24 de junio de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Wilco “Wilco (The album)” (2009)
Es fácil odiar a Wilco, lo sé. Son señores exitosos pero con perfil bajo, su público suele apestar de snobismo Indie y encima la prensa más “cool” los infla constantemente, llegando inclusive a llamarlos los “Radiohead norteamericanos”, lo cual es uno de los peores agravios que se me podrían ocurrir para defenestrar a un grupo. Por suerte, detrás de los anteojos nerds y las poses afectadas están las canciones. Y ahí toda la chachara se deshace y sólo resta endulzarnos los oídos. Ah sí, amantes intransigentes de los blast-beats, las guitarras como motosierras, las voces de monstruo y el ruido en general, siéntanse libres de detener ahora mismo la lectura y pasar a otra cosa. La música de Wilco no tiene nada que ver con agresión ni extremismo y sin embargo sólo una mente obtusa podría negar su intensidad. No hace falta chillar como un marrano para transmitir el más profundo de los dolores y, ciertamente, un certero slide guitarrero puede resultar tan punzante y movilizador como el más enfermo de los riffs. Este homónimo disco número ocho mantiene ese sutil equilibrio entre reposadas cadencias Indie-Folk (casi como un Pavement rural y más prolijo) y esa eterna búsqueda sonora que bebe tanto de John Cale como de Ornette Coleman y Robert Wyatt, sin olvidar nunca las enseñazas psicodélicas de Beatles, Beach Boys y demás luminarias del costado más lisérgico y volador del Pop. Entonces, los suaves rasgueos acústicos y las tenues brisas rítmicas se ven acompañadas por un sinfín de texturas y timbres adicionales (desde cuerdas y pianos hasta deformes teclados y distorsiones de procedencia incierta) sin perder nunca de vista la apabullante belleza melódica que, en definitiva, es el alma de las canciones. De eso se trata, claro. Once canciones redondas que recorren una vasta gama de emociones y paisajes sin necesidad de apelar a golpes bajos ni a trucos baratos. Simples en su estructuración pero endiabladamente complejas en lo que hace a la arquitectura armónica y melódica de las mismas. Si no temen bajar la guardia por un rato, he aquí un delicioso bocado para disfrutar con la cara enfrentando al sol.


-Masakari “Eden compromised” (2009)
Desde hace un buen tiempo quedó claro que el Hardcore puede ser algo más que una mera excusa para hacer mosh y reprochar defectos ajenos con el puño en alto y las bermudas bien puestas. Claro, aquí hablamos de Crust, que siempre fue la cara más seria y combativa del género, aquella que estaba más preocupada por las atrocidades del capitalismo antes que por la hermandad Hardcore. Masakari es un joven conjunto oriundo de Clevenland que presenta este ep debut cargado de rabia hacia un mundo hostil. Las guitarras raspan con infinita suciedad pero no pierden de vista ciertos amagues melódicos, siguiendo la escuela de clásicos modernos como His Hero Is Gone y sus sucesivos satélites. Las bases golpean incansablemente con su típico tupá tupá y no falta algún que otro blast-beat por allí, el bajo está enterrado en la mezcla y la voz es un gruñido cascado y ominoso que nos envuelve en cascadas de pura violencia. Hay lugar también para algún que otro rebaje y ciertas atmósferas apocalípticas que hacen honor a la escena de su ciudad natal, eternamente marcada por la virulenta oscuridad de Integrity y demás sucesores. Ok, con sólo cuatro temas en casi nueve minutos no hay demasiado para analizar, pero tampoco queda lugar para el aburrimiento. Pero si están necesitando una breve descarga de adrenalina, una fugaz catarsis violenta, este “Eden compromised” viene como anillo al dedo.


