7 de febrero de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Gnaw "This face" (2009)
¿Están listos para sentirse mal? Y no me refiero a una jaqueca molesta ni a una inconveniente patada al hígado. Hablo de sentir la piel desprendiéndose del cráneo, las encías trituradas por tenazas oxidadas, los huesos en estado de frenesí pugnando por escaparse de su prisión de carne. Unos jovencitos Obituary se pudrían lentamente y estos Gnaw detienen ese proceso en el momento exacto en que el dolor llega a su punto más álgido. No podíamos esperar otra cosa sabiendo que el cerebro detrás de esta gelatinosa y maloliente criatura es ni más ni menos que Alan Dubin, el tipo que puso su enferma voz al servicio de esas auténticas exhibiciones de deconstrucción musical que fueron O.L.D. y Khanate. Aquí el tipo se junta con Jamie Sykes (otro enfermito que destruyó los ritmos en Thorr’s Hammer, Burning Witch y Atavistic), Carter Thornton (de los ruidosos Free-Jazzeros Enos Slaughter), Jun Mizumachi (ex miembro de las leyendas Industriales neoyorquinas Ike Yard) y el ingeniero de sonido ganador de un Emmy, Brian Beatrice. Y antes de que pregunten, no, esto no es Khanate parte dos. No faltan los ritmos al borde del colapso, ni la omnipresente capa de suciedad y los alaridos de Dubin siguen tan desesperados como siempre. Pero aquí los temas no siguen desarrollos tan extensos, los ritmos presentan una mayor variedad (en especial incorporado golpes tribales de fuerte sabor Industrial) y el abrasivo maremagnum sonoro no se basa exclusivamente en la estructura rockera de guitarra, bajo y batería. De hecho predomina la electrónica como fuente generadora de distorsión. En algunos temas sólo basta una aturdidora pared de ruidos de procedencia incierta (Thornton, además de tocar bajo, guitarra y piano, crea sus propios instrumentos) para lograr el efecto deseado. En otros, dicha pared se nos cae encima por el temblor que causan los tambores. Y, mientras tratamos de mantener los órganos dentro del cuerpo, vislumbramos a duras penas (es que los ojos todavía están cubiertos de sangre) al bueno de Dubin relatándonos nuestra situación con los ojos desorbitados y la boca formando una horrible mueca de placer. Inclusive se da el lujo de ir más allá, incorporando nuevas tonalidades a su rango estilístico. Y, déjenme decirles, cuando el tipo se manda a cantar resulta tan angustiante y perturbador como con sus distorsionados gritos. Por momentos la música induce un trance moribundo, el aire se torna irrespirable y el líquido que corre por las venas se seca hasta transformarnos en desechos de carne hundida y mohosa. En otros pasajes se alcanza tal grado de violencia contenida que la presión podría hacer explotar nuestras cabezas. Y esos grises fantasmas hechos de puro sonido que no dejan de revolotear, mareándonos y mostrando sus afilados y amarillentos dientes. Si creían que nada podía ser más agobiante que el verano de Buenos Aires, péguense una sumergida en este “This face” y amplíen su placer masoquista al máximo.



