13 de septiembre de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Cauldron Black Ram “Slubberdegullion” (2010)
Los australianos de Portal no sólo se dedican sistemáticamente (desde sus primeros pasos discográficos a principios de la década pasada) a reformular las convenciones del Death Metal, creando una experiencia musical tan única como surrealista, sino que encima se dan el lujo de desparramar su talento en diversos proyectos paralelos. Por un lado tenemos a Impetous Ritual, con un sonido no tan alejado del de su banda madre (comprobable en el genial “Relentless execution of ceremonial excrescence”, editado el año pasado), por el otro aparece Stargazer (quienes se aprestan a editar “A great work of ages”, sucesor del aclamado “The scream that tore the sky” de 2005) con una propuesta mucho más ligada al Death técnico y los malabares Progresivos pero manteniendo esa impronta alucinógena de siempre. Bien, ahora llega el turno de Cauldron Black Ram y se segundo álbum, “Slubberdegullion”. Para empezar, bien vale aclarar que la propuesta de este trío poco tiene que ver con las deformidades conceptuales y sónicas de Portal y los proyectos antes mencionados. Cauldron Black Ram se retrotrae a épocas más lejanas, tomando inspiración del oscuro primitivismo de leyendas metálicas como Bathory, Venom o el primer Celtic Frost, con esa impronta parada en algún lado entre el Thrash, el Black, el Death (en sus instancias más básicas, desde ya) y hasta algún toquecito de Doom. Incluso apuntalan ese aire añejo con letras y estética dedicadas a la piratería, a la manera de un Running Wild pero sin mariconadas Powermetaleras. Los riffs y las bases manejan una simpleza entrañable, pasando de ominosos machaques a salvajes aceleradas, siempre manteniendo un sabor eminentemente ochentoso y crudo. Aún así, los tipos se hacen un lugarcito para pasajes un tanto más extravagantes, como el fantasmal recitado sobre arpegios acústicos de “Rats” o el empleo de samples que apuntalan las atmósferas de sórdida oscuridad que dominan la placa. Por momentos hasta da la sensación de que los tipos ponen todo su empeño en emular a sus viejos héroes pero, inevitablemente, se les escapa algo de esa locura característica, lo cual, en definitiva, le da a Caludron Black Ram una personalidad y una profundidad musical no muy comunes en este tipo de propuestas. A lo dicho sumen una destacada labor en las seis cuerdas (un excelente catálogo de riffs patea-culos, con un sonido mugriento y rasposo, y ocasionales pasajes de lúgubre calma alucinógena) y un instinto compositivo más elaborado de lo que a primera oída pueda parecer y obtendrán como resultado la rareza de una banda que busca inspiración en el pasado pero aún así ofrece algo más que un mero revival sin sustancia.


-Cephalic Carnage “Misled by certainty” (2010)
Oh sí, todos de pie para recibir la nueva entrega de los dementes más queribles de la historia del Grindcore. Claro, llamar simplemente Grindcore al impredecible torbellino de ideas que Cephalic Carnage nos viene entregando desde 1992 puede sonar a poco. Claro, si bien las bases del quinteto están firmemente ancladas en el Grind y el Death Metal más brutales, eso no les impide moverse entre influencias dispares (Jazz, Flamenco, Psicodelia, Noise, Funk y vaya uno a saber qué más), desplegando constantemente una inventiva extraterrestre que, sumada a sus claras tendencias alucinógenas y su particular sentido del humor, los convierten en una de las bandas más originales que el Metal extremo nos ha legado en las últimas décadas. “Misled by certainty” tiene todo lo que cabe esperar de esta gente, y eso significa excitación y sorpresas al por mayor. “The incorrigible flame” y “Warbots A.M.” nos dan la bienvenida al disco con las intrincadas vueltas rifferas y las estructuras mutantes características del grupo y ya en “Abraxas of filth” (con la voz invitada de Ross Dolan de Immolation) nos desconciertan con unas líneas de bajo imposibles (se necesita un virtuoso de la taya de Nick Schendzielos para destacarse entre el espeso