31 de diciembre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.



-Half Japanese “Calling all girls” (1977)
Viajemos en el tiempo hasta 1977. Los dinosaurios rockeros todavía daban sus últimos coletazos y, en Inglaterra, el ex manager de los New York Dolls adaptaba lo que había aprendido en la gran manzana de artistas como Richard Hell y Ramones al mercado londinense, imponiendo así a su propio grupo prefabricado, los Sex Pistols. Mientras el mundo observaba esa supuesta revolución musical azorado, en un sótano de Maryland, Estados Unidos, dos hermanos (Jad y David Fair) registraban de forma absolutamente casera nueve canciones que hacían que toda aquella explosión británica pareciera un tonto juego de niños. Ninguno de los dos sabía cómo tocar los instrumentos de forma “adecuada”, pero eso no era un impedimento. Por el contrario, era una puerta abierta a jugar con ellos y encontrar una forma de expresión absolutamente personal y catártica. Claro, hoy en día, bendecidos con la perspectiva que sólo nos da el tiempo, podemos hablar de Noise-Rock y quedarnos tranquilos. Guitarras distorsionadas hasta la saturación, desafinadas, disonantes, caóticas, castigadas hasta hacerlas chillar de dolor. Voces desencajadas y rotas, paradas en algún lado entre la más psicótica tensión y una lúdica inocencia casi infantil. Una batería aporreada con saña y una total despreocupación por cuestiones técnicas, generando una resquebrajada pared rítmica pletórica de histeria donde hasta se pueden percibir ciertos golpes vertiginosos (aunque sumamente desprolijos) que luego serían conocidos como Blast-beats. Half Japanese no se sólo se adelantó al Noise-Rock (su influencia en bandas como Sonic Youth, Big Black, Boredoms y la No-Wave neoyorquina en general es notable), también anticipó la idea de Low-Fi que proliferaría en los noventas (chequeen las primeras grabaciones de Pavement o Sebadoh si no me creen) y encima dio a luz un sonido verdaderamente revulsivo y extremo, la auténtica patada en la ingle del Rock And Roll que el Punk británico siempre pretendió ser. Y lo más interesante es que llegaran a esos resultados de forma tan espontanea, despojados de sesudas elucubraciones artísticas o pomposos manifiestos políticos, otro de los rasgos que definirían al Rock de los noventas. La carrera del grupo se mantuvo estable hasta la actualidad (aunque su última entrega discográfica, “Hello”, data de 2001), inclusive puliendo un tanto su sonido (e incorporando más músicos a su formación) aunque sin perder nunca la demencia característica. Aunque más no sea por su valor histórico, “Calling all girls” (con sus escasos doce minutos de duración) es una pieza imprescindible para cualquier amante de la música extrema que se precie de tal.

-Souls At Zero “Souls at zero” (1993)
A fines de los ochentas los conocimos como Wrathchild America y practicando un Thrash técnico que, a pesar de mantenerse dentro de los lineamientos básicos del género, ya se animaba a ciertas disgreciones (cover de Pink Floyd, sentido del humor, flirteos con el Jazz y el Blues) que daban una buena pauta de su identidad. Pero, claro, llegaron los noventas y el panorama musical cambió completamente, inclusive para el Metal. El nuevo paradigma sonoro era dictado por bandas como Prong, Pantera, Helmet, Ministry o los renacidos Corrosion Of Conformity con su imprescindible “Blind” de 1991. En este contexto, Wrathchild America deja de existir como tal y renace con nuevos bríos bajo el nombre de Souls At Zero, casualmente el mismo nombre del disco que Neurosis hubiera editado un año antes. El aplastante groove de la inicial “Frustration” ya deja en claro cómo viene la mano. Riffs y estructuras más simples y contundentes, baja de velocidad en pos de la intensidad, voces más rabiosas pero sin irse a los extremos y una sensación general de bronca tangible y visceral. Por supuesto, el cuarteto adopta los modismos del Thrash de los noventas pero no olvida por completo sus viejas mañas. El nivel instrumental sigue estando por encima de la media y todavía hay lugar para algún que otro abrupto cambio de ritmo y alguna que otra acelerada ideal para desnucarse a puro headbanging. Aún dentro de este esquema de Metal noventoso, Souls At Zero se las arregla para proponer la suficiente variedad en sus composiciones como para no aburrir ni diluir la energía en un desparramo de riffs y gritos sin sentido. Ahí tienen el Panteroso riff de “Never”, los frenéticos machaques y la tensión violenta de “Hardline”, la densidad disonante y trabada de “Lost”, el groove contagioso y las voces desesperadas de “Checkin’ out”, el paso lento y ominoso del tema que da nombre al grupo y al disco, el casi Hardcore de “Not you”, los riffs secos y el tempo Helmetoso de “Crowded head”, el ácido humor de “Welcome to the 90’s” (casi una sardónica declaración de principios) y la hipnótica oscuridad de “Mind’s eye” que cierra el disco como buen ejemplo de ello y, de paso, como certeros golpes al entrecejo. Tal vez hayan llegado un poco tarde como para hablar de originalidad pero, sin duda alguna, estos oriundos de Baltimore se las arreglaron para imprimir su propia personalidad (en especial gracias al excelente trabajo vocal del bajista Brad Divens, un magnífico ejemplo de cómo conjugar virulencia y melodía sin salir mal parado) en canciones redondas, energéticas y, más allá de todo, sumamente profundas. Souls At Zero abraza la simpleza de los noventas pero deja de lado cualquier atisbo de superficialidad, se mantienen claramente metaleros pero no suenan acartonados y en eterna pose como muchos de sus pares, la rabia que desprenden sus composiciones se percibe urgente y nada calculada. En 1995, tras la edición del ep “Six-T-Six”, ve la luz el segundo y último disco de la banda (el también recomendable “A taste for the perverse”) que los encuentra metiéndose en terrenos más cercanos al sonido entrecortado de Helmet, acentuando el groove e inclusive dejando de lado varios de sus modismos Thrashers. En fin, en pleno revival noventoso, no está de más rescatar a una de las bandas que ayudó a que el Metal se sintiera cómodo en dicha década.

