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25 de abril de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.


Altar Of Plagues “White tomb” (2009)
¿Acaso los Blackmetaleros se están volviendo sensibles? De sólo pensarlo se les pone la piel de gallina, ¿no? Lo cierto es que gracias a bandas como Wolves In the Throne Room, Caïna, Solstafir o Amesoeurs ya no resulta tan extraña esta combinación de Post-Rock y Black-Metal. En dicha categoría pueden ubicar a estos irlandeses que, no obstante, no se conforman con un cómodo segundo plano. “White tomb” es su disco debut y ya ponen toda la carne al asador. Tal vez debería decir la iglesia al asador. En fin. Lo que aquí tenemos son dos extensos temas (divididos cada uno en dos partes) en cincuenta minutos diseñados para atrapar a todo aquel que aprecie los climas épicos, la melancolía infinita, las grandes capas de texturas distorsionadas y la sensibilidad puesta al servicio de las más oscuras elucubraciones. Claro, el truco no es nada complicado y, de hecho, es casi sorprendente que haya surgido recién en estos últimos años. Al fin de cuentas, esas cascadas de mugre que lanzaban con sus guitarras bandas como DarkThrone o Burzum tenían más en común con My Bloody Valentine que con Venom. Claro, ponerlo de esa forma suena un tanto burdo. Digamos que aquí los elementos formales típicos del Black (voces chillonas, blast-beats, riffs construidos sobre escalas menores) se encuentran sabiamente dosificados en pos de acentuar el verdadero (palabra obligatoria cuando hablamos de negro metal) espíritu del género, que es invocar esa ominosa sensación de majestuosa maldad. Y si para lograr dicho objetivo se valen de influencias foráneas, por así llamarlas, bienvenido sea. Insisto, los densos y abrasivos rituales de grupos como Swans o Godflesh desprenden más energía negativa que la que una legión de payasos con corpsepaint puede llegar a imaginar en su miserable existencia. ¿Qué más terrorífico que la atmósfera opresiva y casi silenciosa de una fábrica abandonada? Por otro lado, el hecho de que el componente épico tenga más en común con Isis que con Satyricon, no hace más que liberar al grupo de esos gestos casi caricaturescos que hacen que sea tan difícil tomar en serio a tantos grupos de Metal en general. Para decirlo de otra forma, nuestra vida cotidiana y nuestros sentimientos suelen ser más aterradores y asfixiantes que cualquier fábula pagana, delirio satanista o bosque en penumbras. Y si dichas sensaciones e imágenes son alcanzadas con semejante grado imaginación e intensidad, entonces estamos en presencia de algo digno de admirar.

-Big Business “Mind the drift” (2009)
Más allá de la innegable calidad de sus dos discos anteriores (“Head for the shallow” y “Here comes the waterworks”), la energía que desprende Big Business en vivo es superlativa, en gran parte gracias al increíble desparramo de golpes de Coady Willis tras los parches. Si, hasta ahora, podíamos clasificarlos como una versión minimalista de los Melvins, con la reciente incorporación de Toshi Kasai (miembro de Altamont, proyecto liderado por Dale Crover, casualmente baterista de Melvins. Todo queda en familia) el ex dúo abre sus alas y se eleva a nuevos parajes creativos. Ojo, la sombra del afro de King Buzzo sigue sobrevolando estas ocho canciones, pero esta vez no las opaca. El bajo de Jared Warren (gordito simpático, si los hay) sigue llevando la batuta de los firuleteados riffs, con ese sonido gordo y distorsionado tan particular, mientras que Kasai aporta volados arreglos y texturas con las seis cuerdas, amén de acompañar el riffeo cuando así se lo requiera. Las melodías vocales mantienen ese tono entre siniestro y juguetón de sus placas anteriores, pero esta vez encontramos coros más trabajados y hasta algún que otro contrapunto más que interesante. Y, claro, todavía me pregunto cómo un cuerpo tan pequeñito como el del bueno de Willis puede contener tanta fuerza salvaje. Alguien que sabe mucho del tema me dijo algo así como que era un “Bonham Punk”, y no seré yo quien vaya a negarlo. Por supuesto, aquí no hay simplemente riffs, ruidos varios y excelencias rítmicas, tenemos ocho jodidas y sólidas canciones, con musculoso nervio rockero y ese dejo de nerdismo inconformista que los aleja del lugar común y el aburrimiento. No les extrañe toparse con alguna que otra influencia proveniente de clásicos Noise-Rockeros como The Jesus Lizard (especialmente en el trabajo entrecruzado de riffs de bajo y punteos deformes de la guitarra) o Cop Shoot Cop, siempre bien digeridas en la inefable frescura de Big Business. Al mismo tiempo, temas como “Ayes have it” (casi un melancólico cántico marinero en versión rockera, pesada y lisérgica, teclados vintage incluidos) o el extenso “Theme From Big Business II” (aquí el trabajo de las voces es sencillamente excepcional. Una especie de Queen en penumbras y tormentoso) que cierra el disco, se desenvuelven en desarrollos casi épicos, con majestuosas y dramáticas melodías, cuidadas y variadas orquestaciones y una infalible puntería emocional e intelectual. Si hasta algunos de los temas más frenéticos y punkys del disco (“Found art”, “I got it online”) se ven adornados por guiños Progresivos. En definitiva, el grupo da el salto compositivo que le hacía falta para no añorar sus recitales a la hora de escuchar los discos. Ahora que vuelvan y toquen entero este disco de punta a punta.

