22 de agosto de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Last Exit “Köln” (1986)
Seamos honestos, no siempre los acercamientos entre el Jazz y el Rock dan buenos resultados. En algunos casos, con la excusa de la improvisación nos clavamos con soporíferos devaneos drogones y en otros (aún más graves) el preciosismo interpretativo ahoga todo tipo de alma que la música pudiera contener. Nada de eso afectaba a este legendario cuarteto. Sí, sus raíces estaban en el Free-Jazz y hacían de la improvisación casi una regla inquebrantable pero de ninguna manera resultaban lábiles o faltos de concentración y objetivos claros. También eran consumados virtuosos pero si hay algo que no se encuentra ausente es un abrasador fuego ardiendo en las entrañas de estos músicos. Ronald Shannon Jackson golpeaba su batería con la fuerza y la determinación de una estampida de mastodontes y sin embargo no era ajeno a intrincadas sutilezas rítmicas y estratégicos silencios, al tiempo que oficiaba como ocasional y desquiciado vocalista. Bill Laswell (sí, el mismo de Painkiller y tantos otros proyectos) generaba sus clásicos y abrumadores colchones de graves con su desbocado bajo, siempre atento a sostener las laberínticas estructuras armónicas del cuarteto. Sonny Sharrock fundía su alma en latigazos eléctricos con su guitarra, extrayéndole sonidos inverosímiles con dedos que eran perfectas máquinas de matar, retorciéndose en febriles punteos y pintando visiones surrealistas con progresiones de acordes sencillamente asombrosas. Peter Brötzmann (padre del guitarrista Caspar Brötzmann, que tendría una más que destacada carrera en el terreno del Noise-Rock más cavernoso y abrasivo) demostraba que, luego de Coltrane y Coleman, todavía quedaban varios alaridos que arrancarle al saxofón. Los cuatro confluían en taquicárdicos paseos musicales (este disco, así como gran parte de su discografía, está grabado enteramente en vivo) con una intensidad digna del Hardcore más virulento y un vuelo creativo al que la palabra vanguardia le queda chica, pavimentando de paso el camino para las posteriores experiencias de grupos como Naked City, Boredoms o Prelapse. En fin, pura energía que se caga en las afectaciones de esos típicos Jazzeros de conservatorio al tiempo que deja en ridículo a tanto pelele con cara de malo tratando de resultar extremo sólo en base a decibeles y formalismos genéricos.


-Treponem Pal “Aggravation” (1991)
Fall Of Because fue la primera encarnación de Godflesh y tomaba su nombre del segundo disco de los míticos Killing Joke. Paul Raven (fallecido bajista de Killing Joke) fue miembro de Prong en los noventas y hasta tuvo su breve paso por Godflesh. Ted Parsons, luego de su estadía en Swans, fue baterista de Prong durante sus diez primeros años, luego ingresó a un Godflesh ya cercano a la disolución y mantuvo su relación musical con Justin Broadrick en Jesu. Queda claro, entonces, que el nexo entre Killing Joke, Prong y Godflesh va más allá de objetivos estéticos similares. Los franceses Treponem Pal no tenían lazos directos con dichas bandas pero su sonido (especialmente en este segundo disco) bien podría ser descripto como el resumen perfecto de las tres. Opresivas atmósferas Industriales, secos machaques metaleros, voces quebradas, guitarras disonantes, bajos profundos, bases durísimas y esa oscura visión del mundo tan típica del Post-Punk es lo que ofrecía el quinteto con una intensidad y una solidez que nada tenía que envidiarle a sus mentores. Hasta contaban con la producción de Roli Mosimann, que había trabajado previamente con Swans. Así, se despacharon con nueve corrosivas canciones que iban desde la más asfixiante densidad (“Love”, “You got what you deserve”) hasta los más frenéticos ataques (“TV Matic”, “Rest is a war”, “Fugitive soul”), y hasta se permitían coverear el clásico “Radioactivity” de Kraftwerk en una versión que hiela la sangre. Sus posteriores pasos discográficos los acercarían al Ministry más agresivo (en “Excess & Overdrive” de 1993) y, luego, a un híbrido entre KMFDM y el Reggae en el desparejo “Higher” de 1997. El año pasado retornaron con “Weird machine”, un disco que los encontraba ensayando una suerte de Hard-Rock-Industrial y en el que participaron, oh casualidad, Paul Raven y Ted Parsons, con lo cual (como diría Darth Vader) el círculo se completa. En cualquier caso, “Aggravation” encontró a los franchutes en su momento más álgido de virulencia, imaginación y mala onda y se erigió (al menos en selectos círculos de culto) como una de las piezas fundamentales del Metal-Industrial de principios de los noventas.


