23 de octubre de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Crain “Speed” (1992)
Muchas veces, en pos de resaltar el costado político o ideológico (un costado digno de ser destacado, vale aclarar) de un grupo como Fugazi, gran parte de la prensa musical olvida el tremendo peso que la música del cuarteto ejerció sobre sus congéneres. Tomen el caso de Crain, un grupo oriundo de la misma escena Math-Rockera de principios de los noventas que nos dio a luminarias como Slint o Rodan, pero en el que, sin embargo, la huella de los Washingtonianos es notable. La voz de Joey Mudd (que abandonaría el grupo al terminar la grabación de este disco y sería reemplazado por Jon Cook, su eterno líder) guarda más de un parecido con las inflexiones primitivas y declamatorias de Ian MacKaye y, ciertamente, el costado más melódico de las guitarras y hasta algunos coros llevan la estampa emotiva e intelectual de ese Post-Hardcore en el corazón. Pero, claro, eso no es todo. Viniendo de semejante escena y contando con el gran Steve Albini tras las perillas, es lógico que también encontremos guitarras abrasivas y disonantes, ritmos angulares y contracturados y bajos casi Jazzeros envueltos en una maraña de energía cruda heredada del Hardcore/Punk. De hecho, si prestan atención a la fecha de edición de este álbum, notarán cómo el sonido de Crain resultó ser una gran influencia en gran parte del Math-Rock, el Noise-Rock y el Post-Hardcore que vendría después. Sin ir más lejos, el mismísimo Albini tomó nota de algunas pautas rítmicas a la hora de concebir sus geniales Shellac y cualquiera que haya pasado algo de tiempo escuchando bandas como Drive Like Jehu, Jawbox, Helmet o June Of 44 (por sólo mencionar algunas) podrá reconocer sin problemas las similitudes con este afiebrado “Speed”. Más allá de todo eso, lo que realmente pesa son, claro que sí, las canciones. Y allí Crain no falla. Un sentido de la dinámica agudísimo, guitarras que estallan en todas las direcciones pero dan siempre en el blanco, una base rítmica tan intrincada como brutal (me refiero a brutal en serio, no a la pantomima infantiloide del Brutal Death Metal, sea lo qué sea eso) y un trabajo de voces sumamente crudo y violento, aún con sus amagues melódicos. Un soberbio sentido del equilibrio entre el nerdismo más sesudo y la pasión más urgente y visceral, y otro de esos ocultos testamentos del mejor espíritu noventoso.


-Chemlab “East side militia” (1996)
Con su disco debut, “Burn out at the hydrongen bar” (1993), Chemlab había logrado una casi perfecta fusión de Música Industrial dentro de estructuras típicamente rockeras y con estribillos sumamente pegadizos, marcando así el camino que luego recorrerían grupos como Stabbing Westward, Filter, Marilyn Manson, Nine Inch Nails e inclusive el KMFDM más popero. En esta segunda entrega, dicha combinación se mantiene intacta pero es llevada a un nuevo nivel de imaginación y vuelo musical. Por un lado, el (por ese entonces) dúo reforzó todas sus facetas, las partes violentas suenan aún más violentas (por momentos cercanos al mejor Ministry) y las melodías ganan en gancho y profundidad. Por otro lado, la incorporación de ciertos toques de Funk deforme y perverso y el incremento en la variedad de ritmos y atmósferas, expanden notablemente la propuesta del grupo. Que, entre los músicos invitados, encontremos tanto a una cantante Pop (Sister Stella Soleil) como a un guitarrista (el luego fallecido William Tucker) que formó parte de bandas como Ministry, Pigface y My Life With The Thrill Kill Kult, ya nos habla de la amplitud de miras de este álbum. Pero el punto realmente determinante parece ser otra influencia, la del legendario Foetus. Tal como él hiciera desde principios de los ochentas, aquí Chemlab transforma una colección de canciones Rockeras/Industriales en una auténtica secuencia fílmica. Hasta se animan a sumar ciertas melodías que parecen sacadas de una serie televisiva de espías, sólo que aquí están trasladadas a un sombrío futuro cibernético. De hecho, el relato que propone la música de “East side militia” bien podría ser una cruza entre