5 de enero de 2010

Reviews

Por Fernando Suarez.


-Human Waste “Existencial nausea” (1992)
Ok, un demo de 1992 editado por un grupo español que toma su nombre de aquel legendario mini lp debut de Suffocation. Esto debería ser una copia sin ideas propias de los neoyorquinos, ¿verdad? Error. En primer lugar, lo expuesto en estos siete temas demuestra que Human Waste, más allá de su nombre, no es copia de nadie. Y, en segundo lugar, pueden decir lo que quieran de “Existencial nausea” pero no que es un trabajo carente de ideas. “Sacro sanctum semen” arranca las hostilidades en clave de ominoso medio tiempo, se detiene bruscamente y, tras unos segundos de silencio, arremete con un intrincado riff y juegos a dos voces podridas. Un rebaje, otro riff tan enroscado como el anterior, un solo a la Voivod, otro rebaje, una acelerada a puro blast-beat, ritmos trabados, un pasaje de violencia cósmica a la Cynic y un final a toda violencia ya nos predisponen bien. Blast-beats entrecortados por alaridos nos dan la bienvenida a “The hegemony of reality”. Más cambios de ritmo, entre la técnica laberíntica de Atheist, embarrados machaques Thrashers a medio tiempo, disonantes letanías dumbetas, alaridos desesperados y frenéticas subidas de velocidad. “Pseudo-disharmonic excrescence of noiseous micro-kaos”, como su nombre lo indica es un breve interludio conformado por desencajados ruidos digitales. Aparece, entonces, “Inert bodies distillation” que, tras un comienzo convencional, se sumerge en retorcidos y disonantes riffs que dan paso a una hipnótica acelerada donde los blast-beats dan más una sensación de trance que de agresión. El tema sigue entre caóticos cambios de ritmo y notamos la importancia del variado trabajo de las voces, en algún lugar entre la guturalidad tradicional del Death, los chillidos del Black y la crudeza del Hardcore. Psicóticos arpegios sin distorsión y un envolvente punteo de guitarra nos abren las puertas de “The silence”. Son seguidos por un arrastrado y laberíntico riff que suena como el hijo bastardo de King Crimson y Cannibal Corpse y, otra vez, los blast-beats entrecortados y el caos rítmico vuelven a tomar la posta. Cuando nos estábamos aclimatando, un rebaje disonante y una subsiguiente acelerada adornada por solos histéricos marcan el final del track. Llega el tema que da nombre al disco y lo hace con una breve introducción de siniestros teclados. La banda arranca con todo, se detiene en un groove trabado y casi Helmetoso y vuelve a envolvernos en sus hipnóticas construcciones rítmicas y sus laberínticos riffs. El cierre viene de la mano de “When gravity acts”. Guitarras limpias de tono entre oscuro y psicodélico se ven interrumpidas intermitentemente por ataques de distorsión a ritmo lento y no puedo evitar pensar en lo hecho por Morgoth en su genial “Odium”. Otro solo enfermizo, más cambios de ritmo (aunque, en este caso en particular, no llegan a subir del todo la velocidad), más riffs envolventes, arreglos intrincados y un final abrupto. Todo esto teñido por un sonido opresivo, de tintes casi Industriales y una profundidad claramente alucinógena. Efectivamente, Human Waste parecían más interesados en explorar las posibilidades psicodélicas que ofrecía el Death Metal que en la agresión lisa y llana y, en ese sentido, es posible asociarlos a vanguardistas del género como Pestilence, Cynic o Morgoth antes que a la embarrada brutalidad de Suffocation. En 1999 vería la luz su primer disco propiamente dicho (en el medio hubo una re-edición en cd de este demo junto a otros temas nuevos, llamada “So is death”), “Brothel of souls” donde se lanzan sin miramientos a experimentar con elementos sinfónicos/orquestales, sumando algo más de Black Metal pero sin dejar de lado del todo sus raíces Death y su espíritu investigador.