entramado de las guitarras y el afiebrado repiquetear de la batería) y unos punteos desorbitados capaces de alterar las percepciones más rígidas. Treinta y siete segundos de caos es lo que nos ofrece “Pure horses” (no falta quien detecta cierto aire a Powerviolence aquí) para dar lugar a la densidad espiralada y lisérgica de “Cordyceps Humanis”, una pieza monumental que nos recuerda el amor por el Doom que ya habían expresado en aquel genial “Halls of Amenti”. El disco continúa por esos carriles de absoluta locura, tirándonos por la cabeza algo de Hardcore (los treinta y cuatro segundos de “P.G.A.D.”, con siglas y todo), atmósferas bordeando lo espacial (“Dimensional Modulation Transmogra”, un título, como corresponde, bien a la Voivod para un tema donde también se cuela algo de Meshuggah), arranques de pura efervescencia Jazzera (el comienzo de “Ohrwurm”, con el bajo de Schendzielos nuevamente tomando la posta entre ritmos frenéticos y deformes arreglos de saxofón), cambios de ritmo al borde de la esquizofrenia más aguda (prácticamente en todos los temas), voces limpias de tono casi Grunge (hacia el final de “When I arrive”) y un invencible arsenal de algunos de los mejores y más enroscados riffs que el Metal extremo jamás concibió. Y, claro, también tenemos los doce minutos finales de “Repangea”, una de las composiciones más ambiciosas de Cephalic Carnage (lo cual no es poco), donde conviven, en un clima de profunda melancolía épica, pasajes Jazzeros, ritmos aplastantes, voces melódicas (perfectamente interpretadas y alejadas de cualquier atisbo de superficialidad, bien vale aclarar), riffs tan pesados como emotivos, gruñidos monolíticos, elegantes arreglos de piano y una fluidez dinámica que hace que la duración del tema prácticamente ni se note. En fin, ¿qué más se puede decir? Los tipos lo hicieron de nuevo. Y van…


-Child Abuse “Cut and run” (2010)
El hecho de que hayan decidido nombrar a su banda “abuso infantil” ya nos habla a las claras de gente con algún que otro problemita en la cabeza. La bola de feedback, ritmos frenéticos, teclados ruidosos, riffs angulares y alaridos desencajados que abre este segundo disco de Child Abuse confirma cualquier tipo de sospechas. Y la cosa se va poniendo cada vez más jodida a medida que avanza el disco. Una batería, un bajo y un teclado (bueno, y la voz a cargo del tecladista Luke Calzonetti, un apellido propenso a más de un chiste soez) es todo lo que necesitan estos neoyorquinos para destrozar todas las neuronas que encuentren a su paso. Por momentos suenan como el primo satánico de Arab On Radar, dibujando riffs psicóticamente disonantes (aunque sin guitarras, claro) sobre bases taladrantes e irregulares y adornando la tortura sónica con lo que parecen ser los gruñidos proferidos por una bestia mutante mientras se masturba con alambres de púa. Pero eso es sólo una aproximación, les puedo asegurar que este ataque a los sentidos no tiene precedentes. Ok, algunos de los ruiditos generados por los teclados tienen un aire a The Locust en sus horas más lisérgicas, pero eso es todo. El bajo vomita los graves más mugrientos que jamás hayan escuchado, tendiendo una gruesa fundación de podredumbre sobre la cual los teclados juegan dibujar imágenes irreales y sumamente perturbadoras, ya sea en la forma de riffs intrincadísimos, retazos de melodías absolutamente bastardeadas o simplemente deshaciéndose en un crepitante maremoto de chirridos y disonancias. La batería, mientras tanto, le da cierto marco al caos con una precisión, una contundencia y un frenetismo que hará llorar a todos los aspirantes a Neil Peart del mundo. Esto no sólo es material difícil, es lisa y llanamente peligroso para la salud mental. Surrealismo violento en su máxima expresión de delirio y miradas desencajadas. Child Abuse toma los aspectos más revulsivos y abrasivos del Jazz, el Metal Extremo, el Noise y la Psicodelia y los funde en su desquiciada visión musical, llegando a alturas inéditas de imaginación pervertida y enfermiza. Ante cualquier duda consulte a su médico de cabecera.


