5 de junio de 2008

Reviews

Por Fernando Suarez.

-Boris “Smile”: Un trío japonés que tomó su nombre de un tema de Melvins. En general, uno sabe que esperar en estos casos: una copia del grupo aludido en cuestión. Con lo cual, es más llamativo aún el hecho de que Boris sea una de las bandas más impredecibles que le quedan al Rock actualmente. Sí, es cierto, el espíritu Melvins se cuela siempre que haya guitarras rebalsando de graves, rítmicas esquizofrénicas y acoples taladrantes, pero no menos cierto es que Boris tiene una amplia paleta de recursos. Una buena prueba de esto es “Smile”, un nuevo delirio en forma de disco. Acá tenemos los temas rockeros y casi melódicos que inundaban a “Pink”, algo del Crust-Punk ruidoso de “Vein” y el ya conocido método de pasar a Black Sabbath por una licuadora de feedback. Y, claro, hay ingredientes nuevos, como la utilización de sonidos electrónicos que no hacen más que aumentar la afiebrada psicodelia del álbum. Demasiado como para describirlo con palabras, simplemente escúchenlo. Y ya saben, esperen lo inesperado.



-Meshuggah “Obzen”: “Obzen” es un edificio cuyas escaleras son espirales infinitos superpuestos. “Obzen” es una luz blanca que nos ciega hasta que nuestros ojos sólo ven colores carmesíes. “Obzen” es la digestión de un millón de orugas gigantes. “Obzen” son grises y gigantescas piezas de metal crujiendo y tratando de encajar entre ellas. “Obzen” es un Cristo eléctrico crucificado a una torre de alta tensión. “Obzen” son gruesos cables asfixiando nuestras nociones de tiempo y espacio. “Obzen” late como las entrañas del más negro de los universos. “Obzen” es un arrullo de aserrín cayendo sobre chapas oxidadas. “Obzen” no es correcto ni incorrecto. “Obzen” sólo es placer y dolor. Ni más ni menos.


-Arson Anthem “Arson anthem”: Phill Anselmo es un tarado. No importa que haya grabado algunos de los discos más importantes de la historia del Metal con Pantera, eso no lo exime de su condición de redneck descerebrado que habla más de la cuenta. Por suerte a veces se le da por colgarse la guitarrita y cerrar el orto (cosa que ya había hecho, por ejemplo, en Necrophagia). Ok, no es ningún virtuoso, pero eso es una virtud. Sí, ya sé, tampoco es que tire riffs llenos de ideas, pero, otra vez, este es un disco de Hardcore-Crust, así que no le pidan peras al olmo. El punto es la agresión y eso está garantizado. Once minutos de palo y a la bolsa, canciones frenéticas, sonido sucio y potente y un Mike Williams (cantante también de los míticos Eyehategod) absolutamente desbocado es lo que tiene Arson Anthem para ofrecer. De lo mejor que hizo Anselmo desde que se murió y resucitó.


-Leviathan “Massive conspiracy against all life”: El miedo puede tener forma física. Puede ser tangible y helado como un cuchillo. Puede ser un rostro o la ausencia del mismo. El miedo puede transformarnos de formas que jamás seríamos capaces de imaginar. El miedo se esconde bajo capas y capas de eventos alguna vez ordinarios. El miedo puede ser violento, paralizante o inclusive atractivo, pero siempre es irracional. El miedo puede hablarnos al oído con voz cascada o gritarnos en la cara con chillidos inhumanos. El miedo puede edificar arquitecturas imposibles en la soledad de su reino. El miedo es una lucha constante, un cosmos egoísta y contradictorio. El miedo tiene sonidos propios. Y están en este disco.


-Torche “Meanderthal”: ¿Combinar la pesadez del Sludge con melodías Pop? Como buen prejuicioso, yo sería el primero en denostar dicha mixtura, pero, a esta altura, grupos como Cave In o Jesu ya probaron que dicho camino podía dar resultados de alto vuelo artístico. Y si no me creen, escuchen maravillas como “Jupiter” (de los primeros) o “Conqueror” (de los segundos), para despejar cualquier tipo de duda (sí, esa también). Pero volvamos a Torche, que en definitiva ya tienen su propia historia encima. Es necesario mencionar que este cuarteto sería algo así como la continuación de Floor, uno de los pilares del Sludge y los primeros en combinar los característicos riffs del género con melodías tarareables. Entonces la sorpresa de este tercer disco de Torche no pasa por la mera mezcla de estilos, si no por lo bien que logran fundirse. Las guitarras aplastan con el peso del universo, se retuercen en vueltas imposibles y dan a luz texturas de absoluta belleza y perdición. La base rítmica apuntala todo eso, llevándonos de un lado a otro sin que nos demos cuenta y la voz de Steve Brooks se lleva el premio mayor gracias a la naturalidad con la que encara su tarea, logrando de paso algunos de los estribillos más memorables de los últimos tiempos. Si pueden concebir la idea de ser (musicalmente hablando, claro) apaleados y acariciados al mismo tiempo, entonces entenderán por dónde van los tiros en lo que, hasta ahora, es el disco del año.