-Final “Reading all the right signals wrong” (2009)
Ok, ya habrán notado que Justin Broadrick es uno de nuestros niños mimados aquí en Zann. Pergaminos no le faltan (si acaso necesitan una introducción a este personaje ni siquiera entiendo qué hacen leyendo esto) y encima se da el lujo de contar con una hiperactividad y un apetito creativo inagotable. Por si no lo sabían, Final es el viejo (sus primeras elucubraciones sonoras, aún anteriores a su ingreso a Napalm Death, fueron bajo este nombre) proyecto unipersonal de Justino, donde da rienda suelta a su más sesuda pasión por las abstractas ambientaciones de pioneros Industriales como Throbbing Gristle o Lustmord, entre otros. Aquí no hay ritmos aplastantes, riffs apocalípticos ni voces desesperanzadoras. En su lugar tenemos combinaciones de texturas (a veces abrasivas y en otros momentos flirteando con tenues líneas melódicas) generalmente creadas a partir de un cuidadoso procesamiento de diversos sonidos de guitarra. El resultado es un tridimensional paseo cinematográfico por diversas emociones, desde la más asfixiante desesperación, hasta el más punzante de los miedos, sin olvidar esos melancólicos remansos de introspección psicodélica. Por momentos hasta es posible detectar ciertas melodías que no desentonarían en los pasajes más letárgicos de Jesu. La diferencia es que el tratamiento sonoro en este caso es eminentemente minimalista, dejando que los sonidos vayan mutando de forma orgánica y obligándonos a poner todos nuestros sentidos en estricta concentración para aprehender el incesante flujo musical aquí desplegado. Podría decirse que la música de Final es como un cuadro pintado con pocos colores. Visto desde la distancia parece ser simple y anodino pero, al acercarnos a él y enfocar la vista, empezamos a descubrir los sutiles trazos que lo conforman, la delicada arquitectura de esas formas aparentemente azarosas. Claro, todo esto es chachara pseudo intelectual y de nada sirve si uno no se entrega plenamente a este viaje. Apaguen las luces, cierren los ojos y sumérjanse sin prejuicios en otro de esos únicos universos musicales a los que Don Broadrick nos tiene acostumbrados.


-White Buzz “Book of whyte” (2009)
Alto, estamos volando muy alto. Nuestras alas están construidas con la lava derretida que desprenden estos riffs. Luego nos sumergimos en lo más recóndito a través de profundas líneas de bajo y etéreas voces. Esos graves que rugían se repliegan en delicados punteos brillando como estrellas sobre un telón nocturno. Pero el poder del riff no ha de ser subestimado. Su grandeza se impone como pisadas de elefante, alterando las percepciones a cada paso. Oh sí, estos tres alemanes tomaron su buena dosis de alucinógenos y lo batieron junto a sus discos de Sleep, Melvins, Electric Wizard y Om, dando como resultado este viaje donde la aplastante pesadez hace las veces de relajador muscular, apagando el costado racional de nuestros cerebros y trasladándonos a paisajes de onírica reflexión. La guitarra regurgita los riffs más graves de la escuela Sabbáthica y los estira en eternas letanías lisérgicas. La batería marca el cadencioso ondular de las composiciones con golpes certeros y espaciados. El bajo nos hipnotiza con frecuencias subterráneas, reptando lentamente dentro de nuestras neuronas. Las voces elevan tenues plegarias hacia un firmamento de colores irreales. Queda más que claro que esto no es material para cazadores de hits inmediatos o gente con poco poder de concentración. Cuatro temas que se mueven entre los trece y los diecinueve minutos y pico, más un track escondido de cinco minutos. Y no hablamos de composiciones extensas sobrecargadas de partes, cambios, idas y venidas. Estos son rituales de narcótico minimalismo donde el trance repetitivo adornado con limpios punteos se da la mano con los riffs tamaño montaña y todo se mueve en cámara lenta. El sorete es un viaje de ida, pero a veces es tan rico.