-D-Generation “No lunch” (1996)
Desde ya, yo soy uno de los tipos menos indicados para ponderar las causas que llevan a que un determinado grupo musical tenga éxito comercial o no. Tras el suicidio de Kurt Cobain en 1994 (año en el que D-Generation debutaba con su disco homónimo), la popularidad del Grunge comenzó su declive y el grueso del público rockero comenzó a buscar algo del brillo glamoroso perdido sin olvidar del todo la angustia y la crudeza típicas de los noventas. En ese contexto, estos cinco neoyorquinos apadrinados por Joey Ramone lanzaron su segunda placa dispuestos a comerse al mundo. Parecían tenerlo todo, imagen salvaje y atractiva, buenas canciones, empuje rockero y un desparpajo que poco tenía que ver con la timidez y la introspección del Grunge. En lo musical tenían perfectamente aprendidas las lecciones del costado más Hard-Rockero del Punk, partiendo de Iggy Pop, pasando por New York Dolls, rozándose con los primeros Guns N’ Roses y sin olvidar a los finlandeses Hanoi Rocks. A eso le sumaban algo de la simpleza efervescente de Ramones, bastante de la melancolía urbana de The Replacements y un atrapante gancho Pop (la producción corrió por cuenta del ex The Cars, Rick Ocasek) que, no obstante, no llegaba nunca a diluir la energía contagiosa y rockera de las canciones. Efectivamente, las guitarras cortaban como motosierras sin por ello perder de vista la melodía, las bases golpeaban duro sin perder nunca de vista el swing y la voz de Jesse Malin desgranaba geniales y sentidas melodías con un tono tan rasposo como personal. Y todo eso lo exponían en canciones sencillamente geniales. La fuerza Punk arrasadora de “Scorch”, “Frankie” y “1981”, la potencia rockera y envenenada de “She stands there”, “No way out” y “Not dreaming”, la emoción desgarrada de “Capital ofender” y “Waiting for the next big parade”, las melodías Poperas de “Major” y “Too lose”, el groove hipnótico seguido de melancólico estribillo de “Disclaimer” y el final fiestero de “Degenerated” (cover de Reagan Youth que ya apareciera en su anterior disco y en la banda de sonido de la película “Airheads”, protagonizada por unos jóvenes Brendan Fraser, Adam Sandler y Steve Buscemi) así lo prueban. Por supuesto, en su momento fueron comparados con bandas como The Wildhearts, los primeros Manic Street Preachers e íconos del Punk neoyorquino como Dead Boys y The Dictators y hasta se los ha mencionado como precursores del estilo que luego practicarían otros como Backyard Babies o The Hellacopters. Y, si bien los puntos de contacto con todos ellos son (en menor o mayor medida) innegables, les puedo asegurar que la propuesta de D-Generation es extremadamente personal y reconocible en la primera escucha. Tres años después editarían el oscuro (pero de todas formas recomendable) “Through the darkness” con escasa repercusión, lo que llevaría a la disolución definitiva del grupo. En fin, si sirve de algo, no son muchos los grupos dentro de esta línea musical que logran captar mi atención, por lo que el mérito de D-Generation es doble en ese sentido. Y, si no me creen, denle una oportunidad a este adictivo “No lunch” y compruébenlo por su cuenta.

-Discount “Half fiction” (1997)
El Punk probablemente sea el género sobre el que más se ha teorizado desde que a alguien se le ocurrió sentarse a escribir sobre Rock en general. Entre las cientos de ideas que lo revolotean, se ha destacado una que afirma que el Punk es Rock y Anti-Rock en sí mismo. Discount encarna dicha premisa de forma sumamente intensa y personal. Se basan en la esencia misma, la energía más primigenia del Rock, les bastan unos pocos acordes y una melodía parida desde las entrañas para construir canciones perfectas, se expresan sin tapujos, desnudan su alma sin temor al ridículo y lo hacen de forma visceral y urgente. No se van a los extremos, no experimentan, se mueven sin problemas entre ritmos básicos, riffs gancheros y una voz (en este caso, femenina y a cargo de Alison Mosshart) cruda que, no obstante, comprende a la perfección el enorme poderío emocional que encierra una buena y simple melodía. Por otro lado, se plantan firmemente en la vereda opuesta a muchos de los más recalcitrantes clichés rockeros. La profundidad emotiva que desprenden sus canciones poco tiene que ver con la típica sobrecarga de testosterona del Rock And Roll (muchas veces, el Punk incluido) en general, no parecen preocupados por esconder sus influencias (Hüsker Dü, Descendents, Samiam, J Church, Jawbreaker) pero tampoco por imitar a nadie (vamos, que sería de tantos íconos rockeros sin la falsa ilusión de originalidad que da a luz incontables copiones desprovistos de personalidad), reniegan de todo tipo de exageración teatral y poses pendencieras y/o decadentes y se presentan como personas comunes y corrientes. Lo interesante es que pueden observar esa realidad cotidiana de forma personal y honesta, lejos de panfletos baratos y regodeos nihilistas en la miseria. En otras palabras, estoy hablando de madurez, un auténtico atentado al eterno espíritu adolescente del Rock. Pero, como para fortalecer esa tensión entre opuestos de la que hablábamos antes, no se trata de una madurez achanchada y resignada, si no de una que mantiene intacta la llama interna pero ahora sí sabe cómo y cuándo usarla para lograr resultados certeros. En fin, tal vez sea demasiado análisis para un simple disco de Punk-Rock. Tal vez sería mejor dejar que las canciones hablen por sí mismas (y les aseguro que en su austeridad, estas canciones tienen mucho para decir) y demuestren que, de cualquier forma, toda esta cháchara era sobre música, ni más ni menos.

-Against All My Fears “XXVII” (2009)
Un riff serpenteante se eleva hacia un negro firmamento impulsado por tambores rituales y alaridos desgarrados. El peso del mundo cayendo con cada golpe de batería, los huesos tensionados y doblados en formas imposibles por cada guitarrazo. ¿Quién dijo que el Hardcore tenía que ser cuadrado y repetitivo? Claro, aquí también hay Metal pero eso no es todo. Si son conocedores del Hardcore metálico que se cocinaba en los noventas, nombres como Unbroken, Endpoint, Jihad, Turmoil, Bloodlet, Mean Season o Chokehold deberían servir de ayuda para guiarlos por el virulento mundo musical de Against All My Fears. Si no, piensen en canciones que se salen de la estructura tradicional para explorar nuevas dinámicas, en ritmos cadenciosos y contundentes antes que veloces y desenfrenados (aunque, claro, tampoco falta alguna que otra acelerada), en climas oscuros y envolventes (a veces, incluso, adornados con ominosos pianos y teclados), en una sensibilidad descarnada y sufrida antes que netamente violenta, en guitarras que reniegan del virtuosismo pero se desenvuelven con una vasta gama de variantes (sonidos acústicos, disonancias, texturas, elaboradas progresiones de acordes, tensos punteos melódicos) con las que adornar sus insistentes y machacantes riffs. Pero esto es mucho más que un mero ejercicio de nostalgia. Este quinteto chileno logra en su debut discográfico (inicialmente editado en vinilo en 2008) un sonido absolutamente personal y con la mirada puesta inevitablemente en el futuro. Llegan al punto exacto donde la intensidad más visceral se da la mano con una profunda imaginación musical, salen airosos a fuerza de un cuidadísimo trabajo compositivo que los pone a la par de los exponentes de primera línea del Hardcore mundial. Against All My Fears reivindican la tradición más oscura del Hardcore-Metal de los noventas llevándola un paso adelante en su evolución y lo hace con canciones que invitan tanto a la reacción física e inmediata como a la contemplación reflexiva y el constante descubrimiento de interesantísimas ideas musicales. No importa si son seguidores o no del Hardcore en cualquiera de sus variantes, si aprecian la música pesada hecha con potencia e imaginación, deberían darle una oportunidad.