-Mike Patton “Crank: High Voltage (Original Motion Picture Soundtrack)” (2009)
Sí señores, como el título lo indica, Mike Patton se ha lanzado de cabeza a realizar la banda de sonido para un largometraje, en este caso la secuela de la película “Crank”. En cuanto al film respecta no lo vi, no creo que lo haga jamás (vamos, sólo por los afiches se adivina otra película de tiros como para ver un sábado a la tarde en la tele) y, sinceramente, me resulta absolutamente irrelevante, así que si esperaban un análisis cinematográfico van muertos. Despejado este punto, vale aclarar que el acercamiento del ahora nuevamente frontman de Faith No More al cine no es reciente. Con Fantômas versionó canciones clásicas de películas de terror y hasta se despachó con un disco como “Delirivm Cordia” que bien podría haber sido el soundtrack imaginario para la más terrorífica cinta en blanco y negro, y el año pasado se encargó de la banda sonora del mediometraje “A perfect place”, donde retomó bastante de lo hecho con Mr. Bungle en aquel glorioso “California”. Y eso por no mencionar sus, al menos dudosas, incursiones en la actuación. En fin, volviendo a lo musical (que en definitiva es lo que, se supone, nos interesa), aquí tenemos un Patton al cien por ciento de sus habilidades y regodeándose a sus anchas en ese eclecticismo delirante que lo caracteriza. Treinta y dos temas (la mayoría no llega a los dos minutos de duración) donde cualquier cosa puede suceder. Beats entrecortados de Hip-Hop ruidoso, celestiales paseos de música Oriental, orquestaciones macabras, cambios abruptos a la Naked City (cuyo espíritu florece aquí, como lo hiciera alguna vez en Fantômas), juguetonas secuencias Tecno, suaves brisas caribeñas, arrebatos de Hardcore frenético, majestuosas campanas de iglesia, festivas Salsas orgiásticas, misteriosas ambientaciones electrónicas, cancheros pasajes jazzeros, refrescantes olas de Surf-Horror-Punk, remansos de reflexión introspectiva, salvajes erupciones de Death Metal psicodélico, sórdidas letanías folklóricas, música de dibujos animados diseñada por científicos locos, guiños irónicos (¿Cómo, la ironía no era una escena muerta?) al Nü-Metal, improbables combinaciones estilísticas y un sinfín de sonidos de toda procedencia (desde esos extraños ruidos vocales hasta exóticos instrumentos de viento, samples, teclados, guitarras y mucho, mucho más. Y tengan en cuenta que Miguelito se encargó por completo de interpretar todos los instrumentos) puestos al servicio de una gama inabarcable de géneros musicales. Podrán decir que peco de obsecuente (y hasta puede ser que tengan razón) pero pocos son los músicos dotados de semejante bagaje creativo y de la habilidad para llevar a cabo las más disparatadas ideas sin sombra de falla y sin resignar ni por un segundo su identidad. No es casualidad que el único nombre que se me viene a la mente sea el de John Zorn, de alguna forma el mentor de Patton. Hoy en día es moneda corriente tanto defenestrar como adorar ciegamente todo lo que haga el californiano. Justamente se trata de las dos caras de una misma moneda. Por una vez, hagan de cuenta que dicha moneda cayó de canto y no se priven de este auténtico festival de pura imaginación y talento.

-Sabazius “Devotional songs” (2009)
Estos tipos no le temen a la exageración. Y bienvenido sea. Luego de un debut autotitulado que contaba con cuatro temas en casi dos horas y media, este dúo inglés llega al segundo larga duración. Y cuando digo que es larga no les miento. Aquí tenemos (enmarcados en una intro y una outro idénticas) dos canciones (bueno, siendo flexibles con las definiciones) de más de una hora de duración cada una. Fanáticos intransigentes del Grindcore, gente con problemas de concentración e inquietos varios, por favor sigan de largo. Ahora bien, si aman las guitarras graves que hacen temblar la tierra, si sienten una pasión irrefrenable por los ritmos más arrastrados y babosos que se puedan concebir, si en vez de cantantes prefieren monjes negros recitando tenebrosas invocaciones paganas y si “Jerusalem” de Sleep se les hace demasiado accesible y movedizo, aquí tienen lo que estaban esperando. De alguna manera, Sabazius hace equilibrio entre la abstracción del Drone y el costado más minimalista y drogón del Doom. Y lo hace sin red de seguridad, como corresponde. No necesitan riffs demasiado complicados, de hecho no necesitan demasiados riffs. Es sólo cuestión de repetir los dos o tres que tienen hasta abrirnos un agujero en la cabeza y sacarnos todo el juguito. Claro, también hay lugar, entre tanto mar de feedback, para alguna que otra levantada rítmica llena de maldad. Ah sí, cuando digo levantada rítmica no me refiero a blast-beats (aunque aquellos con la suficiente paciencia también encontrarán algo de esto bien avanzado el segundo tema), precisamente. Digamos que en este universo paralelo, una banda como Cathedral puede ser considerada como “rápida”. Y eso debería ponerlos en situación inmediatamente. Por momentos da la sensación de estar escuchando una extensa zapada, pero el tema es que, en cualquier caso, esta gente tiene tan bien internalizadas las dinámicas y los modismos del género que logran ser efectivos a pesar de todo. Aplastantes, místicos, monolíticos, lisérgicos, opresivos, atronadores y, por sobre todas las cosas, pesados. Tal como hicieran con sus trabajos anteriores (al mencionado debut, súmenle varios ep’s), este “Devotional songs” puede descargarse de forma gratuita visitando www.myspace.com/sabaziusband. Así que ya saben, si necesitan un substituto más económico para la marihuana, acá tienen más de dos horas de puro viaje astral.