Blade Runner, Akira y algún policial negro, con el agregado de cierta decadencia junkie. Todo expuesto en canciones redondas que, no por eso, dejan de estar cuidadosamente construidas, plagadas de detalles, arreglos, texturas y sugestivos climas. Cada tema cuenta un capítulo en sí mismo pero la historia cierra del todo al escuchar el disco entero sin pausas. Por supuesto, estoy hablando de la parte estrictamente musical, nada hay en las letras que nos haga pensar en un concepto, más allá de ciertas temáticas (drogas, sexo, violencia) que se repiten a lo largo de la placa. Y aún así, el carácter más bien abstracto de las letras nos permite manipularlas a nuestro gusto para que encajen en la película que imaginamos al escuchar la música. “East side militia” es un trabajo de una madurez apabullante (algo que, seguramente, les jugó en contra en el aspecto comercial. En especial si tenemos en cuenta que, en ese mismo año, Marilyn Manson daba su salto de fama definitivo asustando amas de casa y trogloditas religiosos con su maquillaje de Halloween), diseñado con una especial atención al detalle pero sin perder nunca la frescura y el desparpajo necesarios. En definitiva, se trata de la banda que acuñó la gran frase “Fuck Art. Let’s Kill” (luego transformada en “Fuck Kill. Let’s Fuck”), con lo cual ese retorcido sentido del humor siempre está presente, de una forma u otra. Si pensaban que el Rock Industrial era incapaz de concebir buenas canciones sin transformarse en un mero pastiche para adolescentes conflictuados, he aquí una prueba definitiva de que tal cosa no es cierta.


-Human Waste Project “E-Lux” (1997)
Ah, el Nü-Metal. Una ojeada fugaz a cualquier video de Coal Chamber o Papa Roach y es fácil recordar por qué, hace tan sólo unos años, este era el género que todos amábamos odiar. Recién ahora, pasado algo de tiempo de la insoportable saturación de bandas, podemos recordar con sumo cariño discos como “Korn”, “Adrenaline” (sí, ya sé que “White pony” es mejor, pero para ese entonces los Deftones habían despegado del Nü-Metal), “System of a down”, “S.C.I.E.N.C.E.” e inclusive algunos más ignotos, como “Search for reason” de Kilgore, “Our time with you” de Relative Ash y esta maravilla que hoy nos ocupa. Human Waste Project fue una de las primeras bandas del género en poner al frente a una vocalista femenina, la blonda Aimee Echo, lo cual ya era un primer paso que los diferenciaba del marcado ímpetu misógino de bandas como Limp Bizkit o los mismos Korn. Ciertamente, la voz de Echo (sí, tiene nombre de producto de limpieza), con su tono entre perverso y delicado (por momentos suena como una versión enojada de Cyndi Lauper), con sus enroscadas melodías flotando en algún lugar entre la oscuridad del Post-Punk, la ensoñación Pop-Psicodélica y una rabia apenas contenida, cumplía un rol importantísimo a la hora de definir la identidad sonora del cuarteto. Pero eso no era todo. Ya la breve intro, “Graverobbers from Mars”, nos planteaba un clima entre juguetón y terrorífico, no muy común dentro del Nü. Inmediatamente después, “Disease” se movía entre riffs dignos del más rudo Hardcore neoyorquino, volados punteos disonantes y melodías tan gancheras como alejadas de cualquier tipo de facilismo o lugar común. A partir de ahí es posible notar que la sección instrumental del grupo contaba con ideas bastante más interesantes que las de sus pares genéricos. La base rítmica mantenía un groove firme y sólido pero que poco tenía que ver con el Hip-Hop o el Funk, acercándose más a las elucubraciones rítmicas de Helmet e inclusive a la versatilidad del Faith No More más rockero. Por su parte, el guitarrista Mike Tempesta (hermano del baterista John Tempesta, un conocido mercenario del Metal) sostenía las composiciones con una vasta gama de recursos manejados con una puntería soberbia. Texturas melódicas que rozaban el Shoegaze, trabados riffs Helmeteros, arreglos psicodélicos empapados de efectos, calculadas disonancias ruidosas, arranques de pura rabia Hardcore, exóticos acordes menores, suaves rasgueos sin distorsión, oscuras melodías casi Killingjokeras y