-AlexisOnFire “Old crows, young cardinals” (2009)
Con la edición de los últimos trabajos discográficos de Thursday, Poison The Well y Thrice, este año que se va representó un saludable presente para el costado más avanzado (¿adulto?) del tantas veces vapuleado Emo-Core. Con un perfil un tanto más modesto, AlexisOnFire nos entrega un cuarto disco que, sin llegar todavía al nivel de sus maestros, muestra a la banda posicionándose entre lo más interesante del género. Siguiendo la línea del anterior “Crisis” (2006), los canadienses no temen adentrarse en terrenos de escabroa virulencia, sin por ello resignar su marca registrada de melodías emotivas. Por supuesto, los ecos de clásicos modernos como Glassjaw, BoySetsFire, Planes Mistaken For Stars o los mencionados Thursday todavía resuenan aquí. Tenemos los alaridos desgarrados que atraviesan las armónicas líneas cantadas, los ataques de epilepsia Post-Hardcore (aquí se nota también la influencia de Refused), los climas de intimidad melancólica que estallan en liberadores exabruptos de electricidad y toda esa carga de emotividad visceral y sufrida que el género exige. Pero también hay lugar para flirteos con el Post-Rock, aceleradas de Hardcore casi Motörheadesco, espesas brumas de Post-Punk, momentos que rozan una suerte de Blues/Gospel Hardcorizado, ocasionales teclados muy bien colocados, cuidados trabajos corales y una mayor atención a la profundidad de las composiciones, ya sea en el costado melódico (insisto con los coros y agrego la elegante labor de las guitarras en este terreno) como en el más agresivo. De hecho, los modismos rasposos y oscuros que ensaya el vocalista George Pettit representan una personal y refrescante vuelta de tuerca al típico chillido Screamo. Aún dentro del clima más bien tenso e iracundo (ah sí, no esperen cancioncitas tontuelas sobre novias que se fueron y traumas adolescentes) que propone el disco, el quinteto se las arregla para nunca perder el gancho, haciendo gala de un inteligente manejo de la dinámica y una intensidad a prueba de balas. En fin, todavía no han llegado a su obra maestra pero, mientras el camino esté pavimentado con discos tan buenos como este “Old crows, young cardinals”, lo de AlexisOnFire sigue siendo digno de atención.

-Ben Weasel “The brain that wouldn’t die” (2009)
Líder de los legendarios Screeching Weasel (la mejor banda en eso de asimilar y revitalizar el legado de los Ramones) durante veintitrés años (con sus correspondientes interrupciones donde aprovecha para ponerse al frente de Riverdales), aspirante a cineasta, frustrado pescador profesional, cabecilla del sello independiente Panic Button (bautizado en honor a sus constantes ataques de pánico), columnista habitual de diversos fanzines (especialmente Maximum Rock N Roll, la biblia de la intransigencia Punk) y autor de dos libros (la novela “Like hell” y el compilado de artículos “Punk is a four letter Word”), Ben Wessel se ganó su lugar en el podio del Punk americano a base de inteligencia, corrosivo sentido del humor y un profundo amor por las canciones simples y pegadizas. Entre las varias pausas generadas en las erráticas carreras de Screeching Weasel y Riverdales, el bueno de Ben ya nos había obsequiado dos trabajos solistas (“Fidatevi” de 2002 y “These ones are bitter” de 2007) que, aún manteniendo la tozudez Punky de siempre, exhibían un costado más íntimo que ya hubiera asomado en aquel “Emo” (1999) de Screeching Weasel. Para esta tercera entrega la historia es distinta. Benito Comadreja suma a la formación de sus discos solistas la guitarra de Danny Vapid (colega suyo en Screeching Weasel y Riverdales) y se dedican a registrar en vivo, tema por tema, aquel glorioso “My brain hurts” (con excepción de “I can see clearly”, reemplazado por el magnífico “Cool kids” de “Bark like a dog” y “Fathead” por “This ain’t Hawaii” de “Boogadaboogadaboogada”), uno de los discos más festejados de Screeching Weasel. La recreación es notablemente fiel y suma el calor y la efervescencia de la presentación en vivo. El grupo suena ajustado y potente, Weasel mantiene su eterno tono nasal y desprolijo (si desafina en el estudio no le vamos a pedir que en vivo sea Pavarotti, ¿no?) y las canciones (catorce odas a la perfección Punkrockera) se suceden una tras otra sin dar respiro. Por supuesto, se trata de un disco que no aporta nada más que el regodeo del fanático pero ¿cómo resistirse al eterno encanto de hits instantáneos como “Veronica hates me”, “The science of myth”, “Kamala’s too nice”, “Don’t turn out the lights” o “My brain hurts”? Sí, puedo admitir que esto huele a choreo por los cuatro costados pero, qué le voy a hacer, este tipo me puede haga lo que haga. Si les pasa como a mí, no lo dejen pasar, y si no, jódanse, ustedes se lo pierden.

-Melt Banana “Melt Banana Lite live version 0.0” (2009)
Pueden decir lo que quieran de Melt Banana (sé de gente y mascotas a quienes su música les resulta sencillamente insoportable) pero su inagotable apetito creativo es innegable. Desde sus inicios (en 1992) probaron casi de todo y, por el mismo precio, se erigieron como una influencia ineludible en diversos experimentadores extremos como The Locust, Fantômas o Discordance Axis. El vertiginoso caos disonante e histérico de sus primeros trabajos (algunos de ellos producidos por gente como Jim O’Rourke, Steve Albini y K.K. Null), el acercamiento a estructuras más tradicionales, arreglos electrónicos y melodías casi poperas (sin dejar de lado su marca registrada de efervescencia Noise-Core-Avant-Grind, a falta de una mejor descripción) de su etapa intermedia y la magistral conjunción de ambos extremos explorada en “Bambi’s dilemma” (2007), su más reciente disco de estudio. Como su nombre lo indica, el que hoy nos ocupa es un disco grabado en vivo pero ni siquiera para semejante trámite se pueden quedar quietos estos nipones. De hecho, en 1999 Tzadik (el sello regenteado por John Zorn) ya había editado “MxBx 1998/13000 miles at high velocity”, un álbum en vivo…grabado en un estudio. En este caso, el trío (el puesto de baterista está en constante rotación, a la Spinal Tap) se presenta con una formación de voz, batería (¿a cargo del gran Dave Witte?), samples y sintetizadores varios. O sea, nada de bajos ni guitarras. ¿Se trata entonces de un material más relajado o menos estridente? No me hagan reír. Con doce temas apiñados en menos de media hora, todos los elementos distintivos del sonido Meltbananesco se hacen presentes. Ritmos frenéticos e impredecibles, punzantes disonancias, erupciones de pura efervescencia ruidosa, la voz entre aniñada y psicótica de Yasuko Onuki, estructuras esquizofrénicas, empuje Hardcore/Grind y una visión retorcida y alucinógena de la palabra vanguardia. El hecho de que los riffs hayan sido reemplazados por diversos chirridos electrónicos no le resta intensidad al resultado final. Es más, me atrevo a decir que dicho enroque no hace más que empujar la propuesta del grupo a terrenos aún más extremos e irritantes. Desde ya, no se trata de material de fácil digestión, pero no se supone que lo sea. Déjense atrapar por el cáustico poderío de Melt Banana y contemplen con una mueca de placer enfermizo cómo se derriten sus neuronas.

