7 de julio de 2009

SST Records: Detrás de las leyendas (Un repaso por las gemas oscuras del sello)


Por Fer Suarez.

SST Records nace en 1978 como un vehículo para que Greg Ginn pudiera editar los discos de su banda, Black Flag. Gracias a su tenaz ética de trabajo, en poco tiempo el sello se erigió no sólo como un ejemplo a seguir por otros paladines de la independencia Punk (Alternative Tentacles, Dischord, Touch & Go), si no también como un catálogo del mejor Rock que se podía escuchar en el Underground americano de los ochentas. Y no me refiero simplemente al Hardcore/Punk patentado por íconos como Bad Brains o los mencionados Black Flag, SST contó también en sus filas con grupos que marcarían a fuego la música que se escucharía en la siguiente década. Así, podíamos toparnos con el Punk-Pop de los Descendents, el Doom de Saint Vitus, el Noise-Rock de Sonic Youth, esa suerte de proto-Emo de Hüsker Dü (que también resultaría terriblemente influyente en lo que luego se conocería como Rock Alternativo), los primeros pasos del Grunge con Screaming Trees, Dinosaur Jr. y Soundgarden a la cabeza, y una raza de inclasificables bandas como Meat Puppets y Minutemen (y su continuación en fIREHOSE) que expandieron los límites sonoros del Punk hasta alturas insospechadas, sumando una vasta gama de influencias que, en esos seminales años, todavía eran consideradas herejes. Claro, todas estas son bandas que, a pesar de no haber obtenido (en su mayoría) el reconocimiento que merecían en su propio tiempo, fueron debidamente rescatadas por la prensa musical (hasta la abominable Rolling Stone llegó a nombrar a Black Flag y Minutemen entre los grupos más relevantes de los ochentas) años después. Pero debajo de esas leyendas había todavía mucha música para ser descubierta. De hecho, la oferta musical de SST se volvió cada vez más ecléctica, llegando a sumar artistas directamente ligados con las más vanguardistas escenas del Jazz, como Fred Frith o Elliot Sharp. Lo que aquí presentamos es un recuento (absolutamente subjetivo, por si hace falta aclararlo. Quedan muchos grupos afuera, pero tampoco esperarán que les demos todo servido en bandeja, ¿no?) de algunos de los nombres más interesantes y menos reconocidos del universo SST a través de los que consideramos sus discos más representativos.





-Dicks “Kill from the heart” (1983)
Nacieron en Texas en 1980 y se mudaron a San Francisco para la época en que grabarían este, su álbum debut. Una movida lógica si tenemos en cuenta que el cantante Gary Floyd hablaba abiertamente en sus letras no sólo de sus posiciones marxistas si no también de su homosexualidad. ¿Puto, Punk Y comunista? Sí, una mala combinación para expresarla en uno de los estados más retrógrados de los Estados Unidos. Musicalmente, el grupo mantenía ese efervescente nervio Punk, una crudeza primigenia a la que, sucesivamente, le fueron sumando elementos de Funk, Country y Blues a la manera de bandas como Big Boys (con quienes compartían una gran afinidad musical e ideológica desde sus comienzos) o Minutemen. “Kill from the heart” ofrece doce memorables himnos Punkys (a veces rozando la aceleración del Hardcore, pero en la mayoría de los casos manejando esos medios tiempos saltarines a la Circle Jerks) que invitan a la más descontrolada de las danzas, con guitarras endiabladas y desprolijas (chequeen la increíble versión de “Purple haze”, ideal para hacer llorar a todo aspirante a virtuoso de las seis cuerdas) y la voz de Floyd entre el quiebre total y el irrespetuoso sentido del humor. No por nada grupos como Mudhoney, Butthole Surfers o Limp Wrist le han rendido homenaje a estas pijas, ya sea en forma de covers o de canciones dedicadas a ellas.