-Iron Lung “Sexless/No sex”: Estamos obligados a vivir a toda velocidad, inmersos en un vértigo vacío y helado. Y sí, por más masoquista que parezca, a veces necesitamos una banda de sonido acorde a nuestro entorno. Necesitamos redoblantes a mil por hora, cuerdas a punto de quebrarse y gritos desmedidos. Y cuando estas cualidades son presentadas con inteligencia, personalidad y el grado necesario de búsqueda, se transforman en algo sencillamente glorioso. Y glorioso en su ominosidad es este tercer disco de Iron Lung. Sólo dos tipos son capaces de pintar las más opresivas visiones en blanco y negro en estallidos de brevísima duración pero con un sentido de la dinámica envidiable. La demencia urbana retratada con un sonido que absorbe las enseñazas de D.R.I., Man Is The Bastard, Swans y Converge y las transforma en un nuevo escalón de violencia (de Power-Violence, dirán los puristas de los subgéneros). Catarsis asegurada o le devolvemos su odio contenido.



-The Breeders “Mountain battles”: Las hermanas Deal (Kim y Kelly) no son guitarristas con miles de recursos. Poseen voces afinadas, pero su registro es claramente limitado. No son vanguardistas desesperadas por reinventarse a cada paso y son todo lo contrario a artistas prolíficas. Ni siquiera se puede decir que su grupo, The Breeders, sea demasiado influyente. Y sin embargo poseen un par de cualidades por la cual más de un músico vendería a sus hijos: son capaces de componer canciones memorables sin ser remanidas, de teñir de extrañeza la más simple de las melodías sin sonar forzadas, de ser simplemente ellas mismas sin necesidad de repetir el mismo disco una y otra vez y, por sobre toda las cosas, de transmitir una soltura y una humildad en lo suyo que las hace simplemente irresistibles. “Mountain battles” (cuarto disco y el primero en seis años) probablemente sea la experiencia más psicodélica del grupo, aunque, claro, esto no signifique rendirse ante eternas zapadas lisérgicas. La canción, esa pequeña gema que a veces parece olvidada, sigue siendo el motor principal de nuestras heroínas. Olvídense de la nostalgia por los noventas y disfruten de la belleza atemporal de un conjunto de grandes canciones.



-Brown Jenkins “Angel eyes”: A través de complicadísimos procedimientos alquímicos, Erich Zann logró reencarnar en un ser de forma humana llamado UA. Cambió su tradicional violín por una guitarra eléctrica, un bajo y una batería electrónica y se atrevió a probar el grotesco sonido de sus cuerdas vocales, desgastadas por los eones transcurridos desde su última aparición terrenal. Y una vez más se puso en marcha el ballet cósmico en el cual Erich no es más que un mero receptor/transmisor de las cruentas cacofonías de obscuros seres de lejanas galaxias. El ululante gruñido de miles de planetas al ser devorados, la mohosa tensión de aquellos que aguardan en las profundidades, el lento arrastrase de las viscosidades que pueblan nuestras pesadillas. Si el malogrado Richard Upton Pickman fuera capaz de pintar sonidos (¿y quién está seguro de que no puede hacerlo?) serían algo similar a estos derruidos sótanos sonoros coronados por ángulos imposibles y tonalidades de negro invisibles para el ojo humano. Si no temen por su cordura, adéntrense en estos abyectos pasadizos y contemplen el horror por ustedes mismos.



-Shai Hulud “Misanthropy pure”: Un amigo de la casa, viejo entendedor del tema, dijo “Shai Hulud es la evolución del Hardcore sin ser Post-Hardcore”. Y con esa definición podría cerrar este comentario e irme a dormir tranquilo, pero ahondemos un poco más (no demasiado, tampoco vamos a escribir una enciclopedia sobre el Hardcore. Aunque no sería mala idea…) en el tema. Primero, aclaremos que Shai Hulud no es ningún grupo de recién llegados, sus aportes al avance del género datan de más de diez años atrás y ya desde ese entonces planteaban con su música esa dicotomía de buscar nuevos terrenos sin salirse del todo del sonido tradicional. “Misanthropy pure” es el punto más lejano al que han llegado hasta ahora y un serio contendiente para sus discos más celebrados. A ver si me explico: la densidad desplegada en estas once canciones compite con el más sobrecargado grupo de Rock Progresivo, los bases pegan vueltas extrañísimas dentro del típico tupá-tupá del Hardcore, los riffs se vuelven espiralados, juegan con melodías casi épicas y lanzan trompadas al aire según se lo requiera, y las estructuras se salen de lo convencional sin necesidad de amontonar partes sin sentido. Y aún así sigue siendo Hardcore de la más pura cepa, con los toques de Metal necesarios, las voces enojadas (enojadísimas, diría yo), las letras acusadoras y el mensaje siempre subyacente de “tomar la energía negativa y transformarla en algo positivo”. Para volver a calzarse las bermudas con orgullo.

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