-Riverdales “Invasion U.S.A.” (2009)
Ramones, ¿les suena? Algunos dirán que, a esta altura del partido, no tiene sentido seguir repitiendo las enseñanzas de los fabulosos cuatro de New York, pero si subgéneros enteros han surgido tras la premisa de imitar al pie de la letra a grupos como Black Sabbath, Carcass o Neurosis, no veo cuál es el problema en seguir bebiendo de la inagotable fuente de inspiración que ellos representan. Riverdales es el grupo que Ben Weasel (si no saben quién es, más arriba hablamos de él) fundó en 1994 junto a Danny Vapid para dar rienda suelta a sus más básicos instintos Ramoneros. Seis años después del anterior “Phase 3”, este “Invasion U.S.A.” encuentra al trío (actualmente devenido en cuarteto) en excelente forma, entregando catorce temas en poco menos de media hora, uno más ganchero y energético que el anterior. Queda claro que esto no es material experimental ni de difícil digestión. Canciones simples, de refrescantes melodías poperas, montadas sobre tres o cuatro acordes rasgueados como motosierras y ritmos tan básicos como contagiosos e irresistibles. Riverdales parece concentrarse en los primeros discos de Ramones, permitiéndose jugar con las más pegadizas melodías Bubblegum y los tempos más cadenciosos y dejando de lado la arista Hardcore que afloraría a partir de mediados de los ochentas. Por otro lado, el hecho de que las tareas vocales estén a cargo de Weasel y Vapid, ambos con registros bien diferenciados, ayuda a aportar algo de variedad a las canciones. Lo mínimo indispensable, en definitiva esto sigue siendo puro y simple Punk-Rock sin más pretensiones que pasar un buen rato tarareando las chiclosas melodías y moviendo la cabecita como enajenados. La temática de este cuarto álbum está basada casi exclusivamente en películas de ciencia ficción de los cincuentas y sesentas, y se espera una segunda parte (titulada “Tarantula”) para mayo de 2010 donde, según palabras de los implicados, se incorporarán teclados para lograr un sonido afín al de “Subterranean jungle”. En fin, las pautas están claras y pretender otra cosa sería un acto de pura necedad y de una preocupante amargura y frialdad en la zona pectoral.

-Strike Anywhere “Iron front” (2009)
En algún momento dio la sensación de que el Hardcore melódico estaba condenado a desvanecerse en una árida planicie de bandas sin algo mínimamente interesante para ofrecer. El tiempo pasó, los arrivistas desaparecieron (o se movieron a terrenos más afines a las tendencias de ocasión), las agrupaciones relevantes subsistieron de una forma u otra y una nueva generación comenzó a emerger con renovados bríos. Nombres como Just Went Black, Rise Against, None More Black (con ex miembros de los geniales Kid Dynamite), el supergrupo Only Crime (con gente de Good Riddance, Bane, Descendents y Black Flag, entre otros) y, claro, el que ahora nos ocupa surgieron a comienzos del nuevo milenio como una energizante ráfaga de viento fresco. Por un lado, centraron su temática en cuestiones político-sociales, recuperando así algo del carácter reflexivo y comprometido de próceres como Greg Graffin y Jello Biafra, algo que se traslada también al terreno musical, completamente alejado de cualquier atisbo de pasatismo o superficialidad. Al mismo tiempo, al menos en el caso de Strike Anywhere, se dejaron empapar por cierta madurez heredada del mejor Post-Hardcore y, en ese sentido, no es de extrañar que ciertos pasajes de su música suenen a una versión acelerada de grupos como Fugazi, Quicksand o Hot Water Music. Pero eso no es todo. De la misma forma en que grupos como Give Up The Ghost, Stay Gold o Count Me Out (casualmente, una banda que compartió integrantes con Strike Anywhere) revitalizaron la tradición más dura del Hardcore Straight Edge de los ochentas, sumando una necesaria cuota de melodía a sus composiciones, Strike Anywhere toma el camino inverso y adopta algunos de los modismos más iracundos de clásicos como Youth Of Today y Gorilla Biscuits y, con absoluta naturalidad, los amalgama a su esquema de riffs gancheros y melodías tarareables. Entonces, recapitulando, tenemos la mejor tradición del Hardcore melódico (de Bad Religion a Lifetime, pasando por No Use For A Name), la elaborada emotividad del Post-Hardcore, los alaridos y la fuerza bruta de la vieja escuela, presentadas con interpretaciones impecables, ajustadas e intensas y condensadas en trece himnos rebosantes de energía, donde cada grito es una arenga, cada riff un certero puntapié al alma y cada estribillo un llamado de atención. Vamos, excelentes canciones, personalidad, urgencia (la forma en que el quinteto conjuga los ritmos más afiebrados y veloces con las melodías más conmovedoras resulta sencillamente irresistible) y esa vieja y querida carga de virulencia Hardcore/Punk perfectamente enfocada y dirigida, ¿qué más le pueden pedir a la vida?

23 de diciembre de 2009

Gran Cuervo Live



Para los que se han perdido este año en shows, acá hay un pequeño compilado de casi 900 fotos de la experiencia de Gran Cuervo en vivo.




Nos vemos el año que viene, si es que los mayas no se equivocaron y el fin del mundo era en el 2009 en lugar del 2012.

14 de diciembre de 2009

Gabe Toxic's Cheap Make-up video







10 de diciembre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Hum “You’d prefer an astronaut” (1995)
Que el mundo del Rock está repleto de aburridos lugares comunes no es ninguna novedad. Particularmente, uno de los que me resulta más molsto es aquel que dicta que la única forma de generar visiones espaciales y/o psicodélicas es a través de soporíferas zapadas cargadas de narcótica languidez y con las guitarras cayendo en el truco barato de enterrar su falta de ideas bajo capas y capas de distorsión y delay. Por supuesto, hay músicos capaces de lograr resultados interesantes aún dentro de dicha premisa pero resulta sumamente refrescante que un grupo pueda elevarse hacia inconmensurables alturas cósmicas sin necesidad de limitarse a repetir el mismo cliché setentoso de siempre. Bien anclados en los noventas, Hum profesaban una inmensa pasión por las atmósferas siderales y los viajes extrasensoriales pero nunca perdían de vista las canciones. Ya desde la inicial “Little dipper” quedan claras algunas pautas Un groove sólido y ondulante al mismo tiempo, melodías vocales que nos transportan a lejanas galaxias al tiempo que nos confrontan con emociones terrenales, una gruesa muralla de guitarras dibujando texturas, riffs y armonías como un caleidoscopio en llamas y un clima general que resulta tan embotador como emotivo. Se podría decir que la sección rítmica sigue las pautas de lo que se conoce como Grunge, riffs embarrados y manejo de dinámicas zigzagueantes incluidos. En lo que hace al trabajo de de voz y guitarras la cosa se pone un poco más difícil de encasillar. El nervio rockero y sucio del Grunge sigue presente, pero a él se suman la intelectualidad del Post-Hardcore más refinado, una sensibilidad melódica de clara extracción Pop, las espesas orquestaciones distorsionadas del Shoegaze y unas claras intenciones lisérgicas de despegar hacia el infinito y más allá. Lo interesante es que este viaje no sólo estimula la imaginación, si no también el intelecto (les puedo asegurar que aquí hay mucho para que mastiquen los nerds musicales) y, principalmente, el corazón, a través de una labor melódica (tanto en las voces como en las guitarras) sencillamente excepcional. De hecho, en más de una ocasión, lo expuesto en este tercer disco del cuarteto se anticipó por unos cuantos años a lo que luego mostrarían bandas como Deftones y Cave In en “White pony” y “Jupiter” respectivamente, aunque sin el toque metálico. Entonces, tenemos ruido (hasta se puede encontrar un solo de acoples), melodía, inteligencia, energía, vuelo espacial, emoción, espíritu noventoso y grandes canciones, ¿qué más le pueden pedir a la vida?