-Stains “Stains” (1983)
Con un nombre que invitaba a la confusión (M.D.C. llevó también el nombre de Stains en sus primeros años), este cuarteto oriundo de Los Angeles se adelantaría por unos años (tengan en cuenta que el disco se grabó en 1981 y la banda ya llevaba cinco años de carrera) a la cruza de Hardcore y Metal que sería conocida como Crossover y popularizada por bandas como D.R.I., Corrosion Of Conformity y Suicidal Tendencies un tiempo después. Bases aceleradas y frenéticas, riffs cargados de mala onda (por momentos suena como si aquel “Undisputed Attitude” de Slayer hubiera estado inspirado directamente en el trabajo aquí desplegado por el guitarrista Robert Becerra), solos absolutamente desafinados y mal tocados (otra vez Slayer, aunque, claro, la cercanía con los momentos más pesados de Greg Ginn en Black Flag también es notable), una voz enojada vomitando versos de pura misantropía (otro elemento más afín al Metal que al Punk de esos años), todo condensado en once bombas de puro odio que hacen quedar a tanto revivalista del Crossover como tontuelos sin sustancia ni ideas propias.


-Saccharine Trust “Surviving you always” (1984)
Saccharine Trust fue la tercera banda (Black Flag, obviamente, fue la primera, seguida por Minutemen) en ser editada por SST, con su ep debut de 1981, “Paganicons”, un áspero y breve recorrido de crudo Punk-Rock con pretensiones artísticas que alguna vez fuera elegido por Kurt Cobain entre sus cincuenta discos preferidos. Tres años después nos lanzaron este baldazo de ácido en la cara y ya nada volvió a ser igual. Liderados por el cantante Jack Brewer (alguna vez definido por la prensa como el Jim Morrison del Punk) y el inquieto guitarrista Joe Baiza, Saccharine Trust fue una de las bandas más radicales dentro del sello en eso de incorporar los más desencajados sonidos del Free-Jazz a su, ya de por sí, catártica, ruidosa y retorcida interpretación del Punk. Digamos que si en hoy día podemos aceptar sin problemas una etiqueta como la de Punk-Progresivo, sin duda alguna es gracias al incansable trabajo creativo de esta banda. Ritmos en constante proceso de mutación (desintegrándose en golpes inconexos para luego tomar forma y golpear duro y parejo o simplemente jugando a extrañas geometrías rítmicas), una guitarra explosiva que exprimía los fantasmas de Hendrix, Coltrane y Fripp a través del prisma quebrado de Greg Ginn, un bajo que acompañaba con sus correspondientes contrapuntos y una voz al rojo vivo recitando con vehemencia (casi como una cruza entre Henry Rollins y Jello Biafra, vaya parejita) sus retorcidas poesías cargados de oscuros simbolismos políticos. Saccharine Trust ahondaría aún más en los terrenos de la experimentación con un disco totalmente improvisado en vivo (“Worldbroken” de 1985) y otro donde se tiran de cabeza a la pileta del Jazz, el excelente y, por momentos, desconcertante “We became snakes” editado en 1986. En cualquier caso, más allá del enorme nivel de sus discos, el más importante legado que dejó el grupo fue el abrir la puerta a nuevas formas de investigación compositiva dentro del Punk, demostrando así que las más sesudas y arties elucubraciones no tenían por qué contraponerse con la energía cruda e inmediata del género.

