8 de diciembre de 2008

Reviews en el recuerdo

Por Fernando Suarez.


Brutal Truth “Need to control” (1994): Es fácil decirlo ahora, pero con “Need to control”, Brutal Truth logró un hito en la evolución del Grindcore y, probablemente del Metal en general. La banda liderada por el bajista Dan Lilker había dejado una excelente impresión con su primer álbum, “Extreme conditions demand extreme responses” pero el mismo no se alejaba demasiado de los parámetros antes impuestos por bandas pioneras como Napalm Death o Terrorizer. En 1993 lanzan un mini lp llamado “Perpetual conversion” en el cual se hacían lugar, entre un cover de Black Sabbath y un par de temas viejos, dos experimentos de neto corte Noise/Industrial/Electrónico (“Perpetual larceny” y “Bed sheet”). Y tal vez eso debió ser tomado como una señal. Ahora ¿qué tiene de especial el disco que nos ocupa que justifique la primer sentencia de este comentario? Bastante, todo y más. En primer lugar, la banda da rienda suelta a toda su gama de influencias, por lo que podemos encontrarnos con un tema como “Iron lung”, íntegramente compuesto por ruidos, acoples, samplers y demases. Y eso no está ni cerca de ser todo. Con el cambio de baterista (sale Scott Lewis, entra Richard Hoak) el grupo afianza una base rítmica con más de Hardcore que de Metal (hecho claramente verificable en el cover de The Germs, “Media blitz”) sin perder un ápice de fuerza ni velocidad y ganando en variantes. Y hay más. El disco comienza de manera casi juguetona con “Collapse”, un tema leeento, largo y muy denso cuyo objetivo era molestar a sus fans más cerrados. Y tal vez ahí encontremos la veta para hablar de “Need to control”, porque, más allá de influencias ajenas a la ortodoxia del Grindcore, lo que más impresiona es la libertad creativa que transmiten las composiciones. Aquí no hay fórmulas a seguir ni nada que se le parezca. Estamos hablando, básicamente, de grandes canciones, llenas de ideas innovadoras. Si no me creen, díganme cuántas bandas hasta ese entonces podían conjugar los delirios marihuanescos con la fuerza concreta del Grindcore y que dicha combinación no enseñe grumos. No es casual que, luego de esta placa, el grupo se mudara a la escudería de Relapse Records, el sello de metal extremo de vanguardia por excelencia. Un clásico inoxidable e imprescindible.



Tortoise “Millions now living will never die” (1996): Cierro los ojos y veo bloques de tristeza ámbar moviéndose mecánicamente. Me sumerjo en galaxias urbanas y mi mente sonríe. Los amigos que acabo de imaginar desaparecen y mi única compañía es este pulso que repite una única e infinita frase. Y, al masacrarla, abro una nueva puerta. El cielo es mi océano de alquitrán y sus olas son navajas. Y esta celebración es interrumpida por un Dios hecho de óxido y suciedad. Venas grises que se abren y se cierran, bacterias trabajando. ¿Acaso han vuelto mis amigos? No, esta montaña verde y viscosa (tan fugaz ella) no puede acompañarme. Tal vez deba vestirme de romance. Pero la tela de ese traje puede ser demasiado frágil. Una lágrima bastaría para rasgarlo pero una mirada lo repararía con tanta rapidez que, antes de que alguien pueda moverse, todo este universo se transformaría en violencia y estas mismas palabras adquirirían nuevos significados. Los animales nocturnos parecen estar esperando, intercambiando frases inconclusas. El épico y tenso galopar que deviene en danzas fracturadas. Confundidos entre hombres de piedra y ancianos que sueñan sus vidas pasadas omitiendo los detalles escabrosos. Mis juguetes son gotas de ruido y mis herramientas la más lánguida de las fugas. Manchas de sangre en los cristales. El asesino en mí despierta y bebe. He de caminar. La emoción de los nuestros en un nuevo escalón. Ojos que brillan con el doble de intensidad. Y un último arrullo de huesos desnudos.