hasta slides de aires Folkys se daban cita eludiendo elegantemente los clichés Nümetaleros y proponiendo pinturas musicales tan frescas como profundas. Las canciones mismas, aún con su importante cuota de oscuridad decadente y sus temáticas entre sufridas y confesionales, dejaban de lado los traumas y la pose adolescente en pos de reflejar un sufrimiento más real y maduro. Vamos, aquí no había lugar para exagerados histrionismos de supuesta psicosis, ni siquiera una intención de sonar todo el tiempo enojados o enfermos. Los notables porcentajes de melodías Poperas (en especial por parte de Echo) y voladura Psicodélica (en especial en las seis cuerdas), sumados al nervio Hardcore que se adivina en la base rítmica, se encargan de mantener a raya ese tipo de modismos que transformaron a gran parte del Nü-Metal en material absolutamente descartable y superficial. En fin, más allá de rótulos y asociaciones poco felices, “E-Lux” es un disco que, a doce años de su edición, se mantiene fresco, atractivo, honesto y sumamente personal. Y eso es mucho más de lo que pueden decir muchos.


-Pulkas “Greed” (1998)
Claro, ahora es fácil. Pregúntenle a cualquier banda de cualquier extracto metálico y seguramente reconocerán a Neurosis como influencia, de una forma u otra. Pero en 1998, en pleno auge del Nü-Metal y variantes similares, los seis colosos de Oakland no eran precisamente la referencia más cool para andar nombrando. Por una mera cuestión de época, estos inglesitos tenían que soportar comparaciones (provenientes hasta de su propio sello discográfico, Earache) con bandas como Deftones y Tool que, más allá de sus innegables logros artísticos, poco tenían que ver con su propuesta sonora. Por otro lado, una escucha a este único álbum del cuarteto y queda claro que la referencia a Neurosis tampoco era tan acertada. Sí, los tipos se envolvían en pasajes de oscura psicodelia y estallaban con atronadores guitarrazos y alaridos capaces de conmover al núcleo mismo de la tierra, pero su impronta cancionera, el groove hipnótico y los riffs Hardcore-Sabbatheros con los que adornaban sus canciones los acercaban más al sonido creado por otra leyenda británica, los siempre esquivos Fudge Tunnel. Y, si seguimos con las referencias, habría que mencionar que los momentos más melódicos del disco remiten inevitablemente al costado más oscuro y violento de Alice In Chains. ¿Entonces esto sería una cruza entre las atmósferas monolíticas de Neurosis, las melodías depresivas de Alice In Chains y el groove pegajoso de Fudge Tunnel? Más o menos. De alguna forma, Pulkas se las arreglaba para fundir esos elementos de forma personal, con riffs que suplían su falta de originalidad con toneladas de onda y un sonido compacto y aplastante, con un bajo que retumbaba y gruñia rellenando cada resquicio sonoro, con un baterista que privilegiaba la contundencia y el swing antes que el despliegue y un cantante que lograba moverse de forma convincente entre la calma tensa y las erupciones de pura violencia. Las canciones por lo general mantenían la típica estructura Grunge de comenzar tranquilos y explotar en el estribillo, aunque, claro, el manejo de dicha dinámica aquí se mostraba de forma mucho más extrema, permitiéndose incluso ciertos flirteos con el Noise (otro elemento de los arsenales Fudgetunnelianos y Neurosiescos) en forma de guitarras disonantes, acoples y texturas corrosivas. Hay, no obstante, un punto donde Pulkas hace honor a su marca generacional. Lejos de la sesuda intelectualización que invadió el Metal extremo en general (y las corrientes surgidas a partir de Neurosis en particular) en el cambio de siglo, “Greed” se concentra en obtener resultados inmediatos, pegando duro y dónde más duele y con un agudo sentido del gancho, tal como lo demuestran en bombazos como “Rubber room”, “This is it” o “Flesh”, por sólo citar algunos ejemplos. En fin, si estaban extrañando los tiempos en que el Metal podía ser extremo y al mismo tiempo hacernos mover la patita (bueno, no se preocupen, los noventas ya están volviendo), he aquí una más que saludable opción para despuntar el vicio.


