25 de agosto de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Bastard Noise “A culture of monsters” (2010)
Como dijera Darth Vader alguna vez, el círculo está ahora completo. Si algo le faltaba al revival del Powerviolence era el retorno de Man Is The Bastard, no sólo banda pilar del género (de ellos surge, de hecho, la denominación) si no también aquella que siempre se encargó de empujar sus límites hacia nuevas alturas de creatividad y delirio. Por supuesto, no se puede hablar de una reunión en regla, en definitiva Eric Wood (cantante, bajista y eterno líder ideológico de este conglomerado) y compañía decidieron mantener el nombre de Bastard Noise, aquel que emplearan desde 1991, aún cuando, con el retorno del baterista Joel Connell, la propuesta dejara de lado la pura abstracción ruidosa que desplegara en todos estos años en pos de una vuelta a ese particular sonido que hizo de Man Is The Bastard uno de los nombres más relevantes de la música extrema en general. El puntapié inicial fue el Split con The Endless Blockade (una de las bandas más destacadas de la nueva generación Powerviolence) y aquí tenemos finalmente el larga duración que todos estábamos esperando. Y lo mejor es que, con siete temas desperdigados en treinta y siete minutos y medio, estos veteranos californianos se mantienen fieles al espíritu siempre inquieto de Man Is The Bastard, moviéndose hacia adelante y proponiendo ideas frescas antes que regodeándose en el glorioso pasado. O sea, no esperen aquí una mera repetición de clásicos, aquí hay mucho más que eso. Por un lado, la experimentación con sus propios generadores de ruido sigue allí, aportando sonidos y texturas irreales, sólo que esta vez sirven como condimento en vez de estar al frente. Por otro lado, el costado Progresivo que siempre se asomó en Man Is The Bastard (y en algunos de los grupos que surgieron de su disolución, como Cyclops y Lux Nova Umbra Est) aquí se ve amplificado y manejado con una maestría y una imaginación sencillamente superlativas. No es difícil, entonces, toparnos con un relajado pasaje de pura cepa Jazzera (en “Lumberton”) atrapado entre arranques de epilepsia o con una breve composición melódica de piano Rhodes y voz (la melancólica “If another world…”) o con laberínticas construcciones que superan los nueve minutos de duración (“Me and Hitler”, candidato a mejor título del año, y el final con “Interior war”) y mantienen ese perfecto equilibrio entre extremismo, delirio, crudeza y virtuosismo. Claro, no faltan los elementos que definen el sonido del grupo, allí están los gruñidos y alaridos varios de Wood y su bajo autoritario, podrido e intrincado (tengan en cuenta que, ante la ausencia de guitarra, es él el encargado de generar riffs que, por cierto, pondrían verde de envidia a cualquier aspirante a Robert Fripp que se precie de tal, aún cuando siempre mantienen ese filo de absoluta visceralidad Hardcorosa), los ritmos entre frenéticos, aplastantes, dinámicos, espontáneos y contagiosos (la labor de Connell también se lleva sus laureles en lo que hace a conjugar virtuosismo y potencia), los ruidos desorbitados (a veces más abrasivos, a veces con una impronta más bien psicodélica) que inundan cada resquicio sonoro y le dan una nueva dimensión a las composiciones, y toda esa misantropía que es casi la columna vertebral de su propuesta. En fin, no importa demasiado si estamos en presencia de un regreso con todas las letras o no, la música contenida en este genial “A culture of monsters” trasciende ese tipo de cuestiones y propone nuevos estímulos para la mente, el alma y el cuerpo. No son cualidades como para andar despreciando.