-Brainworms “II: Swear to me” (2009)
Las cosas que duelen, los días que raspan en las entrañas y se niegan a darnos respiro alguno. Las canciones de Brainworms son gritos, son frentes arrugadas cubiertas de sudor, son jornadas inciertas entre voces mudas. Angustia y liberación, urgencia, ideas que queman las manos, danzas fracturadas, himnos para aquellos que nunca recibirán laureles. Punk Rock, claro. Pero nada de poses ni de superficiales modismos genéricos. Melodías descarnadas chocando contra ritmos desprolijos y catárticos, guitarras en carne viva, estirándose en acoples insistentes, dibujando ángulos enmugrecidos con dedos torpes, voces erosionadas por tanto dolor, trazando las formas de un nuevo lamento, una nueva pequeña victoria para generaciones enteras de desclasados. Las enseñanzas de Fugazi, Fucked Up y demás visionarios retransmitidas desde el más polvoriento de los sótanos. Asimiladas como una fuerza espiritual antes que como un manual de reglas y vueltas a escupir entre huesos contracturados y remeras empapadas de sudor. Gestos de júbilo, una pasión que arde sin concesiones y nos eleva. Música de liberación, una búsqueda constante por respuestas y la formulación de nuevas preguntas. Canciones afiebradas y sensibles, riffs desencajados y certeros, una calma nerviosa que estalla inevitablemente con cada abrir de ojos. Las visiones surrealistas proporcionadas por la realidad misma, la batalla constante contra el sinsentido de nuestras horas. Bombas molotov construidas con guitarras eléctricas y encendidas por nuestro desencanto. El presente roto de aquellos que saben que el mañana nos pertenece pero no descansan, nunca descansan. Esto es arte despojado de mayúsculas y entregado con los nudillos descarnados.

-Obituary “Darkest day” (2009)
Veamos, la tapa se revuelca en los más bobalicones clichés metaleros, las guitarras suenan como comprimidas bolas de odio, las bases apuntalan lo dicho con cadenciosos golpes, las canciones tienen esa impronta Celticfrostera elevada a la enésima potencia y la voz es el gruñido afónico de un dogo rabioso. Sí, es un disco nuevo de Obituary y no hay más que agregar. ¿Qué es exactamente igual a los anteriores? Más vale, ahí está el chiste. ¿Qué inclusive los temas se parecen entre sí? Claro, es la única opción que queda si queremos seguir disfrutando de ese mórbido manual de riffs regurgitados. Si quieren variantes, busquen en otro lado, esto es Obituary y aquí el único objetivo es sonar pesados, aplastantes y ominosos. Si nunca fueron (ni por asomo) la banda más técnica del Death Metal, no veo por qué eso habría de cambiar ahora. El enorme poderío de los floridenses no pasa por ahí, pasa por ese groove arrastrado y maléfico, por esos riffs pegajosos y embarrados, por esas súbitas aceleradas taquicárdicas, por esas canciones simples y gancheras y, claro, por la inigualable voz de John Tardy. Sólo escuchar una y otra vez esos desgarrados alaridos provenientes de las más negras entrañas del más abyecto infierno lovecraftiano ya vale la pena. Ok, también tenemos algún que otro solo de guitarra más bien melódico y hasta ciertos arreglos percusivos que recuerdan al Sepulturesco “World demise”, pero nada que se salga del libreto habitual. Por supuesto, a pocos discos les cabe tan bien la definición de sólo para fans pero, si alguna vez disfrutaron del mejor Death Metal (es decir, el de principios de los noventas) en Obituary tendrán un eterno bastión de extrema pesadez.


-Gnaw Their Tongues “All the dread magnificence of perversity” (2009)
Esto es más, mucho más que un mero ejercicio de Black Metal con ambientaciones macabras. Mories (tal el nombre del sujeto detrás de esta pesadilla sónica) ha creado el soundtrack más opresivo y enfermizo, una auténtica sesión de tortura emocional y auditiva dividida en doce abyectas composiciones. Claro, meter esto en la bolsa del Negro Metal es sencillamente denigrante, la maldad aquí contenida reduce los blast-beats, los riffs chillones y los alaridos de bruja Cachavacha a irrisorios clichés para asustar adolescentes conflictuados y viejas chotas. Esto es un viaje de pura oscuridad lisérgica a través de los más cavernosos pasadizos de la mente humana. Si muchos grupos Black pretendieron recrear (inspirados tal vez por King Diamond) la literatura terrorífica de clásicos como Poe o Lovecraft, Gnaw Their Tongues hace que dichas atmósferas se corporicen con su música, da un paso más allá y logra que la fantasía macabra se vuelva una asfixiante realidad. Ok, ustedes me dirán que Abruptum ya venía ensayando tales cualidades desde principios de los noventas pero, si bien la influencia es innegable, este holandés está dispuesto a tomar ese legado y llevarlo al extremo máximo de perdición. Una orquesta digital de almas en pena recita los más escabrosos pasajes de esta historia sin final feliz a la vista. Cuerdas quebrándose bajo erupciones sonoras y latigazos metálicos, oxidados campanazos que anuncian nuestra condena. Grotesca magnificencia degradada por una mente rota, un fluir sinfónico de abrasivas abstracciones musicales cubiertas por una gruesa capa de polvo. Alaridos de pura dicha sadomasoquista ahogados en océanos de alquitrán. Si Sunn 0))) se expandió hacia la negrura cósmica con su reciente (y genial) “Monoliths & dimensions”, Gnaw Their Tongues se dedica a rasgar la piel y escarbar en lo más profundo de nuestra humanidad, descubriendo el vacío nihilista que nos atormenta. Pero esto no es Drone, a lo sumo se podría trazar cierto paralelo con los momentos más violentos y cinematográficos de Swans, en especial en lo que hace a ritmos lentos e hipnóticos y bajos distorsionados y desafinados. Agónicas visiones con los ojos inyectados en sangre y el gesto desencajado en el rostro. La crueldad transformada en arte, eso es este disco. Atrévanse a experimentarlo.