-Onelinedrawing “Visitor” (2002)
Durante 1995, cuando todavía formaba parte de Far, el vocalista Jonah Matranga comenzó a realizar grabaciones caseras sin más pretensiones que hacerlas, casi como una terapia de relajación en contraste con el sonido duro y envolvente de su banda principal. Entre 1999 y 2000, tras la disolución de Far, Matranga (sí, el apellido da píe a numerosos chistes) decide editar dicho material, en forma de ep’s, bajo el nombre de Onelinedrawing. Al año siguiente, llegaron algunos ep’s más (inclusive un split con Rival Schools, la banda del ex Gorilla Biscuits y Quicksand, Walter Schreifels) y el cantante también formó New End Original (un anagrama de Onelinedrawing) con la intención de tener una banda completa para interpretar algunas de sus composiciones. Con este grupo editó “Thriller” y en 2002 tuvimos el larga duración debut de Onelinedrawing en la forma de este tremendamente emotivo “Visitor”. Aquí nuestro sensible muchacho se encarga por completo de la composición y la interpretación de los once temas que componen la placa. Por supuesto, se trata de canciones reposadas e intimistas, en su mayoría acústicas y provistas de melodías que apuntan directo al corazón. Y si aquel refrán que reza que una buena canción es aquella que se puede interpretar sólo con una guitarra pelada y aún así logra su cometido, entonces hay que admitir que estamos en presencia de canciones perfectas. Por momentos con aires de Pop melancólico, en otros más Folkys y siempre manteniendo esa sensibilidad Emo/Post-Hardcore de la que ya hacía gala en Far, Matranga logra conmover con elementos simples y despojados de artificios. Hay lugar para pianos, cuerdas, teclados y hasta alguna que otra batería programada, pero la figura central del disco es la voz del mismo Jonah, aquí liberada de las restricciones Rockeras de sus otros proyectos y moviéndose como pez en el agua en este contexto de desnudez emocional. Ciertamente, habrá momentos que recuerden a The New Amsterdams (justamente, aquel proyecto Indie-Folk liderado por Matthew Pryor, cantante de The Get Up Kids), algunos pasajes cercanos a los trabajos solistas de Stephen Brodsky (cantante de Cave In) y hasta ciertos guiños al Pop sofisticado de los discos más cancioneros de Jim O’Rourke, pero la personalidad de estas canciones es innegable. En 2004 vería la luz “The volunteers”, el segundo disco de Onelinedrawing, provisto de un sonido y una producción más pulidas. Ese mismo año, Matranga “disuelve” (¿cómo se disuelve un grupo compuesto por una sola persona?) Onelinedrawing y, tratando de alejarse de los estereotipos del Emo, decide editar sus próximos trabajos solistas bajo su propio nombre, adoptando un cariz mucho más cercano al Folk y el Country. Pero esa ya es otra historia. Si el término Emo tiene algún sentido como abreviación de la palabra emoción y no como mero rejunte de clichés adolescentes, entonces he aquí un perfecto disco de Emo. Si no, simplemente se trata de una excelente colección de canciones para disfrutar en soledad.