-Gnaw Their Tongues “L'arrivée de la terne mort triomphante” (2010)
Con sólo cinco años de carrera y una titánica discografía (hablamos de más de veinte lanzamientos, entre discos, ep’s, splits y compilados), un holandés que se hace llamar simplemente Mories logró dar vida, a través de Gnaw Their Tongues, a los sonidos más oscuros, asfixiantes, tenebrosos e intensos que el Black Metal jamás pudo imaginar. “L'arrivée de la terne mort triomphante” continúa ese escabroso camino, logrando inclusive un mayor grado de profundidad, maldad y hasta refinamiento que el anterior “All the dread magnificence of perversity” (2009), un disco que ya metía bastante miedo. Claro, en lo formal es difícil llamar a esto Black Metal. En definitiva, aquí no hay ritmos vertiginosos, ni riffs metálicos borroneados entre el reverb y la velocidad, ni siquiera flirteos con ningún tipo de folklore nórdico. Sí tenemos, en cambio, los ocasionales chillidos distorsionados, enterrados en la mezcla para dar la sensación de ser proferidos por algún alma en pena ahogándose en infernales océanos de lava y excremento. Y tenemos lo más importante: un alma ennegrecida y sádica, un inquebrantable espíritu misantrópico que se corporiza en composiciones tortuosas, de una majestuosidad grotesca y revulsiva que nos confronta con nuestros peores instintos y nuestras emociones más sórdidas. Lo hace a través de samples, abrasivos colchones de ruido, ominosas percusiones y fúnebres orquestaciones que hacen quedar a los intentos Wagnerianos de un Burzum (por ejemplo) como un juego de niños. Aquí hay una riqueza musical enorme, es sólo que cada segundo de música está pensado para transmitir el más penetrante de los malestares. Ni hace falta aclarar que se trata de material de difícil digestión, demasiado experimental para el Blackmetalero medio, demasiado sinfónico para el amante del Drone o el Noise, demasiado corrosivo y violento para el refinado público avant-garde y, sencillamente, demasiado poco amigable (y me refiero en lo emocional tanto como en lo musical) para la raza humana en general. Si son de los que no se amedrentan fácilmente, denle una oportunidad. Puede que salgan lastimados de este viaje pero vale la pena experimentarlo.


-Helmet “Seeing eye dog” (2010)
A esta altura cualquiera que no esté al tanto de la importancia de Helmet en el Rock de los noventas (y de ahí en adelante) es porque estuvo mirando otro canal. Ni siquiera me siento obligado a introducirlos ante los oídos vírgenes, en tal caso siempre es mejor acudir a clásicos inoxidables como “Strap it on”, “Meantime” e inclusive el melódico “Betty” como para recuperar el tiempo perdido y, de paso, entender de dónde sacaron sus ideas el noventa por ciento de las bandas pesadas de los últimos veinte años. El punto es que el Helmet que volvió al ruedo en 2004 de la mano del flojísimo “Size matters” ya no era el mismo de antes. Y no me refiero sólo a una cuestión de integrantes, la música carecía de ese filo, de esa energía taladrante y obsesiva, de esa asfixia urbana que Page Hamilton (vocalista, guitarrista, compositor y eterno líder del cuarteto) tan bien había logrado transmitir en sus obras previas. En 2006 llegó “Monochrome” y, si bien allí el grupo levantó un poco la cabeza, la cosa seguía teniendo gusto a poco, en especial, insisto, considerando que no estamos hablando de unos segundones cualquiera, sino de Helmet, los eternos maestros del riff entrecortado. Así llegamos a este flamante “Seeing eye dog”, el cual, les soy sincero, era esperado por mí sin muchas expectativas. El principal punto a mencionar (como sucediera en los dos álbumes previos) es la voz del mismo Hamilton, que ha sufrido una extraña transformación que la apunta como principal culpable de bajar el nivel de las canciones. En efecto, donde antes había un rugido visceral y quebrado, en combinación con sobrios pasajes de amargura melódica, ahora hay un quejido débil alternado con buenas melodías pero que apenas arañan el tono maduro y certero de antaño. Por momentos da la sensación de que la voz de Hamilton se volvió más pequeña, más adolescente y, por ende, despojada de la energía compacta que requieren sus composiciones. En lo instrumental sí es posible encontrar al Helmet de siempre, haciendo gala de esa ciencia riffera y ese groove irresistible que sólo ellos pueden manejar con tanta maestría. También hay lugar para los disonantes arreglos, los solos desquiciados y las espesas texturas de la guitarra de Hamilton, que demuestran que su formación en la orquesta de Glenn Branca y los Shoegazers Band Of Susans, así como su amor por el Jazz, rindieron sus frutos. Tampoco faltan temas de neto corte melódico, con melodías casi poperas (de hecho, hasta hay un cover de “And your bird can sing” de los Beatles) envueltas en capas y capas de guitarras distorsionadas y sostenidas por un ritmo siempre firme y ajustado. En ese sentido, la mejora con respecto a “Size matters” y “Monochrome” es innegable pero ya es tiempo de resignarse al hecho de que Helmet jamás volverá a ser lo que alguna vez fue. Desde ya, no se trata de un disco desechable pero puesto al lado de los clásicos mencionados más arriba, empalidece notablemente. Tal vez si Hamilton hubiese decidido iniciar esta nueva etapa de cero, con otro nombre en lugar de Helmet, la apreciación sería diferente y seguramente más positiva. De todas formas, como siempre, lo mejor será que le peguen una escuchada y saquen sus propias conclusiones.