Botch “American nervoso” (1998): Botch era un cuarteto proveniente de Seattle, formado en el año 1993 y su música podría ser el mejor ejemplo de lo que, para evitarnos complicaciones momentáneas, llamaremos Mathcore. “American nervoso”, su segundo disco, abre con “Hutton’s great heat engine” y sus cuatro minutos y medio de riffs entrecortados, rebajes inesperados y ese pasaje psicodélico en el que Dave Verellen (cantante) nos dice “It’s so quiet here”, para luego explotar a grito pelado, y cierra con “Hives” y su catálogo de disonancias y deformidades en medio de un clima de Funk-Noise-Jazz-Metal-Enfermizo-Espacial (sí, parece algo imposible y allí mismo reside su encanto). En el medio tenemos otras siete maravillas, entre ellas la MAGNÍFICA “Dali’s praying mantis” que primero marea con guitarras que dibujan círculos imposibles y una batería que parece estar tocando cualquier otra cosa pero que nunca pierde el ritmo de la canción, y después golpea con un estribillo tan rockero como inesperado en este contexto de instrumentaciones rebuscadas. Ok, acepto que, a pesar de todo, esto no fue más que la antesala del monumental “We are the romans”, el disco que terminaría de darle a Botch su merecido status de leyendas. Pero sería más que injusto desmerecer un derroche de talento y energía como el que propone este disco. Antes dije que Botch podría ser el ejemplo perfecto de banda de Mathcore. A riesgo de contradecirme, debería decir que tal vez eso no sea cierto. Porque si bien el grupo, como hemos visto hasta ahora, cumple con todos los requisitos para merecer tal apelativo (a esto súmensele letras y estética con claras inclinaciones nerds/intelectuales/retorcidas) su forma de aproximarse al género difiere, por ejemplo, de la minuciosidad extrema y calculadora que ostentan la mayoría de las bandas del estilo (con The Dillinger Escape Plan a la cabeza). En Botch, a pesar de los variados cambios de ritmo y las complejidades instrumentales, se respira un aire de urgencia y naturalidad que hace pensar que algunas partes son improvisadas. En cualquier caso, es saludable que un grupo que casi podría definir un subgénero musical, también tenga la libertad de aportar elementos ajenos a esa definición. Creo que es lo que separa a las grandes bandas de las demás. Y Botch es, sin duda alguna, una gran banda.


Cave In “Jupiter” (2000): Dicen que esta década que está por terminar no aportó música original ni de calidad, al menos en términos rockeros. Estoy seguro de que los que afirman semejante paparruchada jamás escucharon este pedazo de obra maestra. Hagamos memoria, Cave In ya había sorprendido a más de uno con el genial “Until your heart stops” que les valió el mote de los “Voivod del Metalcore”, gracias a su casi perfecta combinación de extremidad, vuelo instrumental, crudeza, climas volados y técnica instrumental al servicio de la violencia. Si seguimos la analogía con los canadienses, “Jupiter” vendría a ser el “Nothingface” de Cave In, o sea, el disco donde se alejan del Metal sin dejar de hacer música sumamente pesada y al mismo tiempo ganan un vuelo creativo que los eleva a los espacios siderales que tanto adoran. Ya desde el tema que da título al álbum, entre sus riffs hipnóticos y sus brisas de delay, notamos algo muy diferente. Las voces dejaron de lado los gruñidos de antaño y se concentran casi exclusivamente en crear grandes melodías llenas de alma e interpretadas con una maestría que parecía imposible para una banda de estas características. “In the stream of commerce” le sigue y confirmamos que lo de la voz melódica va en serio con un estribillo que merecería llenar estadios a la luz de la luna. Dije antes que la pesadez no se había perdido y “Big riff” lo demuestra con un riff (valga la redundancia) que haría sonrojar a Steve Von Till y Scott Kelly. Claro, las guitarras también decidieron despegar, descubriendo texturas inéditas, dinámicas más fluidas y anticipándose por momentos a lo que la prensa metalera hoy en día llama Metalgaze, es decir la combinación del ruido melódico del Shoegaze (O Noise-Pop, si prefieren) de My Bloody Valentine con la grave densidad riffera del Metal más monolítico. Básicamente, Cave In no perdió su identidad, si no que la redefinió de forma radical. El espíritu Hardcore está en cada emoción (inclusive la voz de Stephen Brodsky tiene un aire a la de Kevin Seconds) y la complejidad está manejada con tal maestría que todos los temas (a pesar de la extensa duración de algunos) podrían ser hits. Pueden cerrar los ojos y viajar, pueden apretar los dientes y mover la cabeza, pueden sentir el corazón encogerse (chequeen la tremendamente melancólica “New moon” que cierra el disco) y pueden maravillarse con la musicalidad única desplegada por el cuarteto. Ahora bien, si deciden ignorarlos, después no se quejen.