-Angst “Lite life” (1985)
No todo era Hardcore rabioso y Punk deforme en SST, ahí estaba Angst, un trío de nerds que bien podían competir con los primeros trabajos de R.E.M.. El gordito Frank Black reconoce la enorme influencia que este grupo ejerció en el sonido de los Pixies y en su propio trabajo solista, y no es para extrañarse. Doce canciones perfectas comprimidas en poco menos de media hora, grandes melodías con una sensibilidad que tenía tanto de Pop como de Folk y un aire rockero heredero de los momentos menos lánguidos de Lou Reed y The Velvet Underground. Joe Pope y Jon E. Risk (bajista y guitarrista respectivamente) se repartían las tareas vocales logrando resultados tan emotivos como creativos. El sonido es simple y despojado, los arreglos certeros y manejados con un instinto melódico superlativo. Y, a pesar de todo, es imposible no notar la energía Punky sirviendo como combustible para las composiciones. La diferencia reside en que el Punk en Angst está más cerca de la intelectualidad de bandas como Wire, The Fall o Gang Of Four, antes que del rugido de Black Flag o la histeria de los Dead Kennedys. Y, ciertamente, las melodías de estos tipos eran demasiado cuidadas como para asociarlos con el desparpajo de los Descendents o la catarsis de Hüsker Dü. Pero no se queden con mi palabra, chequeen excelsos temas como “Love dissolves” (si R.E.M. hubiese tenido al frente a Grant Hart, hubiera sonado así), “Turn away” (aquí notamos la clara influencia que tuvo el grupo sobre los Pixies), “Just to please you” (la clase de Pop que los Smiths nunca lograron hacer bien), “Glad I’m not in Russia” (un Country con la ironía exacerbada), “Lite life” (una lección de Punk arty y ganchero), “It’s all life” (epilepsia Funk más suciedad Punk más un estribillo a pura dulzura), “Butler grace” (Folk a toda velocidad), “Friends” (histrionismo Punk bien entendido) o “Ignorance is bliss” (una letanía cargada de amargura melódica) para comprobar que no estoy exagerando. En los años posteriores editarían tres discos más (“Mending wall”, “Mystery spot” y “Cry for happy”) donde irían puliendo su sonido, acercándose aún más al Pop sin por ello perder intensidad.

-Tar Babies “Fried milk” (1987)
Los Minutemen dieron el puntapié inicial en eso de combinar magistralmente la energía y la urgencia del Punk con el groove sincopado del Funk y este trío oriundo de Wisconsin tomó buena nota de dichas lecciones aplicándolas a su propia experiencia sonora. Allí donde los liderados por Mike Watt y el fallecido D. Boon presentaban una sobriedad intelectual a la par con sus orígenes de clase trabajadora, los Tar Babies se comportaban como duendes en pleno viaje de ácido, llevando su desorbitado Punk-Funk a desquiciadas alturas de puro surrealismo sin caer nunca en la mera autoindulgencia. Buenas canciones, por supuesto, sostenidas por ritmos picantes e infecciosos, un bajo hiperquinético, una guitarra con swing, dedos e ideas para regalar, y una voz que lograba conjugar fuerza, locura y buenas melodías con una personalidad única. A esa altura las influencias del Jazz no eran novedad en las bandas de SST y estos muchachos abrazaban también esos nuevos aires de libertad creativa con un nivel interpretativo que pone en ridículo aquella obsoleta noción de que las bandas Punks no sabían tocar sus instrumentos. Hasta incorporarían, en sus trabajos posteriores (también muy recomendables, por cierto), instrumentos de viento, potenciando aún más su costado Funky/Jazzero. No por nada su baterista (Dan Bitney) luego se incorporaría a grupos como Tortoise e Isotope 217. Pero es en “Fried milk”, con diecinueve impecables e irresistibles temazos, donde lograrían plasmar sus mejores, más efervescentes y, al mismo tiempo, equilibradas composiciones.


-Blind Idiot God “Blind Idiot God” (1987)
¿Una afiebrada base Hardcore sosteniendo riffs de maldad metalera, texturas ruidosas y expansividad Dub? Así comienza (con “Stravinsky/Blasting off”, un título que ya nos da alguna pauta de por dónde viene la cosa) el debut autotitulado de este deforme trío instrumental oriundo de Missouri. No es casualidad que luego trabajaran en un ep con John Zorn y que el mismo les editara su último disco (“Cyclotron” de 1993) en su propio sello, Avant Recors. Estos adoradores de Lovecraft (su nombre está tomado de la descripción que el autor hace del dios Azathoth) fundían el nervio Punk con las más angulares estructuras del Jazz y el Rock Progresivo y envolventes cascadas de ruido guitarrero, mucho antes de que términos como Math-Rock o Shoegaze siquiera fueran acuñados por la prensa musical. Y ciertamente basta escucharlos para descubrir de dónde roban sus ideas los tan laureados Dub Trio. Partían desde los trabajos instrumentales de Black Flag y despegaban hacia siderales alturas de puro surrealismo Avant-Garde (qué hembra), bebiendo tanto de la más sesuda Música Contemporánea como del más drogón de los Dubs pero siempre manteniendo una impredecible tensión, una aspereza sonora y una intensidad difícil de encontrar en grupos tan intelectuales. El profundo bajo de Gabriel Katz lanzaba sacudidas al estómago con la concentración y la disciplina de un monje Shaolin, el baterista Ted Epstein jugaba al pulpo Manotas repartiendo golpes a diestra y siniestra, estallando en frenéticas aceleradas, replegándose en remansos psicodélicos o simplemente orbitando entre el groove más canchero y los tempos más irregulares que el Rock pudiera concebir. Pero, claro, la figura indiscutida era la guitarra de Andy Hawkins, un tipo capaz de cubrir una vasta gama de géneros musicales (Metal, Dub, Noise, Jazz, Hardcore, Funk y un montón de variantes de difícil categorización) sin salirse nunca de su propio sonido distorsionado, dándole profundas pinceladas de colores irreales a las, ya de por sí, lisérgicas composiciones del trío. Casi como un Jimi Hendrix parido en los más cavernosos y dementes recovecos del horror cósmico. Aparte, un disco que culmine con un tema llamado “Raining Dub” no puede fallar nunca.