-No More Lies “][” (2002)
Todos tenemos nuestras debilidades, musicalmente hablando. Quiero decir, no todo lo que escuchamos se puede catalogar de sublime o imprescindible, aún cuando lo disfrutemos a rabiar. Yo tengo varias de esas debilidades y en general se manifiestan en bandas con referentes clarísimos (esto es un eufemismo por choreos), bandas que, aún a costa de su propia identidad se lanzan a adorar a sus héroes sin miramientos. Bueno, tal vez en el caso de este trío español esté exagerando. Sí, aprendieron al pie de la letra las lecciones de Fugazi (y sólo eso ya hace que los ame incondicionalmente) pero tampoco se trata de un clon exacto. Ok, la voz tiene ese gustito crudo y emotivo a la Ian MacKaye, las bases hacen gala de ese groove contracturado tan típico de los washingtonianos y las guitarras despliegan un vasto arsenal de disonancias, riffs y melodías típicamente Fugaziescas. Todos estos elementos que, por cierto, también pueden rastrearse en miles de bandas, en especial en el campo del Post-Hardcore, lo cual igualaría un tanto el contador. Por otro lado, la energía aquí desplegada y cierta densidad enroscada que presentan las instrumentaciones (son tres pero suenan como un pelotón) guardan estrecha relación con el Noise y el Math-Rock. Las influencias son innegables pero también lo es la voluntad por encontrar esquemas propios. No siempre lo logran, claro, pero aún en esos momentos la intensidad no decae. Y cuando dan en la tecla con alguna idea realmente propia son capaces de dejarnos boquiabiertos. Es la ventaja de tener como principal referente a una de las bandas más creativas y honestas de la historia del Rock. En cualquier caso, lo que No More Lies ofrece en este segundo disco (que hace de sandwich entre el debut “Seeds of entusiasm” y el posterior “41º46.5'N 3º1.9'E”) son once geniales canciones donde las buenas ideas, la inteligencia y la imaginación conviven sin problemas con la urgencia Punk y las melodías agridulces. En mi libro, eso es motivo más que suficiente para darles una oportunidad.


-The JJ Paradise Players Club “Wine cooler blowout” (2002)
Unsane son los amos indiscutidos del Noise-Rock más pesado y riffero parido desde las mugrientas entrañas de las calles neoyorquinas. Kiss It Goodbye fue la banda que surgió de las cenizas de Deadguy, donde profundizaron su marca registrada de Mathcore obsesivo, agobiante, ruidoso y a medio tiempo. Glazed Baby era un quinteto oriundo de Massachusetts que, entre 1991 y 1999, se dedicó a ensuciar aún más las enseñanzas de los mencionados Unsane, llegando inclusive a compartir integrantes con ellos. Ahora bien, si juntamos a diversos miembros de esas bandas con el simple objetivo de rockear al palo y patear culos sin piedad es de esperar que el resultado no tenga nada que ver con esa suerte de revival rockandrollero estilizado de bandas como The Hellacopters. Dicho y hecho, entonces. En este disco debut los muchachos dejan de lado cualquier tipo de intención experimental y se abocan a un Rock pesado, crudo, directo y con unos huevos enormes. Por supuesto, aquí mandan los riffs y en eso esta gente tiene algo de experiencia. De alguna forma, es como si tomaran el costado más primitivo del Noise-Rock y mantuvieran al mínimo las disonancias y los tics nerds, empleándolos sólo cuando las canciones así lo requieren y sumando un groove Sabbathero entre relajado y pendenciero. Por momentos hasta suenan como una cruza de los momentos más rudos de Clutch y los más Punkys de Unsane, de hecho las voces remiten a un híbrido entre el tono rasposo de Neil Fallon y el quejido distorsionado de Chris Spencer. Las guitarras rescatan el más aplastante catálogo de riffs y punteos setentosos y lo fuerzan a través de un filtro de saturada distorsión, el bajo retumba apuntalando dichos riffs con un sonido masivo y gruñidor y la batería mantiene un swing sólido, ideal para mover la cabecita mientras ponemos cara de oler caca. También es posible toparse con momentos donde se cuelan ciertas extravagancias rítmicas y armónicas típicas de su experiencia Noise-Rockera, pero eso no hace más que aportar un condimento extra a la receta. En definitiva, si están buscando material rockero, entretenido pero no estúpido, siempre energético y hasta con alguna que otra idea distintiva, esto es para ustedes.