-Blonde Redhead “Penny sparkle” (2010)
Toman su nombre de un tema de DNA (pioneros de la No-Wave neoyorquina liderados por Arto Lindsay y también inspiradores para Naked City, según palabras del propio John Zorn), su primer disco homónimo fue producido y editado (en 1995) por Steve Shelley (baterista de Sonic Youth y, más recientemente de los geniales The High Confessions), en su tercer disco (“Fake can be just as good”, de 1997) contaron con la asistencia de Vern Rumsey (de Unwound) en el rol de bajista y en los tres discos posteriores a ese la producción corrió por cuenta de Guy Picciotto de Fugazi. Pero no sólo de amigos cool vive este trío conformado por dos hermanos (Simone y Amadeo pace, baterista y guitarrista respectivamente) nacidos en Italia, criados en Montreal y luego radicados en New York, y una estudiante de arte japonesa (Kazu Makino) devenida en guitarrista, tecladista y personalísima cantante. También tienen historias para contar, como la del grave accidente ecuestre sufrido por Makino en 2002, que inspiró gran parte del contenido de “Misery is a butterfly” (2004), un disco de inflexión para Blonde Redhead, donde el Noise-Rock surrealista de antaño daba paso a climas mucho más oscuros, ayudados por un vasto arsenal electrónico y un profundidad casi sinfónica. En 2007 vería la luz “23”, donde recuperaban algo de su impronta guitarrera sin perder de vista esa nueva dirección más refinada, y ahora tenemos a “Penny sparkle” para seguir deleitándonos. Lo primero que salta al oído es el claro predominio de elementos electrónicos, aquí empleados de forma más abierta y desprejuiciada aún que en el mencionado “Misery is a butterfly”. Ojo, las guitarras siguen estando ahí, sólo que ahora no llevan la batuta de las composiciones, sino que más bien las embellecen con cuidadas texturas y atinadísimos acordes y arpegios. La atmósfera general de la placa es absolutamente sombría y embotadora, casi como una suerte de Trip-Hop psicótico, plagado de detalles y arreglos que entran y salen constantemente conformando una pintura del alma humana tan hermosa como grotesca. Claro, como siempre, gran parte del mérito corresponde a la inigualable voz de Makino (quien fuera varias veces comparada con Björk, comparación que sólo sería válida si Makino fuera una enana oligofrénica irritante con más pose freak que talento real), capaz ella sola de envolvernos en sus sinuosas melodías y acariciarnos sensualmente mientras nos arranca el corazón con sus propias manos y se regodea en el baño de sangre subsiguiente. En fin, no es un disco fácil, desde ya. A esta altura, los viejos fans ya sabrán que los días de los riffs angulares y las bases a la Steve Albini no volverán. En su lugar tenemos una concepción musical mucho más compleja, de apariencia más amigable pero que esconde un alma ennegrecida y sórdida debajo de la elegancia electrónica y la engañosa languidez de las canciones. Un viaje tan embriagador como peligroso y necesario.


-Enabler “Eden sank to grief” (2010)
Los pergaminos no son garantía de nada, eso está claro, pero pocas cosas me entusiasman más que apilar en una misma oración nombres como Today Is The Day, Shai Hulud, Trap Them y Harlots. En esas (y otras) bandas paseó sus talentos como baterista Jeff Lohrber, quien ahora lidera desde el micrófono y las seis cuerdas a este joven y vigoroso cuarteto conocido como Enabler. Claro, las bandas antes mencionadas sirven, no sólo como recordatorio de algunos de los exponentes más interesantes del Hardcore y el Metal extremo de, por lo menos, los últimos diez años, sino también como una surte de referencia para describir lo que este furibundo “Eden sank to grief” nos escupe en la cara sin contemplaciones. En efecto, aquí tenemos bastante de esa suerte de Crust/Grind gordo, caótico y con visos Deathmetaleros a la Trap Them, la pericia instrumental y los riffs intrincados de Harlots, los ritmos frenéticos y las disonancias retorcidas de Today Is The Day y hasta algo de esa emotividad rabiosa de Shai Hulud. Todo supervisado por la oscura mugre que His Hero Is Gone dejó como legado ineludible para casi cualquier grupo de Crust moderno que se precie de tal. Ok, no se trata de material innovador pero, para un debut discográfico, la personalidad del cuarteto se hace presente con convicción y autoridad. El sonido es perfecto sin resignar suciedad ni energía, las guitarras cumplen una labor excepcional entre machaques masivos, ominosas texturas, construcciones laberínticas, sombríos pasajes melódicos, agresión desbocada, desarmonías varias y hasta algún que otro solo, el bajo gruñe enterrado en la mezcla pero se impone en los momentos en los que el resto de los instrumentos dan algo de aire (que son los menos, vale agregar), la batería sostiene todo con un arsenal de golpes tan versátiles como intensos y el mismo Lohrber pone la cereza sobre la torta con esos cascados alaridos que hacen hervir la sangre. En fin, un saludable equilibrio entre potencia desgarrada y visceral y un alto grado de musicalidad aplicado a transmitir sensaciones extremas. Para seguirlos de cerca.


