1 de julio de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Boris “Variations” (2010)
“Variations” es un buen nombre para un compilado de Boris. Porque, claro, más allá de que sus guitarras atronadoras y afinadas bien abajo, su nombre tomado de un tema de Melvins, su adoración por el feedback y sus constantes asociaciones con la gente de Sunn 0))) los acerquen a lo que se conoce como Drone, estos japoneses lejos están de quedarse quietos en un género en particular. En este caso, se trata de un trabajo que recopila canciones que bien podríamos enmarcar como el costado más rockero y accesible del ahora cuarteto, centrándose especialmente en discos como “Heavy rocks”, “Akuma no uta”, “Pink”, “Mabuta no ura” y “Smile”. Esto deja afuera los extendidos experimentos sónicos y dinámicos de otros como “Flood”, “Absolutego” o “Dronevil” (que, en cualquier caso, serían difíciles de reducir para hacerlos entrar en un compilado sin que pierdan sus particulares desarrollos) pero nos permite apreciar en toda su magnitud el talento compositivo de esta gente, a veces escondido debajo de las densas capas de distorsión y delirio. Algunas de las versiones aquí entregadas son de hecho regrabaciones de viejos temas (chequeen como “Naki Kyoku”, de “Akuma no uta”, pasa de durar poco más de dos minutos a extenderse por doce minutos de los cuales más de la mitad son sentidos solos de guitarra) con la flamante incorporación de Michio Kurihara (quien ya se desempeñara como guitarrista en vivo y junto a quien realizaran colaboraciones como “Rainbow” en 2006 y “Cloud chamber” en 2008) como guitarra extra, lo cual, sumado a la aparición del tema “Floor shaker” (extraído del simple “Statement”), hace que este material tenga un interés extra aparte de volver a disfrutar de canciones ya conocidas. Insisto, “Variations” hace especial hincapié en las canciones. Pueden ser más pesadas, un tanto más ruidosas (aunque, aquí, se trate de un ruido estilizado, más cercano al Shoegaze ), a veces cercanas a la Psicodelia (y hasta con vueltas que sólo podríamos definir como Progresivas), en otros momentos replegadas sobre una dulce calma introspectiva e inclusive contar con un desparpajo en algún lugar entre el Stoner-Rock y el viejo y querido Punk-Rock, pero siempre mantienen un gancho melódico irresistible y poco común en grupos con semejante nivel de experimentación. En ese sentido, también es probable que este disco sea más apto como iniciación para aquellos que no estén familiarizados con la propuesta de Boris, antes de meterse de lleno en sus elucubraciones más complicadas, por así decirlo. En cualquier caso, ya se sabe, estos tipos nunca fallan.


-D.O.A. “Talk-action=0” (2010)
Los punkys memoriosos recordarán la oración “Talk minus action equals zero” como el título de un disco en vivo editado en 1991 por estos canadienses amigotes de Jello Biafra. De ahí en más dicha frase se convirtió casi en un leitmotiv del grupo y decidieron reflotarla (en una forma ligeramente distinta) para titular su nueva entrega de estudio. ¿Y qué tienen esta vez Joey “Shithead” Keithley (eterno líder de la banda) y compañía para ofrecernos? Ni más ni menos que catorce nuevos himnos de puro Punk-Rock, como siempre. Pocos grupos pueden mantener semejante vitalidad después de treinta y dos años de carrera, especialmente en un género tan marcado por una energía eminentemente juvenil como lo es el Punk en general. En ese sentido, D.O.A. no tiene nada que envidiarle a nadie, y encima cuentan con la soltura y el desparpajo que les da su vasta experiencia en la materia. Pueden ponerse más rockeros, a veces inclusive flirtear con el Metal, pueden acercarse al Hardcore (un género que ellos mismos ayudaron a inventar) e inclusive meter guiños a sus bandas preferidas pero su impronta es absolutamente inconfundible. Y, en esta ocasión, el trío parece enfocado en su faceta más abiertamente Punk-rockera, plagada de estribillos memorables, ritmos contagiosos y riffs simples y directos. La voz rasposa pero siempre ubicada de Keithley guía las composiciones con melodías que incitan constantemente a levantar el culo y hacer algo pero en ningún momento se viste de predicador, más bien rescata ese punzante y lúcido sentido del humor político tan típico del mencionado Jello Biafra. Y lo mejor es que esa carga política está envuelta en canciones redondas, gancheras, dinámicas, hasta les diría divertidas. Desde ya, en este caso diversión no es sinónimo de estupidez, casi todo lo contrario. D.O.A. deja de lado las poses y expone con absoluta naturalidad su visión del mundo, de forma madura pero nunca acartonada o solemne. Sí, los viejitos Punks tienen cuerda para rato y bienvenido sea.