-Irepress “Sol Eye Sea I” (2009)
Un trabado riff Meshuggesco se entrecruza con arpegios y arreglos psicodélicos en el inicial “Diaspora”. El aire se enrarece, como si estuviéramos flotando sobre espesas aguas multicolores. Y, mientras los golpes de la batería siguen firmes en su hiperkinética marcha, las guitarras se acarician en delicadas progresiones. Al menos hasta que los riffs vuelven a decir presente, claro. Pero todavía nos queda bastante por delante, así que vuelve el clima delicado y sideral acompañado de emotivos punteos que inevitablemente retomarán el camino de la distorsión. Ok, un disco que empieza de esta forma puede resultar desconcertante. Y está bien que así sea. Sigue “Rhintu”, entre cristalinos juegos de guitarra con delay, esperables subidas de intensidad (con esos punteos tan típicos del Post-Rock), efectos espaciales, mínimos amagues ruidosos y frenéticos ritmos jazzeros, para dar paso a “Barrageo” donde parecen encontrar el matrimonio perfecto entre los delirios Progresivos de Magma y la dinámica entre monolítica y soñadora de Isis. Casi nueve minutos para desarrollar una sobrecargada construcción compositiva donde no faltan los riffs machacantes, las polirritmias, los alaridos, los abruptos cambios de climas, los arreglos desencajados, cierto aire histriónico y una saludable esquizofrenia creativa. ¿Serán estos tipos los Mr. Bungle del Post-Metal? No sería una definición tan errónea, aunque probablemente no sea suficiente. Un melancólico interludio pianístico llega en “Daniel Sen” y se ve interrumpido por esa suerte de epilepsia emotiva de “Cyette Phiur”. Otra vez se vuelve imposible adivinar los próximos movimientos musicales. Celestiales voces femeninas danzando de forma etérea sobre enroscados punteos sin distorsión, extraños riffs mezcla de King Crimson, Meshuggah y Iron Maiden, coros casi Hardcore, cortes en seco, destartalados pasajes de puro ruido guitarrístico, momentos que se repiten con detalles cambiados, sutiles texturas sonoras y hasta instrumentos de viento conviven sin problemas en este laberinto de imágenes y sensaciones. “Fletchie” comienza entre ritmos Drum & Bass, teclados cósmicos y escogidas notas de guitarra. Por debajo podemos percibir un colchón de voces sampleadas que no hace más que aumentar la certera sensación de mareo que produce el tema. Y todo eso sin perder ni por un segundo el hilo melódico/emotivo que sobrevuela todo el disco. Dicha emotividad se hace presente con más fuerza que nunca en “Adelugé”, tal vez la canción más convencional del disco, sólo por el hecho de que no cuenta con una estructura abiertamente mutante. Lo cual no quiere decir que se trate de un tema Pop ni mucho menos. Las guitarras van y vienen entre delicadas pinceladas melódicas y riffs de lava ardiendo, la batería marca los tiempos más extraños y, entre teclados y efectos varios, se forman enormes capas de narcótica majestuosidad. Xilofones, Jazz abstracto, un swing bailable, los, a esta altura, inevitables punteitos Post-Rockeros y un final a pura maldad casi Thrasher conforman el breve pero contundente “Billy”. Una más que apropiada antesala para el final con “Entanglement” que comienza sus más de once minutos de duración manteniendo ese aire entre Jazzero y Post-Rockero, hasta que el espíritu de Iommi se corporiza en un negro riff y, acto seguido, la inquieta base rítmica da otro vuelco hacia terrenos cargados de tensión. Y si, hoy en día, todo el mundo inventa rótulos absurdos para cualquier grupo, yo no puedo dejar la oportunidad de proclamar la creación del Messhugaze (o sea, Messhuggah + Shoegaze) en manos de estos dementes. Como se imaginarán a esta altura, la cosa no se queda ahí, todavía faltan tangentes, curvas, marchas y contramarchas por describir. No les puedo explicar lo reconfortante que es escuchar un grupo tan esquivo a las definiciones y que, a la vez, entregue resultados sólidos y personales. No son una banda nueva (ya llevan nueve años de carrera y este es su segundo larga duración), pero en lo que a mí respecta Irepress se transformó en una de las revelaciones del año.

-Taste Of Insanity “Collisions” (2009)
Voy a ser el primero en admitir que el Thrash Metal (uno de mis fetiches adolescentes) ya no se cuenta entre mis preferencias musicales. También tengo que reconocer que el revival de dicho género que se viene dando desde hace unos años poco hizo para generar mi interés, salvando contadísimas excepciones. Tal vez por eso sea que este tercer disco de Taste Of Insanity me resultó tan refrescante y sorprendente a la vez. No voy a decir que esto es un nuevo paradigma, pero hacía tiempo que no escuchaba tantas buenas ideas en un disco Thrasher. Hay influencias, claro. La precisión trabada de Messhugah, la tensión violenta de Lamb Of God, el groove aplastante de Pantera, los climas hipnóticos de Prong, la grotesca majestuosidad de Celtic Frost, la demencia extrema de Strapping Young Lad y hasta el exotismo melódico de Faith No More acuden a mi mente. Como podrán notar, esto poco tiene que ver con intentos fallidos de recuperar el primitivismo ochentoso. Digamos que si, en los noventas, el Thrash intentó salirse de los clichés más burdos del Metal, estos holandeses mantienen viva esa premisa con composiciones que apelan a la imaginación y la inventiva antes que al machaque indiscriminado y la velocidad por la velocidad misma. De hecho aquí no predominan los tempos acelerados ni el salvajismo a toda costa. Atmósferas tensas y ominosas, riffs disonantes, voces variadas, psicodélicos pasajes de introspección ambiental, soltura casi rockera y un virtuosismo que nunca cae en la autoindulgencia. Machaques enroscados que se entrecruzan con misteriosos arpegios mientras el bajo armoniza con extrañas (casi jazzeras) líneas melódicas, esquizofrénicos cambios de ritmo que rozan el Mathcore, guiños al Death Metal más malvado y oscuro, melodías sabiamente dosificadas y que nada tienen que ver con el Emo ni con Iron Maiden. Todo eso (y más) condensado en arquitecturas compositivas laberínticas y con un elevado sentido de la dinámica, logrando una cohesión indestructible a pesar de la siempre fluida variedad rítmica. ¿Sería demasiado pretencioso llamarlo Thrash Metal para el hombre pensante? Claro, a aquellos que todavía visten sus chupines raídos y sus remeras arratonadas de Tankard o Exodus probablemente les resultará un material demasiado cerebral y moderno, sea lo que sea que eso signifique. No, aquí no encontrarán exaltaciones a una falsa hermandad metálica ni música fácil que sirva de excusa para el pogo etílico y la pose entre bravucona y reventada. Ahora bien, si tienen algún interés en escuchar un disco de puro Metal con algo más que viejas ideas regurgitadas, entonces no pueden dejar pasar este genial “Collisions”.

-Helios “Unreleased Vol. 1” (2009)
Keith Kenniff (tal el verdadero nombre detrás de Helios) no tiene intenciones de incomodarnos. Pero tampoco busca ser complaciente. En principio, aclaremos que definir la música de este sujeto no es una tarea demasiado fácil, que digamos. Tenemos un fuerte componente electrónico, claro, pero de ninguna manera se trata de diseños rítmicos para la pista de baile. ¿Ambient tal vez? Algo de eso hay, aunque el empleo de instrumentos acústicos (guitarras y pianos, principalmente) y las delicadas melodías que estos proveen lleven las cosas a terrenos más humanos, por así llamarlos. También es posible encontrar esos beats cansinos tan típicos del Trip-Hop, pero despojados de esa oscuridad narcótica tan típica de dicho género. En lo que hace a melodías se puede trazar un paralelo con el costado más dulce y reposado del Post-Rock, aún cuando estos desarrollos nunca estallan en turbulentas distorsiones. Como dije al principio, la idea no es generar incomodidad. Melodías cándidas y cargadas de una frágil sensibilidad, evocaciones intimistas casi inocentes y ni un solo rastro de malicia o ironía. Claro, a veces tanta dulzura puede llegar a resultar dolorosa, todo depende del ánimo con el que nos aproximemos a ella. En cualquier caso, bienvenida sea esa necesaria cuota de emotividad honesta. Sin ella estaríamos frente a un mero ejercicio de texturas y abstracciones sonoras varias. De esta forma, las imágenes se suceden con un ritmo natural y fluido. Con dinámicas cinematográficas pero lejos de pretensiones épicas y altaneros desapegos disfrazados de coolismo. Helios pone su alma sobre la mesa, es sólo que esta se encuentra en paz consigo misma. Y si es cierto que la verdadera relevancia se encuentra en los pequeños detalles, he aquí la banda sonora perfecta para ello.