-Ultraviolence “Psycho drama” (1995)
El tipo se hace llamar Johnny Violent y, como para no dejar lugar a dudas, bautizó a su principal proyecto solista como Ultraviolence. “Psycho drama” es su segundo álbum bajo dicho apelativo (precedido por el abrasivo “Life of destructor” y unos cuantos singles) y se trata de una obra conceptual dividida en tres partes. La primera relata la historia de Jessica, una bella muchacha que va pasando de bebé indeseado a niña abusada por su propio padre (ante la indiferencia junkie de su madre), a adolescente prostituta y drogadicta y, finalmente, a celebridad bajo la tutela de un proxeneta devenido en manager, que explota tanto su talento musical (Jessica cuenta con un voz perfecta) como su look y su sórdida historia de vida para transformarla en una estrella Pop. La segunda parte presenta a Hitman. Hijo de un genio militar y una supermodelo (ambos con una clara inclinación por ideas nazis con respecto a la perfección), el muchacho muestra una extrema frialdad y un absoluto desprecio por la raza humana ya desde niño. Luego de años de estricto adiestramiento militar y costosa educación formal, Hitman comienza con éxito su carrera como asesino a sueldo, dejando a su paso un reguero de cadáveres que, eventualmente, lo conducen a un inescrupuloso manager que lo contrata para ocuparse de su representada, una hermosa joven de angelical voz llamada Jessica. En este punto, las historias de ambos personajes principales convergen. Jessica ve a Hitman entre el público, apuntando un arma a su cabeza. Hitman, todavía sosteniendo su revólver, mira a Jessica a los ojos y en ellos descubre un alma tan quebrada y vapuleada como la suya. Inevitable e inmediatamente el amor surge entre ellos y, tras asesinar al manager de Jessica, deciden huir juntos. Aquí llegamos a la tercera parte de la historia y la cosa se pone realmente delirante. La reciente pareja, habiendo hallado un amor que creían les sería negado por siempre, se embarca en un pacto suicida que eternice dicho amor. Una vez consumado este acto, Jessica y Hitman se topan con Dios (sí, así como lo leen) quien, obviamente, les niega la entrada al cielo y los condena a una eternidad de sufrimiento en el infierno. Absolutamente determinados, los amantes no renuncian a sus sentimientos aún en medio del peor tormento metafísico y, finalmente, Dios comprende que un amor tan fuerte, capaz de desafiar al averno mismo, merece su lugar en el paraíso. La última escena nos muestra a la pareja sumida en la paz perfecta e idílica que no pudieron hallar en vida. Ahora bien, con semejante culebrón es de esperar que el marco musical sea igual de dramático y pomposo. Efectivamente, lo es, pero no esperen Rock Progresivo o algo por el estilo. Teclados bombásticos, afiebrados beats programados, épicas orquestaciones, voces teatrales recitando los parlamentos de los personajes, ocasionales riffs distorsionados, melodías entre poperas y sinfónicas y una espesa muralla de samples y arreglos electrónicos se ponen al servicio del relato y logran trasladarlo al terreno musical con una exactitud y una profundidad cinematográfica sencillamente apabullantes. Ojo, tampoco se trata de Música Industrial, aunque algunos de los elementos más corrosivos se acerquen a dicho género. Podría decirse que así sonaría Atari Teenage Riot si su líder fuera Andrew Lloyd Weber (o Pepito Cibrián) en vez de Alec Empire. Por supuesto, se trata de un material parado en una cuerda floja entre la magnificencia y el ridículo absolutos. Ya desde el planteo mismo del concepto, no queda del todo claro hasta qué punto Juancito Violento no nos está tomando el pelo. Es como si el tipo buscara conscientemente todo tipo de elementos (musicales, líricos y estéticos) que, comúnmente, se consideran grasas o poco cool (la comedía musical, el melodrama romántico, la Electrónica más bailable y brutal, el Rock más pretencioso) y los forzara a través del filtro descarado, pendenciero y retorcido de su propia visión artística. Más allá de toda elucubración, lo cierto es que el resultado final es absolutamente original e innovador (vamos, una telenovela en clave de Electrónica violenta y oscura, ¿cuándo escucharon algo así?) y entregado con una cuidadísima atención al detalle. Hasta el hecho de que el disco haya sido editado por Earache (el sello que agrupó los primeros trabajos de bandas como Napalm Death, Carcass, Morbid Angel, Terrorizer o Entombed, entre tantas otras) no hace más que agregarle unos cuantos puntos más de curiosidad. “Psycho drama” es de esos discos que pueden generar cualquier cosa (risa, admiración, desdén, incredulidad, odio) menos indiferencia. Y eso ya debería ser motivo suficiente para darle una oportunidad.


-Cubanate “Interference” (1998)
A fines de la década pasada la promesa de popularidad (iniciada por grupos como Ministry, Nine Inch Nails y Marilyn Manson) del Rock Industrial parecía desvanecerse frente al advenimiento de una nueva generación de músicos electrónicos copando la parada del Rock hecho con maquinitas. Desde las propuestas más accesibles (The Prodigy, The Chemical Brothers) hasta las más extremas (Atari Teenage Riot) y experimentales (Aphex Twin), los sonidos Industriales se vieron desplazados en los reflectores por nuevas concepciones rítmicas, sonoras y estéticas. En ese contexto, no faltaron las bandas de pasado Industrial que se adaptaron, de una forma u otra, a estas novedades. Ahí tuvimos a veteranos como KMFDM o Pitch Shifter trocando su agresión casi marcial por flirteos con el Breakbeat y el Drum N’ Bass sin por ello resignar su tradicional energía. Cubanate había logrado causar cierto revuelo en la escena Industrial de mediados de los noventas con tres discos (“Antimatter” de 1993, “Cyberia” de 1995 y “Barbarossa” de 1996) donde exponían una potente cruza entre la violencia de Ministry, los duros ritmos bailables y mecanizados de My Life With The Thrill Kill Kult y la sobrecarga sensorial de Skinny Puppy. “Interference” los encuentra buscando nuevos horizontes sin salirse demasiado de los márgenes impuestos por sus propios gustos musicales. Lo que primero salta a la vista (o al oído, mejor dicho) es el empleo en casi todas las canciones de beats enrolados en el más frenético Drum N’ Bass, lo cual, en combinación con las voces distorsionadas y los riffs entrecortados que arrastraban de su pasado, da un resultado más que interesante. Efectivamente, los británicos no pierden sus cualidades, siguen sonando enfermizos, retorcidos, rabiosos y narcotizados pero ahora dichas cualidades están presentes de una forma mucho más madura y personal. Hasta las letras se adentran en terrenos de intimidad emocional que hubieran resultado impensables en sus entregas previas. Lo mejor de todo es que Cubanate logró aquí pulir su estilo, ganando en profundidad y variantes pero sin necesidad de diluir su sonido o privarlo de fuerza. Y, ciertamente, la combinación de taladrantes bases Drum N’ Bass con guitarras duras y cascadas de samples corrosivos es una idea ganadora. Por supuesto, el grupo se disolvió un año después de la edición de este álbum sin alcanzar nunca el éxito comercial pretendido y quedando en el medio de dos escenas similares pero diferentes. Sea como sea, “Interference” se mantiene en la historia como un disco intenso y creativo y que, de paso, logró llevar a cabo de forma impecable una combinación de sonidos que puede parecer obvia pero pocos se atrevieron a experimentar.