-Zomes “Zomes” (2008) 
No hace falta poner la mente en blanco, estos mantras se encargarán de enfocar cada impulso neuronal en un equilibrio perfecto. Cálidas visiones marítimas repitiéndose como fotos añejas. Una guitarra que crea, que puede transformarse en cualquier instrumento. Un ticket para viajar, claro. Espirales de colores mutantes, caleidoscopios fluorescentes. Nada malo podría sucedernos aquí y esta inocencia puede ser reveladora antes que paralizante. El tenue pulso de corazones en sintonía, las líneas melódicas que nos conectan. Tardes nubladas de reflexión. Ese estado anímico de dulce melancolía. Observar las formas de las nubes, derramar una o dos lágrimas, ¿por qué no? La desesperación no tiene lugar en este viaje de pasos calmados. Un remanso psicodélico para el alma antes que una exhibición de miedos e inseguridades disfrazados de lisergia rockera. Una concentración superior que crea una suerte de amable muralla impidiendo la entrada de cualquier elemento que perturbe este cadencioso andar. De alguna forma, un ataque directo al esquizofrénico entramado de nimiedades y sobreestimulaciones al que esta vida urbana suele exponernos. Y nada de retro, nada de fórmulas probadas. Salvo sus propias fórmulas, claro. Aunque una escuchada atenta basta para percibir el universo multicolor que se esconde detrás de esta supuesta monotonía. Esa distorsión que nos eleva, esos arpegios de sobria y tierna autoridad emocional, esos teclados que bailan sobre los riffs una y otra vez como si se tratara de llamas retorciéndose sobre un fondo nocturno. Planetas, nebulosas y estrellas nos saludan, iluminan el recorrido a través de este cosmos que se sabe impenetrablemente negro y profundo. El cuerpo cambia su configuración, su peso terrenal desaparece y la piel acepta cada caricia con la mayor de las intensidades. Los párpados como cortinas cayendo y la mente dando vueltas carnero hacia atrás en cámara lenta. Y estos rostros exhibiendo la eterna sonrisa que la muerte jamás podrá arrebatarnos.


-Giant Squid “The Ichthyologist” (2009)
Humanoides de piel verde y tentáculos saliendo de sus gargantas. Niños con serpientes en lugar de cabello, danzando alegremente sobre estos pisos de resina. Ángeles con alas de insectos, lobos azules con pelajes plásticos cubiertos por túnicas de barro. Una sobrecarga de formas redondeadas y brillantes. Hagámoslo más fácil, ¿alguna vez vieron las tapas de los primeros discos de Cathedral? Esos dibujos surrealistas y fantasiosos, llenos de detalles lisérgicos creados por Dave Patchett. Bueno, la música de Giant Squid es algo así como la perfecta banda de sonido para dichas imágenes. En el algún lugar entre el Post-Metal monolítico de Neurosis y el Rock Progresivo más volado, deforme y colorido, Giant Squid es de las pocas bandas actuales que le hace justicia al prefijo Post que tanto resuena en los círculos más cool del Rock actual. Claro, cuentan con una cantante (Jackie Perez Gratz, de Amber Asylum e integrante de la banda solista de Steve Von Till) que también se hace cargo del violoncelo y exhibe una capacidad increíble para adornar todo, en ambas posiciones, con un espeso aire de neblina renacentista. También tienen a Aaron Gregory, vocalista masculino y guitarrista que, en el primero de sus roles maneja con sabiduría un registro casi operístico en algún lugar entre Serj Tankian (de System Of A Down) y Brent Oberlin (de los injustamente olvidados Thought Industry) al que suma los inevitables arranques de escupir fuego por la garganta, y en el segundo se despacha con un sin fin de recursos siempre puestos al servicio de crear esas barrocas imágenes. Y, siguiendo con la enumeración, también tenemos trompetas, flautas, banjos, teclados, y las voces invitadas de Anneke Van Giersbergen (sí, la ex The Gathering) y Karyn Crisis (de la banda que lleva su apellido artístico). Y sí, esto es material complejo, sobrecargado e inclusive pretencioso, de estructuras siempre cambiantes, pero construidas sobre hilos conductores definidos que permiten sumergirse en estas historias sin que el aburrimiento diga presente ni una sola vez. De alguna manera, estos texanos radicados en San Francisco recrean la capacidad de pintar exquisitos cuadros musicales del mejor Rock Progresivo (Gong, The Soft Machine, Crime In Choir) y la llevan a nuevos lugares. Tiñendo todo negro (como en los abismos que habitan esas gigantescas criaturas marinas que tanto parecen inspirarlos) cuando es necesario y dándole rienda suelta a brillantes arco iris musicales cuando el desarrollo de las composiciones así lo exige. Y no teman, cuando la cosa se pone pesada van a sentir montañas cayendo sobre sus cabezas. Variantes, pesadez extrema y un vuelo musical altísimo, no hay mucho más que se le pueda pedir a un grupo de Metal.