-Alter-Natives “Group therapy” (1988)
Ciertamente, los seguidores más ortodoxos del Punk SSTiano deben haber odiado este disco con todas sus ganas. Peor para ellos. Alter-Natives era un cuarteto (devenido en trío para su siguiente y último disco, “Buzz”, editado en 1989) instrumental que sumaba a la clásica formación rockera (guitarra, bajo y batería) la inestimable presencia de Eric Ungar, encargado del saxofón y la flauta. Sí, leyeron bien. Si están imaginando a Ian Anderson con sus calzas y sus saltitos de juglar caricaturesco, por favor borren esas horribles imágenes de sus mentes. Está claro que el delirante caos musical propuesto por estos nativos de Richmond tenía más de una conexión con el Rock Progresivo, pero sería más apropiado verlos como una versión Punk de la lisergia multicolor de bandas como Gong o Magma. Abundan en este “Group therapy” los tempos frenéticos y los abruptos cambios de ritmo, no faltan los riffs enroscadísimos ni los pasajes de pura cepa Jazzera (y no me refiero solamente al costado más abstracto y ruidoso del género, si no también al efervescente Bebop) y hasta hay lugar para delicados remansos de psicodélica ensoñación. Por suerte, ahí está el corazoncito Punk aportando, por un lado, una energía desbordada y urgente y, por el otro, una disciplina y una cohesión que evitan a toda costa el mero despliegue de autoindulgencia interpretativa. Es probable que sin el aporte de los instrumentos de viento antes mencionados el grupo suene (como sucede parcialmente en “Buzz”) como una versión moderada de Saccharine Trust, pero lo cierto es que aquí, en combinación con las inquietas líneas de bajo de Chris Bopst, los hiperquinéticos golpes de Jim Thomson (quien, como dato de color, también formara parte de ese circo ambulante del Metal conocido como Gwar) y los eclécticos desplantes guitarreros de Greg Ottinger, logra resultados de una creatividad apabullante. Lo mejor de todo es que el evidente virtuosismo de estos tipos estaba puesto en función de generar explosivas composiciones que estimularan tanto la mente como el cuerpo, aquí no hay nada que remita a la frialdad pomposa de bazofias como Yes o Genesis. Pueden tomarse su tiempo y descubrir el infinito cosmos de ideas musicales aquí desplegadas o bien pueden dejarse llevar sin miramientos y sacudirse como epilépticos con cada uno de estos afiebrados temas.