-Poison The Well “The tropic rot” (2009)
Ya desde el magnífico “You come before you” (de 2003), Poison The Well demostró que estaba más allá de términos como Emo-Core y similares aberraciones. Sí poseían (y todavía lo hacen) marcados elementos melódicos derivados del Post-Hardcore y lograban combinarlos con extrema virulencia Metalcorera, pero al mismo tiempo contaban con un vuelo creativo que los alejaba del montón. El siguiente “Versions” (editado cuatro años después) agudizó aún más dicha brecha con la incorporación de influencias aún más exóticas y una críptica emotividad que, de alguna forma, los coloca en la misma categoría que bandas como Deftones, Glassjaw, Cave In o los desaparecidos Snapcase. Es decir, bandas pesadas, con corazón Hardcore, sensibilidad melódica bien desarrollada y miras artísticas altas. Así, luego de una serie de ep’s, llegamos a este “The tropic rot” y los floridanos demuestran estar en esplendido estado. La placa abre con “Exist Underground” y la impronta Deftonera dice presente en ese groove cansino e hipnótico, mientras que Jeff Moreira se retuerce entre desgarrados gruñidos y etéreas melodías y las guitarras dibujan riffs aplastantes entre delicadas texturas. Desérticos rasgueos nos introducen a “Sparks It Will Rain” que estalla entre guitarras ruidosas, ritmos afiebrados y un estribillo cargado de una psicodélica dulzura que no hace más que acentuar el paralelo con la banda del Chino Moreno. La taquicardia Hardcorera dice presente en “Cinema” pero, mientras el tupá tupá nos sacude las entrañas y los alaridos nos hacen estallar la cabeza, los riffs se escapan hacia planicies de ensoñación cósmica. Dicho clima se acentúa en la mitad del tema con un pasaje que remite a la más Beatlesca de las fantasías lisérgicas. Y, si hablamos de Pop retorcido, no queda otra que mencionar a la extrañísima “Pamplemousse” donde las melodías flotan sobre bases insistentes y guitarras voladoras pero no exentas de oscuridad. Y el resultado logra ser sumamente pesado sin apelar ni por un segundo a ningún tipo de modismo metálico. Le sigue “Who Doesn't Love a Good Dismemberment?” que bien podría ser una suerte de reinterpretación en clave de narcótico Metalgaze (sí, ya sé que es un término estúpido, pero en fin) de los momentos más tensos de los Dead Kennedys. Suena raro, sí, pero allí reside la gracia. Y les puedo asegurar que el resultado sigue siendo tan compacto como un puño cerrado. “Antarctica Inside Me” remite inevitablemente a Cave In, con su cruza de melodías espaciales y agresión Hardcore-metalera. Aunque, claro, esas guitarras casi blueseras que se cuelan en el medio echan por la borda cualquier tipo de referencia. El sol arde en las guitarras acústicas de “When You Lose I Lose as Well”, un Folk con toques Flamencos y elegantes líneas vocales que demuestran una vez más que el instinto melódico de Moreira se encuentra unos cuanto pasos por delante del de sus contemporáneos. Y encima hacen que el tema implote (en lugar de explotar) cuando la distorsión dice presente sin pelearse con el delicado entramado melódico de la canción. Como si no quisieran que nos pongamos demasiado cómodos, el quinteto nos tira en la cara el frenético andar de “Celebrate The Pyre”, un tema que escupe mala onda por los cuatro costados, aún en sus momentos melódicos. Siguiendo ese movimiento pendular, las aguas se calman en “Are You Anywhere?”, que recuerda al tipo de canción que Radiohead dejó de componer luego de “Ok computer” para hundirse en ese snobismo sin forma que practican hoy en día. Aunque, claro, cuando entran los riffs monolíticos y los gritos masivos, la cosa se pone en línea con lo más intenso de Neurosis y aledaños. Y cuando la psicodelia nos comienza a embotar la cabeza llega esa patada en los dientes que es “Makeshift Clay You”, a puro Hardcore con riffs deformes y gritos quebrados. El final llega con “Without You and One Other I Am Nothing”, una laberíntica pieza de complejidad Progresiva y sísmica pesadez que pondría verde de envidia a los muchachos de Mastodon. En fin, once tremendas canciones donde el gancho, la profundidad emocional y la imaginación sin límites conviven en perfecta armonía, hechas por un grupo que sigue abriendo nuevos caminos sin perder nunca sus sellos distintivos. Sencillamente imprescindible.