-End Of A Year “You are beneath me” (2010)
Pasión. Una pasión inocente, tal vez. Pero con una honestidad que duele, que raspa en el alma. Toman su nombre de un tema de Embrace (aquella banda que Ian MacKaye lideró entre Minor Threat y Fugazi) y de allí también toman su inspiración. Pero no se trata de una cuestión de estilo si no de espíritu. Aquí brilla esa misma intensidad, esa urgencia emotiva y visceral. Las frustraciones, el peso de una vida que nunca termina de ser cómo debería, las miradas silenciosas, los gestos mezquinos y todo aquello que nunca entenderemos del todo. Los dedos que señalan, claro que sí, pero ya no sólo lo hacen hacia afuera. End Of A Year también reconoce a la bestia en el espejo. Podemos hablar de Post-Hardcore, claro. Esas guitarras que dibujan melodías entrecruzadas así lo habilitan, lo mismo que las sinuosas líneas del bajo, el pulso firme pero dinámico de la batería y la voz quebrada pero siempre con un dejo melódico de Patrick Kindlon. Pero, en definitiva, eso no nos dice demasiado. Al menos, no nos dice tanto sobre nuestras vidas como sí lo hace “You are beneath me”. Estoy hablando de música, claro, pero se trata de música que trasciende la música misma. Notas, escalas, acordes, ritmos, todo eso no tiene significado si no hay nada para decir. ¿Quieren hablar de originalidad? Bueno, End Of A Year no inventa nada nuevo (sus pautas estilísticas siguen estando en los sonidos surgidos en Washington D.C. a mediados de los ochentas) y sin embargo no suena como ninguna otra banda. No pretenden hacerse los locos o los experimentales pero tampoco venden ninguna pose de rudeza Hardcore. Desnudan sus emociones sin tapujos pero nada saben de histrionismos adolescentes. Poseen un evidente sentido del humor pero no por eso se escudan detrás de una muralla de ironía. No parecen atraídos por los extremos y, en definitiva, no tienen por qué estarlo. La vida no suele tratarse sobre extremos. No tengo palabras que expliquen lo que estas canciones significan para mí, no creo que mis pobre divagues le hagan justicia a las sensaciones que ellas generan. Once canciones, treinta y dos minutos de emociones que se clavan en el corazón y lo ventilan, sin escapismos ni artificios, sin poses innecesarias ni discursos vacíos. No las dejen pasar.