-Lamb Of God “Wrath” (2009)
Siendo una de las (si no la más) bandas más populares del Metal actual, es de esperar que cada paso dado por Lamb Of God genere reacciones de todo tipo. Desde fanatismos desmedidos hasta desprecios injustificados. Lo cierto es que dentro de su escena (el así llamado Metalcore) están a mundos de distancia de cualquier otro grupo, y aquí hablo en términos de creatividad y potencia. Sin ser vanguardistas los tipos siempre se las arreglaron para aportar su propia vuelta de tuerca a toda esa especie de revival thrasher que, a esta altura, ya aburre hasta el vómito. “Wrath” no hace más que confirmar dichas capacidades con once canciones (bueno, diez y una intro casi Maidenosa y bastante fea, he de decir) plagadas de esos riffs contundentes y pensados hasta la perfección, esa batería que incita al movimiento constante y esa vasta gama de gruñidos, chillidos, alaridos y demás inflexiones gargantísticas de la que siempre hizo gala el ojeroso Randy Blythe. Hablando de Blythe, es de destacar el crecimiento de este muchacho, como sin perder ni un ápice de virulencia ni personalidad (es de los pocos vocalistas extremos actuales que son reconocibles a la primera escucha) fue incorporando matices y variantes que no hacen más que enriquecer la dinámica del quinteto. Y sin estribillos poperos, gracias. Claro, los demás no se quedan atrás. A las trabadas monstruosidades de antaño (esas que eran como imparables máquinas de aniquilación masiva) supieron dotarlas (ya desde el anterior “Sacrament”) de un groove que obliga a la comparación obvia con los momentos más memorables de Pantera. A eso pueden sumarle los amagues melódicos de las guitarras que, por suerte, poco y nada tienen que ver con las calesitas del Metal clásico ni con la eterna regurgitación de riffs suecos. Chequeen si no la emotiva (y digo emotividad en el más retorcido de los sentidos) oscuridad de “Reclamation” que cierra el disco a pura intensidad sin necesidad de recurrir a tempos hiperkinéticos y hasta animándose con fugaces guitarras acústicas. Y, claro, las canciones siguen estando ahí. Poderosas, avasallantes, gancheras, con un gran manejo de tensiones y estallidos (a veces, inclusive, dando vuelta las concepciones más típicas para utilizar esos elementos), logrando que los breakdowns fluyan de manera natural en vez de ponerlos con calzador con la mera excusa de “esta es la parte para saltar”. A esta altura es difícil que nos sorprendan y ni siquiera creo que Lamb Of God vaya tras ese objetivo. Pero si lo que quieren es puro Metal, con respeto por la vieja escuela pero completamente alejados de cualquier tipo de aburrido anacronismo (y no es una cuestión de ser “modernos” por que sí, si no de que los parámetros de extremidad en el Metal siempre están en movimiento y lo que era super violento en otras épocas, hoy ya no lo es tanto), con guitarras como hachas afiladísimas, tambores de guerra y nada de mariconadas, entonces estos sureños siguen siendo una de las mejores opciones.