-Bl’ast “Take the manic ride” (1989)
Bl’ast siempre tuvo que cargar en sus espaldas con la injusta acusación de ser otro clon de Black Flag. En primer lugar, ninguna banda con un mínimo de fuego Hardcore/Punk ardiendo en sus entrañas puede escapar del influjo de la Bandera Negra. Es como reducir a Kyuss a meros imitadores de Black Sabbath. Está claro que Mike Neider (para la época de este disco, el único guitarrista del grupo, antes acompañado por Steve Stevenson y, brevemente, por William Du Val, el actual vocalista de Alice In Chains) se aprendió de memoria y al pie de la letra el catálogo de riffs de Greg Ginn y que la voz de Clifford Dinsmore remitía inevitablemente al tono seco y áspero de Henry Rollins, pero de alguna forma estos californianos se las arreglaron para llevar sus influencias a parajes sumamente personales y atractivos. Bl’ast toma bastante de la etapa intermedia y final de Black Flag (desde “My war” hasta “In my head”, a grandes rasgos), en especial en lo que hace a riffs enroscados y estructuras casi Progresivas. La principal diferencia es que estos muchachos no se dejaban tentar por los pantanosos tempos arrastrados, manteniendo siempre una energía maniática (claro), ideal para montar tablas de Skate a toda velocidad. Los extensos desarrollos de temas como “Somewhere i’ve found” y “Look inside” demuestran el gran sentido de la dinámica que manejaba el cuarteto, al tiempo que ponían de manifiesto una ajustadísima interpretación instrumental que, de cierta forma, los acercaba al Metal. No por nada una banda como Fu Manchu los homenajeó en más de una ocasión. Pero, claro, el flirteo con los sonidos pesados de Bl’ast nada tenía que ver con el Crossover que florecía por esos días, ellos estaban más cerca de Tony Iommi que de Kerry King. Lo mismo que Black Flag, dirán ustedes. Y sí, pero mientras la pegajosa angustia de los liderados por Greg Ginn nos obligaba a un redescubrimiento introspectivo, la música de Bl’ast nos llevaba de paseo por los más aturdidores paisajes urbanos, dibujando edificios, autopistas y grises calles surcadas por mareas de rostros anónimos con cada riff. “Take the manic ride” sería el tercer y último álbum del grupo (precedido por los nada despreciables “The power of expression” de 1986 e “It’s in my blood” de 1987) que luego cambiaría su nombre a Blackout (editaron dos ep’s bajo esa denominación) y más adelante a Lab. En 2001 ocurriría una breve reunión para algunos shows en la costa Oeste de los Estados Unidos, pero sin nuevo material a la vista. Actualmente Dinsmore destruye su garganta al frente de los Sludge Gargantula y Neider trabaja en Gusto, un proyecto junto a ex miembros de Kyuss, Queens Of The Stone Age y Unida.

-Volcano Suns “Thing of beauty” (1989)
Luego de la obligada disolución de Mission Of Burma, Peter Prescott (baterista y cantante en dicha banda) forma Volcano Suns buscando un sonido intenso pero no tan intrincado como el de su anterior banda. Luego de tres discos y algunos cambios de formación (allí ingresa el bajista Bob Weston, quien luego formaría parte de Shellac y de la reformada versión de Mission Of Burma) el grupo ingresa a las filas de SST con “Farced”, editado en 1988. Un año después y tras otro cambio de guitarrista (sale Chuck Hahn, entra David Kleiler) nos entregan este monumental disco doble, como siguiendo la tradición iniciada por Hüsker Dü y Minutemen con “Zen arcade” y “Double nickels on the dime” respectivamente. El sonido de Volcano Suns guardaba resabios de aquella combinación de virulencia Punk, experimentación psicodélica/ruidosa y gancho Pop de Mission Of Burma, pero se presentaba de forma mucho más inmediata, dejando de lado los collages sonoros en pos de una sólida y básica formación rockera tradicional. Algunos veían en el trío una suerte de versión melódica y sofisticada del Grunge primigenio de Mudhoney, y no estaban tan alejados de la realidad. Las canciones sonaban mugrientas y directas (cortesía, oh casualidad, de la habilidad como ingeniero de Steve Albini), sin por ello resignar las estupendas líneas vocales (en algún lugar entre la angustia de Hüsker Dü, las rudas declamaciones de Big Black y una festividad desfachatada y netamente Popera) ni ciertas excentricidades rítmicas y sonoras casi inevitables si tenemos en cuenta el pedigree de estos músicos. Hacia el final del disco nos topamos con sendos covers de Brian Eno, MC5 y Devo, lo que dice bastante sobre las intenciones musicales y estéticas del grupo. En cualquier caso, Volcano Suns ofició como perfecto puente entre la vanguardia Post-Punk americana de los ochentas y el incipiente Grunge que, justamente, nacería de esas enseñanzas.