-Gumball “Revolution on ice” (1994)
Es probable que a algunos de ustedes el nombre Don Fleming les suene como productor de bandas como Sonic Youth, Teenage Fanclub, Screaming Trees o The Posies. Como músico ha colaborado con Dinosaur Jr., Half Japanese y compartió, en 1992, un fugaz proyecto con Thurston Moore, Steve Shelley (ambos de Sonic Youth) y el legendario Richard Hell, llamado Dim Stars. Y, entre 1990 y 1994, lideró a Gumball, el grupo que hoy nos ocupa. Con semejante curriculum, no es difícil adivinar que la propuesta del cuarteto iba por terrenos absolutamente noventosos. Efectivamente, las dos referencias más inmediatas para ubicar el sonido de Gumball son Redd Kross y Mudhoney. Con los primeros comparten una pasión por las melodías Beatlescas, la cultura Pop en general y cierto retorcido sentido del humor. Con los segundos, la energía cruda del Punk, el nervio rockero de The Stooges y las guitarras embarradas. Gran parte de este tercer y último disco de estudio (luego vendría un póstumo registro en vivo, “Tokyo encore”) va por los carriles de lo que se conoce como Power-Pop, es decir perfectas canciones de agradables melodías montadas sobre crujientes guitarras distorsionadas y potentes bases rítmicas. Las líneas vocales son sencillamente irresistibles, de esas que sólo necesitan una audición para adherirse a la memoria sin problemas y alegrarnos hasta el más nefasto de los días. Pero eso no es todo. También hay lugar para temas con un espíritu más malicioso y mugriento, con riffs sucios, voces quebradas (que, oh casualidad, recuerdan notablemente a Mark Arm de Mudhoney) y una energía más bien descarada y salvaje. Hasta se animan con una versión del “She's as beautiful as a foot” de Blue Öyster Cult donde colabora el baterista original de dicha banda, Albert Bouchard. En algún punto, más que hablar de Rock de los noventas, sería más atinado decir Rock a secas. Gumball hace gala de un profundo conocimiento de historia rockera, poniendo especial énfasis, claro, en los momentos más crudos de los sesentas y los setentas, y adaptando esa formación a su propia visión musical teñida de inevitables bríos Punks. Desde ya, no se trata de material revolucionario ni nada que se le parezca, pero aquellos que sean capaces de disfrutar de las buenas canciones rockeras sin más exigencias encontrarán aquí (así como en sus trabajos previos, “Special kiss” y “Super tasty”) un más que suculento bocado.


-The Martians “Low budget stunt King” (1995)
Esta es la auténtica venganza de los nerds. Nada de finales felices ni aleccionadoras moralejas políticamente correctas. Aquí los nerds contraatacan con saña, rasgan la piel de aquellos que los mortificaban y se hacen un festín con sus órganos internos. Se apropian del Rock que sus enemigos usan para posar de rebeldes y atraer chicas y lo despojan de toda pulsión sexual, reemplazándola por una tensión psicótica que hace chirriar los dientes. Tiran a la basura las confortables pentatónicas y dibujan sus enroscados riffs con la mente y el alma enfocados en el único objetivo de hacer daño e incomodar. Dejan de lado las melodías amables y los guiños cómplices, las venas de sus gargantas se hinchan y laten entre espasmos de dolor, el bajo gruñe, raspa y envía frecuencias que revuelven el estómago, la guitarra chilla, se enrosca, estalla en erupciones de pura disonancia y no necesita poner la distorsión al máximo para quebrar huesos, la batería erige monstruosas y laberínticas edificaciones rítmicas y nos obliga a sentir en el cuerpo cada uno de sus golpes. Claro, la grabación de este disco corre por cuenta del jefe máximo de los nerds enojados, el gran Steve Albini, así que el sonido cuenta con su garantía de naturalidad y contundencia. Y sí, no es tan difícil detectar los rastros de Slint, Shellac, Rodan o Bastro (entre otros popes del Math-Rock más pendenciero y enfermizo), pero lo que pueda faltar en innovación se encuentra suplido por excelentes ideas musicales (en especial en lo que hace al trabajo de guitarra y batería), canciones sólidas (a un promedio de dos minutos por tema) y una energía sudorosa, torturada e intensa hasta la exasperación. Por supuesto, en última instancia los nerds siempre pierden (es parte de su naturaleza y uno de los combustibles más importantes de su enojo) pero, al menos en esta ocasión, dieron la suficiente batalla con sus armas bien afiladas como para emparejar el marcador lo más posible.