-Voightkampff “Voightkampff” (2009)
Soles negros haciendo implosión sobre planetas de ceniza. Nubes de insectos oscureciendo este cielo carmesí. Gruesas raíces brotando del asfalto, tratando de acariciar las estrellas. Ondulaciones de pura oscuridad eléctrica invadiendo el aire. Un monstruoso embrión de fuego rompiendo el útero de la tierra. Desiertos grises observados a través de prismas rotos. Las descarnadas manos del universo moldeando la realidad. Mareas de alquitrán tragándolo todo. Funerales cósmicos celebrados en la carcasa vacía de nuestros sueños. Con sólo dos temas en poco más de once minutos, este joven quinteto bonaerense logra invocar un enorme cúmulo de imágenes en los ojos de la mente. Dejan de ser un mero grupo de Rock para transformarse en cinco monjes oscuros que actúan como antenas que reciben y retransmiten mensajes de otros mundos. O simplemente poseen la capacidad de ver las horrendas deformidades de la vida cotidiana y tallarlas de forma indeleble en la roca de su música. Espíritu Crust (del lado más oscuro, claro, el de bandas como His Hero Is Gone o Tragedy), densidad Sludge (del lado más colorido, el de bandas como Neurosis o Floor) y una amplitud de miras que los aleja de cualquier tipo de comparación facilista. Dos guitarras (una jodida pareja de SG’s al rojo vivo) que estallan en riffs espesos, se retuercen en melodías en forma de espiral, acarician suaves texturas con el corazón en la mano y penetran las señales eléctricas del cerebro con punzantes disonancia. Un cantante que tortura sus cuerdas vocales hasta transformarlas en una pantalla por la cual observar su alma. Un bajo masivo y retumbante que no se priva de regalarnos algún bello pasaje de emoción melódica. Una batería moldeada a golpes de herrero pero con la sabiduría de un monje Shaolin, capaz de sostener las imponentes estructuras de las canciones. Canciones que nos engullen en agobiantes viajes por parajes inhóspitos, de formas irreales y a la vez concretas. Letras que reflejan fracturas de forma intensa y sin rastros de artificialidad, con una poesía oscura pero nunca críptica. Sonido y presentación de primer nivel se suman para terminar de darle forma a uno de los paquetes más originales que han surgido de estas tierras en mucho tiempo. Pura energía sombría, capaz de golpear como un gigantesco martillo de concreto o de contornearse en seductoras danzas de narcótica parsimonia. Ni siquiera importa el hecho de que te puedas cruzar a sus integrantes por calle en cualquier momento, Voighkampff se erige como una propuesta única por derecho propio. Y esto es sólo un aperitivo.


-Blut Aus Nord “Memoria Vetusta II: Dialogue With The Stars” (2009)
Esto podría ser la decepción del año pero, por algún extraño motivo, no lo es. Estos franceses venían mutando del épico Black Metal de sus inicios a un sonido denso e Industrial, con serios guiños a Godflesh y hasta dándose el lujo de que el inmortal Jaz Coleman (de Killing Joke) les produjera un disco, el anterior “Odinist”, una placa que, aún manteniendo la nueva identidad del grupo, tendía algunos puentes con su viejo sonido. Ahora bien, el total regreso a las fuentes que representa este “Memoria vetusta II: Dialogue with the stars” (secuela de aquel “Memoria Vetusta I: Fathers of the icy age”) no estaba en los planes de nadie. Al menos, no en los míos. Y debo reconocer que, al ver el arte de tapa y el título del disco los más horribles pensamientos de retroceso musical invadieron mi mente. Gracias a Odin, estaba equivocado. Ok, olvídense de los ritmos babosos, de los samples deformes, de las atmósferas opresivas y los arreglos ruidosos y abstractos. Adiós a las imágenes de decadencia urbana y mecanizada, bienvenidas de vuelta las heladas montañas, las legiones de espectros endemoniados y las oscuras historias de malignos dioses cósmicos. Todo eso puede sonar a cuento viejo y gastado (y, en parte, lo es), pero el talento compositivo de estos tipos pone las cosas en su lugar y casi logra que olvidemos su gloriosa etapa Industrial. Extensas composiciones, épicos desarrollos dramáticos, riffs majestuosos que no olvidan la melodía, baterías veloces y repiqueteantes, voces de bruja Cachavacha y cascadas de pomposos teclados adornando (y dije adornando, no invadiendo) todo ese despliegue de frialdad misantrópica. Black Metal, ni más ni menos, en su estado más sinfónico, con sonido claro y trabajado y claras influencias de Emperor, Enslaved y similares. Y con una imaginación capaz de competir con dichas bandas. Ayuda bastante el hecho de que manejen melodías personales y con un grado de profundidad asombrosa. Hay remansos de reflexión estelar sencillamente arrebatadores, medios tiempos cargados de heroica emotividad y estampidas diabólicas ascendiendo desde el mismo Hades hasta invadir el firmamento entre relámpagos y truenos que hacen temblar la tierra. Todo realizado con maestría y amplio conocimiento de causa. Ningún amante del Back debería sentirse defraudado. Por mi parte, no puedo evitar que mis gustos personales me tiren un poquito más a sus anteriores cuatro discos. Pero, en cualquier caso y más allá de géneros, Blut Aus Nord sigue entregando excelente música y eso es lo único que debería importar.