-Between The Buried And Me “The great misdirect” (2009)
Como suele suceder con aquellas bandas que tienen algún tipo de vocación experimental, la carrera de Between The Buried And Me está plagada de altibajos. Su debut homónimo planteó una promesa interesante que trataba de desmarcarse (aunque con éxito moderado) de los, ya por ese entonces, clichés más burdos del Metalcore. Su sucesor, “The silent circus” marcó un grado de madurez inesperado y se erigió como auténtica revelación con su caótica combinación de diversos géneros extremos (Death, Grindcore, Mathcore, Thrash) en clave de delirio Progresivo. Luego vino “Alaska”, donde profundizaron aún más en su eclecticismo, incorporando algunas ideas que les sentaban muy bien (toques de Bossa nova, ciertas melodías muy a la Faith No More) y otras (en especial modismos demasiado cercanos al Power-Metal) que no tanto. Adentrándose en el desastre absoluto, editaron un disco de covers (“The anatomy of”) con resultados sencillamente deplorables y, casi como para corregir el error, sobrevino el enmarañado “Colors”, devolviéndole la vida a la creatividad del quinteto. Siguiendo el planteo claramente Progresivo de dicho álbum, “The great misdirect” presenta seis canciones en poco menos de una hora, todas (con excepción de las reposadas “Mirrors” y “Desert of song”) plagadas de laberínticas idas y venidas. Por supuesto, la base del grupo sigue siendo el Metal extremo, con sus voces podridas, sus guitarras en llamas y sus ritmos taquicárdicos, pero eso no le impide adornarlo con una enorme gama de recursos y estilos. Guitarras acústicas, climas de Folk desértico, pianos a la Queen, riffs contracturados, sombríos valses dignos de un cabaret de los años cuarenta, espiraladas vueltas Jazzeras, guiños circenses al mejor estilo Mr. Bungle, melodías Pinkfloyderas, intrincadas digitaciones dignas del King Crimson más frenético, algo de Flamenco, teclados vintage para viajar por el espacio en blanco y negro, algún que otro punteo Maidenesco y hasta coros netamente poperos se dan cita (entre tantos otros miles de detalles) en estas composiciones. Lo interesante es que dicha esquizofrenia está enmarcada en composiciones que, si bien son absolutamente caóticas, resultan coherentes. Evidentemente, estos oriundos de North Carolina han perfeccionado su método para apiñar el incesante flujo de ideas inconexas en un todo donde cualquier cosa puede suceder (algunas de las combinaciones de géneros resultan realmente sorprendentes) pero todo tiene su explicación. O sea, no se trata de un mero zapping musical, si no de una compleja arquitectura compositiva que requiere un grado extra de concentración para no perderse ningún detalle y comprender, justamente, sus formas escondidas. Es un viaje agitado y hasta puede que, por momentos, les resulte chocante, pero les aseguro que vale la pena atravesarlo.


-Disturbance “Fencing” (2009)
No sé quiénes son. Ni siquiera sé cuántos son. No tienen sello discográfico y regalan, por vía digital (chequear en www.myspace.com/disturbance) este álbum debut. No citan influencias concretas ni dan más información que el hecho de ser provenientes (el plural es azaroso, bien puede tratarse de una sola persona) de Rusia. Y, en definitiva, nada de eso importa al momento de adentrarnos en este áspero “Fencing”. Una definición fácil sería decir que esto es Música Electrónica en su concepción más oscura y abrasiva. Bases del más frenético y afiebrado Drum & Bass golpean como martillos hidráulicos sobre erupciones de ruido oxidado, bruscas pausas dan lugar a visiones de violencia lisérgica infectadas por miles de señales sonoras subliminales, tenues resonancias se entrecruzan con choques metálicos, misteriosos ecos fantasmales sobrevuelan paisajes de absoluta aridez post-nuclear, fragmentos de música remachados sobre sórdidas estructuras para crear una cruza entre Frankenstein y Terminator. Claro, esta gente absorbió a la perfección las lecciones de popes Industriales como Skinny Puppy (en especial en lo que hace a ritmos frenéticos y climas narcóticos), el primer Laibach (en especial en lo que hace a orquestaciones macabras rozando lo épico y atravesadas por latigazos de disonancia) y Foetus (en especial en lo que hace a la