26 de mayo de 2011

Review: 16Volt "Beating dead horses" (2011)

Por Fernando Suarez.

-16Volt “Beating dead horses” (2011)
Puede que estén pateando caballos muertos, como ellos mismos dicen. Puede que este estilo de Rock pesado Industrial (a falta de una mejor definición) remita inevitablemente a la segunda mitad de los noventas, con sus maquillajes siniestros, sus ropas de cuero y/o látex, su desprecio por la corrección política, sus himnos a la decadencia, sus ritmos tan aptos para el pogo como para las pistas de baile y sus estribillos gancheros enmugrecidos por distorsiones digitales varias. Puede que no haya demasiado jugo para sacarle a dicha propuesta, en definitiva no estamos hablando del costado más experimental de la Música Industrial sino, por el contrario, de aquel que se mantiene apegado a estructuras y modismos Rockeros más bien tradicionales. Si encima tenemos en cuenta que muchos de los nombres más destacados de aquella camada (Chemlab, Gravity Kills y Stabbing Westward son los primeros que acuden a mi memoria) ya no existen, entonces la posición de Eric Powell (eterno líder de 16Volt) y sus acompañantes de ocasión es aún más solitaria. El punto es que, más allá de cualquier tipo de especulación, aquí la cosa pasa por hacer buenas canciones Rockeras, de esas que generan calor en el cuerpo y abren la puerta a malos pensamientos. Y, en ese aspecto, 16Volt no tiene nada de qué preocuparse. Todo su vasto arsenal de samples y ruiditos varios está puesto en función de darle una mayor profundidad a canciones que apuntan claramente al gancho inmediato y no fallan. Pueden ponerse duros, casi metálicos (aunque sin llegar nunca a la agresión de un Ministry, por ejemplo), pueden replegarse en pseudo-baladas de tono introspectivo, pueden jugar con un groove de tono Hard-Rockero, pueden estallar en danzas tan coloridas como ásperas y hasta pueden despacharse con estribillos Poperos de esos que se adhieren a la memoria de forma inmediata. Y, aún así, siempre persiste una sensación de óxido y encierro, un espeso aire de inquietud y una sobrecarga sensorial apoyada por un trabajo de orquestación tan cuidadoso como certero e imaginativo. Y es que, con más de veinte años de experiencia en la materia, Powell ya domina su arte con absoluta maestría y sabe exactamente dónde golpear para que duela más. Un disco ideal para bailar con cara de perturbado como si fuera 1996.

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