-Blight “Detroit: The dream is dead (The collected works of a Midwest Hardcore Noise band 1982)” (2006)
Huesudas espaldas encorvadas, sudorosos torsos en eternal convulsión, venas palpitando, miradas perdidas e inyectadas en sangre, dientes apretados hasta casi quebrarse, esqueléticos brazos tensionados a punto de estallar. Esta no es una escena agradable, aquellos de estómago débil que den un paso al costado y hagan lugar para que los psicóticos bailen sus danzas fracturadas. Un secreto bien guardado, uno de esos revulsivos tumores que crecen en las entrañas mismas de la Norteamérica más sórdida y profunda. Contemporáneos de Flipper y Big Black, anteriores a Butthole Surfers, Killdozer, Melvins y Scratch Acid. ¿Herederos de Half Japanese, The Birthday Party o The Fall? De cierta forma sí, pero esto va aún más lejos. En cualquier caso, las pautas son claras. Ruido, enfermedad, violencia y un autismo bordeando las más elementales pulsiones homicidas. De alguna forma, Blight tendió un húmedo y frágil puente entre la energía desatada y urgente del Hardcore más primitivo y la tensión demente y disonante del aún incipiente Noise-Rock. Breves estallidos de adrenalina en estado de descomposición, ritmos insistentes y frenéticos, un bajo prominente y lacerado por extraños efectos sonoros, una guitarra que gruñe, chilla, se retuerce y vomita sin control, ocasionales descensos a las letanías alucinógenas más horripilantes y asfixiantes, gritos de garganta quebrada y corazón ennegrecido. Este cd compila la carrera entera (bastante fugaz, por cierto) de Blight y, gracias a la tecnología de la época y a el particular sentido de la técnica (o la falta de ella) de los involucrados, casi no hay diferencia palpable entre los registros de estudio y las grabaciones en vivo. En fin, un valiosísimo documento que rescata del olvido a una de las bandas más personales, abrasivas e inconformistas del Punk americano de principios de los ochentas.


-Bracket “Requiem” (2006)
Un disco con diecisiete temas que llevan prácticamente el mismo título (todos representan alguna parte de la “Warren´s song”, aunque no aparecen en orden cronológico, si no aleatorio). Un disco que arranca con un juego coral a capela digno del costado más lisérgico de los Beach Boys, seguido por un afiebrado Hardcore adornado por campanitas de sabor anvideño. Ok, ya desde sus inicios (allá por 1992), a Bracket se le notaban las intenciones de lograr un sonido propio y desmarcarse de los encasillamientos fáciles, pero es recién en este, su sexto disco de estudio (incluyo en la cuenta aquel inédito “Like you know” de 1996), editado por ellos mismos en su propio sello discográfico (Takeover Records) que logran dar rienda suelta a su incontenible creatividad. Lo curioso es que, en cualquier caso, seguimos hablando de Punk-Power-Pop de pura cepa, un género no muy amigo de la experimentación. Efectivamente, el núcleo estilístico del cuarteto se basa en la vieja y querida combinación de guitarras distorsionadas, ritmos potentes (a veces más acelerados, a veces más cadenciosos) y agradables melodías vocales de clara extracción sesentosa. El punto es que se las arreglan para jugar con dicho formato, proponen estructuras poco tradicionales (a pesar de nunca perder la melodía, hay temas donde es imposible detectar un estribillo propiamente dicho), arreglos exóticos (en especial en el terreno de los coros) y una palpable sensación de melancolía (aún cargada de un oscuro sentido del humor) que también se refleja en sus letras. Por otro lado, la voz de Marti Gregori (también guitarrista), con su tono nasal, bien podría pertenecer a cualquier grupo Punk-Pop de segunda categoría, pero el muchacho se sobrepone a sus limitaciones técnicas a base de onda (ese concepto tan intangible), imaginación y melodías sencillamente irresistibles. Y eso mismo se traslada a todo el grupo. No inventaron la pólvora (las influencias de grupos como Weezer, Redd Kross, Screeching Weasel, Green Day o los mencionados Beach Boys son ineludibles) pero, al menos, le dieron su propio sabor, lo cual no es poco. Y, si esa voluntad creativa encima se ve traducida en canciones así de redondas, la cosa se pone más interesante aún. Si pensaban que en el terreno del Punk-Pop ya estaba todo dicho, denle una oportunidad a este brillante “Requiem” y descubran su error con el rostro enrojecido por la vergüenza.