utilización de samples deformes y estructuras impredecibles), pero eso sirve más bien como marco sonoro antes que como referencia directa. Las aproximaciones al Drum & Bass, el Ambient (siempre en tonalidades oscuras y violentas) y el tratamiento general del sonido y la composición guardan relación con artistas electrónicos de los noventas como Aphex Twin, Gridlock e inclusive The Future Sound Of London, sólo que aquí dichas texturas digitales se encuentran cubiertas de espesas capas de herrumbre y estática, trasladadas a un mundo de pesadillas post-nuclear. En todo caso, queda claro que la intención de Disturbance no es amenizar ninguna velada ni invitar despreocupadamente a las pistas de baile. Esto es música que raspa la piel, señales eléctricas dirigidas para achicharrar neuronas, un derroche de imaginación sádica que demuestra, una vez más, que la música hecha con máquinas puede resultar tan brutal como el más gutural de los Deathmetals. Bien podría compararse este material con algunos de los proyectos más volcados a la electrónica del buen Justin Broadrick, en especial con los primeros pasos de Techno Animal y Krackhead, pero de todas formas la personalidad y las ideas aquí desplegadas eximen a Disturbance del rótulo de copiones. Una auténtica, y más que recomendable, sorpresa.


-Fight Amp “Manners and praise” (2009)
Yo sé que esto no suena muy periodístico (por otro lado, yo no soy periodista, así que qué carajo importa), pero mi primer asociación mental con Fight Amp es una charla con un amigo que decía (refiriéndose a su disco anterior, “Hungry for nothing”) no saber si colocarlo en la carpeta de Noise, la de Sludge o la de Hardcore. Y sí, a veces la misma duda se descubre como la respuesta al interrogante. En efecto, la música de el ahora trío se mueve entre las tres premisas antes mencionadas. El sonido general no desentonaría junto a Eyehategod o Kylesa, con esa guitarra gorda y portentosa, ese bajo podrido que corta como serrucho oxidado y esa batería monolítica que se escucha como si estuviera siendo apaleada al lado nuestro. Por otro lado, el ritmo general de las canciones no se apoya en la lentitud, si no que mantiene un firme pulso rockero, acompañado por riffs que parecen sacados directamente del manual de Amphetamine Reptile, aquel legendario sello discográfico (ya difunto) de los noventas que albergó a luminarias como Melvins, Helmet y Unsane, entre tantos otros exponentes del costado más contundente del Noise-Rock. Y la mención de estas tres bandas no es gratuita. En el sonido de Fight Amp (en sus comienzos se hacían llamar Fight Amputation) es posible detectar claras referencias a ellos. Empezando con las voces de Mike McGinnis y Jon Dehart (guitarrista y bajista, respectivamente) que suenan como una cruza entre un King Buzzo menos histriónico y un Chris Spencer apenas contenido. En el terreno de las guitarras es donde mejor se perciben estas influencias, combinando la retorcida reinterpretación Sabbáthica de Melvins con las mugrientas disonancias de Unsane y el groove seco y entrecortado de Helmet. Las canciones mantienen estructuras simples y directas (a un promedio de tres minutos por tema), con el claro objetivo de patear nucas antes que de sumergirse en intrincados viajes sonoros. Y allí es donde reside el encanto de Fight Amp (y de este género en general), en utilizar elementos característicos de la vanguardia (el ruido, las disonancias, los ritmos trabados) en un contexto absolutamente salvaje, rockero, sudoroso y pendenciero. El corazón Hardcore de esta gente se hace evidente en la entrega cruda y visceral, en esa energía que nunca decae, en esa virulencia que, si no fuera por los demás elementos musicales, sonaría casi tosca y torpe. En ese sentido, el costado Noise-Rockero aporta no sólo la cuota (mínima y necesaria) de experimentación y vuelo creativo, si no también la soltura y el desenfado para salirse de las posturas rígidas del Hardcore y el Metal. No hay mucho más que agregar, no se trata de ninguna reinvención de nada, si no, simplemente, de otro grupo rescatando las voces más enfermas y enterradas de la década pasada, con los huevos y la impronta suficiente como para hacer frente a las comparaciones y salir airosos en el proceso.