-Fear Factory “Mechanize” (2010)
Algunos habrán esperado con grandes ansias el retorno del gordo Dino Cazares a la banda que lo hizo popular, en mi humilde opinión los dos discos que Fear Factory grabara sin su presencia (“Archetype” y “Transgression”) fueron sucesores mucho más dignos de “Obsolete” que el flojísimo “Digimortal” y no había nada en ellos que nos hiciera suponer que la salud creativa del cuarteto estaba en problemas. Claro, si hablamos de cifras de ventas tal vez la historia sea otra pero se supone que lo importa es la música, ¿no? Bien, dejando de lado el engorroso tema de los negocios, las mezquindades y los cambios de formación (no creo que nadie vaya a extrañar a Christian Olde Wolbers y para reemplazar a Raymond Herrera buscaron, nada más ni nada menos, que a Gene Hoglan, uno que le compite en obesidad al mismo Cazares), “Mechanize” nos presenta (desde los disparos iniciales hasta los tenues teclados finales) un más que obvio retorno al sonido de “Demanufacture”, probablemente su disco más recordado. Y eso, hablando estrictamente del aspecto musical, no es ni bueno ni malo, es como es. Fear Factory ya tiene un sonido definido (justamente, el que definieron en “Demanufacture”) y nunca se apartaron demasiado de él, por lo que pretender sorpresas sería, al menos, absurdo. Aquí tenemos todos los elementos que componen la receta Fear Factory (los riffs secos y filosos, el groove mecanizado, las atmósferas Industrialosas, los rugidos y las melodías de Burton C. Bell) empleados con sabiduría y oficio, sin sobresaltos (excepción hecha de la combinación de Meshuggah con estribillo etéreo de “Designing the enemy”) ni picos demasiado elevados de creatividad pero manteniendo un buen nivel, en especial gracias al sonido quirúrgico y al innegable gancho de la mayoría de las canciones. ¿Quiere decir esto que se trata de un álbum mediocre? Mmmm, tal vez mediocre sea una palabra demasiado fuerte, es un buen disco de Fear Factory si asumimos que nunca van a repetir el impacto ni la frescura de sus primeras obras y, de todas formas, sigue siendo infinitamente mejor que lo que sus muchos clones tengan para ofrecer. Digamos que si alguna vez se encuentran con ganas de escuchar algo parecido a “Demanufacture” pero que no sea específicamente “Demanufacture”, este “Mechanize” sería la mejor segunda opción.


-Frontier(s) “There will be no miracles here” (2010)
Aquellos memoriosos nostálgicos de lo que se conocía como Emo en décadas pasadas seguramente recuerden a Elliott, una de las mejores bandas en eso de emular la impronta melancólica de los legendarios Sunny Day Real Estate. Siete años pasaron de su disolución y ahora su cantante y guitarrista, Chris Higdon, retorna a la actividad de la mano de Frontier(s) y acompañado por ex miembros de luminarias del Hardcore más potente como Stay Gold, Guilt y Mouthpiece. Ni hace falta aclarar, entonces, que aquí tenemos mucho de eso que se conoce como Post-Hardcore, ese corazón vibrante y desgarrado, recubierto por composiciones que vuelan mucho más alto que los tres acordes y los ritmos acelerados de siempre. Es interesante notar, no obstante, que la propuesta de Frontier(s) de ninguna manera significa una mera continuación de lo hecho por Elliott con anterioridad. Desde ya, la voz siempre melódica y sensible de Higdon mantiene su huella inconfundible (aunque aquí expone un tono un tanto más rasposo, por momentos recordando a Chuck Ragan de Hot Water Music) y sus canciones no pierden en ningún momento el alto grado de emotividad que lo caracteriza, pero aquí encontramos una energía que parecía perdida en los últimos discos de Elliott (“False cathedrals” y “Song in the air”, editados en 2000 y 2003 respectivamente) y que, seguramente, tenga que ver con las conexiones Hardcorosas del resto de los integrantes. Asimismo, se perciben ciertos aires de dramatismo melódico y un cuidadísimo trabajo de guitarras que, por momentos, podría ser asociado al Post-Rock (e inclusive al Shoegaze) más cancionero, por así llamarlo. Pero, más allá de rótulos e intentos de comparaciones, lo que pesa aquí son las canciones. Y allí es donde el cuarteto tiene sus mejores armas, conservando en todo momento un sentido hilo emocional que recorre cada una de las diez composiciones, proponiendo intensas elaboraciones armónicas y dinámicas pero sin perder nunca de vista el gancho melódico ni esa urgencia expresiva que se siente en lo más profundo de las entrañas. Por supuesto, para disfrutarlo en toda su plenitud es preciso despojarse de prejuicios y corazas y estar dispuestos a abrir el corazón, aún a riesgo de que este termine severamente herido.


