Por Fernando Suarez
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Un malestar en blanco y negro. Gruesas pinceladas de óxido y desesperación. Un refugio corroído y degradado. Túneles que se achican hasta convertirse en una segunda piel de polvo endurecido. Lanzas incoloras clavándose en un pecho que despide alquitrán en lugar de sangre. Enjambres de muerte y desolación infectando la respiración, atravesando esta carne decadente y dejando al desnudo aberrantes esculturas de huesos. La vida que se desvanece a paso leproso, los ojos cerrados por costras de puro dolor. Lágrimas endurecidas y suspendidas en un tiempo que se niega a avanzar. Los contornos carbonizados de lo que alguna vez fue recortando un firmamento tóxico. El más ensordecedor y herrumbroso silencio.
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