-Jello Biafra & The Guantanamo School Of Medicine “The audacity of hype” (2009)
Todo comenzó cuando el gran Jello (inspirado por los festejos sexagenarios de Iggy Pop) decidió formar una banda estable para festejar sus cincuenta años de vida. Dicha formación incluía al guitarrista Ralph Spight (Victim’s Family), el baterista Jon Weiss (hermano de Andrew Weiss, el ex bajista de Ween y Rollins Band que se unirá a este combo para tocar en vivo como reemplazo momentáneo de la persona que nombraré a continuación) y el bajista Bill Gould, miembro fundador de los reformados Faith No More. A la hora de entrar al estudio deciden incorporar los talentos guitarrísticos de Kimo Ball (ex miembro de los deformes Möl Triffid) y, con él, se rebautizan como The Guantanamo School Of Medicine, abandonando el anterior mote de The Axis Of Merry Evildoers. “The audacity of hype” abre con “Terror of Tinytown”, un Punk a medio tiempo con guitarras como serruchos, arreglos que bordean el Surf (en la mejor tradición Dead Kennedys), texturas casi psicodélicas, ocasionales percusiones metálicas (no me refiero a Heavy Metal, si no a objetos metálicos utilizados con tales fines) y esa inmortal voz, histérica, histriónica y punzante transformando, como siempre, las meras palabras en lecciones. Le sigue “Clean as a thistle” y allí el espíritu de los Dead Kennedys brilla con cegadora intensidad. Esos riffs a la Dick Dale pasados por ácido, ese ritmo firme y movedizo, y esas melodías infecciosas nos retrotraen a los mejores momentos de “Fresh fruit for rotting vegetables” pero con las ventajas sonoras actuales. Y, sinceramente, resulta tan inspirador como refrescante que este tipo, después de tantos años, mantenga semejante grado de energía y lucidez. La cosa se acelera para “New feudalism”, un ritmo de puro Hardcore (que no hubiese desentonado en las aventuras de Jello junto a los canadienses D.O.A.) sobre el cual las guitarras se debaten entre carnosos riffs, volados punteos y desquiciados solos. El corte casi Jazzero a la mitad del tema sirve para que Biafra demuestre el absoluto manejo que posee de la dinámica y la intensidad y el repunte de velocidad del final nos deja sin aliento. ¿Quieren bailar y retorcerse como el mencionado Iggy Pop? Bien, ahí tienen a “Panic land” con toda su impronta Stoogera (bueno, también podría ser MC5, para qué negarlo) de puro Rock And Roll salvaje, sudoroso y frenético. Los Kennedys vuelven a decir presente en “Electronic plantation”, que bien podría considerarse como una reversión de aquel clásico “Holiday in Cambodia” pero con un mayor trabajo de texturas y contrapuntos por parte de las guitarras. Tras una sombría introducción, arranca “Three strikes” en clave de Punk acelerado y envuelto por una densa oscuridad. La parte intermedia de la canción retoma las penumbras de la intro, entre tenues percusiones y guitarras acuosas. Todo para volver a la carga con las fuerzas renovadas y las guitarras rasgando la piel con esos geniales riffs. “Strength through shopping” retoma la impronta Surf-demente con las guitarras sacándose chispas entre mugrientos riffs y enroscados punteos. El agregado de épicos solos y las mencionadas percusiones casi Industriales no hacen más que apuntalar el clima desesperante del tema, casi como si le dieran un marco actual a esa misma rabia de los Dead Kennedys. Y, hablando de ese grupo, ¿les gusta “Frankenchrist”? Bueno, a mí sí, y si ustedes comparten ese gusto, un tema como “Pets eat their master” (con sus subidas y bajadas de intensidad, sus guiños Jazzeros, sus arreglos disonantes y su clima hipnótico) debería deleitarles el paladar. Llega el final con “I won't give up”, un auténtico himno de conciencia revolucionaria que aglutina en sí mismo un Groove casi Hard-rockero, arreglos Country, riffs firuleteados y un estribillo ideal para corear con el puño en alto. Tras unos minutos de puro silencio digital (como dirían sus amigotes, los Melvins), nos topamos con un caótico y ruidoso bonus track que suena como si hubieran superpuesto todos los temas del disco en una única bola de confusión sónica. Noten que casi no hice mención a las letras, dado que, en el caso de Biafra, eso significaría por lo menos cinco páginas más de análisis y siempre es mejor que ustedes saquen sus propias conclusiones. Sólo basta decir que la mirada de Jello sigue siendo tan aguda, inteligente y punzante como siempre. No hay mucho más que agregar, el más grande activista del Punk vuelve al ruedo con una banda impecable y un disco capaz de competir con sus momentos más recordados. Sencillamente imprescindible.