-Teeth Of The Sea “Orphaned by the ocean” (2009)
Una escuálida marcha fúnebre de trompeta sobre graves sonoridades (tal vez esas enormes bocinas de los grandes barcos), ásperos sonidos como de metal raspando sobre metal y tersas guitarras empapadas de delay nos dan la bienvenida a este naufragio en “Only Fools On Horse”. Las aguas se calman con los primeros acordes de “Latin inches” y los fantasmas del Dylan Carlson actual (ese de los acordes limpios que esconden una maldad más profunda) se hacen presentes acompañados de repetitivos tambores que van anunciando la tormenta por venir. Los lamentos de cuerpos perdidos en alta mar son lo único que podemos escuchar en el breve “Coraniaid”. “Swear Blind The Alsatian's Melting” nos devuelve esa mortuoria trompeta y la grave tensión que hace las veces de colchón nos avisa que lo peor aún está por llegar. Un breve crescendo de guitarras frenéticas da paso a una cabalgata digna de un Western satánico que, a su vez, se disuelve en una implosión de feedback y cuerdas tensadas con un final abrupto. Casi como la vida misma. Un sopor lisérgico se apodera de “Dreadnought” y confirmamos que la trompeta es la figura indiscutida de esta placa. Mientras, las guitarras juegan entre fugaces luces Kraut-rockeras y alargadas capas de resonancias que, de forma gradual, van subiendo su intensidad hasta llegar a un clímax de graves acordes revoloteados por hambrientas moscas. El casco de la embarcación está roto y sólo nos resta entrar en pánico. Al menos hasta que los cantos de gaviota de “Knees Like Knives” sirvan de introducción para esos juegos guitarrísticos, como unos Pink Floyd con las cuerdas oxidadas por el agua salada. Y el delay como inevitable mandamiento. “Sentimental Journey” cierra el álbum y, ya desde el título, resume el núcleo del mismo. Podemos sentir la brisa marina en el rostro mientras los recuerdos de esas ráfagas de agua golpeando como los puños de un dios vengativo nos comienzan a atormentar. El ritmo firme y monótono nos sacude el cuerpo, mientras los teclados y las guitarras que entrecruzan melodías y disonancias nos elevan lentamente para que observemos tanta magnitud oceánica desde el cielo. La noche estrellada reflejada en el mar, con sus tenues ondulaciones y su particular brillo. Una visión tan hermosa que duele. Y ese dolor se transforma en erupciones sonoras achicharradas de distorsión. Es el fin del viaje.