-Xanopticon “The silver key” (2007)
Sólo tres temas le bastan a Xanopticon para generar severos ataques de epilepsia en sus oyentes. Les puedo asegurar que en los veintiún minutos que dura este frenético “The silver key” no encontrarán respiro y los huesos les temblarán tiempo después de que el disco haya dejado de sonar. Ritmos entrecortados, taquicárdicos y salvajes pero construidos con la precisión sanguinaria de un asesino a sueldo. Texturas cáusticas que se mueven vertiginosamente por los laberínticos recovecos que Ryan Friedrich (tal el nombre detrás de la bestial criatura) concibe como si de un científico loco se tratara. Siniestras visiones transmitidas a toda velocidad como fragmentos del peor viaje de ácido jamás imaginado. Por supuesto, esto es material caótico pero nada está librado al azar. Cada detalle, cada chirrido, cada abrupta pausa, cada erupción sonora, cada uno de los infinitos detalles que plagan este disco está colocado con la firme intención de trastocar neuronas. No hace falta ser un entendido en cuestiones electrónicas para sentir las entrañas en llamas y el constante martilleo en la cabeza. No importa si esto es Drum & Bass, Breakcore, Drill & Bass o lo qué carajo sea. Los pocos (y estratégicamente ubicados) remansos ambientales le deben más a la tradición opresiva de la Música Industrial que a la relajada coolez del Chill-out. Y, ciertamente, intentar bailar estas contracturas rítmicas es una tarea sólo recomendable para psicóticos peligrosos. Sin siquiera proponérselo, este tipo tiende un puente entre el costado más intelectual de la Electrónica y las vertientes más extremas y violentas del Rock en general, sin necesidad de caer en trucos obvios o híbridos sin sustancia. En cualquier caso, si se sienten listos para una experiencia musical auténticamente febril, “The silver key” no los va a defraudar.

-Bloody Panda “Summon” (2009)
Masoquistas del mundo, regocijaos, Bloody Panda vuelve a descargar sobre nuestros gastados ánimos la más angustiante y terrorífica forma de Doom que jamás imaginaron. El debut, “Pheromone” de 2007, ya había resultado un manjar auspicioso donde la más enfermiza densidad Melvinesca se juntaba con los delirios vocales de la japonesa Yoshiko Ohara, pero “Summon” lleva las cosas un poco más lejos, si eso es posible. En primer lugar, Ohara no sólo no pierde las mañas (ni los pelos, que yo sepa) si no que encima ha ganado en versatilidad y sentimiento, estirando su garganta hasta límites insospechados. Ella grita como si le estuvieran raspando las encías con navajas oxidadas y al segundo desprende una frágil melodía que, poco a poco, se va enroscando hasta descubrir sus verdaderas intenciones, luego recita alguna misteriosa invocación y vuelve a disolverse en fantasmales alaridos. También posee un agudo sentido de la ubicación y sabe cuando dejar que el silencio haga lo suyo, contribuyendo así a la siempre escalofriante dinámica del quinteto. Pero no sólo de deformes excelencias vocales se compone esta pesadilla. Los cuatro músicos restantes también afinaron la puntería y se despacharon con composiciones mucho más sórdidas, envolventes y personales. La guitarra truena cuando tiene que hacerlo pero también se permite agudas disonancias, hipnóticos arpegios y punteos, y un manejo rítmico sumamente tenso y desesperante. Las bases son, como corresponde, lentas y mortuorias (aunque es posible encontrar alguna acelerada casi Blackmetalera por ahí), sirviendo de perfecto lienzo sobre el cual pintar estas macabras visiones. Pero es el sublime trabajo de teclados, samples y órgano lo que ayuda a crear esta sobrecogedora sensación tridimensional. Desde ominosos colchones armónicos (con una fijación morbosa por los tonos menores) hasta penetrantes ruiditos de dudosa procedencia, el incesante vaivén de arreglos entre cinematográficos y esotéricos es lo que, junto a la voz de Yoshiko, le da a Bloody Panda su sello distintivo. Sin esos elementos serían una banda más tratando de emular a Khanate, Melvins y Sunn 0))). Justamente, en un ámbito tan saturado como lo es hoy en día el del Doom más extremo (y aquí englobo Sludge, Post-Metal, Drone, etc.), resulta absolutamente refrescante un disco tan personal y certero como este inquietante “Summon”. Si están de humor para más de una hora del más tortuoso viaje musical, esto no los va a defraudar.