-Have A Nice Life “Time of land” (2010)
En 2008 Have A Nice Life (un nombre que representa casi una declaración de principios para todos los despechados del mundo) deslumbró a más de uno (entre ellos, Aaron Turner, líder de los recientemente disueltos Isis) con su álbum debut, “Deathconsciousness”, y una poderosa, envolvente y extremadamente emotiva cruza de Shoegaze, Drone, Post-Punk y Música Industrial. Al año siguiente vería la luz “Voids”, recopilando demos y rarezas varias en dos cd’s, y ahora llega este ep de cuatro temas para continuar con el deleite melancólico/ruidoso propuesto por el dúo. El asunto arranca con “Wizard of the black hundreds” y más de siete minutos y medio de espesa ensoñación, entre oleadas de guitarras distorsionadas, voces y resonancias fantasmales, un ritmo tenue apenas marcado por lejanos golpes metálicos y un pronunciado empleo del silencio como un elemento musical más. El ánimo se levanta, relativamente, con “Woe unto us”. Una dura base programada de oscuros tintes ochentosos (en algún lugar entre Joy Division y Killing Joke) se junta con más y más guitarras borrosas, un bajo amenazante, ominosos teclados y melodías vocales que apuntan directamente a romper corazones a cualquier precio en un complejo entramado de coros y arreglos desoladores. Un ulular embotador de guitarras nos da la bienvenida a “The parhelic circle”, mientras pesadas teclas resuenan a lo lejos, mostrándonos escabrosas pinturas del alma humana con una belleza dolorosa. Paulatinamente, un siniestro coro de zumbidos y resonancias de procedencia incierta se van apoderando de la imagen, contaminándola sin por ello destruir su mencionada belleza y dando lugar a la más mugrienta de las guitarras que da las últimas pinceladas con melancólicos y quebrados arpegios. El ritmo fúnebre y marcado de “The icon and the axe” nos despide adornado con una línea vocal donde la profunda emotividad esta vez tiene visos un tanto más luminosos y parece flotar entre impenetrables capas de coros, guitarras saturadísimas de efectos, graves subterráneos y teclados evocadores. Con sólo estos cuatro temas queda claro que la intención de Have A Nice Life aquí es la de explorar su costado más ambiental, dejando un tanto de lado los aspectos más desgarrados de sus anteriores entregas sin que eso signifique resignar su característico sonido Lo-fi ni su agobiante sensibilidad melódica. Un más que atendible entremés mientras aguardamos la esperada continuación del genial “Deathconsciousness”.


-Immolation “Majesty and decay” (2010)
Ah, el fin del mundo. Ese momento, anhelado tanto por cristianos (al menos los más ortodoxos de estos) como anticristianos (que vienen a ser prácticamente lo mismo que los cristianos) donde la existencia tal y cómo la conocemos se termina entre estertores de dolor, océanos de lava inundando la tierra y negras nubes fúnebres engullendo todo desde un impenetrable cosmos de antimateria. Ok, Immolation no será el primer (ni el último ni el único) grupo de Death Metal que pone todo su macabro empeño en representar imágenes apocalípticas con su música pero, sin duda alguna, son de los mejores y más tenaces en dicho terreno. Veinticuatro años de carrera y una discografía sólida (más allá de algún que otro altibajo) así lo certifican. Y, si con eso no les basta, aquí tenemos este monumental “Majesty and decay” que, luego del bajón creativo que significó el anterior “Shadows in the light” (en especial, con respecto a sus predecesores inmediatos, los geniales “Unholy cult” y “Harnessing the ruin”), demuestra que los neoyorquinos tienen cuerda para rato. A esta altura no le vamos a pedir que den vuelta las nociones del género ni que experimenten con tangentes inesperadas pero eso no significa que estemos en presencia de material burdo o falto de ideas. Por el contrario, cada uno de los doce (bueno, son diez más una introducción y un intervalo instrumentales) temas que componen la placa nos presenta un laberíntico despliegue de riffs enroscados, arreglos atonales, bases intrincadas, cambios de ritmo (intentar seguir los afiebrados golpes del baterista Steve Shalaty es un pasaje de ida a un ataque de epilepsia) y atmósferas de una majestuosidad (justamente) grotesca que pondría verde de envidia al mismísimo Tom Warrior en su faceta más pretenciosa. Por momentos, el grado de elaboración de las composiciones adquiere tintes casi Progresivos y aún así nunca se pierden en meros devaneos técnicos o en la brutalidad por la brutalidad misma. Vamos, aprendieron de la mejor escuela Morbidangelística, probando que se puede ser virulento, oscuro, épico y complejo y no por eso perder de vista las canciones. En fin, no son muchos los grupos que pueden mantener semejante nivel después de tantos años y ese es otro punto a tener en cuenta. Aunque parezca increíble, todavía hay lugar para un buen disco de jodido Death Metal en 2010.