-Ion Dissonance “Cursed” (2010)
Las comparaciones son odiosas pero que las hay, las hay. En el intrincado universo del Mathcore, Ion Dissonance tal vez estén lejos de las alturas creativas planteadas por grandes nombres como The Dillinger Escape Plan, Converge, Playing Enemy o Knut (por sólo mencionar algunos), pero aún así siempre se las arreglaron para entregar material de interés para cualquiera que aprecie las frenéticas cualidades del género. Claro, son canadienses, así que eso de hacer Metal extremo con altas dosis de proezas técnicas, instrumentaciones rebuscadas y complejas estructuras compositivas es tan natural para ellos como ver nieve. Y es, justamente, en la soltura con que encaran su material que se pueden encontrar sus mejores virtudes. No se puede exigir mucho a nivel originalidad, este cuarto álbum del quinteto sigue, en líneas generales, las mismas pautas de los anteriores, tal vez con cierto aumento, si eso fuera posible, en lo que hace a climas oscuros, retorcidos y violentos. Acá tenemos bastante de ese caos controlado que The Dillinger Escape Plan patentara en el clásico “Calculating infinity”, sumado a esos machaques gordos y trabados tan típicos de Meshuggah (de hecho, en “Cursed” Ion Dissonance inaugura el uso de guitarras de ocho cuerdas, lo que ayuda a resaltar la saña musical a la que hacía alusión más arriba) y adornado por alguna que otra gotita de Death técnico. Si buscan variantes, estribillos coreables o algo de aire para respirar, mejor miren en otro lado. Aquí sólo hay asfixia, riffs mutantes que se enroscan a toda velocidad y diluyen neuronas a su paso, ritmos en constante movimiento que generan contracturas en el cuerpo y cortocircuitos en la mente, gargantas en llamas escupiendo bilis a puro alarido, infinidad de mareadores arreglos disonantes interpretados con una precisión inhumana y una intensidad sumamente física, aún cuando estamos hablando de música eminentemente cerebral. En fin, se supone que de eso se trata el Mathcore, de encontrar ese siempre tenso equilibrio entre agresión desbocada, imaginación demente y finísimo despliegue de virtuosismos varios. Y cuando la cosa está bien hecha, como sucede en este caso, puedo inclusive pasar por alto el hecho de que Ion Dissonance sea un grupo, en definitiva, bastante genérico. Si Dillinger se les hizo demasiado melódico, Psyopus demasiado autoindulgente y las esperas entre disco y disco de Meshuggah se les hacen insoportables, “Cursed” tal vez sea lo que andaban buscando.