-Front Line Assembly “Improvised electronic device” (2010)
Los metaleros probablemente los tengan más presentes por sus asociaciones con Devin Townsend y Fear Factory pero cualquiera que alguna vez haya tenido, aunque más no sea, un mínimo interés en la Música Industrial, debería reconocer el nombre de Front Line Assembly como una institución dentro del género. Veinticuatro años de carrera ininterrumpida y un catálogo de más de veinte discos en los que el grupo se las arregló siempre para estar al tanto de los avances tecnológicos sin por ello abandonar su impronta personal, así lo certifican. Y si eso no les basta, aquí tienen su nuevo trabajo, que los encuentra en plena forma y hasta recuperando la energía virulenta que, a mediados de los noventas, exhibieran en discazos como “Millennium” o “Hard wired”. En efecto, sin nunca dejar de lado sus habituales beats bailables y sus pegadizas melodías de teclados, aquí los eternamente liderados por el ex Skinny Puppy Bill Leeb nos presentan diez canciones cargadas de una actitud sombría y malhumorada, donde inclusive hay lugar para machacantes riffs de guitarra que se funden sin problemas al denso entramado electrónico que los sostiene. No es casualidad, entonces, que nos topemos en esa especie de Cyber-Thrash que es “Stupidity” con una voz familiar, la del gran Al Jourgensen repartiendo odio por los cuatro costados. Pero más allá de invitados y guitarras distorsionadas, lo que pesa son las canciones. Y, en ese sentido, Front Line Assembly siempre tuvo en claro cómo conjugar las elucubraciones más experimentales de sus tempranos héroes Industriales (Cabaret Voltaire, Throbbing Gristle, S.P.K.) con un gancho irresistible que no sólo se basaba en el poderío rítmico de sus bases, si no también en un cuidadoso instinto melódico que, de todas formas, nunca cae en obviedades o premisas superficiales. Entonces, tenemos los ritmos que nos trasladan a la más jodida discoteca del más desolado futuro post-apocalíptico, tenemos las voces agresivas y recubiertas de efectos, tenemos las guitarras metálicas aplicadas con precisión quirúrgica, tenemos las secuencias que se adhieren a la memoria como si de un virus se tratara, y tenemos el profundo e impenetrable muro de sonidos electrónicos que lanza constantes estímulos a la mente hasta entumecerla. Lo que tenemos, entonces, es un nuevo disco de Front Line Assembly. Tal vez sin demasiadas novedades pero con la magia intacta y la energía en su punto más alto.


-Hell Militia “Last station on the road to death” (2010)
Que Francia cuenta con una más que interesante cantera de Black Metal no es ninguna novedad. Tan sólo nombres como Deathspell Omega, Blut Aus Nord o Alcest bastan para condensar algunas de las mejores ideas (musicalmente hablando, claro está) que el género tuvo en los últimos años. Hell Militia vendría a ser algo así como el supergrupo que representa la cara un tanto menos experimental del Black francés. Conformados por miembros de bandas como Mütiilation, Arkhon Infaustus, Temple Of Baal y Vorkeist, debutaron en 2005 con “Cannonisation of the foul spirit” y recién ahora se decidieron a presentar su secuela. Cualquier parecido con Twilight (el supergrupo del Black norteamericano) es pura coincidencia. De hecho, como ya dijimos, la propuesta de este quinteto no apunta necesariamente a la vanguardia. Aquí no hay teclados, ni samples, ni flirteos con géneros ajenos a la ortodoxia Blackmetalera. Nada de Post-Rock, Shoegaze, Noise, Industrial, Sludge o Cumbia. Esto es Black Metal hecho y derecho, con las guitarras recreando infiernos Wagnerianos a fuerza de distorsión chillona y reverb, las voces aullando desde los abismos más profundos del alma humana y las bases atacando con vertiginosos beats casi constantes. También hay lugar para algún que otro rebaje de velocidad (como en la versión que hacen de “Shoot knife strangle beat & crucify” de G.G. Allin) que ayuda a disipar la monotonía y propone las necesarias atmósferas de asfixia y desesperación. El sonido mantiene cierta crudeza pero no se trata de lo-fi bajo ningún punto de vista, todo puede escucharse con claridad y en ningún momento deja decaer la energía negativa. Ni hace falta aclarar que aquí no hay novedades ni experimentos revolucionarios y, de hecho, muchos riffs suenan a déjà vu (como para mantener la cosa francesa) y las estructuras privilegian la contundencia antes que el despliegue. No obstante, no se puede decir tampoco que esté desprovisto de ideas. Los climas que logran las guitarras con su inmutable crepitar distorsionado ciertamente alcanzan una intensidad envidiable y las composiciones en general logran un efecto envolvente, casi narcótico que suple su falta de originalidad. Un buen paralelo podría ser lo hecho por Watain en sus más recientes entregas, aunque en Hell Militia prácticamente no hay lugar para esas melodías a la Dissection que tanto les gustan a los suecos. En fin, si el Negro Metal es jodidamente guerra, “Last station on the road to death” es un perfecto soundtrack para comenzar las hostilidades.