-Mine[thorn] “Junk hive noir” (2009)
Entre principios y mediados de los noventas, bandas como Fear Factory, Red Harvest, Meathook Seed (aquel destacado proyecto con gente de Napalm Death y Obituary) y Strapping Young Lad, claramente inspirados por Godflesh, decidieron llevar esos climas de perdición Industrial a terrenos aún más metálicos, combinándolos con modismos típicos (machaques Thrashers, voces podridas, doble bombo Deathmetalero, algo de nihilista oscuridad Blackmetalera y hasta algún que otro blast-beat Grindcoroso) del Metal extremo en general. Casi como extraído de aquella época llega este álbum debut de Mine[thorn], luego de largas demoras causadas por fallas en el equipamiento. El grupo nació a principios de la presente década bajo el nombre de Minethorn (así, sin los corchetes) y practicando una suerte de Black/Death Metal todavía sin los elementos electrónicos incorporados. De hecho, de los primeros demos surgiría The Axis Of Perdition, quienes también irían volcándose a sonoridades Industriales con el tiempo. Bueno, como podrán imaginarse, esto es material pesado, extremo y recubierto de esa desazón mecánica tan propia del estilo. Los nueve temas que componen la placa suenan recargados, entre afiladísimas guitarras, bases rítmicas de una precisión inhumana, hipnóticos colchones de teclados y plagas de corrosivos samples infectando cada resquicio sonoro con sus crujidos. Claro, más allá de la constante presencia de texturas (y hasta algún que otro ritmo) electrónicas, lo que aquí predomina es el Metal. Los riffs machacan con fuerza, el doble bombo repiquetea incansable, las voces aportan una vasta gama de gruñidos (aunque en general imperan tonos rasposos, bien típicos del Metal de los noventas) y hasta se atreven a meter alguna que otra melodía inanimada a la Godflesh. Los ritmos cubren desde la densidad más agobiante hasta virulentas aceleradas, sin olvidar los machacantes medios tiempos que generan esa ominosa sensación de edificios derrumbándose sobre nuestras cabezas. En fin, no es lo más original del mundo (de hecho, en ese terreno pierden en comparación con su banda hermana, los mencionados Axis Of Perdition), pero está hecho con un nivel altísimo y profundo conocimiento de causa. Y, para quienes disfruten de esta especie de sub-género de Metal Industrial, he aquí una pieza digna de ponerse al tope de sus preferencias.

2 invocaciones del cosmos:

Bolón, yo tenía un disco de Pulkas, lo encontré en una disquería en San Juan y me lo había comprado por la tapa. Aunque no me gustó mucho. Es el efecto Neurosis, a la primera escuchad ano entendés nada, pero cuando hace click te rompe el culo. Tendría que haberle dado otra oportunidad

Cuantas hermosas careteadas, jaja. A los pulkas me acuerdo de un video. Tengo que darles pelota.