-Redención 911 “97-01” (2001)
Que Chile es un país que cuenta con un mercado más amigable para las propuestas más extremas del Rock (sea Metal, Hardcore, Stoner o lo que fuera) que Argentina no es ninguna novedad. Lo curiosos es que, a pesar de ello, no surjan del país vecino tantas propuestas interesantes como uno podría esperar. Tenemos el Doom/Sludge de Electrozombies, a fines de los noventas estaba el Noise-Core enfermizo y genial de Donfango y poco más hay para destacar. Activos entre 1997 y 2001, Redención 911 (un nombre casi profético) puede sumarse a la lista en lo que hace a intensidad y buenas ideas. El terreno del cuarteto es, en líneas generales, el Hardcore pero de ninguna manera se trata de material genérico. En estos dieciséis temas hay mucho para masticar. Certeros estallidos a toda velocidad y gritados con las venas de la garganta a punto de estallar, pasajes de calma introspectiva, fugaces flirteos con el Jazz, el Noise, el Sludge y la Electrónica, letras netamente políticas (y bastante logradas), melodías emotivas, ritmos variados y un excelso trabajo de guitarra que no se priva de aglutinar en sí mismo las más diversas variantes del Hardcore en general. Se nota que los tipos absorbieron con absoluta naturalidad la historia del género y devuelven su propia interpretación, yendo de los más duros machaques casi metaleros (típicos de los noventas) hasta las más sentidas y elaboradas melodías nacidas en Washington D.C., sin olvidar la furia primigenia y salvaje de principios de los ochentas (por momentos, hasta rozan el Crust) ni ciertas tangentes cubiertas de un exotismo disonante y más difícil de categorizar. Con decir que citaban entre sus influencias a grupos como Minor Threat, His Hero Is Gone, Born Against y Fugazi, ya debería bastar para que los entendidos se hagan una buena idea de por dónde vienen los tiros. El tono general del disco mantiene (a pesar de que se trata de un recopilatorio de todo su material grabado durante su existencia) un altísimo nivel de energía y pasión, tal como el género lo exige, pero sin por ello descuidar la imaginación, el vuelo musical y la inteligencia. De más está aclarar que perderse este discazo por meras cuestiones xenofóbicas, dignas de la más necia de las ignorancias, sería una absoluta estupidez. Si están libres de ese mal, no se priven de una de las obras más personales y destacadas de la historia del Hardcore.


-AC4 “AC4” (2009)
Ok, AC4 cuenta con Dennis Lyxzén (ex Refused, actualmente en The (international) Noise Conspiracy) en voz y David Sandström (también ex Refused) en el bajo. A ellos se le suman el guitarrista Karl Backman y el baterista Jens Nordén, pero a nadie le importa eso, ¿verdad? Sí, me imagino las caras de todo ustedes esperando el retorno triunfal de Refused. Me la imagino porque es la misma cara que puse yo al enterarme de la existencia de AC4. Bien, olvídense de eso, nuestros muchachos no están dispuestos a manchar el impecable legado de su ex banda. Y, por más doloroso que sea, eso está muy bien. AC4 es casi un divertimento, una buena excusa para rememorar viejas glorias del Hardcore/Punk y sacudirse como si todavía tuviéramos quince años. Insisto, no esperen encontrar aquí ninguna de las tangentes experimentales de las que hacía gala Refused, esto es energía en bruto, velocidad, riffs simples, canciones básicas, palo y a la bolsa. Ni siquiera hay lugar para riffs metaleros ni ritmos machacones y hasta la voz de Lyxzén no llega a sonar tan chillona como en su anterior grupo. Esto es Hardcore del viejo, siguiendo la estela de Minor Threat, Black Flag, Negative Approach, 7 Seconds, Bad Brains, el primer Agnostic Front y demás luminarias de los ochentas. Nada nuevo, claro, salvo por el sonido claro, potente y actual logrado por el cuarteto. Algunos se preguntarán qué sentido tiene un trabajo de esta índole a esta altura y quisiera encontrar una buena respuesta pero esta energía salvaje y desatada no me deja pensar. ¿Qué estas quince canciones suenan a otras que ya escuchamos antes? Por supuesto que sí y, sin embargo, la pasión se mantiene intacta, su fuerza resulta tan arrasadora como refrescante y lo que pueda faltar en ideas propias les sobra en pelotas, contundencia y buenas canciones. Ok, lo admito, esto es material descartable para cualquiera que no sienta un cariño especial por el viejo y querido Hardcore, pero eso no tiene por qué ser algo malo. O tal vez sí, pero no seré yo quien se queje ante semejante despliegue de contagiosa adrenalina.


-Blacklisted “No one deserves to be here more than me” (2009)
A poco más de un año del maravilloso “Heavier than heaven, lonelier than god”, los muchachos de Philadelphia ya nos entregan nuevo material discográfico. Sin promoción previa, casi de improviso llega este monumental “No one deserves to be here more tan me” y no queda otra que darle la bienvenida como el mejor disco Hardcore del año, aún cuando es probable que los más puristas ni siquiera lo consideren dentro del género. Dicen las malas lenguas que el principal combustible para la creación de este álbum fue el reciente divorcio de su vocalista George Hirsch, lo cual explicaría entonces la urgencia del mismo a la hora de plasmar sus emociones. De ninguna manera piensen que se trata de material a medio cocinar o, peor aún, que Blacklisted sucumbió ante la tentación de hacer un disco Emo. Si el mencionado trabajo anterior ya mostraba al quinteto expandiendo su paleta sonora sin por ello perder ni un ápice de potencia y rabia Hardcore, aquí la cosa se eleva a niveles inconmensurables de imaginación e intensidad. No se trata sólo de la incorporación de instrumentos poco tradicionales (violines, trompetas, percusiones, voces femeninas), ni siquiera de esos interludios instrumentales en clave de Noise-Rock deforme, si no de un grupo alcanzando una identidad única y abriendo nuevos caminos para lo que se supone que sea el Hardcore en la actualidad. El groove contagioso y monolítico, la voz en llamas, los machaques circulares, los coros surrealistas, las desoladoras melodías de violín y los punzantes punteos que abren la placa en “Our apartment is always empty”, el brutal medio tiempo de “Everything in my life is for sale” (con unos riffs carnosos y movedizos y más punteos geniales), la mecánica densidad cubierta de óxido y feedback de “J.M.N.”, el ritmo cadencioso y casi Grunge del tema que da título al disco con sus guitarras ardiendo entre riffs y acoples, esa trompeta dibujando pinturas musicales sobre un fondo de puro ruido en “G.E.H.”, las crudas guitarras acústicas, las sufridas melodías y la absoluta desazón de “The P.I.G. (Problem Is G.)”, esa suerte de hipnótica marcha fúnebre cargada de (más) acoples, fantasmales guitarras, evocadores coros y gritos pelados que es “I'm trying to disappear”, la rabia desatada y rockera de “Palisade” (casi como una versión Hardcore de los momentos más salvajes de “Bleach” de Nirvana), los riffs espiralados, los aplastantes machaques y las ocasionales disonancias de “Skeletons”, los hermosos arpegios, las cuidadas texturas, las idas y venidas dinámicas y la conmovedora melodía de “I am extraordinary” y las tenues y lejanas melodías que cierran el disco entre sonidos desencajados en “S.M.F.” dejan en claro que Blacklisted se ha ganado su lugar en el podio del Hardcore a fuerza de excelentes ideas y una visceralidad soberbia. Hirsch incorpora modismos más melodiosos en su repertorio vocal pero aún así mantiene su garganta al rojo vivo, logrando así el extraño efecto de gritar y cantar al mismo tiempo. Por el lado instrumental, se nota que los muchachos estuvieron desempolvando sus discos de Nirvana, Tar, Sonic Youth y demás glorias del Rock de los noventas (bueno, esas bandas surgieron en los ochentas, pero se entiende a lo que voy) y supieron adaptar dichas influencias a su típica rudeza Hardcore, dando a luz un resultado absolutamente original y refrescante. En fin, las palabras se me quedan cortas para describir la magnitud de esta obra. ¿Dije mejor disco Hardcore del año? Sería más atinado decir candidato a disco del año a secas.