-Echoes Of Yul “Echoes Of Yul” (2009)
Si el Doom en general (a través de todas sus subcorrientes) se trata de ir a paso lento, como cargando el peso del fin del mundo sobre los hombros, entonces nada mejor que cruzarlo con otros géneros ajenos al Metal pero que también hacen de los ritmos letárgicos y las atmósferas embotadoras casi una religión. El caso de este dúo polaco es bastante singular ya que, teniendo como principal y evidente referente a Godflesh, se las arreglan para entregar un resultado personal simplemente profundizando ciertas aristas que la ex banda de Justin Broadrick usaba sólo como acompañamiento en su monolítica propuesta. Así, Echoes Of Yul mantiene los ritmos babosos, los climas opresivos y la espesa maraña de ruiditos y texturas de toda procedencia. Lo que aquí se acentúa es la influencia del Dub, un género que Godflesh solía abordar sólo en remixes. De esta forma, tenemos extensos pasajes hipnóticos donde hasta los estallidos rifferos suenan como encapsulados en su propio viaje cósmico. O sea, todos los elementos están ahí (acoples, resonancias, samples, efectos deformes, ecos lejanos, bajo arenosos y ultra grave, riffs gordos y Sabbatheros, riffs disonantes, voces podridas), pero la sensación no es de aplastamiento u opresión, si no que se asemeja más bien a desprendernos de nuestros propios cuerpos y contemplar pausadamente los resultados del Apocalipsis. También hay lugar para algún que otro pasaje melódico que no hace más que reforzar los lazos entre las creaciones de Broadrick y paladines del Slow-Core como Codeine o Low. Ojo, tanta referencia al líder de Jesu puede hacer suponer que lo de Echoes Of Yul es una mera copia cuando de ninguna manera es así. Sólo se trata de un punto de partida desde donde desarrollar su propia visión musical. Una visión que logra su mayor pesadez alejándose de la virulencia del Metal y hundiéndola en esa profundidad lisérgica tan típica del Dub. Todo esto en atrapantes composiciones con arduos desarrollos y un sinfín de detalles sonoros que entran y salen de la pintura como fantasmas, con los necesarios elementos electrónicos pero sin abandonar nunca el latir orgánico en la interpretación. Sin duda alguna, una de las apariciones más auspiciosas e interesantes del año.