-Dashboard Confessional “Alter the ending” (2009)
Admitámoslo, Chris Carrabba cuenta con varios puntos que lo hacen un blanco fácil del odio y/o las burlas de muchos. Es carilindo, famoso, sensible y (hace diez años) lidera Dashboard Confessional, probablemente la banda que mejor representa el costado más romántico, popero y azucarado del Emo. Oh sí, puedo imaginar legiones de robustos metaleros relamiéndose ante la sola idea de propinarle al frágil Chris una buena golpiza. Por supuesto, el muchacho no se inmuta y responde con un argumento tan universal como irrebatible, las buenas canciones. Claro, el tipo no tiene un pelo de zonzo (¿o creían que el éxito comercial dependía exclusivamente del talento?) y por ello este sexto disco cuenta (en su edición Deluxe) con un cd extra donde encontramos las versiones acústicas de las doce canciones, conformando así a los que preferían los viejos tiempos cuando Carrabba era el único componente del grupo. Pero, en rigor de verdad, “Alter the ending” retoma la veta eléctrica de “A mark, a misión, a brand, a scar” y “Dusk and summer” con inapelables resultados. No esperen grandes novedades ni bruscos timonazos, Dashboard Confessional se mantiene firme en su esquema de gancheros riffs Punks a medio tiempo, evocadores apegios y melodías vocales especialmente diseñadas para arrebatar corazones. Obviamente, es la voz de Carrabba la que lleva las riendas de las composiciones con su tono potente y emotivo y esos modismos entre sufridos y épicos que ya son su marca registrada. Sin salirse de la estructura de canción tradicional (un arte que el tatuado Chris recién logró dominar en sus placas más recientes), el grupo logra transmitir sentimientos variados, desde la más desgarradora angustia hasta vigorosas ráfagas de esperanza, inclusive sumando algún que otro toque Folk que calza a la perfección con sus conmovedoras melodías. En fin, pueden desecharlo como material demasiado complaciente (sea lo que sea que eso signifique) sin siquiera haberlo escuchado pero, si son capaces de superar los prejuicios y quitarse (aunque más no sea por una vez) el disfraz de rudos y/o snobs, encontrarán un conjunto de hermosas canciones que no necesitan esconderse bajo toneladas de distorsión y gritos para resultar intensas.


-Polar Bear Club “Chasing Hamburg” (2009)
“See the wind” abre este Segundo larga duración de Polar Bear Club con riffs parados en algún lugar entre Quicksand y Helmet, y una voz rasposa y demandante que bien podríamos asociar al costado más Hardcore de bandas como Fuel, Hot Water Music o Avail. En mi libro, semejantes referencias ya son motivo suficiente para entusiasmarme. Y, si a eso le sumamos los fantasmas de otros como Fugazi, Dag Nasty, Samiam o Jawbreaker sobrevolando aquí y allá, entonces me encontrarán rendido a sus pies. Efectivamente, manteniendo un claro nervio Hardcore, este quinteto neoyorquino rescata la mejor tradición de Emo y Post-Hardcore noventoso con una frescura absolutamente personal. Por momentos pueden estallar en rabiosas convulsiones, en otros sumirse en melancólicos remansos de reflexión introspectiva y también elevarse hacia el firmamento con sentidas melodías de sabor casi Pop. La voz de Jimmy Stadt se maneja con total comodidad y soltura entre pedregosos rugidos y bellísimas líneas melódicas, siempre con la emoción a flor de piel y una pasión que no sabe de poses artificiales. En la parte instrumental, las palmas se las llevan las guitarras con un soberbio despliegue de riffs, arreglos y melodías tan certeras como imaginativas, y una interacción y un sentido de la dinámica sencillamente impecables. Todo puesto en función de canciones redondas, emotivas, variadas, gancheras y extremadamente energéticas. Sería exagerado hablar de originalidad pero, más allá de las influencias, la identidad de Polar Bear Club está a salvo. Si los grupos antes mencionados se cuentan entre sus preferencias musicales, deberían darle, sí o sí, una oportunidad a este genial “Chasing Hamburg”.