Garrison “Be a criminal” (2001): “Be a criminal” no es sólo el título de este segundo disco de Garrison, es también su hilo conductor. Esto se ve de forma clara en el arte de tapa, con sus sugerentes fotos de cámaras de seguridad y, sobre todo, en los títulos de las diez canciones que lo componen, los cuales van indicando los pasos a seguir para cumplir con el objetivo antes mencionado, es decir, ser un criminal (por ejemplo, el primer tema se titula “Recognize an opportunity”, el sexto “Dump the body” y el último “Accept what you’ve done, accept who you are”). La cosa se vuelve un poco más difusa o, mejor dicho, subjetiva, al llegar a las letras y la música. Las primeras, si bien no siguen una línea argumental clara, transmiten una sensación de pesadumbre y violencia (“Mis manos tan apretadas alrededor de tu cuello, nunca vi tanta sangre) que se condice con el concepto del álbum. Con la música, en este caso, el asunto se torna aún más subjetivo. Empecemos, entonces, por aclarar que, a pesar de su nombre, Garrison no es un solista (ni mucho menos un enano violador ni un profesor de primaria gay) sino un cuarteto oriundo de Boston, al que podríamos adjudicar el calificativo de Emo-Punk. Sabiendo esto, deberíamos olvidarlo inmediatamente, dado que lo que ata la música de este lp a su concepto es, justamente, lo que la aleja del modelo estandarizado de banda Emo. En primer lugar, el grupo parece más preocupado por escribir buenas canciones que por escribir canciones Emo. Por lo tanto, encontramos, a lo largo de la placa, además de las influencias ineludibles del género (Samiam, Jawbreaker, Rites Of Spring), momentos que los acercan a bandas más difíciles de categorizar (Sonic Youth, Pixies, Fugazi, Cave In), lo que da como resultado un producto que, si bien no es ni remotamente innovador, al menos se las arregla para sonar con la suficiente personalidad. Y gran parte de esa personalidad queda plasmada en el segundo ítem que los diferencia de tanto punk meloso y llorón que pulula por Mtv. Dicho ítem es la virulencia con la que están interpretadas las composiciones. Desde la popera “Don’t feel bad”, pasando por la casi psicodélica “Commit, commit, commit” y hasta la, sin duda alguna, agresiva “Dump the body” (el final de este tema donde se repite como mantra “I could point a finger but i’d rather point a gun” es, sencillamente, escalofriante), se respira un clima de tensión que sólo se corta con violencia. Gran parte del mérito por estos climas se lo llevan las voces de Joseph Grillo y Ed McNamara, quienes se las arreglan para sonar enojados y hasta furiosos sin perder nunca la melodía. Pero claro, ya hemos dicho que toda esta descripción de la música contenida en “Be a criminal” peca de subjetiva, por lo que, si las canciones no te enganchan de la misma forma en que lo hicieron conmigo, probablemente poco les encuentres de interesante. Ahora, si estás dispuesto a darle una oportunidad y dejarte llevar, procurá no tener objetos cortantes a mano.



Arab On Radar “The stolen singles” (2003): ¿Estás contento? Arab On Radar va a transformar tu sonrisa en una mueca desencajada. ¿Estás triste? Arab On Radar va a beberse tus lágrimas y te las va a escupir en la cara. ¿Estás enojado? Arab On Radar te va a patear la cabeza hasta que te desmayes. Y así podría seguir por horas, pues ese es el poder de este cuarteto: amplificar, deformar y pervertir hasta límites insospechados todas las sensaciones que su música te pueda transmitir. ¿Cómo? A través de composiciones afiebradas donde las guitarras rompen toda barrera sonora y, junto con la batería, crean una pared de ruido enfermizo y mutante sobre el que la voz de Eric Paul puede retorcerse y delirar a gusto. Si, no hay bajista. No importa, estos señores se cagan en las convenciones rockeras y les bastan las seis cuerdas para lograr constantes contrapuntos disonantes que te hacen mierda la cabeza. Algo así como si Thurston Moore se dedicara sistemáticamente a destrozar las enseñanzas de Robert Fripp mientras los miembros de The Jesus Lizard aplauden. O sea, Rock asesinando al mismo Rock y dándole nueva vida. Una aclaración: “The Stolen Singles” es en realidad un trabajo póstumo que compila material de (como su nombre lo indica) singles, splits y demases, por lo cual, si sos seguidor del grupo, es una buena oportunidad para acceder a canciones casi inconseguibles y, para el resto, es tan buen comienzo como cualquiera de sus discos.