-Pale Sketcher “Jesu: Pale sketches demixed” (2010)
Ya desde el nombre del proyecto y el título del disco se desprenden algunas pistas acerca de de qué se trata esto. Y sí, ya hacía mucho tiempo que no comentábamos nada donde estuviera involucrado Justin Broadrick, gracias a dios (o a quién corresponda) por su eterno espíritu inquieto y su inefable hiperactividad. Pale Sketcher nace a principios de 2009, mientras Justino escribía los temas para el ep “Opiate sun” de Jesu. Allí nuestro héroe decidió desterrar de dicho grupo la faceta electrónica (expuesta en ep’s como “Sun down/Sun rise” o el Split con Eluvium, y en el compilado “Pale sketches”, oh casualidad) para centrarlo aún más en las guitarras. Así, Pale Sketcher viene a representar la impronta de Jesu pero desde un punto de vista electrónico. Como para dejar esto bien en claro, este primer larga duración se compone estrictamente de remixes de ocho temas del mencionado compilado. En ese sentido, la ecuación es fácil. Se mantienen las dulces melodías melancólicas, las voces que flotan empapadas de efectos, los teclados celestiales y la delicada emotividad de siempre pero, en lugar de acompañar esos elementos con murallas de guitarras distorsionadas, bajos apocalípticos y ritmos aplastantes, tenemos elegantes bases programadas, sonidos limpios y ambientales (hay apenas un dejo de la mugre Industrial que caracterizó a Justin durante tanto tiempo) y, bueno, más teclados celestiales. Bien vale aclarar, para los seguidores de todo aquello que involucre a Broadrick, que no se trata de un trabajo estrictamente Ambient como los de Final ni de la Electrónica abstracta de Solaris B.C.. Podemos encontrar rastros de Dub y Trip-Hop (géneros que no son nuevos en el extenso vocabulario musical del líder de los recientemente reformados Godflesh) en la parte rítmica, con esas cadencias aletargadas y esos climas embotadores pero el punto de inflexión es la melodía. Allí es donde este proyecto se separa y cobra entidad propia, dotando de una calidez humana a un tipo de música que suele manejar premisas más bien antagónicas. En definitiva, y como era de esperar, el álbum evoca sensaciones similares a las presentes en Jesu (esa mezcla de desazón, ensueño, profunda desesperanza y elevada iluminación espiritual), sólo que valiéndose de métodos diferentes. ¿Hace falta siquiera que aclare que se trata de uno de los discos del año?