-Eels “Hombre lobo” (2009)
Que el mundo está lleno de freaks no es ninguna novedad, sobre todo si hablamos de Rock. No sólo en los artistas, también en el público suele encontrarse esa pulsión por ser extravagantes y “distintos” a toda costa. Claro, en la mayoría de los casos se trata de una pose tan forzada como patética y las acciones (o las músicas) que, en esos contextos, se suelen considerar fuera de lo común resultan ser tan ordinarias como ir a comprar el pan o tomarse un colectivo. Lo interesante, al menos en términos musicales, sucede cuando ese componente freak aflora de forma espontánea y natural antes que como un adolescente llamado de atención. Tomen si no el ejemplo de Mark Oliver Everett (también conocido como E.) quien, luego de un par de intentos solistas fallidos, formó Eels en 1995 y desde entonces nos ofrece su singular visión de la vida a través de canciones que esconden, detrás de su tradicional apariencia, un universo de deformidades varias y extraños tics en el bocho. Sin salirse nunca de su marca registrada de Rock-Pop de clara extracción Beatlesca, el tipo se las arregló para concebir una discografía donde cada álbum apunta a objetivos particulares y distintivos. Así, tuvimos el Pop malicioso del debut “Beautiful freak”, la tristeza infinita de “Electro-shock blues”, la efervescencia a-go-go de “Daisies of the galaxy”, los aires rústicos de “Shootenany!” o el eclecticismo cancionero y reposado del doble “Blinking lights and other revelations”, por poner algunos ejemplos. “Hombre lobo” (el título hace alusión al tupido vello facial que invade el rostro de E.) es su séptimo disco y la temática que lo recorre es el deseo como motor de situaciones capaces de alterar la vida misma. Partiendo de esa base, no extraña que estemos en presencia de un álbum más animado, donde predominan los tempos movedizos y los riffs rockeros, aunque siempre condimentados con esa frágil sensibilidad Pop que es la marca distintiva del grupo. También se nota un incremento de influencias aún más ancestrales, como el Blues y el Folk, que calzan a la perfección con la grave y sentida voz de Everett. No faltan, como corresponde, los flirteos con el Funk, la Psicodelia, la Electrónica, el Noise y demás tangentes que aparecen de forma sutil pero certera, apuntalando ese freakismo que mencionaba antes. El punto es que todos esos elementos fluyen confortablemente a través de las doce canciones que componen el álbum, sin ensuciar nunca el desarrollo melódico de las mismas ni interferir con su alto nivel emotivo. Más allá de tanto análisis, lo que Eels ofrece es una panzada de hermosas canciones ideales para tararear sin preocupaciones pero con el corazón al rojo vivo.


-Polvo “In prism” (2009)
Nacieron en 1990 como adoradores de los experimentos guitarrísticos de Sonic Youth y fueron puliendo su sonido hasta lograr una síntesis casi perfecta entre el nervio de la canción tradicional rockera (siempre con la impronta noventosa presente) y las más sesudas elucubraciones vanguardistas aplicadas a las seis cuerdas. Alguna vez hasta llegaron a ser descriptos como una cruza entre los mencionados neoyorquinos y Voivod, aunque, claramente, no estemos hablando de Metal aquí. Obligados a usar rótulos, podríamos decir Math-Rock, un género del cual son pioneros aún sin calzar al cien por ciento en sus contracturados modismos. Luego de diez años separados, Polvo vuelve a la carga con un disco que los encuentra al tope de sus habilidades como compositores e intérpretes. Se nota que el cuarteto aún guarda un gran cariño por los liderados por Thurston Moore, los momentos más relajados de “In prism” presentan estrechos lazos con lo expuesto en discos como “Murray street” o “Sonic nurse”. Es decir, medios tiempos de suaves melodías vocales construidas sobre intrincados contrapuntos armónicos que, no obstante, no rompen la fluidez melódica de la canción. Por otro lado, encontramos magníficas canciones donde la energía rockera se retuerce a pura distorsión entre enroscados riffs y angulares ritmos mutantes, con estructuras laberínticas y un sentido de la dinámica que los acerca más a los diseños quebrados de los míticos Slint. Ojo, de ninguna manera piensen que las influencias tapan la indiscutida personalidad del grupo, sólo se trata de referencias como punto de partida. Polvo logra que toda esa maraña de excentricidades instrumentales se manifieste en perfectas canciones donde el gancho siempre dice presente, aún dentro de los complejos vaivenes y las místicas atmósferas de las mismas. Aquellos que tengan predilección por las instrumentaciones rebuscadas e imaginativas pero detesten a los virtuosos sin alma o a los meros exhibicionistas, tienen en “In prism” un suculento manjar. El trabajo de Ash Bowie y Dave Brylawski con sus guitarras y sus melodías vocales es sencillamente excepcional, un ejemplo de que siempre hay lugar para que el Rock ofrezca cosas que nunca antes habíamos escuchado. Si ya los conocían, “In prism” tiene la pasta para competir con los momentos más logrados de su discografía, y si no, es una perfecta excusa para descubrir a una de las bandas más creativas de la década pasada que se planta firme en la actualidad sin perder ni una sola de sus cualidades. De cabeza a lo mejor del año.

