19 de febrero de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Ocrilim “Annwn” (2009)
Mick Barr es un tipo extraño, chocolate por la noticia. Su trabajo con Orthrelm (el dúo más frenético jamás concebido) redefinió la idea de Metal Progresivo para el nuevo milenio y sus colaboraciones con Zach Hill (de Hella) y The Flying Luttenbachers (por nombrar sólo un par) ayudaron a aumentar su status de culto. Y no quiero olvidarme de Krallice, su más reciente proyecto donde se encarga de dotar de frescas brisas al Black Metal. Ocrilim es algo así como la versión solista del anteojudo guitarrista. Algo así. Existe Octis, donde el bueno de Barr también actúa sin más acompañamiento que alguna eventual batería programada por él mismo. En sus propias palabras “Ocrilim es Mick Barr pensando de más, Octis es Mick Barr pensando de menos”. Todo se hace más confuso aún cuando notamos que, en más de un disco, los nombres de Octis y Ocrilim comparten cartel. En fin. “Annwn” es, ni más ni menos, que un disco de guitarras. Literalmente. Es el único instrumento (ah sí, también mete algún bajo aquí y allá, pero está tan enterrado en la mezcla que casi ni se nota) que escucharán durante los casi ochenta minutos que dura el cd. Bueno, eso es un decir, ya que Barr se caracteriza por hacer que las seis cuerdas escupan todo tipo de sonidos inverosímiles. Y sin embargo no estamos hablando de Noise. Hay disonancias y texturas como para hacer feliz al más ferviente adorador de Sonic Youth, pero el rubio no tiene empacho en dejar que sus dedos vuelen por el diapasón a toda velocidad, corriendo carreras contra sí mismo, dejando una estela de notas que van dibujando arquitecturas alienígenas en blanco y negro. Sí, hablamos de virtuosismo en su forma más exacerbante. Y sin embargo, lejos estamos de encontrarnos con estériles demostraciones de gimnasia dedística sin sustento musical. Las composiciones demuestran que la cita de Barr describiendo este proyecto es indudablemente acertada. Nada está librado al azar, cada detalle, cada arreglo, cada contrapunto, cada barrida está pensada como parte de un todo que se descubre pasada la estupefacción que genera el nivel interpretativo. No digo que sea fácil, yo mismo tuve que luchar contra mis propios prejuicios hacia los guitar-heroes. La sutil diferencia radica en que en ningún momento Ocrilim evoca imágenes de melenudos blandiendo la guitarra como una extensión de sus (ya de por sí, diminutos) penes ni de jazzeros sin alma dando gélidas clases de digitación. Ocrilim propone un viaje surrealista y envolvente, para cerrar los ojos y encontrarnos atrapados en densos laberintos musicales, tan densos, agobiantes y (por momentos) violentos como el más brutal disco de Death Metal y sin necesidad de dar quinientas vueltas al pedo. De hecho, hay algo de esos trances de distorsión repetitivos del más primitivo Black Metal, aunque lanzados a dimensiones demasiado extrañas como para caer en lo genérico. La innegable personalidad de Barr elude con humildad y gracia cualquier tipo de encasillamiento. Y, en mi libro, eso ya es motivo de sobra para darle una oportunidad.