-Dial “Dial” (2009)
Debo reconocer que mi única experiencia musical previa con Nueva Zelanda (al menos que recuerde en este momento) es a través de los geniales Shihad, una gran banda totalmente recomendable para aquellos que disfruten del Grunge de calidad. Lo de Dial (aún cuando las conexiones noventosas son evidentes) pasa por otro lado. Este ep debut no es más que el demo del trío ahora reeditado por Robotic Empire y en él podrán encontrar cinco temas del más enfermo, violento y agobiante Noise-Rock. Oh sí, el revival Noise-rockero no se detiene. Y, mientras mantenga este nivel, por mí que siga así. A ver, ¿quieren guitarras que chorrean distorsión y vomitan riffs tan espesos como disonantes? ¿Acaso buscan esos ritmos mareantes a la Shellac? ¿O prefieren golpes epilépticos que taladren la mente? ¿Se les moja la bombacha de sólo pensar en puras bolas de feedback lanzadas con la precisión rítmica de una ametralladora? ¿Buscan también una voz femenina totalmente desquiciada, quebrada e histérica? ¿Y la prefieren acompañada por coros masculinos en forma de salvajes alaridos? ¿Y qué me dicen de ese bajo que induce una inmediata diarrea con cada intervención? Ok, tenemos referencias, como corresponde. Unsane, The Jesus Lizard, los mencionados Shellac, Helmet, Silvefish (el indispensable referente para toda banda del género con una chica al frente), lo más crudo de Neurosis y hasta algo de la violencia irrestricta de bandas como Rorschach o Deadguy, pioneras en eso de acercar el Noise-Rock al Hardcore más pesado. Pero ninguno de esos nombres logra opacar la promisoria personalidad del grupo. Y, ciertamente, el hecho de que las canciones sean semejantes exhibiciones de intensidad y psicosis desencajada ayuda bastante. Comprueben (una vez más. Y van…) que la música más pesada y extrema no tiene por qué ser Metal.