-Tombs “Winter hours” (2009)
Cómo te esperábamos, chiquito. No es para menos, después de ese bombazo de texturas Noise-Poperas y disonante agresión Sludge teñida de negro que fue el mini lp autotitulado del año pasado, estos ex miembros de Anodyne, Versoma y The Heuristic generaron una gran expectativa para su primer larga duración. Y más sabiendo que los encargados de editar el disco eran los amigos de Relapse, que dónde ponen el ojo ponen la bala (y que conste que me abstengo de hacer chistes pelotudos). ¿Y entonces? ¿Cumplieron con dichas expectativas? Eso y más. “Gossamer” abre el disco avanzando aún más sobre los terrenos explorados con anterioridad, incluyendo voces más claras y, al mismo tiempo, mucho más siniestras. Pero la verdadera sorpresa está al toparnos con el segundo track, “Golden eyes”, donde esa suerte de Metalgaze (por dios, ¿qué nuevos nombres estúpidos van a inventar después?) se funde con pasajes de Black Metal a toda velocidad y rebajes dumbetas con los cuernos de cabra más grandes de todo el puto universo. Y lo peor es que la mezcla funciona a la perfección, envolviéndonos en densas nubes de pura asfixia ámbar. A ese tema se le pega “Beneath the toxic jungle” y la densidad psicodélica aumenta aún más su intensidad. “The great silence” arranca con lentas cascadas de distorsión borroneada que se ven interrumpidas por un riff mitad Crust mitad Black y su acelerada correspondiente. Y el que no siente la maldad helándole los huesos es porque está escuchando otra cosa. Y ese puente en forma de Black Sabbath pasado por una licuadora y con un rugido parido desde las entrañas mismas de la tierra…les aseguro que nunca escucharon algo así. Los sobrecogedores arpegios de “Story of a room” sirven de remanso (bueno, si la contemplación suicida puede ser considerada como tal) y cuando creíamos que esa melancólica clama duraría por siempre, “The divide” hace su entrada triunfal y entendemos cómo sonaría Jesu si compusieran sus temas recluidos en oscuras cavernas. “Merrimack” mantiene esa línea y la eleva a alturas insospechadas de desgarro emocional. Y que alguien me explique cómo hace Andrew Hernandez para meter esos redobles hiperkinéticos sin que la canción pierda su clima. El espíritu (siempre bienvenido) de Justin Broadrick se hace presente más que nunca en el comienzo de “Filled with secrets”, hasta que entran los blast-beats y los riffs made in DarkThrone que, junto al rebaje Hardcore del estribillo y sus subsiguientes pasajes entre el Doom y el Noise, logran hundir aún más las cosas en el sucio pantano de perdición que propone el trío. “Seven Stars The Angel Of Death” se erige como una oda cósmica al fin de los tiempos y hasta podemos percibir, en medio de la tormenta que crea la guitarra de Mike Hill, esos sentimentales punteos con delay, tan típicos del Post-Rock. Ya saben, esos que hacen tititiririririiriiiriri. En fin. Para el final del tema la atmósfera apocalíptica es ineludible. La placa se despide con “Old dominion” y su tenue zumbido de suciedad melódica y resulta un más que adecuado broche de oro para un viaje donde la pesadez musical y la emocional van estrechamente de la mano. Serio candidato a disco del año.