-Eh! “36 de 48” (2009)
Standstill es una banda con más de un logro atendible en su haber. Cuentan con cuatro largas duración que documentan su incesante evolución desde el Screamo más violento y disonante hasta esa especie de Post-Hardcore Progresivo que practican hoy en día. En España (y en Europa en general) son reconocidos como una de las bandas más creativas del undeground, de las pocas que lograron hacer madurar sus raíces Hardcore sin perder intensidad. Hasta se permitieron hacer la transición de cantar en inglés a hacerlo en castellano sin quedar mal parados. Toda esta perorata para hablar de Eh!, el debut solista de Elías Egido, quien fuera miembro de los barcelonenses hasta 2005. Nada de Hardcore, Screamo, Post-Hardcore ni cosas por el estilo. Egido se rodea de una mini orquesta de guitarras, teclados, theremins, batería, calimba eléctrica, serruchos (sí, leyeron bien) mientras que él mismo se hace cargo del bajo, el contrabajo y la programación, amén de componer íntegramente las diez canciones aquí presentadas. Íntegramente instrumental, “36 de 48” es una travesía tan árida como hermosa. Tranquilamente podría ser la banda de sonido de un melancólico western en colores sepias. Sí, ya sé que el nombre de Ennio Morricone se ha vuelto un lugar común en los círculos más cool del Rock de vanguardia actual (John Zorn, Mike Patton y Scott Hull, entre otros, lo mencionan en su podio personal), pero eso no quita que su influencia siga siendo realmente inspiradora. Y tampoco podría decirse que la propuesta de Eh! Comienza y termina en Morricone. “La cortina de mi propio ego” hace gala de un clima bombástico, adornado magistralmente por vientos y timbales, “Valores por retales” viaja entre el Tango, el Jazz y una suerte de vals psicótico, “Lujo descalzo” es una danza árabe narcotizada por teclados setentosos y golpes de batería durísimos, “Un cantante afónico, un pianista de coctail y un batería” se sumerge en una oscura letanía de sonidos acuosos e imágenes desoladoras, “Huella de otro” juega entre ritmos casi de Hip-Hop, arreglos de Flamenco y ambientaciones lisérgicas. Y sí, otros como “Esqueletos en el armario” o “Cerca del mar” muestran el amor por Morricone en toda su extensión, con esos rasgueos arenosos y esas mínimas orquestaciones que nos ponen en clima. En definitiva, si están necesitando un respiro de la distorsión extrema, los gritos y el tupá tupá, he aquí un excelente remanso cargado de la misma intensidad de siempre.


-Trepalium “XIII” (2009)
Pueden odiar a Francia todo lo que quieran. Dios sabe que el imaginario estereotipado da más de una razón para hacerlo. Pero sería de necios negar que la tierra de Artaud nos ha dado propuestas más que interesantes en lo que a Metal extremo se refiere. Ahí tienen a pioneros Industriales como Treponem Pal (que, aunque hace tiempo que no editan material a la altura de sus pergaminos, cuentan con dos discos imprescindibles, el debut homónimo y su sucesor “Aggravation”), grindcoreros bizarros como Gronibard, bestias monolíticas como Overmars y Gojira e inclusive algunas de las bandas más destacadas del Black Metal actual como Blut Aus Nord y los geniales Deathspell Omega. Trepalium puede sumarse a la lista, aunque lo de estos muchachos pase por el Death Metal más técnico. O algo así. Riffs contracturados, bases condenadas a mutar constantemente, esquizofrenia compositiva, pasajes jazzeros, guitarras acústicas, teclados, voces guturales y mucho más. Ya desde el arte de tapa, “XIII” (no, no es el decimotercero disco del quinteto, es el tercero. Pero es que son taaaan locos) apunta a crear un clima de teatralidad violenta y oscura. Y si piensan en Mr. Bungle no están tan mal, pero tampoco tan bien. Estos franceses se animan a jugar con elementos de diversos géneros, pero nunca abandonan al viejo y querido Death. De hecho la voz de Cédric “Kéké” Punda se mantiene dentro de los cánones estrictos del género, gruñendo a diestra y siniestra como un poseso. Tampoco juegan a ser los más intrincados y veloces del mundo, hay lugar para rebajes grooveros (el comienzo de “Usual crap” es puro Hard Rock en clave de pudrición enferma), trabadas Meshuggescas y medios tiempos para revolear la cabeza y alzar los cuernitos. Claro que las estructuras son extremadamente caóticas y en los remansos melódicos resuenan ecos de Atheist o Cynic, pero la personalidad de Trepalium se impone siempre. Gran parte del merito va para las guitarras de Nicolas Amossé y Harun Demiraslan que se deshacen en miles de riffs zigzagueantes y contundentes al mismo tiempo, solos jazzeros, disonancias que rozan el Noise-core y montones de recursos más sin perder nunca la brutalidad ni la soltura rockera. El Death Metal podrá ser un género definitivamente estancado (aunque eso sea material para una discusión aparte), pero por suerte todavía siguen apareciendo estos refrescantes oasis de creatividad que ayudan a no perder la fe. Bienvenidos sean.