-Blind To Faith “The seven fat years are over” (2009)
Sin duda alguna, una de las bandas más reivindicadas de este actual revival del Hardcore de los noventas (y sí, si dicho revival está llegando a todas las corrientes rockeras, el mundo de las bermudas, los tatuajes y los brazos en x no iba a ser la excepción) es Integrity. Y con razón. Su particular combinación de rabia Hardcore, pesadez extrema, machaques Thrashers y visiones esotéricas/apocalípticas fue suficiente para generar un universo propio dentro del género, tanto en lo musical como en lo estético. Editados, justamente, por Holy Terror (el sello regentado por los mismos Integrity, donde también hallamos destacados exponentes de ese sonido como Pale Creation, Vegas, Rot In Hell, Gehenna o Ringworm), oriundos de Bélgica y conformados por miembros de grupos como Amen-Ra, Reproach y Rise And Fall, Blind To Faith no escapa del todo a la influencia de los liderados por el enigmático Dwid Hellion. Efectivamente, la violencia desatada, los riffs machacantes, las voces quebradas y esa asfixiante sensación de oscuridad que tiñen estas ocho canciones pueden remitir inevitablemente a las enseñanzas de Integrity. Pero eso no es todo. Sumen un sonido grave y embarrado (en algún lugar entre el Death Metal sueco de la vieja escuela, el Crust y el Sludge), ciertos flirteos con el Grindcore más crudo, algo de groove Death N’ Rollero, toques de hipnótica densidad entre Celtic Frost y Cathedral y hasta alguna que otra guitarra disonante que no hubiera desentonado en bandas como Converge o Deadguy, y tendrán como resultado los afiebrados diecisiete minutos que componen este debut discográfico del grupo. El sonido maneja un equilibrio casi perfecto entre crudeza y contundencia, resultando envolvente y arrasador sin necesidad de apelar a un gran despliegue de producción. Por supuesto, dentro de los seguidores de Integrity, todavía les falta para alcanzar a alumnos más aventajados como Pulling Teeth o Shipwreck A.D., pero, como primer paso, este rabioso “The seven fat years are over” resulta más que promisorio.


-Dead City “Goddamn the 21st century” (2009)
Evidentemente todo este rescate de la década pasada le está sentando más que bien al Hardcore actual. No sé si los años de hegemonía del así llamado Metalcore (y me refiero a bandas como Killswitch Engage, Shadows Fall o God Forbid) han hecho que muchos grupos jóvenes se metan en lugares más oscuros en su búsqueda de inspiración o si, simplemente, se trata de otro de esos ciclos inevitables por los que nos lleva la gran rueda rockera pero, sea como sea, bienvenidos sean estos resultados. Dead City es un quinteto oriundo de Memphis, Tennessee y, con este álbum debut, ya se plantan como una de las propuestas más intensas e interesantes del Hardcore actual. Por supuesto, a la legua se nota que estos tipos mamaron mucho del mejor Hardcore metalizado de la década pasada pero también se hace evidente la voluntad de crear un camino propio antes que simplemente repetir los logros de antaño. Aquí tenemos algo de los machaques gordos y mosheros de Earth Crisis o Strife, las espesas texturas narcóticas de Bloodlet, la densidad asfixiante y catártica de Will Haven, la imaginación violenta y oscura de Unbroken, las visiones entrópicas de Integrity, la tensión enfermiza de Deadguy, la inteligencia riffera de Snapcase y el groove aplastante de Dismebodied, pero en ningún momento suena a copia exacta de ninguno de esos grupos. De hecho, hay más elementos escondidos en la propuesta de Dead City. Solos de guitarra bien colocados (algunos me recuerdan a lo hecho por Bill Steer en Carcass), una especial atención al sonido y las texturas (hay pasajes donde el trabajo de las seis cuerdas alcanza una profundidad casi psicodélica, ya sea con cristalinos punteos casi Post-Rockeros como con cascadas de puro feedback), variantes rítmicas (aceleradas bien Hardcoreras, rebajes casi dumbetas, ritmos trabados, breakdowns saltarines, taquicárdicas cabalgatas metaleras, construcciones dinámicas a la Neurosis) y hasta ciertos toques de melodía entre emotiva y monolítica con los que demuestran su amor por los gordos de Crowbar. Claro, si decimos que esto es algo así como una reinvención del Metalcore de los noventas con un mayor énfasis en la soltura y el nervio netamente rockeros no estaríamos tan mal rumbeados y hasta podríamos asociarlos con bandas como The Hope Conspiracy o Modern Life Is War. Y, sin embargo, el resultado final es mucho más oscuro y opresivo, perdiendo tal vez algún que otro punto de frescura pero compensándolo con una inquebrantable mala onda. Ok, todavía les falta para alcanzar el nivel soberbio de sus referentes pero, si logran desarrollar sus propias ideas (que las tienen) sin quedar atrapados en el revival, pueden llegar a darnos una más que grata sorpresa.