-Reconcile “Reconcile” (2009)
Crecer duele, sí, pero no es el crecimiento en sí mismo lo que duele, si no aquello que dejamos atrás al hacerlo. Un proceso inevitable y que sólo culmina cuando el corazón da su último latido. Y, en definitiva, las cicatrices que pueda exponer nuestro espíritu, no hacen más que trazar el mapa de nuestras identidades. Para algunos, el Hardcore es casi sinónimo de no crecer nunca. Para aquellos que sólo se quedan con la cáscara del Hardcore, claro. Reconcile lleva diez años hurgando más profundo, reivindicando siempre el cambio como parte esencial del alma (¿el núcleo duro?) del Hardcore. Exhiben sus heridas sin tapujos pero no se regodean en ellas ni las usan como excusa para dejar de creer. Creen en sus maestros (por supuesto, todos en algún momento necesitamos algún tipo de referencia o guía) pero, por sobre todas las cosas, creen en sí mismos, en su propio instinto creativo. Los relatos que dibujan con sus canciones provienen exclusivamente de su propia experiencia emocional. Y si temen que esta manifiesta madurez se haya llevado lo mejor de Reconcile, respiren aliviados, el fuego arde con más intensidad que nunca. Cada grito, cada golpe, cada riff exalta el corazón y estimula la mente. Y lo hace en sus propios términos. Si, efectivamente, el cliché es un lugar vacío de pensamiento, Reconcile no sólo lo elude, le pasa por arriba con una energía arrolladora y nunca mira hacia atrás. Esto es Hardcore, es lo que todo Hardcore debería ser, mucho más que un rejunte de convenciones, dogmas y panfletos sin contenido. Expresión pura, urgente, visceral y absolutamente personal. Con este disco homónimo, los chicos de Reconcile se elevan a sí mismos y al género en general a nuevas alturas de creatividad y pasión. Se ponen cabeza a cabeza con cualquiera de sus exponentes contemporáneos más destacados y tiran a la basura cualquier complejo de inferioridad por provenir de este país tercermundista y conservador que habitamos. “Reconcile” es un álbum imprescindible para cualquiera que aprecie el Hardcore pero también lo es para los amantes de la buena música, sea lo que sea eso. Alguna vez los legendarios (y recientemente reunidos) No Demuestra Interés dijeron “debes quitarte el uniforme”, Reconcile se despoja de poses y desnuda su alma en cada canción, y lo hacen con la convicción de aquellos que no tienen nada que temer. Sencillamente imprescindible.