-KEN Mode “Mongrel 2.0” (2010)
Nada mejor para hacer catarsis luego de una dura jornada urbana que un crujiente plato del más violento, asfixiante y disonante Noise-Rock que puedan imaginar. Estos canadienses toman su nombre de una expresión acunada por los miembros de Black Flag antes de salir al escenario, cuando se ponían en “Kill Everyone Now Mode” (Modo Matar a Todos Ahora), y qué mejor descripción para la rabia sudorosa y contacturada que transmiten. Ok, antes de seguir aclaremos algo, este “Mongrel 2.0” no es más que le reedición de su álbum debut (originalmente editado en 2003 por Escape Artists Records, hogar también de luminarias como Anodyne, Playing Enemy y Burn It Down, entre otros) con el agregado de cuatro bonus tracks tomados de viejos demos. Ahora bien, si alguna vez pensaron que las enseñanzas de Unsane jamás podrían ser transformadas en algo aún más brutal que lo expuesto por los neoyorquinos, piensen otra vez porque KEN Mode encontró la fórmula mágica para conjugar esos riffs climas de espesa tensión con un frenetismo digno del mejor Mathcore y una intensidad visceral que se siente en los huesos. El bajo gruñe amorfo generando un crepitante colchón de graves sobre el cual la guitarra se explaya con los riffs más disonantes, angulares y furiosos que se hayan escuchado desde que Steve Albini decidió colgarse una guitarra, la batería sostiene todo con un desparramo de golpes hiperquinético y salvaje, manejando a la perfección las dinámicas de las composiciones (ese afilado sentido de cuando aflojar y cuando apretar que espanta el fantasma del aburrimiento y la monotonía) y obligando al cuerpo a moverse en un constante estado de epilepsia, mientras que la voz (a cargo del guitarrista Jesse Matthewson) se encarga de escupir odio a puro ladrido distorsionado. No sería del todo correcto hablar de originalidad aquí, KEN Mode sigue claras pautas Noise-Rockeras, pero al agregar ese corazón Hardcore a punto de estallar logran un sabor propio y excitante, que se entiende más con las entrañas que con la cabeza. Y aún así, el despliegue instrumental tiene las suficientes complicaciones como para dejar conforme a cualquier amante de los sonidos intrincados. En fin, si en su momento lo dejaron pasar, he aquí una excelente oportunidad para resarcirse mientras esperamos el próximo trabajo de estudio que verá la luz a comienzos del año próximo.


-Masakari “The prophet feeds” (2010)
Viniendo de Cleveland, hogar de abanderados del Hardcore metálico más ennegrecido como Integrity, Ringworm o Pale Creation, no es de extrañar que los muchachos de Masakari traigan consigo una carga similar de bronca desbocada y pesimismo apocalíptico. Musicalmente, continúan lo expresado en su ep debut del año pasado (“Eden compromised”), donde ya mostraban una intensa combinación entre el Crust oscuro de los legendarios His Hero Is Gone y la impronta nihilista de los mencionados Integrity. En ese sentido no hay demasiadas novedades, con la excepción de un flirteo más marcado con el Sludge, algo que, a esta altura, está bastante visto (o escuchado, mejor dicho) pero que, no obstante, calza con bastante naturalidad en el esquema musical del quinteto. De hecho, es probable que esa atmósfera sombría que domina las composiciones sea lo que haya atraído a la gente de Southern Lord, que se encarga de la edición de este rabioso “The profit feeds”. En fin, no podemos hablar de originalidad ni nada por el estilo y algunos se preguntarán (no sin cierto viso de razón) qué sentido tiene escuchar esto cuando ya existen grandes discos como “Monuments to thieves” (de los mencionados His Hero Is Gone) o inclusive el reciente “The blackest curse” de Integrity. El punto es que lo que a Masakari le falta en personalidad propia lo suplen con una energía inagotable y contagiosa, con riffs como motosierras y ritmos afiebrados, con lúgubres arreglos melódicos y envolventes rebajes, con machaques masivos y gruñidos que hacen temblar la tierra misma. Por ahora vienen bien pero, para la próxima no vendría mal que sumen alguna que otra idea propia. De hacerlo, pueden llegar a dar una grata sorpresa.