-Lantlôs “.Neon” (2010)
Si Neige pretende ser considerado algo así como el cabecilla de toda esta camada de Post-Black-Metal actual va por el buen camino. Al frente de Alcest dio uno de los puntapiés iniciales en eso de combinar las cascadas de distorsión melódica del Shoegaze, las dinámicas del Post-Rock más melodramático y la maldad innata del Black, con Amesoeurs tiñó ese sonido de oscuridad urbana y ahora, en este segundo álbum de Lantlôs (el proyecto que comparte con el alemán Herbst) sigue explorando las posibilidades que dicha cruza puede ofrecer. Todo lo que uno puede esperar de este tipo de propuestas está aquí: las murallas de guitarras empapadas de efectos que generan envolventes texturas melódicas, los alaridos desgarrados, las ocasionales alzas de velocidad, los pasajes de introspección melancólica, las subidas y bajadas de intensidad, los evocativos punteos cargados de delay, el cuidadoso tratamiento sonoro a la hora de apilar capas y capas de arreglos, y toda esa impronta que nos hace pensar que, al fin de cuentas, DarkThrone y My Bloody Valentine estaban más cerca de lo que jamás hubiésemos imaginado. El punto que separa a Lantlôs de los otros proyectos de Neige (y de las tantas bandas similares que siguen surgiendo día a día) es, por un lado, la utilización de ciertos acordes y modismos rítmicos típicos del Jazz que se funden con absoluta naturalidad al denso entramado sónico de las canciones y le dan un sabor sumamente particular. Es casi como si esos elementos le dieran un marco más humano y cotidiano (a falta de una mejor definición) a las atmósferas necesariamente épicas que suelen tener este tipo de bandas. Por otro lado, se hace evidente que Herbst (encargado de interpretar en su totalidad la parte instrumental del disco) posee un instinto melódico más desarrollado que el de la mayoría de sus pares, logrando así picos emotivos de una intensidad abrumadora con elementos tan simples como contundentes. En ese sentido Lantlôs también da vuelta algunas convenciones, desbaratando las concepciones habituales de simpleza y complejidad, simplemente concentrados en entregar buenas canciones. Y con eso sólo ya debería bastar para darles una oportunidad.


-Leng Tch’e “Hypomanic” (2010)
Sus fans más intransigentes y conservadores podrán patalear todo lo que quieran pero el salto de calidad que Leng Tch’e va dando disco a disco es tan innegable como refrescante. Lejos quedaron los tics infantiloides y el Gore de sus inicios (que, de todas formas, era más que destacable en su terreno) y, tal como se venía anticipando en sus trabajos previos, hace su entrada una madurez compositiva poco común en un género tan dado a los excesos como el Grindcore. De ninguna manera quiere decir esto que los belgas hayan diluido su propuesta, de hecho me arriesgo a decir que este “Hypomanic” supera en virulencia a su inmediato predecesor, el groovero “Marasmus” de 2007. En efecto, si en aquel álbum faltaba un poco de la potencia arrolladora de “The process of elimination” para acompañar las nuevas variantes instrumentales y rítmicas, aquí el equilibrio es prácticamente perfecto. Cada canción suena con los dientes apretados y los huesos en tensión, la guitarra derrite paredes escupiendo riff tras riff, uno más rabioso que el anterior y, no obstante, desplegando una imaginación que escapa a los márgenes estrictos de la ortodoxia grindcorera, la base rítmica mantiene la necesaria cuota de salvaje nerviosismo pero también aprovecha ese repiqueteante doble bombo para emular el groove violento de Vinnie Paul con grandes resultados, y hasta la voz se permite algún que otro respiro entre alarido y alarido, recordando a aquellos pasajes hablados que Barney Greenway (casualmente, lo tenemos de invitado rugiendo en “Totalitarian”) inaugurara en el genial “Diatribes” de Napalm Death. De hecho, es probable que aquella etapa “experimental” (así la llaman ellos, yo la llamaría accesible, sin que dicho término sea leído como algo peyorativo. De hecho, se trata de una de las mejores épocas de los británicos, en mi opinión) de Napalm Death sea una buena referencia a la hora de describir lo practicado por Leng Tch’e en la actualidad. Por supuesto, también se puede notar que el marcado costado Hardcore los acerca un tanto a Nasum y hasta ciertos riffs disonantes y enroscados no hubieran desentonado en algún disco de Pig Destroyer o Discordance Axis, inclusive hasta se puede detectar algún que otro pasaje que remite a nombres aún más extraños como Voivod y Meshuggah. Pero más allá de las influencias, se impone la identidad del cuarteto, a fuerza de buenas ideas (insisto con el trabajo de las seis cuerdas, sin desperdicios), frescura (¿hacía cuánto que un disco de Grindcore les hacía mover la patita?) y una energía inagotable y contagiosa. Serio candidato a mejor disco Grindcore del año.