-Santa Karla “A thousand deaths” (2009)
Por algún motivo que desconozco, en los últimos tiempos parecen soplar auspiciosos vientos en las tierras del Hardcore más metálico y agresivo. Pareciera que, después de tanto flirteo pedorro con el Death sueco y el Thrash, las nuevas generaciones se pusieron las pilas y decidieron buscar fuentes de inspiración un tanto más profundas y sustanciosas. Santa Karla es un cuarteto inglés que aquí nos presenta este ep debut con seis temas donde la pasión, la energía y la excitación no están reñidas con la imaginación y el sentimiento. No se trata, obviamente, de material de vanguardia pero la personalidad está asegurada. ¿Influencias? Claro que sí. Tenemos el salvajismo casi rockero de The Hope Conspiracy, el caos sobrecogedor de Zao y bastante de la oscuridad metalera de los legendarios Integrity, una banda que recién ahora parece estar recibiendo el reconocimiento merecido. Queda claro que sin aquellas pequeñas digresiones estilísticas de los liderados por el misterioso Dwid, pocas bandas se atreverían a sumergirse en estos ominosos climas apocalípticos. Y ni que hablar de meter temas acústicos instrumentales como “A measure of salvation”, que aquí cierra la placa. Antes de que siquiera lo sugieran, sepan que esto no es una copia de nadie. Las referencias resuenan fuertes, pero la intensidad aquí desplegada barre con cualquier duda. Por otro lado, es innegable el altísimo nivel riffero, jugándose con disonancias, texturas, enrosques, arpegios y hasta ritmos poco tradicionales para el género. Nada de machaques toscos y aburridos breakdowns saltarines, aquí las bermudas vienen con cerebro incluido. Si logran capitalizar semejante potencial en un larga duración van a dar mucho que hablar. Por ahora, este “A thousand deaths” es un más que sabroso entremés.

-Black Pyramid “Black pyramid” (2009)
Guitarras que resuenan en un cosmos absolutamente pintado de negro. Espesas nubes de humo jugando con nuestro equilibrio. Una marca fúnebre hacia galaxias desconocidas. Demencia, cabras, barbas, pentagramas y cruces que tapan al sol. Doom, señoras y señores. Y al que no le guste que se dedique a jugar con Barbies o discos de The Black Dahlia Murder, que para el caso es lo mismo. ¿Necesitan que les cuente sobre estos riffs malditos, gordos y venosos? ¿Quieren que les explique cómo la batería tiene perfectamente aprendidas las lecciones de Bill Ward? ¿Acaso necesitan que les describa el irrefrenable deseo de hacer air guitar que provocan estas canciones? Si necesitan referencias, cuenten a Electric Wizard, Sleep, Cathedral y hasta algo de High On Fire por el costado más actual y a eternas leyendas dumbetas como Saint Vitus, Pentagram y The Obsessed por el más tradicional. Nada nuevo, por supuesto, aquí no tenemos Sludge, Drone ni experimentos a la Unearthly Trance o Khanate. Aquí mandan las pentatónicas y los temas se debaten entre ritmos lentos y ritmos muuuuuy lentos, sin olvidar el necesario groove. Vamos, el que no baila como Lee Dorrian en “Twilight grave” (con esos toques de música celta incluidos) es porque perdió la alegría de vivir escuchando demasiado el último disco de Metallica o ponderando las virtudes guitarrísticas de Dave Mustaine. En fin, esto no le va a cambiar la vida a nadie y sólo se recomienda a aquellos que disfruten sin miramientos ni pretensiones del más puro y Sabbathero Doom. Para los demás, acá tengo unos tutús rosados que les van a sentar muy bien.

-Hex Machine “Omen Mas” (2009)
Ok, es oficial. El sonido cool del momento en el undeground extremo actual es el Noise-Rock. Así que, amigos seguidores de las tendencias, a desempolvar esos viejos cd’s de Cherubs, Cows, Loudspeaker, Hammerhead y todo aquello que lleve los sellos de Amphetamine Reptile y Touch & Go. El costado más enfermo y psicótico de los noventas clama venganza y no seré yo quien se la niegue. Antes de que levanten el dedo acusador, les cuento que Hex Machine ya lleva unos años revolcándose en la mugre de los riffs disonantes, las voces distorsionadas y los ritmos trabados. Hablando de ritmos, también vale la pena aclarar que el encargado de amasijar tambores en este cuarteto es ni más ni menos que el multifacético Dave Witte, un señor que no sólo cuenta en su curriculum bandas tan originales e influyentes como Human Remains, Discordance Axis, Phantomsmaher (junto al gran James Plotkin), Burnt By The Sun o Exit 13, si no que encima se dio el lujo de dotar de una frescura inédita a propuestas tan limitadas como las de Municipal Waste y Birds Of Prey. Bueno sí, lo admito, el tipo es uno de mis bateristas preferidos y el hecho de que se siga involucrando en proyectos tan buenos como el que nos ocupa no hace más que mantenerlo en dicho pedestal personal. Como decía antes, esto es Noise-Rock de pura cepa. Con todo lo que un grupo de estas características debe tener (ese sonido Stevealbinesco, esos riffs contundentes y angulares, esos bajos pronunciados y mugrientos, esos solos empapapados de feedback, esas voces desesperadas, esas taladrantes disonancias, ese groove epiléptico y esa pegajosa sensación de asfixiante demencia urbana tiñéndolo todo) y al mismo tiempo con el grado de personalidad necesaria como para no caer en la segunda línea del género. Como para ponerlos en situación, acá tenemos la sudorosa densidad de Unsane, el flirteo degenerado con el Jazz de The Jesus Lizard, los abusos guitarrísticos de Big Black, la psicodelia achicharrada de los Butthole Surfers, el Blues deforme y purulento de Killdozer, los amagues melódicos de Steel Pole Bath Tub, la rítmica flotante de Shellac y hasta algo de la violencia casi marcial de Zeni Geva. Todo esto presentado en nueve canciones redondas donde la tensión convive con la catarsis y la esquizofrenia con el gancho rockero. Por supuesto, ni todos los acoples del mundo pueden disimular que esto es, en esencia, Rock con las bolas bien puestas, con las venas latiendo y la mueca irónica como antesala del salvajismo más crudo. Ni siquiera importa si se trata de un revival de aquellos años dorados o no, canciones tan buenas y con tal grado de inventiva y energía siempre son necesarias.