-Samiam “Orphan works” (2010)
Los compilados son todo un tema. Los “grandes éxitos” prácticamente no tienen razón de ser (salvo para el grupo y/o el sello que hacen unos morlacos sin mover un pelo, prácticamente) y los discos en vivo suelen ser una especie de “grandes éxitos” con aplausos entre tema y tema. Cuando se trata de recopilar material inédito o rarezas, la cosa toma un poco más de color, aunque esto dependa del fanatismo que uno profese por el artista en cuestión. “Orphan works” queda en un lugar extraño, ya que se trata de un compilado con versiones en vivo, un par de covers (sólo disponibles anteriormente en compilados y ep’s) y algún que otro sobrante de las sesiones de grabación de “Clumsy” y “You are freaking me out”, es decir los años multinacionales de Samiam, por así llamarlos. En otras palabras, material casi exclusivamente para fans del quinteto. Bien, da la casualidad de que quien les escribe es un ferviente admirador de lo hecho por esta gente, con lo cual la perspectiva de disfrutar por enésima vez de gemas perfectas de Punk emotivo como “Capsized”, “Bad day”, “Regret”, “Full on”, “Time by the dime” (por sólo citar mis preferidas personales) es más que placentera. En definitiva, estamos hablando de una de las bandas más personales, intensas y certeras de aquella primera camada Emo-Punk (junto a otros nombres destacadísimos como Jawbreaker o Fuel) que surgió en San Francisco a fines de los ochentas. Más aún, hablamos de un grupo que cuenta en su haber con algunas de las mejores canciones en la historia del Rock americano y punto. Por supuesto, soy subjetivo y totalmente parcial, pero el que no sepa apreciar las magníficas melodías del cantante Jason Beebout (siempre entregadas con el corazón en la mano) y sus desgarradoras letras, los deliciosos arreglos de guitarra del veterano Sergie Loobkoff y la sensibilidad energética, madura y visceral de estas canciones es porque en lugar de corazón tiene un bloque de cemento. Por el mismo precio, tenemos las sublimes versiones de “Search and destroy” (de Stooges) y “Here comes your man” (de Pixies) que ponen la cereza sobre la torta. Para aquellos que hayan disfrutado hasta las lágrimas (como es mi caso) del show que Samiam dio en Buenos Aires a fines del año pasado, he aquí una excusa perfecta para revivir una vez más esos imborrables momentos.


-Superchunk “Majesty shredding” (2010)
Si tuviera que elegir un solo grupo como abanderado indiscutido del Indie-Rock de los noventas, probablemente el nombre de Superchunk sea el primero en acudir a mi mente. Aunque, claro, habría que decir que hablamos de Indie-Rock no como un compendio de amaneramientos abúlicos y poses elitistas, sino simplemente de una continuación de ese espíritu Punk sensible que definieran bandas como Hüsker Dü, The Replacementes e inclusive R.E.M. a mediados de los ochentas. En efecto, en lo musical la propuesta de Superchunk siempre estuvo más cerca de la energía contagiosa e inmediata del Punk-Rock que de las letanías drogonas o los intentos forzados por parecer freaks. Y en el terreno extra musical, sólo basta mencionar que, en los albores de la explosión del así llamado Rock Alternativo abandonaron a Matador Records (supuesto sello insignia del Indie norteamericano, hogar de bandas como Pavement, Yo La Tengo y Guided By Voices, entre tantos otros) cuando éste firmó un contrato de distribución con la multinacional Atlantic. Pero, en definitiva, esas cuestiones quedan en segundo plano (aún cuando sirvan para dejar en claro que la mayoría de los discursitos pseudo rebeldes de tanto grupo defensor de una supuesta integridad comercial no son más que una pose y, en última instancia, una mentira) ante la evidencia musical. Como corresponde, el fuerte de Superchunk está en sus canciones, en esas hermosas y emotivas melodías poperas arropadas por guitarras distorsionadas y montadas sobre ritmos potentes y contagiosos. Sí, la voz aguda y frágil de Mac McCaughan por momentos se pasa de entusiasmo y desafina, y la interpretación en el plano instrumental tampoco es un dechado de virtuosismo ni nada que se le parezca. Pero nada de eso impide que estos cuatro veteranos (ya llevan veintiún años de carrera) logren transmitir de forma certera e intensa un ardor emocional crudo y delicado al mismo tiempo, dramático por momentos (como la vida misma) pero encarado siempre desde un punto de vista maduro y con los pies sobre la tierra. En fin, se trata de once canciones redondas, gancheras, potentes, honestas, alejadas de cualquier tipo de histrionismo o exageración y sumamente conmovedoras. ¿Qué más le pueden pedir a la vida?