-SWA “Volume” (1991)
Poco antes de la grabación de “My war”, el bajista Chuck Dukowski (su verdadero nombre era Gary McDaniel) es despedido de Black Flag, manteniendo no obstante una estrecha relación con sus ex compañeros, ya sea componiendo temas para el grupo (el tema que da nombre al mencionado disco es de su autoría y, justamente, relata el enojo del bajista por el supuesto maltrato recibido por parte de Greg Ginn) o a través de su incansable trabajo en SST. Musicalmente, Dukowski reformó brevemente Würm, su banda pre-Black Flag con quienes editó el rabioso “Feast” en 1985, y luego se abocó a su nuevo proyecto, SWA. A través de sus cinco discos (y numerosos cambios de formación. Hasta Ted Falconi, guitarrista de Flipper, fue parte de una temprana encarnación del grupo), este conjunto buscaba sintetizar en su propuesta el costado más retorcido de Black Flag con una clara inclinación por el Rock pesado de los setentas (Black Sabbath a la cabeza), logrando un resultado que probaría no tener medias tintas. Algunos (entre los que podemos contar al irascible Steve Albini) la consideraron la peor banda jamás editada por SST, mientras que otros supimos apreciar la sudorosa energía y el enorme caudal creativo que se escondía en su música. “Volume” fue el último álbum de SWA y el único en contar con la ausencia del vocalista Merrill Ward (antes miembro de los Overkill de Los Angeles. No confundir con los Thrashers neoyorquinos del mismo nombre), aquí relegado a alguna que otra aparición invitada mientras que la mayoría de las voces corrían por cuenta del propio Dukowski. El cambio es notable, mientras que el estilo de Ward todavía mantenía serios lazos con cierto histrionismo Hard-Rockero, la voz del buen Chuck probaba ser mucho más cruda y concisa, logrando así borrar cierto aire a pretenciosidad (o a intrincada parodia) que solía asomar la cabeza en sus trabajos previos. En lo instrumental, el grupo suena también más furioso, ajustado y creativo que nunca. El dominante bajo del ex Black Flag, el swing preciso y esquizofrénico del baterista Greg Cameron y la ruidosa guitarra de Phil Van Duyne se entrelazaban en tensas batallas rifferas, distorsionadas epopeyas de pura disonancia que lograban resumir nombres como MC5, Black Sabbath, John Coltrane, Led Zeppelin y George Clinton, rescatando al mismo tiempo ese espíritu emocionalmente quebrado de Black Flag. Y todo en frenéticas canciones que no superaban la marca de los tres minutos.


-Fatso Jetson “Stinky little gods” (1995)
Por el sólo hecho de haber contado con Brant Bjork (legendario baterista de Kyuss y Fu Manchu, entre otros) en sus filas y asociarse en diversos proyectos con Josh Homme (reconocido fanático del grupo, inclusive les editó un disco en su propio sello discográfico), se suele asumir, erróneamente por cierto, que Fatso Jetson es una banda de Stoner Rock. Si bien el clima desértico y la psicodelia son elementos innegables en la música del, por ese entonces, trío, aquí no encontrarán riffs Sabbatheros saturados de graves ni loas ruteras a la marihuana y el Rock setentoso. Fatso Jetson continuaba la tradición de los tríos eclécticos de SST (Minutemen, Meat Puppets, Tar Babies) fundiendo diversos estilos con una frescura y un corazón claramente Punk. Así, en este disco debut desfilan géneros como el Funk, el Country, el Surf, el Blues, el Pop, el Jazz o la Psicodelia, siempre supeditados a la efervescencia rockera del Power-Trio. Claro, en la construcción de algunos de los riffs más pesados es posible rastrear las fuentes de dónde bebería Homme a la hora de componer para Queens Of The Stone Age, pero la guitarra de Mario Lalli (también vocalista y líder indiscutido del grupo) está lejos de la sucia gravedad de aquel, y ciertamente el bajo de su primo Larry tiene un protagonismo que los acerca más a otros parientes (los hermanos Kirkwood de Meat Puppets) que al catálogo de Sabbathismos regurgitados del Stoner. El componente setentoso se presenta más bien en el espíritu de absoluta libertad que sobrevuela todo el disco, antes que en modismos calcados de aquella época. Hay volados temas instrumentales (cinco, para ser precisos) y hasta algún que otro pasaje que suena a zapada, pero nunca se salen de la canción. Inclusive los diez minutos finales de “Corn on the macabre” se enroscan como anillos de humo sobre un mismo riff que se repite con efectos hipnóticos y un groove que tiene más de George Clinton que de Tony Iommi.