-Panacea “Chiropteran” (2010)
Cuando uno observa a Mathis Mootz (el hombre detrás de Panacea) no imagina que se trata de una persona con una formación musical académica y que, en sus años mozos, formó parte de un coro en su Alemania natal. La imagen del tipo es más afín a la de una especie de hooligan con serios problemas para controlar su rabia. Tal vez Panacea, su proyecto principal entre infinidad de otras exploraciones electrónicas, le sirva para ventilar toda esa agresividad. Y, si me guío por lo expuesto en este “Chiropteran” (octavo disco bajo ese apelativo), el blondo Mootz probablemente esté hecho una seda. Ya desde sus inicios, allá por 1996, Panacea se diferenció de la incipiente escena de Drum & Bass europea por condimentar sus beats siempre frenéticos con los sonidos corrosivos, las atmósferas opresivas y la agresión casi marcial de la Música Industrial. Dicha forma de encarar el género le confirió a su propuesta una energía sumamente visceral y física (en contraposición a la impronta más bien cerebral que suele dominar estos estilos, en especial a fines de los noventas) que también se trasladaba a sus presentaciones en vivo, algo que en su momento le valió alguna que otra comparación con el Digital Hardcore de Atari Teenage Riot o Shizuo. “Chiropteran” mantiene esa línea y nos sumerge en un espeso viaje de casi ochenta minutos, enmarcado en arquitecturas rítmicas moldeadas a martillazos e infectado por constantes capas de contaminación sonora que perturban los sentidos y raspan la piel. Por si hace falta aclararlo, esto no es material amigable para las pistas de baile. Las bases son demasiado caóticas y virulentas, los graves crujen y retumban y el impenetrable entramado de envenenados samples no sabe de ningún tipo de diversión bolichera. Al mismo tiempo, este frenético despliegue de brutalidad digital no va en detrimento de la creatividad, generando auténticas murallas sónicas dignas de apreciarse con los auriculares puestos. Desde ya, hacen falta oídos dispuestos a recibir una buena paliza para apreciarlo en toda su magnitud pero, para aquellos que no se amedrenten ante el desafío, la recompensa es más que jugosa.


-Swans “My father will guide me up a rope to the sky” (2010)
Ante el regreso de un grupo clásico, luego de un largo período de inactividad, siempre sobrevuelan dudas y el temor de que los resultados no estén a la altura de la historia. Ahora, cuando se trata de un grupo legendario, tremendamente influyente en diversas ramas del Rock en general (desde Napalm Death y Neurosis hasta Godflesh y Sonic Youth, y de allí en adelante) y portador de una de las discografía más destacadas de la historia de la música misma, entonces todo se amplifica y se multiplica al infinito, la expectativa, las exigencias y, claro, las emociones. Catorce años pasaron desde aquel maravilloso “Soundtracks for the blind”, el anterior trabajo de estudio de Swans y, si bien Michael Gira (eterno líder de la banda) se mantuvo ocupado y saludable al frente de The Angels Of Light y en proyectos como The Body Haters y The Body Lovers, nada hacía prever un retorno de la magnitud de este “My father will guide me a rope to the sky”. Bien vale aclarar algunos puntos: primero, la diosa oscura Jarboe no es de la partida, así que no esperen encontrar aquí ninguna de sus deslumbrantes intervenciones vocales. Sí contamos con la presencia de Norman Westberg, el guitarrista que definió el sonido de la primera era (la más abrasiva) de Swans. En segundo lugar, no esperen una vuelta al material más ruidoso ni una continuación de su faceta más Folk. Esto es Swans en 2010 y si nunca antes cayeron en la tentación de repetir el mismo discos dos veces, no hay razón para empezar ahora. Desde ya, el tono melódico y atildado (en algún lugar entre Lou Reed y Blixa Bargeld, pero con identidad propia) que la voz de Gira fue adquiriendo con el tiempo, así como las influencias folklóricas exóticas (por así llamarlas) que expuso en los mencionados Angels Of Light, conservan su lugar pero también lo hacen los espesos climas apocalípticos, la vastísima paleta sonora (guitarras eléctricas y acústicas, percusiones varias, teclados, pianos, samples, mandolinas, trompetas y más) y la agobiante densidad emocional y física que caracterizan a los mejores trabajos de los neoyorquinos. ¿Cómo explicar lo que ha logrado esta gente aquí? ¿Vieron el negror cósmico que ilustrada la portada del disco? Bien, eso ya nos da algunas pautas. En efecto, los inaugurales nueve minutos y medio de “No words/No thoughts” (un título muy Swans, vale decirlo) ya nos envuelven en un magma sónico impenetrable, una profunda pesadez que ya no se apoya exclusivamente en el ruido (aunque no por eso reniega de él) para lograr su cometido. Por el mismo precio, con ese tema sólo ya queda en claro cuánto aprendió un grupo como Neurosis de su magistral manejo de la dinámica. En los momentos más álgidos se cuela algún atisbo de lo hecho por Sunn 0))) en “Monoliths & dimensions” aunque con una impronta más humana y descarnada, en especial gracias a las lúgubres melodías de Gira, los aplastantes ritmos de la batería (hay tres bateristas distintos a lo largo del disco, entre ellos el ex Ministry Bill Rieflin) y las erupciones distorsionadas de Westberg. El disco en su mayoría va alternando entre esos temas densos y envolventes, que generan un intenso mareo con sus infinitas capas de instrumentaciones, y otros un tanto más despojados (por lo general de raíz acústica) donde brilla una sensibilidad melódica desgarradora que demuestra (como si hiciera falta a esta altura) que la fuerza no tiene nada que ver con el volumen o la distorsión, sino con la música misma. Y de eso hay mucho aquí. Se trata, sin duda alguna, de uno de los discos más complejos (casi diría sinfónico en su riqueza armónica, tímbrica y dinámica) de una banda que siempre se caracterizó por entregar material de difícil digestión. De cabeza a lo mejor del 2010.