-Aethenor “Faking gold and murder” (2009)
El gran abonado a las reviews de Zann, Stephen O’Malley, no detiene su motor. Aethenor nace en 2003 como una colaboración entre el amo del Drone, el británico Daniel O'Sullivan y el suizo Vincent De Roguin, a los que se suman Kristoffer Rygg (Ulver, Arcturus, Borknagar) y Steve Noble para tocar en vivo. En este tercer disco también cuentan con la participación de un seleccionado de invitados, entre los que podemos nombrar a David Tibet (de Current 93), Nicolas Field y Alexander Tucker. Hasta ahí las presentaciones de rigor. Aethenor mantiene la línea experimental de los demás proyectos de O’Malley, pero encara dicha búsqueda sin necesidad de apelar a sus modismos más abrasivos, salvo en contadas excepciones, claro. Digamos que la oscuridad ritual de Aethenor se encuentra siempre revestida de un aire intelectual/filosófico, dejando la puerta abierta a tensas melodías que apuntalan a la perfección los climas macabros que se desarrollan a lo largo de los treinta y seis minutos que dura el disco. Y no crean que esto es otro ejercicio de ambientaciones sin forma (cosa que no tendría nada de malo, por otro lado), aquí tenemos una fuerte presencia rítmica (marcada no sólo por la batería, si no también por diversos instrumentos de percusión e inclusive por la guitarra) que amarra el infinito arsenal sonoro a sólidas estructuras con comienzo, nudo y final. Podemos detectar serias influencias de la música concreta, sí, pero la oscuridad y el misticismo aquí propuestos los alejan de cualquier tipo de frialdad académica y de afectadas poses cool. Y, por cierto, estos tipos no pueden esconder el nervio rockero que los vio nacer. Los aires turbios se van poniendo cada vez más densos hasta que, sin que siquiera lo notemos, se apoderan de los últimos restos de oxígeno, las funciones cerebrales se apagan y comienza otro tipo de viaje donde las formas se desdibujan y los colores se disuelven. Los más true podrán extrañar el invencible trueno guitarrístico de O’Malley, aquí descartado en pos de sutiles texturas y atinados arreglos empapados de efectos. Aquellos que entienden que el alma de la música que crea este tipo va más allá de formalidades sonoras, se encontrarán a sus anchas con un álbum cargado de esa sórdida magia a la que nos tiene acostumbrados.

-Megasus “Megasus” (2009)
Un grupo creado por músicos (miembros de Amazing Royal Crowns y Lightning Bolt) que trabajan en el video juego Guitar Hero II y logran que su tema “Red lottery” sea la única muestra de Doom que posee dicho juego. Sí, Doom con mayúsculas, con la estampita de Tony Iommi en el corazón y las enseñazas de Saint Vitus, Electric Wizard y High On Fire repasadas al dedillo. Con temas machacantes y marchosos como el que da nombre al grupo, que te pasa por arriba como una estampida de mamuts lanzado fuego por las narices. Con riffs es forma de espiral y subidas épicas que te hacen estallar el cerebro como las de “Swords”. Con una voz potente pero con rastros de melodía, que va más allá del mero gruñido de rigor pero nunca cae en gestos acaramelados. Con guitarra y bajo desafinados hacia abajo para lograr un mayor efecto envolvente, raspando roca sólida hasta transformarla en polvo. Con un baterista que reparte golpes como si en eso se le fuera la vida y deja moretones en el cuerpo con cada redoble. También hay guiños al Rock más ruidoso de los últimos tiempos (cosa que no sería de extrañar, teniendo en cuenta que hay un integrante de Lightning Bolt en el grupo), como en la frenética “Hexes/Szaadek”, con riffs en algún lado entre Celtic Frost, Melvins y Eyehategod y un final a puro acople. "Paladin vs Berserker" es como Motörhead adornado con cabezas de cabra y firuletes de humo dulce. El mencionado “Red lottery” es una gigantesca babosa negra que repta dejando rastros de ácida viscosidad, casi un homenaje al “Grim luxuria” de Cathedral, pero con una dosis extra de ruido. “Iron mountain” (título arquetípico, si los hay) cierra el disco con un riff aplastante dibujado sobre un bajo desquiciado de feedback y wha wha, y una rítmica dinámica de golpes sabiamente escogidos. En fin, nada nuevo, nada revolucionario, sólo una saludable dosis de Doom con aristas ruidosas, que nunca está de más.