Premonitions Of War “Left in Kowloon” (2004): Algo ha pasado. La ciudad, tan podrida, ha respirado tanto odio y resentimiento que lo único que queda de ella son grises ruinas entre las que reptamos nosotros, las deformes almas en pena que creemos estar aún con vida. Nuestros gritos sólo resuenan en nuestras mentes y son inmediatamente absorbidos por este áspero polvo gris en el que se ha transformado el aire. Este es el tipo de imágenes y sensaciones que transmite “Left in Kowloon”, lp debut (precedido por dos mini lp’s) de Premonitions Of War, a traves de un Metal rabioso que podría enrolarse sin dificultades en las filas del, así llamado, Mathcore, cerca de otros como Coalesce o Burnt By The Sun. Pero, oh sorpresa, las doce canciones que componen el disco ofrecen algunas variantes al esquema de Metalcore extremo, epiléptico y disonante que, se supone, define a este subgénero. Así, nos encontramos con momentos cercanos al Death Metal brutal de Suffocation o Morbid Angel (con quienes, casualmente, estuvieron de gira presentando este mismo disco), machaques thrashers que remiten tanto a Slayer como a Pantera y canciones como la Blacksabbathera “The octopus”, la apocalíptica “Black den” (que recuerda a Neurosis y sus obsesiones tribales atravesadas por acoples) y la netamente industrial “Cables hum overhead”. En resumen, emociones fuertes, virtuosismo, imaginación, mucha fuerza y una banda que (a pesar de las diversas idas y venidas en su formación y a los años inactivos) todavía tiene mucho para dar.


Japanese Torture Comedy Hour “Voltage monster” (2006): Scott Hull. Cualquiera mínimamente familiarizado con el Metal más extremo debería saber de quién se trata. Vamos, un tipo que se dio el lujo de redefinir de dos formas distintas y con dos bandas diferentes (Pig Destroyer y Agoraphobic Nosebleed) el Grindcore para el nuevo milenio debería ser conocido por cualquiera que esté interesado en recibir verdaderas emociones fuertes en la música. Japanese Torture Comedy Hour es uno de sus más viejos proyectos, compartido con el también miembro de Agoraphobic Nosebleed, Jay Randall. Y me arriesgo a afirmar que se trata del más enfermo, extremo y perturbador de todos ellos. Antes de que pregunten, esto no es Metal de ningún tipo. Ni siquiera es Rock. Acá no van a encontrar riffs, blast-beats ni voces de mostro. “Voltage monster” es una sinfonía de ruido. Claro, por si el nombre del grupo no les dio una pista, aquí don Hull y compañía dan rienda suelta a su admiración por artesanos japoneses del sonido abrasivo como Merzbow o K.K. Null. Así, generan viajes de frecuencias taladrantes y fluctuantes, siempre evocando turbias imágenes de crueldad manchadas de un espeso rojo. Entonces, los graves retumban como turbinas de avión y los agudos cortan la piel de forma quirúrgica. Y estos tipos inclusive se permiten bajar las revoluciones con pasajes abstractos que no hacen más que aumentar la tensión hasta que todo vuelva a estallar, parlantes incluidos. No hace falta que lo aclare, pero esto no es material fácil, no sólo por el abuso auditivo al que hay que someterse, si no porque estos bloques enormes de sonido puro están trabajados y acomodados con la meticulosidad de un asesino serial, nada está librado al azar. En definitiva, como diría alguien que sabe mucho del tema “la melodía es de caretas, aguante el ruido”.

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