-The Body “All the waters of the earth turn to blood” (2010)
Oh sí, ¿qué sería de la música en general y del Metal extremo en particular sin gente que esté mal, muy mal de la cabeza y necesite traducir todo ese malestar psíquico en agobiantes viajes sónicos? Chip (guitarra y voz) y Lee (batería) dan forma a The Body y ya desde el extenso pasaje coral que da inicio a esta segunda entrega discográfica confirman lo que sus barbas, sus gafas nerds, sus prominentes panzas y sus remeras de Magma nos hacían intuir. En casi todos lados se refieren a ellos como un grupo Sludge pero aquí hay mucho más que riffs Sabbáthicos empantanados de odio Hardcore y alaridos desgarrados. Ya mencionamos el empleo de suntuosos coros de tono casi religioso, una práctica que se repite a lo largo de la placa y le confiere un aire de solemne y apesadumbrada tensión que sólo se corta cuando la guitarra comienza a escupir sus riffs masivos montados en las espaldas de los colosales ritmos de la batería. Pero eso no es todo. El sonido crudo y claustrofóbico, los chillidos tortuosos que suenan como si fueran proferidos desde las entrañas de la más profunda de las cavernas, los abrumadores climas de misticismo lisérgico (más cerca de Swans que de Black Sabbath), los acoples hirientes, los ominosos arreglos orquestales, los samples enfermizos que rellenan cada mínimo resquicio sonoro y la movilidad deforme con que construyen sus composiciones ponen a este dúo en el podio de las bandas con sonido e identidad propia. No debe ser casualidad que provengan de Providence, Rhode Island, hogar de nuestro querido H.P. Lovecraft, un lugar donde, aparentemente, las pesadillas se corporizan con bastante frecuencia. Por momentos hasta pueden prescindir completamente de las guitarras y aún así generar una pesadez física y espiritual que trasciende lo que comúnmente conocemos como Metal. De hecho, meter a The Body en el rótulo de Metal sería tan erróneo como hacerlo con bandas como Swans, Boris, Khanate o Godflesh. Desde ya, se trata de un viaje arduo, áspero, opresivo, por momentos confuso y siempre con algún sorprendente as bajo la manga que ahuyenta el fantasma de la repetición o la pose genérica. Si realmente disfrutan de la música pesada, más allá de géneros y rótulos estériles, no lo pueden dejar pasar.