-Boredoms “Super roots 10” (2009)
Veintitrés años de locura ininterrumpida y estos duendes lisérgicos japoneses no han perdido la magia. Desde los coloridos estallidos de ruido y caos de sus primeros discos (auténticos tratados de deconstrucción musical, donde géneros como el Punk, Jazz, Noise, Funk, Eletrónica, Hardcore, Psicodelia, Folk, Metal y demases convivían sin problemas en dementes y afiebrados aquelarres), hasta la psicodelia polirrítmica y minimalista de su última etapa, los liderados por Yamatsuka Eye (un verdadero terrorista musical, un tipo capaz de mutilarse en vivo o de entrar a un show manejando una topadora y tirando abajo las paredes del recinto) se erigen como un ineludible ejemplo de absoluta libertad creativa. No es casualidad que gente como John Zorn, Mike Patton, Sonic Youth, The Flaming Lips, Mick Harris o Brutal Truth los tengan en alta estima, inclusive cruzando caminos con algunos de sus miembros en diversos proyectos. Este volumen diez de la serie de “Super roots”, continúa la línea electrónica/krautrockera de las últimas entregas, pero de ninguna manera eso significa que estemos en presencia de material previsible. El calidoscopio musical de Boredoms está en constante movimiento. Aquí tenemos, en líneas generales, una intro, un extenso tema (“Ant 10”) que se debate entre rítmicas hiperkinéticas, teclados siderales y deformes cánticos rituales, y cuatro remixes de dicho tema. El primero de ellos reemplaza las baterías Kraut del original por una base marchosa e incrementa el denso clima de espiral lisérgico de la canción poniendo al frente esos riffs de teclado distorsionado. El segundo sigue un patrón similar, aunque reduce a la mitad la duración del tema y genera cascadas melódicas de ternura hippie, ideal para soñar con flores, arco iris y baños de LSD. El tercero de los remixes baja las revoluciones, manteniendo un tenue ritmo y dosificando los arreglos al mínimo indispensable. Casi como un chill out para recobrar energías sin dejar de volar y que, poco a poco, recobra el clima fiestero y se transforma en una íntima orgía de luces estroboscópicas y tragos de colores extraños. El cierre de la placa viene en forma de Dub con grandes platillos resonando, cortes ubicados estratégicamente y un tempo no tan ralentizado como podría suponerse de entrada. Si no los conocen, tal vez no sea la carta de presentación más adecuada (yo les recomendaría arrancar con “Chocolate synthesizer” o “Vision creation newsun”, cada una como representante de sus dos grandes etapas), pero si ya los contaban en su lista de destacados, “Super roots 10” es otra necesaria gema para sumar a la colección.


-Buried Inside “Spoils of failure” (2009)
“Chronoclast”, el anterior álbum de estos canadienses, resultó una auténtica obra maestra de nuestros tiempos, con su majestuosa combinación de rabia Crust, densidad Sludge, profundidad progresiva y un concepto tan personal como inteligente. En ese contexto, plantear una superación se me hace absurdo. Vamos, nadie pretende que Slayer saque algo mejor que “Reign in blood” o que Converge sobrepase al inigualable “Jane Doe”, por poner un par de ejemplos. Y eso no quita que puedan seguir editando discos con un nivel siempre alto. Entonces, despojados ya de las pretensiones de otra pieza fundamental, “Spoils of failure” se presenta como un excelente trabajo, cargado de intensidad y grandes ideas musicales. Hay un pronunciado hincapié en los ritmos más lentos y monolíticos, pero en ningún momento caen en repeticiones genéricas. No voy a negar algo obvio, la influencia de Neurosis se hace más presente que nunca (chequeen el tema “III”, si no me creen. Ah, por cierto, las canciones no tienen títulos, sólo el número de track que les corresponde), pero el quinteto se las ingenia para absorberla y devolverla en forma única, mérito que le cabe en especial a las guitarras siempre inquietas de Andrew Tweedy y Emanuel Sayer. Por otro lado, las letras se meten aún más en terrenos políticos, dejando en claro que estos tipos están a años luz de distancia de cualquier forma de eslogan facilista y logrando textos que pondrían orgulloso al más sesudo de los politólogos. Volviendo a lo musical, Buried Inside insiste en crear algunos de los riffs melódicos más emotivos en la historia del Metal y no por eso pierden ni un gramo de pesadez. Las canciones ya no son tan esquizofrénicas, si no que se explayan en dinámicas sutiles que toman el desarrollo melódico como guía para las subidas y bajadas de intensidad. Y sin embargo prevalecen la distorsión al tope y los gruñidos como ráfagas de viento, sólo que están manejados de tal forma que logran generar algo más que puro odio. Tampoco faltan las deliciosas intervenciones acústicas, los pictóricos remansos instrumentales ni las arquitecturas intrincadas. Por momentos me imagino que estas canciones podrían ser interpretadas sólo con guitarras acústicas y aún así no perderían fuerza. Eso habla a las claras del altísimo nivel compositivo que maneja esta gente. Grandes, jodidas e indestructibles canciones, eso es lo que debería importar, ¿no? Si es así, “Spoils of failure” tiene material para jugarle de igual a igual a cualquiera.