-Nadja “Numbness” (2009)
Aidan Baker y Leah Buckareff no descansan. En un par de meses ya editaron un disco nuevo de covers (“When I See The Sun Always Shines On Tv”, ya comentado por aquí), un split con A Storm Of Light (proyecto con gente de Neurosis y Tombs, ni más ni menos) y ahora esta colección de rarezas llamada “Numbness”. Y, la verdad, no es para sorprenderse, especialmente si tenemos en cuenta que el año pasado, entre largas duración, ep’s, splits, discos en vivo, regrabaciones y dvd’s, lanzaron catorce trabajos. Lo que sí resulta curioso es que, a pesar de su incontrolable proliferación, mantengan la llama creativa ardiendo. Porque, si bien no es posible encerrar al dúo en una categoría específica (me niego a reducirlos a términos pavotes como Metalgaze o Post-Metal que, en definitiva, tampoco alcanzan para describir la magnitud de su sonido), también es cierto que ya poseen una identidad claramente definida en la que no hay un margen infinito de posibilidades. Aún así, con los mismos elementos de siempre, todavía no ha llegado el disco de Nadja que no logre conmoverme y estimular mi imaginación. Esas guitarras como truenos, enterradas en espesas texturas que raspan y acarician al mismo tiempo, esos graves que resuenan hasta el fin de los tiempos y hacen temblar al núcleo mismo de la tierra, esas melodías dulces y lánguidas que nos elevan hacia cielos estrellados, esos cadenciosos ritmos mecanizados que se sienten en el pecho y ese vasto océano de sutilezas sonoras que nos obligan a abstraernos del mundo exterior y sumergirnos en el universo Nadja. El truco reside en resultar tan cálidos y etéreos como el más soñador grupo Pop y cien mil veces más pesados y abrasivos que cualquier melenudo con cuero y tachas. Claro, a pesar de la melodía, esto no es material fácil. Exige cierta tolerancia a altos grados de distorsión saturada y, por sobre todas las cosas, exige concentración. Si son capaces de cumplir esas simples demandas, les aseguro que les espera una jugosa recompensa espiritual.

-Venetian Snares “Filth” (2009)
Luces intermitentes que apenas logran alumbrar estos polvorientos pasadizos. Dientes. Filas de amarillentos dientes y encías verduscas. El corazón latiendo en la cabeza, las venas cediendo y la retina estallando en mil fragmentos de imágenes falsas. Un pulso psicótico, el vértigo paranoico más penetrante y aturdidor. Transmisiones fracturadas, las cintas rasgadas de nuestros recuerdos. La palabra electrónica no basta para abarcar esta histérica sinfonía de pura decadencia urbana. Formas geométricas danzando alocadamente. Impulsos eléctricos generando cortocircuitos en la mente. El hilo de espesa saliva que toca el suelo mientras tratamos de apresar estos movimientos frenéticos con nuestros temblorosos ojos. Un ardor helado que se clava en las entrañas. Huesos en aguda tensión, suplicando. La palabra intensidad no le hace justicia a este agotador viaje. Rostros que se borronean en un incesante y aterrador desfile. Gruesas gotas de hielo abriéndose paso a la fuerza por nuestros poros. Nuestras propias facciones se desfiguran reflejadas en estos turbios charcos de agua y vómito. La palabra extremo es casi un insulto ante semejante tortura a los sentidos. Puedo imaginar a los críticos musicales más cool y refinados dándose martillazos en la cabeza, tratando de descifrar las desgarradas matemáticas de estas composiciones. Puedo ver también a los metaleros más rudos y pesados corriendo para esconderse bajo las faldas de sus mamis, todavía con las piernas flojas y los pantalones manchados con su propia orina. ¿Creían que el blast-beat era la representación rítmica más fiel de la violencia desatada? No me hagan reír. Y límpiense, todavía tienen sangre en los oídos.

-Stormcrow/Laudanum split “Sacred death” (2009)
Una hambrienta bestia de dos cabezas se cierne sobre nosotros. Respira fuego y posee enormes dientes que desgarran la carne sin piedad. Dos bandas oriundas de Oakland comparten este “Sacred death” y no pretenden tomar prisioneros. Stormcrow abre las hostilidades con “A New Black Death” y de inmediato nos encontramos sumergidos en la más pantanosa de las pesadillas. Un arranque a toda marcha Celticfrostera da paso a ritmos lentos sostenidos por riffs infernales que paralizan las almas. Sí, la influencia de la banda de Tom Warrior es notable, pero aquí está llevada a un nuevo nivel de podredumbre y gordura, revestida de un sonido entre el viejo Death sueco, el Doom más extremo y el Crust más roñoso. Guitarras envolventes, gruñidos ultra guturales y un clima opresivo del cual es imposible despegarse. Le sigue “Reflection of Shit”, recorriendo un camino inverso. Un comienzo dumbeta da paso a machaques thrashers bien vieja escuela, tan simples como efectivos. Todo sin perder esa atmósfera oscura y logrando, de alguna forma, esquivar el mero pastiche revivalero. La mitad correspondiente a Laudanum se inicia en un mar de acoples con “Omega”. Para no perder el hilo persiste la oscuridad y las guitarras chorreando graves y distorsión, aunque el sonido de este trío se acerca más al Sludge. Un riff tan denso que parece disolverse, ruiditos aquí y allá enfermándonos la cabeza, un bajo profundo y arenoso, y una voz que ruge distorsionada desde los abismos más insondables. Misteriosas resonancias y tambores rituales nos dan la bienvenida a “Transfiguration”, el tema que cierra el álbum. El feedback se va a apoderando de todo, como si legiones de insectos se acercaran zumbando. Un lejano sacerdote negro recita invocaciones deformes hasta que un trueno lo detiene, dando paso al más depresivo de los riffs que se entrecruza con un piano generando visiones profanas en nuestras afiebradas mentes. El monstruo se repliega en silencio pero deja plantadas en nuestros espíritus las semillas de la inquietud. En definitiva, un gran trabajo en conjunto de dos bandas con marcadas diferencias que, sin embargo, logran mantener un hilo conductor a lo largo de los veinticinco minutos que dura el disco. Y, de paso, demuestran que rescatar a la vieja escuela no significa necesariamente caer en la falta de personalidad o ideas frescas. No importa si son viejos nostálgicos o jóvenes subiéndose a la tendencia metalera del mes, si realmente aprecian la música pesada, aquí tienen un bocado tan nutritivo como sabroso.

31 de enero de 2009

Reviews

Por Fernando Suarez.