-Grant Hart “Hot wax” (2009)
Mucho menos prolífico y más problemático que su ex compañero Bob Mould, Grant Hart (la otra mitad creativa de los legendarios Hüsker Dü) se ha tomado su buen tiempo entre disco y disco. Diez años desde el anterior “Good news for modern man”, para ser más precisos. Ya desde los lejanos tiempos de Hüsker Dü las diferencias compositivas de ambos se veían claramente, mientras Mould optaba por las canciones más crudas y urgentes, Hart ponía la cuota de delicadeza, elegancia y vuelo psicodélico. Y, si Mould fue puliendo su propia fórmula a través de los años (ya sea en Sugar o en sus trabajos solistas), Hart no se quedó atrás, al menos en términos de calidad, ya que no de cantidad. “Hot wax” nos entrega nueve canciones donde la impronta del ex baterista está siempre presente, con su nasal y sentida voz al frente y ese instinto inigualable para concebir perfectas mini-sinfonías de Pop-Rock tan refrescante como soñador. No falta el empuje Punky de siempre, las guitarras distorsionadas y las bases potentes pero tampoco los sonidos acústicos, los pianos, las cuerdas, el obsesivo trabajo de texturas y arreglos y los pasajes de elevación psicodélica, todo puesto al servicio de las canciones y no como mero truco para jugar a ser sofisticado. A primera vista puede resultar curioso que Hart se haya rodeado de músicos pertenecientes a Godspeed You! Black Emperor y A Silver Mt. Zion para grabar este disco, pero al apreciar la profundidad instrumental y emocional y el gancho certero de las canciones queda más que claro que fue él el que guío a los músicos y no al revés. O sea, no teman, aquí no hay Post-Rock ni Música de Cámara en formato rockero. Insisto, aquí hay canciones. Melódicas, rockeras, emotivas (y con esto me refiero a una amplia gama de emociones, no sólo angustia y frustración), atrapantes e imaginativas, concebidas con un alto grado de atención al detalle pero manteniendo siempre un calor apremiante. Por supuesto, el buen Grant nunca intentó ocultar su amor por David Bowie y los Beatles y eso se hace patente aquí una vez más sin por ello hacer la más mínima mella en su inimitable personalidad musical. En fin, no hay muchos músicos que resulten reconocibles a la primera escucha y muchos menos que, cargando sobre sus hombros con el peso de una auténtica leyenda como Hüsker Dü, mantengan viva la llama creativa, plantados en sus convicciones artísticas pero sin por ello descuidar su propia evolución. Pero no se guíen por mis palabras ni por los pergaminos exhibidos, déjense atrapar por estas magníficas canciones y descubran por su cuenta a uno de los talentos compositivos más destacados de la historia del Rock Americano en general.

-Late Night Condition “Give & take” (2009)
Nuestro país no es un gran caldo de cultivo para el Emo. Claro, si nos guiamos por lo que Chiche Gelblung o los noticieros en general retratan como Emo, probablemente eso sea una buena noticia. En ese contexto, no creo que ni siquiera los muchachos de Late Night Condition quieran ser asociados con semejante palabrita. Más allá de prejuicios y rótulos sin sentido, la propuesta de este cuarteto porteño se mueve claramente por los carriles de aquello que, en la década pasada, conocíamos como Emo-Punk. Canciones simples, riffs distorsionados, arreglos dramáticos, melodías vocales sensibles y gancheras y atmósferas de agobio emocional que nunca llegan a la exageración o el histrionismo desmedido. Las referencias son claras, podríamos mencionar a bandas como The Promise Ring, Samiam (a quienes telonearon recientemente), Jimmy Eat World, The Get Up Kids o Chamberlain pero también a glorias del Rock noventero como Superchunk, Foo Fighters o el primer Weezer. Desde ya, no se trata de material innovador ni pretende serlo. La atención del grupo está puesta en lograr canciones redondas, con un buen manejo de la dinámica, interpretaciones destacadas (en especial en el terreno vocal, el eterno punto flojo de la mayoría de las bandas nacionales) y una innegable calidad melódica. Claro, a las nuevas generaciones, acostumbradas a la pompa teatral y maquillada de grupos como My Chemical Romance, esto puede resultarles demasiado austero o maduro y aquellos que hayan crecido rodeados por los sonidos de las bandas antes mencionadas podrán ser asaltados por una cierta sensación de dèjá-vu. De todas formas, Late Night Condition logra eludir la mimetización con sus referentes musicales a fuerza de composiciones cuidadas, arreglos certeros y una sobriedad que evita que el despliegue de emoción se vaya por terrenos poco elegantes. En fin, si dejáramos de lado la palabra Emo, estaríamos hablando de Rock potente, melódico y con un alto octanaje emocional, ni más ni menos. Mi consejo es, entonces, despojarse de prejuicios infundados y disfrutar sin culpas de estas once canciones que no tienen desperdicio.

7 de diciembre de 2009

Samiam en vivo

Por Fernando Suarez.



No hay mucho para decir. Cuando uno se pasa tres cuartas partes de un concierto lagrimeando y cantando a los gritos hasta quedar afónico, es sumamente difícil encontrar las palabras que hagan justicia a lo experimentado. Cinco tipos ordinarios (al punto de poder pasearse por el recinto y ver a los grupos soportes sin ningún tipo de inconvenientes), probablemente despojados de eso que se conoce como ángel o carisma, pero con un manojo de canciones perfectas bajo el brazo. ¿Qué si sonaron bien? Sí, más allá de que la voz de Jason Beebout por momentos parecía perderse en la marea de electricidad. Pero, ¿a quién le importa eso? Allí estaban nuestras gargantas para tapar a viva voz cualquier hueco. Y sí, no faltaron tampoco esas dos guitarras demostrando, a fuerza de buen gusto y grandes melodías, por qué es una de las duplas más excelsas del Punk y el Rock en general. Pero, en definitiva, nada de eso importaba. Al menos, no para mí. ¿Cómo explicarlo? Las canciones de Samiam podrían servir perfectamente para armar el relato de mi propia vida, tal es mi grado de identificación con ellas. El quinteto se centró exclusivamente en material comprendido a partir del imprescindible “Clumsy” (su única y fallida, en términos comerciales, experiencia con el mainstream) y, por mi parte, no hay quejas al respecto. Inclusive los tres temas iniciales, pertenecientes al último trabajo de estudio (“Whatever’s got you down”) ganaron en vivo una dimensión que no quedó plasmada con tanta intensidad en la placa misma. No faltaron los hits, por supuesto, pero resultó reconfortante comprobar como, en este caso, dichos hits se erigían como tales por sus propios méritos musicales y no por fríos y calculados estudios de marketing. Así, pasaron “Factory” (casi un ejemplo perfecto del soberbio manejo de la dinámica y la melodía del quinteto), “Capsized”, “Stepson” (dos auténticas bombas al corazón), “Bad day” (con el mejor punteo de guitarra de la historia del Rock), “Dull” (un estribillo y una letra que anudan el estómago), “Super Brava” (otro de esos punteos gloriosos y la inmortal línea “no necesito saber a dónde vamos, aún puedo disfrutar del paseo”), “Mudhill” (una excelente prueba de que se puede ser tremendamente emotivos sin necesidad de caer en berrinches adolescentes), “Sunshine” (una gema de perfección Pop entregada con los nervios expuestos en carne viva) y el final con el movedizo “She found you”, entre otras piezas de alto octanaje emocional e insuperable sensibilidad melódica. Y sí, los tipos se dejaron hasta la última gota de sudor sobre las tablas y en todo momento se les desprendía del rostro la satisfacción y la pasión por compartir su música con nosotros. No importa que Jason no sea el tipo más comunicativo del mundo (hecho que se vio empeorado por su extraño acento), porque cuando eleva su garganta con esas increíbles melodías nos está diciendo todo, desnuda su alma y en ella encontramos un espejo de la nuestra. En fin, no creo que haya forma de trasladarles lo que significó para mí este recital sin sonar exagerado o entrar en detalles demasiado íntimos. Una de las mejores y más influyentes bandas del Punk de los noventas pasó por nuestras tierras y dejaron en claro, una vez más, que las buenas canciones siempre ganan.