-Oxbow “Serenade in red” (1997)
Aún en sus momentos de menor actividad, SST se las seguía arreglando para entregarnos alguna que otra joyita. “Serenade in red” es el cuarto trabajo de Oxbow y el único editado por SST. Recién en 2002, a partir de su asociación con Neurot Recordings (el sello de Neurosis) y luego con su pasaje a Hydrahead (el sello de Aaron Turner de Isis, todo queda en familia) este cuarteto comenzó a recibir (al menos en selectos círculos) la atención que se merecía. Pero, más allá de la innegable evolución que experimentó el grupo, aquí ya encontramos las pautas que definen su tremendamente insano sonido. Bases entre frenéticas y narcóticas, una tensión que roza lo insoportable, una guitarra que se deshace entre laberínticos riffs, lisérgicos arpegios y un sinfín de estridencias y cuerdas abusadas, y una voz (la del intimidante Eugene Robinson) que estrangula todas las nociones que uno pueda tener sobre el rol que debería cumplir un cantante en un grupo de Rock. Claro, sería fácil definirlos como un The Jesus Lizard colapsando (el hecho de que contaran con Steve Albini tras las perillas ayuda a tal comparación) entre espasmos generados por el más agudo síndrome de abstinencia, o como un Led Zeppelin deconstruido entre océanos de LSD, pero cualquiera con un par de oídos podrá detectar que hay más en Oxbow que la suma de sus influencias. Hasta se permiten un dueto vocal con Marianne Faithfull, con resultados espeluznantes, en el buen sentido de la palabra. Fragmentadas sinfonías rockeras para el más abyecto y sórdido de los desequilibrios mentales, eso es lo que Oxbow tiene para ofrecer. Música para gente valiente.