-Psyopus “Odd senses” (2009)
Chris Arp no se cansa de echar gente y cambiar de formación, pero qué carajo importa. Mientras siga concibiendo las composiciones más desquiciadas y frenéticas del mundo, por mí que se junte con monos sobre estimulados. Claro, el colaborador de la revista Decibel se encarga una y otra vez de dejar en claro que su guitarra manda en Psyopus y no voy a ser yo el que vaya a contradecirlo. Claro, a veces el desparramo de dedos sobre el diapasón puede llegar al paroxismo total y es necesario apretar el stop, tomar una gran bocanada de aire y volver al ruedo. Así hasta que la materia gris se vea reducida a un charquito de pus. Para los no iniciados, esto es Mathcore en su punto más alto de desenfreno, velocidad, caos controlado y delirio instrumental. No hay lugar aquí para los medios tiempos de Botch, la introspección emocional de Converge ni los hits melódicos de The Dillinger Escape Plan. Esta es la música que un troglodita sin talento como Yngwie Malmsteen jamás podría soñar componer. Pura demencia craneada por un científico loco de las seis cuerdas. Hasta hay momentos que hacen pensar en Primus pero con las narices tapadas de merca. Ok, no es un disco para escuchar todos los días. El amontonamiento de notas, disonancias, cambios de ritmo, gritos y más cambios de ritmo a un paso tan vertiginoso puede ser más de lo que cualquier persona está dispuesta a soportar. Hasta los fugaces fragmentos donde la banda baja los decibeles y se entrega a pequeños paseos jazzeros resultan afiebrados. Y qué decir de los samples de voces superpuestas en “Boogeyman”, que sirven como marco para más erupciones de cuerdas colapsadas y ritmos contracturados. Pura ruptura sináptica o le devolvemos su francotirador en una azotea disparando azarosamente a los transeúntes. El disco dura un poco más de cuarenta minutos pero a la mitad del mismo van a sentir que pasó una hora. No sé si eso es bueno o malo, es lo que es. Y entiendo que la intención del cuarteto sea, justamente, dejarnos agotados y con los huesos entumecidos por tanta hiperactividad. Así que no hay reproches por ese lado. Y es más que notable la capacidad del grupo para mantener el nivel de intensidad siempre en lo más alto de la escala. Bueno, “A murder to child” cierra la placa (sin contar un supuestamente jocoso y demasiado extenso bonus track escondido que poco aporta) en clave de Jazz desencajado con guitarras limpias, violín y escalas típicas de música rusa y resulta un oasis de tranquilidad como para que corazón vuelva a su ritmo normal después de tan inclemente faena. Especialmente recomendado para psicópatas peligrosos y gente con serios problemas de ADD.


-Ossein “Opal sativa” (2009)
Un océano de estática invadido por pájaros de metal con navajas en lugar de plumas. Suenan campanas en algún lugar de mi cabeza. Y nadie puede callar a estos niños moribundos. Faunas lisérgicas que acechan. Siempre acechan. ¿Acaso hay algo en estas fotografías corroídas que no resulte amenazante? Las desvencijadas melodías de un anciano solitario. Transmisiones teñidas de un azul cegador. Nada es lo que parece y esta casa redefine su arquitectura a cada minuto. Fundo mi esencia con el universo mismo y esta paz me inquieta. Trato de escapar pero la marea de ruido blanco me arrastra hacia el abismo. Y no puedo más que maravillarme ante esta silenciosa muerte. En algunos lugares los definen como Black Metal experimental o atmosférico. Bueno, yo no tengo nada en contra de expandir las definiciones a la hora de hablar de música y es innegable que este trío es capaz de generar imágenes tan malignas y oscuras como las del más pintarrajeado noruego. Pero esto está más cerca de las sinfonías de ruido Industrial de Throbbing Gristle o de los movimientos tectónicos generados a puro feedback de Sunn 0))) que de los riffs henchidos de reverb y los chillidos de ultratumba de DarkThrone o Burzum. Vamos, los instrumentos utilizados para grabar esta odisea extrasensorial son bajos, samples, theremins, guitarras, sintetizadores y sequencers varios, eso nos dice algo. Y que el objetivo del grupo sea que uno se pierda en el sonido, alternado nuestros estados físicos y psíquicos en el proceso también nos habla de una visión un tanto más intelectual que la de la media blackmetalera. Los incesantes estratos de ruidos varios se van intercambiando, mutando como movimientos en una pieza clásica, agrupados de forma concienzuda y enfocados agudamente en los objetivos planteados. Nada está fuera de lugar y, sin embargo, es imposible prever cuál será la próxima curva que tome este recorrido musical. Sí, esta enorme cacofonía está construida, agrupada e interpretada con un alto grado de musicalidad, aunque no lo crean. No hace falta aclararlo, pero esto no es material apto para oyentes cerrados y/o faltos de paciencia y concentración. Para aquellos que no le temen a lo desconocido y pueden apreciar las virtudes de este tipo de propuestas, he aquí un bocado más que suculento.

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