-Toadies “Feeler” (2010)
La historia se repitió más de una vez durante los noventas: un grupo de Rock de raíces independientes arriba a un sello multinacional luego de años de underground, edita un disco con cierto éxito comercial (en este caso, se trataría de “Rubberneck”, aquel debut de 1994 que los Toadies nunca pudieron superar del todo, en términos artísticos), comienza a grabar su sucesor (tentativamente titulado “Feeler”), el sello lo rechaza y los envía a grabar nuevo material (que vería la luz en 2001 bajo el nombre de “Hell below/Stars above”, donde aparecerían algunos temas pensados originalmente para “Feeler”) y, al poco tiempo, el grupo en cuestión se disuelve. En ese sentido, Toadies fue una más de las tantas bandas que, tras el fenómeno que significaron Nirvana y el Grunge en general, cayeron seducidos bajo el embrujo de la fama y el estrellato rockero, sólo para darse cuenta, de la peor manera (bueno, la manera de Kurt Cobain fue un poco peor, hay que admitirlo), de que todo eso no es más que cartón pintado, que nada es gratis en el mundo de los grandes sellos discográficos que siempre (pero siempre) hay que leer la letra pequeña del contrato. En 2006 este cuarteto de Texas volvió a las andadas y dos años después editarían (esta vez en la confortable seguridad de un sello independiente) “No deliverance”, su esperado regreso discográfico. En ese tiempo, el grupo intentó recuperar los derechos de aquel trunco “Feeler”, cosa que no lograron dado que Interscope (el sello multinacional en cuestión) clamó haber perdido los masters del disco. Sin amilanarse, los liderados por el vocalista/guitarrista Todd Lewis, decidieron entonces regrabar los temas del álbum que no vieron la luz (nueve en total) y, finalmente, lanzar de forma oficial lo que hubiera sido su segunda placa. Para aquellos que no estén familiarizados con su propuesta, vale decir que estamos hablando de Rock noventoso hasta la médula. Pueden llamarlo Grunge y nadie se va a oponer, ahí están las guitarras rasposas, la impronta entre Punk y Hard-rockera, la energía cruda y controlada al mismo tiempo, las melodías entre desesperadas, agridulces y gancheras, las bases potentes y sudorosas y el toque necesario de deformidad casi psicodélica. Desde ya, hay influencias. La efervescencia y las extravagancias típicas de unos Pixies dicen presente en más de una ocasión, el desgarro distorsionado de Nirvana no les es ajeno tampoco, ciertos malabares rítmicos y rifferos bien pueden asociarse al Post-Hardcore y la voz de Lewis, cuando se eleva hacia los agudos, tiene cierto aire al Chris Cornell más visceral. Pero, a pesar de ello, los tipos siempre se las arreglaron para dar a luz un resultado sumamente personal y reconocible, por no hablar de canciones redondas donde la energía, la imaginación, la emotividad y el gancho se dan la mano de forma vigorosa. Los fans probablemente hayan bajado en algún momento la versión no masterizada del primer “Feeler” que se coló en internet hace un buen tiempo pero bien vale la pena darle una oportunidad a esta nueva entrega, aunque más no sea por las notables mejoras en lo que hace a sonido e interpretación de los temas. Para cualquiera que ame rabiosamente el Rock de los noventas, es una pieza que les dará enormes satisfacciones.


-Total Abuse “Mutt” (2010)
La vida puede ser una mierda a veces. Más veces de lo que quisiéramos, es cierto. Pero no hay mal que por bien no venga y no por mucho madrugar se amanece más temprano. Si la vida fuera un constante lecho de rosas, los muchachos de Total Abuse no tendrían con qué inspirarse para crear estos vómitos sonoros que llaman canciones. Este es el sonido de la alienación más desesperada, la personificación sónica de dientes apretándose hasta resquebrajarse. Por momentos es como si tomaran los momentos más asfixiantes del “My war” de Black Flag y los pusieran dentro de una licuadora oxidada y descompuesta. El resto del tiempo la cosa no es tan amable. Aquí hay dos guitarras pero bien podrían ser turbinas de avión, hay un bajo cuyas cuerdas parecen haber sido reemplazadas por un sólido bloque de cemento, hay un baterista o un simio esquizofrénico aporreando tambores como si en ello le fuera la vida y eso que aúlla, se contorsiona y escupe diatribas de auto desprecio con la bilis a flor de piel difícilmente pueda ser considerado un cantante. Esto duele, aquí la música (por así llamarla) no es más que una herramienta para hacer la más violenta de las catarsis. Sí, hay riffs (bastardeados, ruidosos, tocados en un frenesí desprolijo y urgente, pero riffs al fin), ritmos bastante definidos que van del Hardcore más crudo y acelerado a los rebajes más babosos y opresivos pero hablar de géneros rockeros (Hardcore, Noise-Rock, Punk) no le hace justicia a la sudorosa frustración que desprenden estos once estallidos de saturada distorsión. Total Abuse se las arregla para dar con un resultado final sumamente personal e intenso sin ni un atisbo de pretensiones artísticas o afectadas poses snobs. Simplemente excretan toda su mala leche a los gritos, se ensañan con sus instrumentos (y, de paso, con nuestros oídos) y los atacan hasta quedar satisfechos y agotados. Tal como quedarán ustedes si se atreven a experimentar lo que este rabioso “Mutt” tiene para ofrecerles.

2 invocaciones del cosmos:

Bastard Noise es la mejor banda del mundo!







Si si, ya se que decir que algo es lo mejor del mundo es recontraestupido, pero para mi, en este momento, es la mejor banda del mundo y ya.



y Dale! dale! bastardnoooise!

Zarped, no pensé que te gustaría ese tipo de bandas Leo. Bhammooooo, aguanteeee