-Odd Nosdam “Vol. 9” (2010)
Algunos de ustedes tal vez retengan el nombre Odd Nosdam (pseudónimo utilizado por David P. Madson en su labor como músico, Dj y productor) por su colaboración con Mike Patton en su proyecto Peeping Tom. Otros tal vez recuerden su participación en el combo de Hip-Hop experimental cLOUDDEAD o los remixes que realizó para artistas como Boards Of Canada o Genghis Tron. En cualquier caso, sólo con esas referencias ya debería quedar en claro que este muchacho no es precisamente de aquellos que se apegan a ningún tipo de convención genérica a la hora de hacer música. “Vol. 9” es un disco editado por él mismo (y obvio sucesor del “Vol. 8” de 2006, también autoeditado) que reúne diversas grabaciones instrumentales de entre 2004 y 2007 y constituye, con veintiún temas en poco más de treinta y seis minutos, un excelente ejemplo de la delirante creatividad que guía sus pasos. Las raíces de Odd Nosdam están el Hip-Hop, eso es innegable, pero la forma en que encara el género tiene que ver más con artistas experimentales como John Zorn, Aphex Twin o el mismo Patton que con la habitual falta de vuelo creativo que inunda dicho género desde hace unos cuantos años. Sobre bases siempre cadenciosas y provistas de irresistible groove, Madson despliega un inagotable arsenal de samples, cintas, grabaciones, efectos y sonidos salidos de vaya uno a saber dónde, conformando así espesos entramados sónicos ideales para llevar la mente de paseo por mundos irreales y desconocidos. A diferencia de los geniales Dälek (otro de los pocos ejemplos de Hip-Hop que vale la pena escuchar hoy en día) que mantienen siempre una impronta oscura, cáustica y agresiva, Odd Nosdam no deja variante en el tintero. Puede atacar con pasajes ruidosos pero, por lo general, mantiene una atmósfera más bien lisérgica inclusive logrando momentos de sesuda abstracción que pondrían verde de envidia al mismísimo Robert Fripp. De cualquier forma, su fuerte está en la forma absolutamente desprejuiciada con la que encara sus composiciones, dotándolas así de un halo constante de sorpresa y misterio que nos mantienen en vilo aún en sus períodos más melódicos y amigables, que también los hay. Como carta de presentación para no iniciados, “Vol. 9” representa una opción casi ideal, ya que maneja un buen equilibrio entre el caos descontrolado de sus primeros trabajos discográficos y las formas un tanto más estilizadas y concretas de los más recientes. Cualquiera con ganas de escuchar material absolutamente original y único (sin importar géneros ni categorías musicales) debería darle, al menos, una oportunidad.