-Celeste “Misanthrope(s)” (2009)
“Que des yeux vides et séchés” arranca las hostilidades sin tomar prisioneros. Gritos desgarrados, guitarras masivas y ritmos atronadores. Hasta que entra el rebaje dumbeta y la tierra se abre en dos. ¿Más franceses? Sí, ¿por qué no? En este caso tenemos a una joven banda (Este es su segundo larga duración, precedido por el mini lp “Pessimiste(s)” de 2007 y “Nihilste(s)”, el cd editado el año pasado), que se mueve en terrenos de espesa oscuridad, en algún lugar entre el Sludge, el Post-Metal y el Black. “Comme pour leurrer les regards et cette odeur de cadavre” continúa la marcha lenta hacia el abismo y esas guitarras insisten en ahogarnos en océanos de estática pintada de negro. Atisbos de melodía acechan en “Toucher ce vide béant attise ma fascination”, donde hasta se permiten bajar el nivel de distorsión en pos de generar aún más tensión. Sólo para volver a atacarnos con todo, claro. Y así sigue la cosa a lo largo del disco. No hay lugar para demasiadas variaciones ni para otra cosa que no sea la más agobiante desesperación. Pero les sale tan bien. La combinación de texturas Black con gordura Sludge es inevitablemente ganadora y si a eso le suman los climas monolíticos de bandas como Isis o Will Haven, la victoria del mal es arrasadora. Los alaridos de Johan podrán ser monótonos pero hacen más que bien su trabajo y se funden a la perfección con el fondo de insistente suciedad que proponen los instrumentos. Suenan épicos a la enésima potencia, pero en lugar de evocar batallas heroicas se revuelcan en el más punzante de los sufrimientos, la más asfixiante misantropía. Claro, por momentos puede hasta resultar demasiado y uno amaga a pedir algo de aire para respirar. Pero lo más probable es que eso pinche el estilo particular que este cuarteto ha sabido crear. Y, al menos por ahora, la cosa funciona bien así, lo que se pierde en variantes se gana en identidad. Es un camino difícil porque habrá que ver cuánto más pueden sostener estos franchutes semejante despliegue de virulencia sin tornarse una parodia de sí mismos. Pero eso es una preocupación para el futuro. El presente nos muestra a Celeste (¿serán fanáticos de Andrea Del Boca?) como una banda con ideas propias y una energía apabullante. Sería una pena perderse semejantes cualidades.