-Goatwhore “Carving out the eyes of god” (2009)
Los supergrupos no existen pero que los hay, los hay. Para aquellos que no están enterados, Goatwhore es la criatura craneada por Sammy Duet (ex guitarrista de Acid Bath y Crowbar) donde dicho caballero sureño da rienda suelta a su amor por Celtic Frost junto a luminarias como Ben Falgoust (también vocalista de los mufados Soilent Green) y Zack Simmons que comparte su tiempo aporreando tambores en los Blackadélicos Nachtmystium. Ya dije que aquí hay bastante Celtic Frost, el de la primera época para ser más exactos. Eso no sería demasiado particular, en definitiva la influencia de Tom Warrior y compañía se ha sentido desde siempre en todo el Metal extremo y en el Black en particular. Lo que separa a Goatwhore de tanto pelele con corpsepaint tratando de regurgitar esos riffs carnosos es que de ninguna forma se conforman con la mera copia. En primer lugar, el sonido (la producción corrió por cuenta del pequeño gran Erik Rutan) es sencillamente perfecto. Sucio, violento, compacto, avasallante. Estas infernales canciones parecen escaparse de los parlantes y ahorcarnos con gruesos dedos. Por otro lado, tenemos aquí interpretaciones sobresalientes. Falgoust posee una de las voces más personales y versátiles de la actualidad metalera, capaz de cubrir una amplia gama de gruñidos, berridos y demás torturas a las cuerdas vocales sin dejar nunca de sonar articulado y conciso. Simmons es un jodido reloj suizo, marcando implacablemente el afiebrado pulso de las composiciones con golpes certeros y salvajes. Y Duet se despacha una vez más (tengan en cuenta que este ya es el cuatro disco del grupo) con un sublime catálogo de riffs en llamas, donde hay lugar tanto para los vertiginosos machaques Thrashers como para las empantanadas referencias al Sludge y hasta ciertos modismos de pura cepa Deathmetalera. Por supuesto, todo eso sería pura cáscara sin las canciones que le den sustento a tanto despliegue de agresión misantrópica. No se preocupen, “Carving out the eyes of god” viene cargado con diez balas que se clavan en la mente sin miramientos y la hacen estallar de puro placer malsano. La violencia no baja nunca pero está presentada con un alto conocimiento de dinámica, logrando pasajes de hipnótica tensión que estallan inevitablemente en sangrientas arremetidas. No falta tampoco algo de ese groove violento que los sureños manejan tan bien y que obligan a mover la cabecita con cara de malo. En definitiva, Metal puro Metal desde las entrañas del infierno mismo (bueno, New Orleans, que es más o menos lo mismo) y con toda la energía puesta en partirnos el cráneo. ¿Qué más le pueden pedir a la vida?

-Paint It Black “Amnesia” (2009)
Un riff de pura cepa Sabbathera (gordo, oscuro y denso) súbitamente se acelera para luego volver a su asfixiante lentitud. Así comienza, con “Salem”, este pequeño entremés entregado por Paint It Black. No conformes con haber editado el año pasado una obra maestra del Hardcore contemporáneo, estos ex miembros de Lifetime y Kid Dynamite se despachan con esta breve joyita de apenas diez minutos de duración donde siguen dando vuelta las convenciones del género y empujándolo a un nuevo estadio de evolución. Luego de tan particular comienzo, “Homesick” tira la casa por la ventana a un ritmo acelerado y esas guitarras melódicas que nos hacn pensar en un Gorilla Biscuits puesto al día con sonido e interpretación impecables. La adrenalina se mantiene alta en “Nicotine”, aunque esta vez las guitarras ensayan riffs disonantes y entrecortados sobre el reglamentario tupá tupá de la batería. Y hasta tenemos una especie de breakdown que pondría orgulloso a Greg Ginn. “Amnesia” sostiene la velocidad y el desenfreno, siendo el tema más convencional de la placa pero sin bajar de ninguna forma la tremenda intensidad aquí desplegada. El final llega con “Bliss”, un tema a medio tiempo que logra conjugar voces cascadas, melódicas guitarras Post-Hardcoreras y cierto groove rozando el Grunge más Punky. Ok, hay una contra y es que el disco se termina demasiado pronto y te deja con ganas de más, pero eso habla a las claras de la refrescante energía desplegada por el cuarteto. En cualquier caso, si creían que el Hardcore sólo se trataba de repetir clichés y poses oligofrénicas, Paint It Black sigue demostrando que la esencia del mismo tiene que ver con la pasión antes que con los manuales genéricos. O que, al menos, así debería ser.