Zombi “Spirit animal” (2009)
Este dúo de Pennsylvania bien podría competir por el título de “banda más rara que ha editado Relapse en su historia”, junto con otras como 27, Karaboudjan o inclusive Exit 13 con aquel jazzero “Smoking songs” de 1996. Bien vale la aclaración, Zombi no practica ningún tipo de Metal extremo. De hecho, más allá de haber compartido escenario con Isis (por más data sobre esto pregúntenle al amigo Manuel Platino) o de que Steve Moore (tecladista, bajista y ocasional guitarrista del grupo en cuestión) haya remixado temas de Genghis Tron, la propuesta de esta gente no tiene nada que ver con el Metal en general. Ya dije que son un dúo, ya establecí que uno de sus miembros se encarga de los teclados y el bajo, sólo resta señalar que el restante, Anthony Paterra, se sienta tras los tambores y aporta también algunas teclas. Sí, son instrumentales y no usan guitarras distorsionadas. Ni por un segundo piensen en Post-Rock, aún cuando ciertos paisajes y melodías de tono melodramático puedan acercarlos a dicho rótulo. Como podrán imaginar, aquí la batuta la lleva el arsenal de teclados y sintetizadores vintage que construyen estos épicos soundtracks cósmicos. Sí, tiemblen de pavor, los sonidos más grasas de Vangelis o Rick Wakeman inundan esta placa y las anteriores. Y nada de minimalismo cool o excursiones puramente ambientales. Polirrítmias acompañadas por riffs de bajo al tono y, sobre eso, estratos y estratos de texturas, melodías entrecruzadas, secuencias (en el lograr que los elementos electrónicos suenen orgánicos radica una de sus mayores virtudes), arreglos y orquestaciones varias. Y, como para terminar de confirmar la rareza antes mencionada, todo ese enorme despliegue de complejidad instrumental y compositiva no está puesto en función de mera exhibición, pero tampoco en pos de liberar esquizofrenias ni de hacer catarsis violentas a través de erupciones de notas disonantes. Como dije antes, las canciones de Zombi, con sus extensos desarrollos, resultan ser algo así como pequeñas bandas de sonido para películas de ciencia ficción de los setentas. Alejados de estridencias, suciedades sonoras o cualquier tipo de sensación revulsiva. Casi un disco que no le disgustaría a tu mamá. Y digo casi, porque debajo de esa aparente amabilidad siempre se esconden trazos oscuros, una fina lámina narcótica que recubre las visiones aquí creadas. Por cierto, tampoco hemos de obviar los momentos en que la base rítmica se atreve a mostrar su nervio rockero con golpes de redoblante más duros y grooveros y el bajo haciendo gala de una particular distorsión Sabbathera. Y lo mejor es que, a pesar de rescatar algunas de las costumbres más vapuleadas del Rock Progresivo, Zombi en ningún momento suena a banda retro ni mucho menos a copia de ningún pope del género. Si son de esos que escuchan todo lo que edita Relapse (hola, sí, me declaro culpable), no se amilanen ante esta deformidad de traje y corbata. Les aseguro que vale la pena hacer la prueba.

Colosseum “Chapter II: Numquam” (2009)
Una procesión de huesos polvorientos que avanza lentamente, arrastrando las harapientas telas que los cubren. Arquitecturas del miedo, sólida roca moldeada como si se tratara de plastilina. Esta noche eterna que nos abraza. Los árboles vistos a lo lejos que apenas pueden recortar su silueta sobre ese fondo de impenetrable negrura. Pesadillas de opio y azufre. Una espesa niebla verde que aletarga los sentidos. La piel descompuesta en los brazos de los muertos intenta alcanzarnos. Las estrellas sonríen sardónicamente, concientes del abismal secreto que esconde su cansado resplandor. Las nubes se apilan, conformando una muralla en el firmamento que no deja de escupir maldiciones sobre los frágiles hilos que nos sostienen. La infinita pasión de los últimos segundos. El sudor abriéndose paso y la mirada carmesí despidiéndose de este mundo. No pidan variaciones ni sorpresas, esto es Funeral Doom de pura cepa. Cuatro finlandeses enfocados en lograr las pinturas más oscuras, oprimir nuestros pechos y acercarnos a una somnolencia mortuoria. El ritmo lo marcan los esporádicos golpes de batería que retumban dentro de catacumbas. Las guitarras se visten de truenos para romper el tejido de la noche y mostrarnos algunos de sus secretos. A veces so ponen su ropa de gala y nos transportan a otros tiempos, una decadencia ancestral y afiebrada. Los teclados se extienden como las puntiagudas alas de una gárgola y levantan muros plagados de invocaciones irreproducibles. La voz es el gruñido mismo de la tierra, sus entrañas moviéndose lentamente, exigiendo saciar su hambre. Ni el más ínfimo haz de luz tiene lugar en este viaje. Y tampoco esperen demasiadas vueltas de tuerca a lo hecho por otros como My Dying Bride o Skepticism. No obstante, la personalidad de Colosseum se erige en su testarudez para llevar a la práctica de forma casi puntillosa sus más fúnebres ideas. Una vez sumergidos es imposible salir de estas tumbas y las imágenes aquí representadas son de un realismo abrumador. Especialmente recomendado para suicidas indecisos.

Threatener “The hammering, the fastening and the bending of throats” (2008)
El martilleo, la aceleración y el doblamiento de gargantas. Pocas veces un título explicó tan bien el contenido de un disco. Y eso que se trata, simplemente, de la combinación de los títulos de tres discos anteriores ahora compilados (con el agregado de temas en vivo y otros aditivos) en un solo y práctico pedazo de plástico. Son cincuenta y un temas en casi media hora. Ustedes saquen la cuenta, eso es rápido. Esta gente no tiene tiempo que perder. ¿Qué las guitarras suenan ruidosas? ¿Qué, por momentos, hasta la batería parece saturar? ¿Qué en vez de canciones tenemos estallidos de blast beats entrecortados? ¿Qué los gritos del cantante son ininteligibles? ¿Qué se hace difícil diferenciar un tema de otro? Pues claro, esto es Poderviolencia en su punto más jodido, las sutilezas se las pasan por el culo. Y la energía nunca decae. Es más, escribo esto y todavía me tiemblan las piernas. Las enseñazas de Infest, Hellnation, Crossed Out y demás torturadores de instrumentos están bien aprendidas. Y hasta es posible percibir retazos de ideas musicales en este maremoto de puro odio a mil por hora. Claro, los tipos son ruidosos pero están ajustadísimos. De otra forma, todo se desmoronaría al ir a estas velocidades. Así, se puede colar un fragmento de riff Hardcore que en seguida es engullido por la bola de ruido, o un corte puede dar paso a extrañas disonancias que también desaparecen en el amontonamiento de golpes. Y en esa confusión permanente es que reside el mayor atributo de Threatener. No hay tiempo para respirar ni para tratar de adivinar por dónde vendrá el próximo golpe. Y al fin de cuentas la golpiza resulta ser liberadora. Es una pena que estos tipos se hayan separado, pero al mismo tiempo no veo cómo podrían igualar este nivel de intensidad sin convertirse en una parodia de sí mismos. Un disco para transpirar la camiseta.