-Architects “Hollow crown” (2009)
No me importa que el así llamado Metalcore sea actualmente el blanco más fácil para defenestrar, cuando hay buenas canciones no hay snobismo que valga. Bueno, tampoco es que estos británicos sean otro clon de At The Gates con breakdowns. Lo de estos jovencitos está más cerca de Botch, Every Time I Die o Norma Jean (que le deben bastante a Botch, así que es más o menos lo mismo), o sea, esa especie de puente entre las excentricidades del Mathcore y el groove más ganchero del Metalcore. Y sí, tiemblen puristas, hasta se animan con voces limpias. Pero si piensan desmerecer este disco sólo por ese detalle, bueno, ustedes se lo pierden. La rabia hardcorosa de “Numbers count for nothing” no tiene nada de artificial, ni siquiera cuando se apropian de los breakdowns disonantes de la mencionada banda de Seattle. Los riffs de “Follow the water” demuestran que se puede ser nerd sin necesidad de amontonar notas innecesarias y su estribillo prueba que el gancho no tiene por qué ser melódico ni popero. Y si les digo que el rebaje del final recuerda mucho a “We are the romans” van a pensar que estoy obsesionado. Pero tengan en cuenta que las comparaciones con Botch son un elogio. “In elegance” representa el momento más accesible del disco con sus flirteos Emo y, si bien está un escalón debajo con respecto a los demás temas, sirve como necesario respiro entre tanta agresión. Las disonancias vuelven a decir presente en “We’re all alone” y hasta se cuela algún que otro blast-beat en medio del caos rítmico. A esta altura ya es posible notar que la estrella del álbum son las guitarras (en cada disco las van afinando más grave. Por ahora llegaron al Drop #G) que no se cansan de escupir riff tras riff de pura adrenalina intelectualizada, por así llamarla. “Every last breath” recupera la dinámica rockera hasta la mitad de la canción, cuando entran esos armónicos cargados de melancolía y la cosa vuelve a adentrarse (sin demasiado éxito) en terrenos cercanos al Emo-Core. La estructura de comienzo frenético seguido de breakdown disonante retoma la posta en “One of these days”, y es gracias al trabajo de las seis cuerdas que el aburrimiento no se apodera del tema. En fin, no son la octava maravilla y todavía tienen que pulir ciertas aristas (en especial en el departamento melódico que empalidece ante las excelentes ideas desplegadas en los pasajes más agresivos. Que, por cierto, todavía son los que dominan la música de Architects), pero estoy seguro de que si no vinieran pegados con el mote de Metalcore, más de uno les daría la oportunidad que se merecen.


-Pygmy Lush “Mount hope” (2008)
Guitarras acústicas, atmósfera rural y un denso aire de melancólica psicodelia se apodera de “Asphalt” y nos da la bienvenida a este segundo trabajo de Pygmy Lush, grupo que cuenta entre sus filas a ex miembros de bandas tan influyentes y renovadoras como Pg. 99 y City Of Caterpillar. La calma se mantiene en “No feeling”, con esa voz que casi susurra desde lejos sus melodías de almas quebradas. “Dead don’t pass” se acerca al Blues sin perder la esencia Folk y las cuerdas acústicas brillan con rasgueos y punteos pletóricos de belleza. El espíritu se realza, pero sólo un poco, con “God condition” y su aire de decadente cabaret emplazado en medio de un alejado bosque. Ocho minutos ocupa el embotador paseo de “Red room blues”, con esa acechante capa de distorsión que sólo se atreve a tomar la posta pasada la mitad de la canción, generando así una inequívoca sensación de desprendimiento de la realidad misma. Lo tangible desaparece y nos transformamos en no más que nubes flotando sobre la nada. La juguetona “Mount hope” contrasta y hasta dibuja una sonrisa maliciosa en el rostro. Como si el mismo grupo nos hiciera un guiño cómplice. “Frozen man” revive los fantasmas del Neil Young más melancólico, armónica incluida, y, ciertamente, no hay nada de gracioso en su arrebatadora melodía. Si quieren la banda de sonido perfecta para acurrucarse una tarde lluviosa con sus parejas, ahí tienen la candidez de “Hard to swallow”. Y si ese tema no los enternece es porque tienen un cacho de peceto endurecido donde debería estar el corazón. “Concrete mountain” es una cosa extraña. Una melodía como de mercado persa sobre un valsecito entre simpático y siniestro, y voces repitiendo una especie de misterioso mantra etílico. El Western malvado hace su aparición (no podía faltar en un disco eminentemente Folk) con “Dreams are class” y podemos sentir como el sol nos quema la vista en este desolado paraje. “Butch’s dream” vuelve a equilibrar la balanza y nos pone a bailar como estúpidos con una melodía que no desentonaría en cualquier creación del gordito Frank Black. “Mount hope” se despide con “Tumor” y, ya desde su título, podemos notar que no es un final feliz. Si alguna vez les rompieron el corazón (y creo que todos estuvimos alguna vez allí), aquí tienen la canción ideal para regodearse en su desazón. Nada de riffs, dobles bombos, gritos ni estridencias, sólo doce canciones en un estado descarnado de belleza y emoción.

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