-Gone “Gone II: But never too gone!” (1986), “Country dumb” (1998), “Epic trilogy” (2007)
¿Cómo? ¿Los demás grupos tienen destacado un solo disco y estos tienen tres? Antes de que se pregunten el por qué de semejante acto de injusticia, sepan que estamos hablando del principal y más longevo grupo Post-Black Flag (bueno, en rigor de la verdad, Gone convivió con los últimos suspiros de dicha banda) de Greg Ginn. Y sin ese señor, yo no estaría acá escribiendo esto, así que creo que se lo merece. Por supuesto, podríamos hablar de sus discos solistas o de alguno de sus numerosos proyectos (October Faction, Mojack, Hor, FastGato, Confront James, El Bad, The Perfect Rat y un eterno etcétera) pero es en aquí donde Ginn dio rienda suelta al estilo guitarrero único que ya nos deslumbrara en los últimos trabajos de Black Flag. Siempre concebido como un trío instrumental, la carrera de Gone bien puede dividirse en tres etapas, de las cuales escogimos los que consideramos sus discos más representativos. La primera encarnación, como mencionamos antes, surgió cuando Black Flag todavía existía y contaba con una base rítmica de lujo, Andrew Weiss en bajo y Sim Cain en batería. Sí, son los mismos que luego Henry Rollins emplearía en los primeros álbumes de su Rollins Band. El sonido de Gone bien podría ser considerado como una extensión del costado instrumental más retorcido del último Black Flag, con la guitarra de Ginn llevando la batuta a través de enroscados y mugrientos riffs y esos desquiciados solos que apuntaban a la catarsis Free-Jazzera antes que al exhibicionismo rockero. El espíritu Punk se mantiene presente, pero en lo formal la música del trío se acercaba más a una cruda mezcla de Hard-Rock, Jazz, Funk y hasta cierta deformidad rozando lo Progresivo. Lo interesante es que no se trata simplemente de zapadas colgadas y sin sentido, si no de canciones. Enfermas, retorcidas, todo lo que quieran, pero canciones al fin. El bajo de Weiss rugía furioso con ese latir de Funk adrenalínico y la batería de Cain retumbaba con cada atronador golpe, conformando los dos una indestructible pared rítmica para que Ginn se explayara traduciendo sus obsesiones por medio de sus inquietos (y, a veces, torpes, para qué negarlo si allí reside gran parte de su encanto) dedos. Esta formación grabaría dos discos, ambos editados en 1986, aunque el primero (“Let’s get real, real gone for a change”) fue registrado un año antes. Al poco tiempo de la edición del segundo álbum (el que aquí recomendamos para cubrir esta etapa), Greg disuelve el grupo y no es hasta 1994 que el nombre Gone resurge con una nueva formación. Esta vez las base rítmica fue a parar a manos de Steve Sharp (bajo) y Gregory Moore (batería) y en ese mismo año saldrían a la calle dos discos, “Criminal mind” y “All the dirt that’s fit to print”. Ambos mantenían el sonido característico del grupo, pero se sumaba un componente inesperado a la receta, la electrónica. Sí, la batería era tocada por un humano pero su sonido era claramente sintético y, de hecho, los ritmos acentuaron y endurecieron su Funkismo con beats martilleantes, casi como una versión cibernética de lo que hasta entonces conocíamos como Gone. Este experimento siguió en “Best left unsaid” (1996), pero no fue si no hasta el siguiente (y último disco con esta formación) “Country dumb” (1998) que la mezcla da sus mejores resultados. Aquí sí las texturas electrónicas se funden con el magma distorsionado de la guitarra de Ginn, conformando una abrasiva pared sonora que, por momentos, suena como una versión psicodélica de los legendarios Big Black de Steve Albini. A continuación sobreviene otro hiato (que coincidiría con los serios problemas monetarios y de distribución que estaba enfrentando SST), esta vez de nueve años, y en 2007 Gone se vuelve a poner en marcha. En esta ocasión, Giin se encargó él mismo del bajo (tal como hiciera en el mítico “My war” de Black Flag, bajo el nombre de Dale Nixon), sumando a Andy Batwinas como tecladista y percusionista y dejando la batería en manos de una máquina, simplemente conocida como Drummer. “The epic trilogy” se edita ese mismo año y es, hasta el momento, el único registro de esta encarnación de Gone. Se trata de un cd doble, con cada uno de sus discos conteniendo tres extensas composiciones (de ahí el título) de entre quince y dieciséis minutos de duración. La salvedad es que el primer cd muestra las versiones instrumentales de dichos temas y el segundo entrega lo mismo pero con el agregado de los delirios vocales de H.R., el legendario vocalista de Bad Brains. Como era de esperar, los sonidos electrónicos permanecen, lo mismo que el groove mecanizado y los inconfundibles malabares guitarrísticos del Sr. Ginn. Al mismo tiempo, al tratarse de temas tan extensos, hay más espacio para flirteos con el Dub (algo que calza a la perfección con la voz de H.R.) y hasta cierta hipnótica repetición que roza el Kraut-Rock. Hasta los devaneos vocales del morocho recuerdan más a los delirios de Damo Suzuki en Can que a su propio trabajo en los Bad Brains. Todo esto sin perder ni por un segundo el sonido distintivo del grupo, básicamente dominado por la guitarra crujiente del buen Greg que no pierde las mañas y encima se da el lujo de jugar con melodías y ritmos inéditos en su historial. Por supuesto, su trabajo en Gone no llegará a partir al medio la historia del Rock como lo hiciera con Black Flag, pero no son numerosos los casos de músicos tan influyentes que mantengan la llama ardiendo en sus entrañas y el apetito creativo siempre saludable sin caer en excentricidades autoindulgentes o delirios de grandeza. Por el contrario, Ginn mantuvo siempre un perfil bajo, concentrado en aquello que realmente importa, la música.