-Strung Out “Agents of the underground” (2009)
Veinte años de carrera ininterrumpida, más de diez trabajos editados (entre discos de estudio, en vivo, ep’s, compilados y demases) y Strung Out sigue siendo una de las propuestas más frescas, lúcidas y personales en surgir de aquella efervescente cantera que, alguna vez, fue el Hardcore/Punk melódico californiano de principios y mediados de los noventas. Claro, su creatividad nunca se vio restringida por los, en muchos casos, estrechos parámetros del género y, ya desde sus primeros discos, se notaban las claras intenciones de alcanzar un sonido propio entre tanto clon de NOFX y Bad Religion sin imaginación. En líneas generales podríamos describir a Strung Out como una sólida combinación de diversos elementos del Hardcore melódico, el Punk-Pop y el Metal en general. Y no es culpa que dicha mezcla haya sido apropiada en los últimos años por algunas de las bandas menos interesantes del Emo actual. Este energético “Agents of the underground” es un excelente ejemplo de todo aquello que separa a este quinteto de los grupos sin sustancia. Canciones redondas, absolutamente melódicas pero alejadas de cualquier atisbo de superficialidad, interpretaciones ajustadísimas y virtuosas con la potencia y el buen gusto como guías principales, una colorida paleta de influencias (la impronta adusta y politizada de Bad Religion, los épicos punteos de Iron Maiden, la cruza de dulzura, velocidad y precisión de No Use For A Name, la emoción de Lifetime, los machaques más violentos y los alaridos de Slayer, la frescura nerd de Descendents y hasta algún que otro flirteo con el Death Metal) y la habilidad suficiente como para absorverlas y devolverlas de forma única y compacta. El hecho de que manejen, en sus letras, tópicos alejados de la típica zoncera adolescente del Punk melódico y el Emo (cabe aclarar que me refiero a lo que hoy en día se conoce como Emo y no a lo que este término definía en décadas pasadas. Sí, soy un viejo choto, ¿y qué?) ya los coloca en otro contexto, y esa misma madurez y claridad de ideas se traslada a lo musical sin por ello resignar ni un ápice de fuerza o emoción. En fin, nunca fueron la típica bandita de cabezahuecas californiana y siguen demostrando, disco a disco, que todavía tienen mucho para decir.


-Todd “Big ripper” (2009)
Los muchachos (y muchacha) de Todd no vinieron al mundo para hacer amigos ni amenizar veladas. Sus canciones no sirven para bailar o poguear, si no más bien para retorcerte mientras te arrancás trozos de piel. No tienen melodías para tararear en un día soleado pero traen una tonelada de alaridos distorsionados ideales para sumergirnos en la más sudorosa de las catarsis. ¿Noise-Rock? Bueno, sí, acá hay bastante ruido pero ya hablaría, más bien, de Rock llevado al extremo de violencia, tensión y psicosis. Pequeñas sinfonías de ruido concebidas por cuatro cavernícolas con serios problemas de adaptación. El cuarteto camina por una delgada línea entre la más salvaje brutalidad rockera y la vanguardia más desencajada y belicosa. Sobre ritmos caóticos y taladrantes tienden un espeso manto de guitarras, bajos, teclados y gritos descontrolados y saturados hasta la exasperación. Por supuesto, es posible discernir varios riffs que pueden traer a la mente las enseñanzas de popes de la enfermedad como Melvins, Unsane o Today Is The Day pero les aseguro que el resultado final tiene la suficiente personalidad como para evitar meterlos en la bolsa del revival Noise-Rockero de los noventas. Tenemos momentos de asfixiante densidad, frenéticas aceleradas, riffs laberínticos, punteos casi jazzeros (esto es, si los guitarristas de Jazz interpretaran sus instrumentos con los dedos lacerados por navajas), pasajes de insistente repetición ruidosa, guitarras casi Sabbatheras pero empapadas de feedback y acoples, arreglos casi psicodélicos (otra vez, piensen en el viaje lisérgico más jodido e imaginen observarlo desde una pantalla descompuesta y lluviosa), voces deformadas hasta niveles inhumanos y una vastísima imaginación musical puesta siempre al servicio de irritar y desconcertar. Lo interesante es que todo ese despliegue de ideas (por momentos, la sensación de agobio sonoro se torna difícil de soportar) no les impide comportarse como los brutos que son, manteniendo siempre ese desparpajo rockero (en ningún momento el tono del disco es oscuro o depresivo) que los aleja del costado más arty o intelectual del Noise. Insisto, esto es material verdaderamente extremo (¿Death Metal? No me hagan reír), una virulenta cacofonía que apunta a perturbar los sentidos, magullar el cuerpo y estimular los recovecos más sórdidos de la imaginación. Especialmente recomendado para oídos aventureros, asesinos seriales y esposas de senadores.

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