-Soulsavers “Broken” (2009)
“Broken” es la noche. No cualquier noche, sólo aquellas donde el asfalto desprende una tenue luminosidad y los pasos solitarios son acompañados por una constante llovizna. Aquellas noches donde el placer y el dolor se confunden y se trenzan en batallas bañadas de alcohol y lágrimas, donde el pasado, el presente y el futuro se ven como una mala película en blanco y negro, donde hasta el corazón más vigoroso cede ante el peso de sus propias miserias. Noches de miradas perdidas y andares erráticos, habitadas por fantasmas de suave piel e intenciones borrosas. Noches de redención, al fin. Y si hay alguien que sabe de esas turbias excursiones noctámbulas es Mark Lanegan, que aquí (así como lo hiciera en el anterior “It’s not how far you fall, It’s the way you land”) pone su cavernosa voz al servicio de este dúo de productores conocidos como Soulsavers. Y eso no es todo, también tenemos las participaciones estelares de gente como Jason Pierce (Spiritualized, Spacemen 3), Gibby Haynes (Butthole Surfers), la ignota Rosa Agostino (aquí conocida como Red Ghost) y el siempre impredecible Mike Patton. En este tercer disco, el grupo reduce al mínimo indispensable los elementos electrónicos de su propuesta (en general alineados en una suerte de Trip-Hop borracho y melancólico), poniendo al frente las guitarras (acústicas y eléctricas) y los pianos al tiempo que profundizan sus fuertes lazos con el Soul, el Blues y el Gospel. Por supuesto, hay temas que no desentonarían en el repertorio solista del ex Screaming Trees, esos áridos remansos de Folk teñidos de una oscuridad casi suicida. Queda claro que esto no es material para animar fiestas ni para corear en la cancha pero de ninguna forma piensen que esta calma introspectiva está exenta de intensidad, es sólo que no necesita apoyarse exclusivamente en la distorsión ni el volumen atronador para ponernos la piel de gallina.


-Squarepusher “Solo electric bass 1” (2009)
Squarepusher (Tom Jenkinson es el nombre detrás de la acción) es el perfecto ejemplo para chantarle en la cara a aquellos que todavía piensan que los músicos electrónicos no son músicos. No sólo por su impredecible discografía (donde es posible encontrar desde frenéticos ejercicios de Drum & Bass, hasta relajados grooves Funkys, abstracciones sonoras emparentadas con la Música Concreta e inclusive excursiones de pura cepa Jazzera), si no, principalmente, por el hecho de que Jenkinson suele adornar sus intrincadas construcciones electrónicas con virtuosos pasajes de bajo y guitarra interpretados por él mismo con una maestría que haría que el mismísimo Pappo se levantara de la tumba sólo para volver a morirse de la vergüenza. Y que conste que esto no es ninguna defensa al gordito Dj Dero que, efectivamente, es un ladrón. En fin, más allá de polémicas estériles, lo que tenemos en esta nueva entrega de Squarepusher son doce tracks grabados en vivo en 2007 durante una performance en París. La particularidad (que se puede adivinar desde el título mismo del disco) es que en esta ocasión el inglés deja de lado su arsenal multi-instrumental, quedándose sólo con un bajo y un amplificador. Y así, despojado y en plan intimista, el tipo se despacha con bellísimas composiciones en plan Jazzero donde, sólo con sus dedos, se las arregla para generar tanto melodías de absoluta dulzura como visones fracturadas y deformes. La grabación es absolutamente cruda y realista, por momentos hasta escuchamos el repiquetear de los dedos sobre las cuerdas, lo cual es interesante contraste con sus cuidadísimas producciones de estudio. En los momentos calmos, la cosa va por carriles Jazzeros tradicionales, con canciones melódicas entre románticas y soñadoras. Y, cuando la energía sube, se cuelan erupciones que recuerdan a los primeros trabajos de improvisación planteados por John Zorn. Lo bueno es que en ningún momento se trata de un mero ejercicio de autoindulgencia interpretativa, esto es material disfrutable aún para aquellos que no poseen conocimientos musicales académicos ni les interesa tenerlos. En fin, un trabajo inesperado a cargo de un músico que nos tiene acostumbrados a movimientos inesperados.

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