Zu “Carboniferous” (2009)
Un trío italiano que, desde su nacimiento en 1997, ha colaborado con gente como Eugene Chadbourne, Mats Gustafsson, Damo Suzuki y diversos miembros de Sonic Youth, Dälek, Fugazi y The Stooges. Un bajo, una batería y un saxo que suenan como una auténtica orquesta al borde del colapso. Ya pueden hacerse a la idea de que esto no es material convencional. Sumen el hecho de que este décimo disco sea editado por Ipecac y las intervenciones del mismo Mike Patton y del Rey Buzzo en algunos temas de este “Carboniferous” y ya deberían estar dejando de leer esto y buscando el disco en cuestión. A ver, ¿les gustan las polirrítmias imposibles de seguir? ¿Aprecian los riffs secuestrados de otros mundos? ¿Adoran los climas de caos esquizoide? ¿Tienen en alta estima a esos músicos que emplean su virtuosismo para mostrarnos los recovecos más retorcidos y enfermos de su psiquis? ¿Están en una constante búsqueda de música que los sorprenda con intensidad e ideas originales? Si la respuesta a estos interrogantes es afirmativa, no pueden dejar pasar esta maravilla. Diez canciones que estallan con una energía incontrolable, con un baterista que conoce a la perfección el alfabeto de sutilezas del Jazz y es capaz de aplicarlo con la fuerza de una estampida de elefantes merqueados, con un bajista que arma trabalenguas en forma de riffs para luego eliminar el oxígeno con inmensos estallidos de graves y al rato se disuelve en efectos irreales, con un saxofonista que aprendió las lecciones de Coltrane, Zorn y demases y encima se da el lujo de hacer sonar a su instrumento como nadie más en el mundo lo ha hecho antes. Diez canciones que esconden miles de laberintos, que saben replegarse en misteriosas letanías, que crean fragmentos de películas borroneadas por uñas sucias y las reconstruyen a los golpes. Pueden regodearse en las abstracciones matemáticas más desencajadas o escupir fuego por los ojos con arrebatos que chorrean distorsión en forma de lava. Pueden evocar atmósferas dignas de un policial negro o simplemente nadar entre mutilaciones, ríos de sangre y orgías lisérgicas. Tienen el talento para competir con cualquier artista de Jazz y la fuerza para pasarle por encima a todos los metaleros del mundo. Aprendieron la ética del mejor Hardcore/Punk y de allí también toman sus ideas musicales más revulsivas. Y, aún así, estos delirios no dejan de ser canciones donde la exploración no se choca con la contundencia. El 2009 arrancó con todo y he aquí otro de los discos que seguramente ocupará las listas de los mejores del año.

Sabazius “The song of Los” (2009)
Los dioses gritan desde su refugio estelar. Puños rocosos chocan entre sí lanzando esquirlas del tamaño de planetas. El útero del cosmos se rasga. Cuerpos celestes estallando uno a uno, marcando el ritmo de esta sinfonía cósmica de destrucción. Diminutos profetas tratan de explicar este fin inevitable. Los temblores se sienten cada vez más cerca. La firme y constante marcha fúnebre que hace resquebrajar los cimientos de la tierra misma. Brechas supurando lava, un cielo negro atravesado por cegadoras fracturas de color azul brillante. Las nubes se reagrupan formando los rostros ancestrales que jamás soñamos contemplar. Ojos de fuego y voces de trueno. Un eterno dominó de montañas cediendo ante su propio peso. Desiertos grises expandiéndose hasta cubrir toda superficie, dejando a su paso una estela de esqueletos. Cráteres lanzando llamas hacia el infinito. Siluetas de lodo endurecido llorando plegarias tardías. Un nuevo amanecer cubierto de oscuras y pesadas túnicas. Adoradores de las visiones apocalípticas, regocíjense con estos veinticinco minutos de puro Apocalipsis en forma de Doom, valga la casi redundancia. Dos ingleses con una guitarra y una batería han logrado revivir el espíritu de aquel legendario “Jerusalem” (o “Dopesmoker”, si prefieren) de Sleep dotándolo de una desesperante negrura extra. Los riffs toman el camino de las pocas notas bien puestas y lo mismo sucede con los atronadores y espaciados golpes de batería que dan forma a este fin del mundo musical. Las voces se debaten entre recitados casi susurrados y gritos dignos de una legión de brontosaurios en celo. Y los tipos tienen en claro hasta dónde llegar sin aburrir, algo que ya habían demostrado en su debut homónimo que superaba las dos horas de duración y que, por cierto, está disponible para bajar de forma gratuita en el Myspace del dúo (si son vagos, les dejo la dirección: www.myspace.com/sabaziusband). En definitiva, si bandas como Ufomammut, Zoroaster e inclusive Sunn 0))) son parte de su dieta regular de sonidos graves y lentos, yo, Carlos Sacaan, les recomiendo incorporar este delicioso y nutritivo plato. Puede que les caiga un poco pesado, pero esa es la idea.


