intensidad. Y todo ese flujo incesante de ideas y emociones se ve perfectamente condensado en canciones tan atrapantes como viscerales, con estructuras afiebradas y una energía oscura y liberadora al mismo tiempo, que nace de las entrañas mismas y se dispara hasta fundir cuerpo, mente y alma en un fuego tan vibrante como doloroso y, en última instancia, revelador. Sin duda alguna, la revelación del año.


-This Routine Is Hell “The verve crusade” (2010)
No sólo de progresismo, remeritas anaranjadas y múltiples variedades de porro vive Holanda, aunque parezca increíble allí también hay lugar para que un grupo como This Routine Is Hell desarrolle su propia cepa de Hardcore rabioso y con claras referencias a bandas como Give Up The Ghost, Panic, The Hope Conspiracy y, principalmente, Paint It Black. “The verve crusade” es su debut discográfico (bueno, si no contamos un demo y un par de splits previos) y con los poco menos de dieciocho minutos que dura ya alcanza para percibir que, más allá de las influencias (vamos, en un género como el Hardcore, las deudas a pilares como Minor Threat, Black Flag o Youth Of Today son moneda corriente, pero lo mismo sucede en la mayoría de los géneros con sus respectivos pioneros), estos muchachos tienen pasta para sorprender a más de uno. No es que estén reinventando la pólvora, claro, simplemente se trata de que logran despacharse con canciones certeras, sumamente intensas y con el suficiente grado de variedad como para no resultar monótonos o aburridos. Es de especial atención la versatilidad rítmica que manejan, yendo de las habituales bases a toda velocidad a rebajes bien oscuros, abruptos cortes y hasta pasajes pletóricos de una tensión trabada que generan una sensación de caos y aportan una saludable dinámica. En ese sentido, la guitarra también ayuda con arreglos y riffs muy interesantes, a veces disonantes, a veces melódicos y, en más de una ocasión, remitiendo a las horas más iluminadas de Black Flag, aunque con una impronta contemporánea que los aleja del revival. Como cereza sobre la torta, hay que mencionar que el grupo ha puesto a disposición del público la versión digital de este disco en descarga gratuita, sólo basta visitar su página web (www.thisroutineishell.com). Una oferta irresistible para cualquier amante del buen Hardcore que se precie de tal.