-Likwid “Likwid” (2005)
Esto no es disco nuevo y, de hecho, este grupo ya no existe como tal. Pasado ese pequeño escollo, nada nos impide disfrutar de lo aquí plasmado por este cuarteto cordobés. Sí, ya sé que las últimas dos palabras en una misma oración invocan horribles visiones en la mente, pero lejos está esto de la mera pachanga etílica. Y, en cualquier caso, La Mona Gimenez bien podría ser considerado el Frank Zappa del Cuartetazo. En fin, volvamos a lo nuestro. Se nota que los muchachos de Likwid pasaron sus años formativos (musicalmente hablando) durante los noventas y que aún guardan con cariño aquellas camisas a cuadros y esos jeans gastados. Lo cual, he de admitir, ya hace que me caigan bien. Por suerte tenemos algo más que simpatía y un paladar similar en estos trece (bueno, son doce y un bonus track) temas. Ok, sí, esto es Grunge con todas las letras. De hecho no es difícil encontrar referencias bastante obvias del género (Nirvana, Pearl Jam) pero eso no llega a atentar contra la identidad del grupo. Claro, tenemos las canciones que empiezan despacito y explotan en el estribillo tal como nos enseñaron los Pixies (y luego Kurt Cobain se convertiría en leyenda usando ese mismo esquema), tenemos los riffs mugrientos que nadan entre la crudeza Punk, la pesadez casi metálica y la psicodelia setentosa, tenemos algo de Funk endurecido tal como se hacía a principios de la década pasada, tenemos esas melodías torturadas, a veces introspectivas y a veces alcanzando esa suerte de emoción épica patentada por Eddie Vedder y los suyos. Antes de que pongan el grito en el cielo, déjenme decirles que Martín Yofre (vocalista) elude elegantemente la copia a Don Vedder. Posee también un timbre grave pero evita esos modismos histriónicos a partir de los cuales peleles como Scott Weiland o el cantante de Creed (no me pidan que me acuerde del nombre de ese señor) construyeron una carrera. De hecho, me recuerda bastante a Justin Sullivan, cantante de los vejetes Post-Punks de New Model Army. Por lo demás, los temas manejan un nivel bastante parejo (personalmente, mis preferidas son la soñadora “Code green”, la hipnótica “Say”, la pesada “You” y las más Punkys “Happy place” y “Set him free”) y el suficiente grado de variedad para no aburrir, la guitarra de Santiago Acosta cuenta con ideas interesantes y un innegable buen gusto que lo aleja de cualquier tipo de autoindulgencia o exhibición estéril, y la base rítmica conformada por Carlos Calveiro (batería) y Federico Martorell (bajo) se muestra sólida y con la soltura necesaria como para que mover la patita sea inevitable. En fin, si, como yo, creen que los noventas son lo mejor que le pasó al Rock en general, no dejen pasar un disco hecho con el corazón envuelto en camisas a cuadros.


-Infernal Poetry “Nervous System Failure” (2009)
La intro ya nos lo advierte, esto no es un disco de Metal convencional. Y, si bien suena algo engreído que el propio grupo haga semejante apreciación, los hechos les dan la razón. Infernal Poetry es un quinteto italiano que ya lleva doce años de carrera y en este tercer álbum logra su (hasta ahora) pico creativo. Ellos definen su sonido como Schizo-Metal, pero eso no nos dice demasiado. Bueno, los tipos están del marulo. Las canciones son laberintos construidos sobre bases absolutamente esquizofrénicas (bueno, ahí tiene sentido la definición), constantes cambios de ritmo, cortes abruptos, guitarras dementes con los dedos enroscados sobre el diapasón, tempos irregulares, punteos casi circenses, ruiditos varios y una gran variedad de gritos, aullidos y gruñidos por parte del vocalista Paolo Ojetti. Les dejo unos segundos para reírse de ese apellido. Ok, prosigamos. Está claro que estos tipos mamaron bastante Mr. Bungle, pero el corazón de esta criatura es eminentemente Deathmetalero. Puestos a nombrar influencias, también podemos detectar algo de Meshuggah, The Dillinger Escape Plan, Cryptopsy, Nine Inch Nails, el System Of A Down menos irritante y hasta cierto groove ganchero que podría ser catalogado como Death N’ Roll o bien remitir a las últimas épocas del Sepultura de Max Cavalera. El truco está, por supuesto, en combinar dichas influencias de maneras inesperadas, superponiendo elementos aparentemente dispares hasta darle una forma propia. En cualquier caso, el resultado final es sumamente personal, los temas se disparan en todas las direcciones lanzando afiladas esquirlas y lo peor es que uno nunca sabe por dónde vendrá cada ataque. Obviamente, saben también como emplear pasajes de tensa calma (por momentos acompañados de atmósferas Industriales) que no hacen más que acentuar la histeria y el frenetismo que dominan la placa en su totalidad. Por momentos hasta se hace un tanto difícil seguirles el tren, tanta es la información condensada en cada tema, pero bien vale la pena hacer el esfuerzo. Amantes del Metal extremo en su estado más psicótico y estrafalario, a por ellos.