-Thou “Summit” (2010)
Que el sur de los Estados Unidos es un excelente caldo de cultivo para propuestas ligadas al Doom y el Sludge no es ninguna novedad a esta altura. Tal vez sea el calor, el clima húmedo de los pantanos, o simplemente ese crisol multicultural donde aparece de forma tan reiterada la figura del vudú y las religiones de tinte oscuro, por así llamarlas. Sea como sea, Thou son un claro producto de ese entorno. Avanzan con paso lento y seguro, dejando un reguero de desolación tras de ellos y envolviendo a todo lo que se les cruce en una cavernosa pesadilla alucinógena. Claro, hoy en día el universo metálico está superpoblado de barbudos panzones prendiendo velas ante el altar de Eyehategod y Melvins y suponiendo que por el sólo hecho de tocar lento y arrastrado y sonar muy graves ya están haciendo algo con valor musical. En su anterior larga duración (“Peasant”, editado en 2008), Thou ya mostraba señales de querer desmarcarse de las convenciones que hacen que hoy en día la gran mayoría del Doom y el Sludge que se edita sea netamente desechable y superficial. En “Summit” dan un paso más hacia adelante, metiéndose de cabeza en espesas aguas donde no basta un exceso de graves para conmover. Eso no quiere decir que hayan abandonado los aplastantes riffs Sabbáthicos ni los tempos moribundos ni los alaridos desgarrados que son la columna vertebral del estilo, sino que a ello suman una sensibilidad melódica que les confiere una impronta más humana, más real en última instancia. Las palmas van para el trabajo de las guitarras, que no sólo proponen ideas propias (ya sea en los riffs, como en las texturas, en los arreglos y en los macabros arpegios que aparecen aquí y allá, dibujando vívidas imágenes de desolación y angustia) y efectivas, sino que también se ponen al hombro las composiciones con un sentido de la dinámica digno de los momentos más refinados de bandas como Isis o Neurosis. Y no, antes de que siquiera lo piensen, esto no es Post-Metal. En definitiva, esto es Doom, aunque tampoco creo que esa sola palabra baste para explicar el contenido de “Summit”. Digamos que aquí conviven, con una naturalidad pasmosa, el nervio decadente del Sludge, la oscuridad riffera del Doom tradicional, algún que otro amague de minimalismo Drone y un cierto refinamiento melódico (en la parte instrumental, las voces se conforman con chillar en un estilo casi Blackmetalero) que puede asociarse a nombres tan dispares como Envy, My Dying Bride (incluso se animan a meter algún violín por allí, por no hablar también de instrumentos de viento, teclados y guitarras acústicas) o los mencionados Isis. Lo que queda demostrado es que Thou es una banda con personalidad propia y de las pocas que hoy en día parecen capaces de refrescar un género tan vapuleado como el Doom y sus aledaños.


-Venetian Snares “My so-called life” (2010)
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra extremo como aquello “que está en su grado más intenso, elevado o activo. Excesivo, sumo, exagerado”. Bien, si nos atenemos a eso, entonces no hay ninguna duda de que Venetian Snares tiene, musicalmente, mucho más de extremo que la gran mayoría de Grindcore, Death Metal, Doom o el género metálico que prefieran. Y sí, estamos hablando de Música Electrónica, nada de guitarras eléctricas, bateristas sudados ni cantantes gritones. Con dieciocho años de carrera y más de veinte trabajos editados, Aaron Funk (tal el nombre detrás de la bestia) ya no tiene necesidad de probarle nada a nadie y prácticamente cualquiera de sus discos es un perfecto ejemplo de extremismo musical en su estadío más psicótico y asfixiante. “My so-called life” fue compuesto y grabado en unos pocos días y cada uno de los diez temas que lo componen representan para Funk una suerte de “entrada de diario, más una colección de historias cortas que una novela”. Esa es la principal diferencia con el anterior “Filth” (editado el año pasado), que contaba con un concepto claro y homogéneo que se mantenía a lo largo de toda la placa. Aquí el clima de violento hermetismo se ve relativamente aliviado por una paleta sonora más amplia y cierto clima distendido que, no obstante, hace que la demencia se torne más evidente e impredecible. Los ritmos mantienen las frenéticas marchas y contramarchas de siempre (a veces un tanto más bailables, por momentos tan intrincados que son imposibles de seguir, pero siempre provistos de una virulencia que se siente en el estómago), pero el acompañamiento a éstos proviene de distintas y variadas fuentes. Tenemos sobrias orquestaciones clásicas, ocasionales tecladitos bolicheros en estado de degradación, texturas a las que palabras como deforme o surrealista les quedan chicas, alguna que otra melodía cargada de evocadora emotividad y, claro que sí, un sinfín de ruiditos, feedback, chisporroteos y cortocircuitos que se meten en el cerebro y lo van consumiendo como si se tratara de langostas famélicas. Por supuesto, no se supone que esto sea material fácil y no lo es. Pero aquellos que cuenten con un par de oídos aventureros y valientes encontrarán aquí una más que jugosa recompensa.

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