-Robot Ronin “Robot Ronin” (2010)
Desde Múnich, Alemania (calculo que aquí debería hacer algún comentario relacionado al mundial de fútbol pero no lo voy a hacer), llega Robot Ronin con un debut discográfico más que interesante y personal. Ok, artistas como Pitch Shifter, Curse Of The Golden Vampire, Cubanate o The Berzerker ya ensayaron en su momento diversas cruzas entre el Metal extremo y géneros electrónicos igualmente extremos como el Drum & Bass y el Gabber. Lo que diferencia a Robot Ronin, que parten de una idea similar, es que aquellos eran grupos con claras raíces en el Metal Industrial y desde esos parámetros era que se acercaban a otras formas de violencia digital. Aquí queda claro que el camino recorrido es inverso y pocos rastros hay de sonidos que pudiéramos llamar industriales. Por otro lado, en su combinación de elementos analógicos y digitales, estos germanos echan mano a ciertos aspectos del Metal que, durante los noventas, no eran muy bien vistos. Así, entre frenéticos beats programados e infinidad de samples y teclados deformes, podemos llegar a encontrar heroicos solos de guitarra y machacantes cabalgatas rifferas que tienen más que ver con el Thrash de los ochentas que con su versión noventosa (ya saben, Pantera, Prong, Sepultura, Machine Head), sin por ello sonar fuera de lugar o forzadas. Desde ya, ayuda el hecho de que las diez canciones (y hablo de canciones, a pesar de todo se mantienen estructuras más bien tradicionales) sean íntegramente instrumentales y de que los instrumentos de carne y hueso (por así llamarlos) sirvan más bien como condimento antes que como guía principal de las mismas. En ese sentido Robot Ronin es más un grupo Electrónico con cierto gusto por el Metal, que uno de Metal con toques electrónicos, bien vale aclararlo. Y eso no hace más que probar, una vez más, que el Metal (al contrario de lo que creen muchos de sus seguidores más acérrimos) no tiene el monopolio de la intensidad ni la brutalidad. Si quieren comprobarlo, no tienen más que visitar www.robotronin.bandcamp.com, donde pueden descargar de forma gratuita este álbum.


-Scott Hull “Audiofilm II” (2010)
Sólo doce minutos le bastan al gran Scott Hull (por si viven debajo de una roca, es el guitarrista de Pig Destroyer y Agoraphobic Nosebleed, y uno de los músicos más destacados del Metal extremo en general de los últimos diez años) para jodernos la cabeza. Lo curioso tal vez sea que esta vez no necesite blast-beats ni riffs ni alaridos para lograr tal cosa. En efecto, “Audiofilm II”, como su título lo indica, es la segunda parte de esta serie de ep’s editados por Curcial Blast, donde nuestro héroe da rienda suelta a la faceta ambiental/cinematográfica que inaugurara en su disco de 2008, “Requiem”. Lo que aquí tenemos es un único tema que, de cierta forma, podría emparentarse con Japanese Torture Comedy Hour, aquel proyecto de puro Noise que Hull liderara en paralelo a sus bandas principales. Ojo, dije que puede emparentarse, no que sea lo mismo. Aquí las cosas son bastante menos abrasivas, aunque también hay lugar para ruidos que generan una histeria al borde de lo insoportable. La cosa de va moviendo entre punzantes chirridos, atmósferas embotadoras, graves resonancias, pulsos fantasmales, crepitantes texturas electrónicas y un clima general de mal viaje lisérgico tan intenso como atrapante. Es notable como el tipo, con elementos bastante simples, logra trasladarnos a vívidos paisajes y envolvernos en una historia imaginaria con un sentido del desarrollo y la dinámica poco común en este tipo de trabajos. Desde ya, si sólo les gusta la faceta grindcorera del tatuado Scott, esto no es para ustedes. Ahora bien, si aprecian la música extrema como un todo sin limitaciones genéricas, he aquí un buen bocado para atragantarse.