-We’ll Go Machete “We’ll go machete” (2009)
Ah, sí, el Post-Hardcore. Esas guitarras que se entrecruzan en angulares contorsiones, esos ritmos que invitan a una acalorada y fracturada danza, esas voces declamatorias, crudas pero que nunca pierden de vista cierta frescura melódica. Y, por sobre todas las cosas, esa magistral combinación de intelectualidad y nervio rockero. We’ll Go Machete es una joven banda oriunda de Texas, pero bien podrían haber sido parte del catálogo de Dischord de mediados de los noventas. Si hablamos de influencias, también es menester mencionar a popes como Quicksand y Drive Like Jehu, pero de ninguna manera crean que esto es una copia barata ni nada por el estilo. Frescura es la palabra clave. Las seis canciones aquí presentadas poseen un groove contagioso apuntalado por riffs imaginativos, variantes rítmicas y melodías vocales entre la sobriedad y el quiebre emotivo. De alguna manera, hablamos de un género que no parece envejecer, ya que, sin salirse de los parámetros antes mencionados, el cuarteto suena tan actual como el que más. Y más cuando hablamos de composiciones tan redondas. Prueben las melodías irresistibles y saltarinas de “Number 12”, la trabada pesadez de “Archibald” (el hijo que Fugazi y Helmet nunca tuvieron), la disonante tensión de “The Old Beast Will Crumble” (casi un The Jesus Lizard Washingtoneado), la sudorosa energía y los riffs entrecortados de “Thatch” y “Red Maddens the Bull” y el cadencioso maremoto emocional de “All At Sea” si no me creen. Por supuesto, ni hace falta aclarar que se trata de uno de mis géneros predilectos y que, cuando está hecho con semejante nivel compositivo e interpretativo, se me hace absolutamente irresistible. Sólo queda esperar con ansias un próximo larga duración.


-Reign Supreme “Testing the limits of infinite” (2009)
Pareciera que el sello Deathwish Inc. (fundado por Jakob Bannon, vocalista de Converge) está dispuesto a presentar la camada más selecta del Hardcore metálico (no estoy seguro de que el término Metalcore sea aplicable en este caso) de esta generación. Fíjense si no en los magníficos últimos trabajos de bandas como Pulling Teeth, Carpathian, Life Long Tragedy o Blacklisted, todos aportando miradas personales al manual de los machaques y el mosh. Justamente, un ex Blacklisted (Jay Pepito. Sí, se llama Pepito. Yo todavía me estoy riendo) es quien formó esta aplanadora conocida como Reign Supreme. Tal vez un tanto más convencionales que las bandas mencionadas, este cuarteto tiene bien internalizadas las lecciones de clásicos como Earth Crisis, Integrity, Unbroken y Pro-Pain. La guitarra machaca incansablemente, las bases pegan siempre donde más duele, acelerando cuando es necesario y entregándose a un aplastante groove para liberar la tensión, y las voces gritan y arengan con los pulmones al rojo vivo y el odio en carne viva. Pero eso no es todo. Los riffs (aún dentro de su simpleza) se animan a aventurarse en terrenos…no diría desconocidos, pero sí bastante refrescantes. Así, encontramos cierta extrema suciedad rockera muy a la Entombed, rebajes pantanosos con toques melódicos bien Crowbarescos y hasta ciertas extravagancias rítmicas y armónicas que no hubieran desentonado en los discos más experimentales de grupos como 108, Turmoil o Bloodlet. Todo esto teñido de una violenta oscuridad que, por momentos, hiela la sangre a pura intensidad. Que quede claro, esto no se trata de posar como pandilleros y poner cara de oler caca. Esta virulencia sale de las entrañas, este fuego se alimenta de pura pasión antes que de bronca sin dirección. Claro, no faltan los clichés Hardcoreros de ayer y hoy, pero eso de ninguna manera le resta frescura al producto final. De hecho, es ese equilibrio entre la tradición y las ideas ajenas (por así llamarlas) lo que mantiene en pie la gran labor dinámica del grupo. Y, si sólo quieren golpear sus cuerpos contra gordos sudorosos y tatuados o hacer headbanging hasta que se les salga el cuello, esto también les vendrá como anillo al dedo. Pero sin duda se estarían perdiendo de una profundidad no muy común en estos casos.

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