-Stephen Brodsky “Here’s to the future” (2010)
Stephen Brodsky es un muchacho inquieto, de eso no hay ninguna duda. Quince años al frente de Cave In (con su guitarra siempre imaginativa y su personal voz que logró sin inconvenientes el pasaje del gruñido Hardcore a las sentidas melodías entre espaciales y Poperas) y siempre se hizo lugar para diversos proyectos paralelos. Así, hemos disfrutado de su presencia en grupos más que recomendables como Kid Kilowatt, Pet Genius, New Idea society y The Octave Museum y, no satisfecho con eso, cada tanto el bueno de Stephen (a veces bajo el nada sutil seudónimo de Stove Bredsky) nos lanzaba por la cabeza algún trabajo solista grabado en la intimidad de su hogar. De eso se trata este “Here’s to the future”, editado en cassette de forma limitada por sus amigotes de Hydrahead Records, hogar discográfico también de Cave In y la mayoría de los proyectos que de allí se desprenden. Nueve canciones construidas sobre gruesos rasgueos acústicos y adornadas con las melodías siempre voladoras que la voz de Brodsky tiene para regalarnos, eso es lo que hallarán aquí. Nueve gemas donde el gancho melódico, el vuelo Psicodélico, la espontaneidad y la elegancia emotiva van de la mano sin problemas y dibujan sentidos paisajes de formas irreales. Por supuesto, el carácter casero de la grabación no significa ningún tipo de deficiencia sonora, si no simplemente una saludable economía de recursos. El líder de Cave In no tiene problemas en incorporar teclados, algún que otro sonido distorsionado, extrañas afinaciones e infinidad de perfectos coros que pondrían verde de envidia al más avanzado aspirante a Beach Boy, todo siempre en función de resaltar las hermosas melodías que dan vida a sus canciones. En cualquier caso, se trata de un trabajo de bajo perfil que no pretende más que deleitarnos, sin necesidad de estridencias innecesarias y con la aplastante sencillez de las buenas canciones.


-Ultra Dolphins “Alien baby” (2010)
¿Puede un grupo de Rock ser al mismo tiempo intrincado, virtuoso y divertido sin tener que caer en la parodia? Este segundo larga duración de Ultra Dolphins (sucesor de “Mar”, que viera la luz en 2006) parece responder que sí a los gritos. Ni siquiera necesitan demasiados artilugios, una guitarra, un bajo, una batería y dos voces (a cargo del bajista y el guitarrista) son suficientes para complicarnos la cabeza con enroscadas composiciones que eluden a toda costa cualquier atisbo de acartonamiento o excesiva sobriedad. Insisto, esto no quiere decir que se trate de un grupo humorístico ni nada que se le parezca, se trata simplemente de una actitud fresca y despreocupada que los mantiene firmes en sus raíces Punks, más allá de la frenética complejidad de las composiciones. Y sí, hablo de Punk y virtuosismo sin que sean ítems excluyentes, a esta altura cualquiera que piense lo contrario es porque necesita urgentes lecciones de historia rockera en general. Estos oriundos de Richmond cargan en sus espaldas con una tradición que va desde Minutemen hasta Hella, pasando por Drive Like Jehu y The Jesus Lizard, y se las arreglan para regurgitar dichas influencias en forma sumamente personal e intensa. Cuentan con un baterista completamente atacado y epiléptico, que reparte golpes a diestra y siniestra con una soltura y un swing apabullantes, y sienta así las inquietas bases sobre las que se construyen sus canciones. El bajo cumple una labor sutil pero aún así imprescindible, haciendo de nexo entre los malabares rítmicos de la batería y las angulares elucubraciones de la guitarra. Y, claro, la guitarra (como era de esperar) es la que se lleva las palmas con un despliegue desenfrenado de riffs disonantes, cascadas de feedback, envolventes rasgueos y arpegios, extrañas progresiones de acordes, deformes punteos, ruiditos varios y arreglos tan certeros como ricos en profundidad musical. Las voces varían entre alaridos rabiosos, agudas declamaciones Post-Hardcore y hasta algún que otro pasaje teñido de melodías casi psicodélicas. Todo entregado con un sabio equilibrio entre cruda urgencia Punk y laberínticas estructuras que desafían todo intento de categorización. Puesto en otras palabras, esto es Rock tan apto para rebotar contra las paredes entre fuertes espasmos como para analizar sesudamente con el monóculo debidamente colocado en el rostro.

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