Cattle Decapitation “The harvest floor” (2009)
Un tema sólo (me refiero a “The gardeners of Eden”, que abre la placa) le basta a este cuarteto de San Diego para dar una lección de imaginación, dinamismo y violencia y, de paso, demostrar que se puede seguir haciendo avanzar al Death Metal. Los blast beats más frenéticos y veloces del mundo, los riffs más intrincados y retorcidos, y pasajes que evocan melodías casi místicas. Ok, los tipos decidieron jugarse varias fichas por el costado más técnico del asunto. Los cortes casi constantes y el vértigo de las cuerdas en constante movimiento así lo prueban. Pero, hete aquí que esta gente tiene algo más que pelo en su cabeza (y, a decir verdad, tampoco es que tengan taaanto pelo. De hecho todos exhiben su reglamentario corte Hardcore. Pero bueno, se entiende la idea, ¿no?... ¿Ah, no?) y entonces se rodean de invitados ajenos al género que refuerzan la intención de búsqueda. Y, si entre dichos invitados, tenemos gente de Amber Asylum, Ludicra, Asunder y a la mismísima Diosa de la muerte, Jarboe (ex Swans. Y si no saben quiénes son los Swans necesitan urgente un curso acelerado de música extrema), la cosa no puede fallar. Ahora bien, si son de esos cabezas duras que sólo quieren brutalidad y más brutalidad, no teman. “The harvest floor” tiene toneladas de riffs enfermos y malvados, doble bombo para regalar y los gruñidos más guturales del condado. Y también tiene juegos en el diapasón y los parches que nos recuerdan que alguna vez hubo miembros de The Locust en sus filas. Y, ya que estamos enumerando, tampoco olvidan que sus principales mentores ideológicos (Carcass, claro. No va a ser Daniel “Conejito” Alejandro) además de ser vegetarianos adquirieron con el tiempo un alto respeto por la melodía y supieron incluirla en su propuesta sin perder por ello la esencia extrema. Lección aprendida, entonces, aunque bien vale aclarar que, a esta altura, Cattle Decapitation está a eones de distancia de la eterna legión de clones Carcasseros que inunda el undeground metalero. El truco probablemente esté en esos tics que tienen en el bocho y que les hacen irse por tangentes inesperadas sin dejar de ser un grupo de Death Metal hecho y derecho. O casi. En verdad es realmente agotador tener que seguir pendiente de rótulos y demás paparruchadas, en especial ante tanta música excelente que sólo pide ser disfrutada con todos los sentidos. Incluso con el sexto sentido.

Mouthpiece “Can’t kill what’s inside – The complete discography” (2009)
El título de este disco nos da algunas pistas. Nos dice que la banda encargada de su contenido ya no existe como tal. Bien. También, con ese “No puedes matar lo que está adentro”, no es muy difícil adivinar que estamos en presencia de Hardcore puro y sin adulterar. La historia cuenta que Mouthpiece nace en New Jersey a principios de los 90’s, inspirados por el sonido vieja escuela de Gorilla Biscuits, Bold y demás luminarias del género. El hecho de encontrarse prácticamente varados en una escena que estaba en claras vías de desaparición no los detuvo y, hoy en día, podemos percibir como esa testarudez (sumadas al afilado instinto compositivo del quinteto) dio sus frutos en bandas como In My Eyes, American Nightmare (luego conocidos como Give Up The Ghost), Count Me Out, This Is Hell y tantas otras que se encargaron (algunas lo hacen aún en la actualidad) de mantener en alto las banderas de ese Hardcore duro sin ser metálico, emotivo sin ser Emo, creativo sin llegar al Post-Hardcore y melódico sin tener nada que ver con los soleados climas californianos. Como corresponde, la palabra clave es intensidad. Esa voz quebrada y casi inocente que grita las verdades que nuestro cinismo se niega a aceptar. Esas guitarras vibrantes, de ideas simples pero siempre efectivas. Esos ritmos que son invocaciones al mosh más desenfrenado. Y una impecable colección de grandes canciones. Claro, esto no es vanguardia, pero aquí los clichés están absorbidos con absoluta honestidad, dejando de lado la pose berreta y enfocándose al máximo en transmitir esa rabia liberadora que caracteriza al buen Hardcore. Hay lugar para rebajes rítmicos, riffs que se salen del, a veces, estricto abecedario Core y climas de tensión casi introspectivos. Y nada de eso tiene nada que ver con breakdowns, virtuosismo ni estribillos poperos. Bien podría aventurarse que Mouthpiece fue una banda que quedó varada (estilísticamente hablando) entre los sonidos rudimentarios de las viejas bandas Straight Edge y el intento de expansión sonora que inspiró aquel glorioso Revolution Summer de 1986 en Washington D.C. Por otro lado, la esencia musical de estos muchachos es cien por ciento neoyorkina y su apego por ciertos esquemas tradicionales no es resultado de limitaciones musicales si no de una decisión artística consciente. Suena a verso repetido, pero aquí realmente se mantiene el espíritu (o el núcleo, je) tratando de aportarle una visión más fresca. Una pieza fundamental para entender la evolución del Hardcore.

Hope And Suicide “Hope and suicide” (2008)
Yo sé que a veces me pongo un poco pesado con esto, pero hagamos un poco de historia. Bloodlet fue una banda que existió entre 1992 y 2003 y se ganó un status de culto gracias a su particular combinación de Hardcore, Metal, Sludge, Noise y toques progresivos, envueltos en atmósferas entre tenebrosas y alucinógenas. Editaron cuatro discos (“Eclectic”, “Entheogen”, “The seraphim fall” y “Three humid nights in the cypress trees”. Todos absolutamente recomendables) y se disolvieron envueltos en un silencio sepulcral. Toda esta introducción para llegar a decir que Hope And Suicide no es ni más ni menos que el proyecto liderado por Scott Angelacos, antiguo vocalista de Bloodlet, aquí acompañado por el ex bajista de dicha banda, Thomas Crowther. Como era de esperar, las comparaciones con su anterior banda no se hacen esperar y, de hecho, no son del todo desacertadas. Retomando el camino de aquel glorioso “Three humid nights in the cypress trees”, el cuarteto explora climas de espesa oscuridad en medio de ataques de epilepsia colectiva y Angelacos dosifica sus típicos gruñidos y alaridos de ultratumba con intervenciones melódicas casi Mikepattonescas y una nueva variedad de voz quebrada bluesera y hedionda de whisky barato. Ahora bien, ubicar al grupo en una categoría estricta sigue siendo una tare más bien complicada. “Switzerland” abre el disco y suena como si alguien le hubiera puesto anfetaminas en el café a Neurosis. Y después es posible encontrar guitarras limpias tirando acordes tan delicados como perturbadores. Luego, una batería juguetona sostiene la más volada de las zapadas. Y más adelante pueden toparse con riffs de ADN mutante, en algún lugar entre Eyehategod, Quicksand y Today Is The Day. Hablando de Today Is The Day, he de mencionar que este debut ha sido editado por Supernova, el sello del Reverendo Steve Austin, padrino de todas las cosas enfermas. Al menos para mí, eso es garantía de calidad. Pero estoy divagando. La música de estos floridanos es algo así como dar un paseo nocturno por los neblinosos pantanos de su ciudad natal y, cuando el aire se torna prácticamente irrespirable, ser atacados por una secta de yonquis satanistas sedientos de sangre. Y todo con un despliegue de ideas musicales apabullante, estructuras abiertas a la sorpresa constante, guiños al Rock sureño más pesado, volteretas casi jazzeras, punzante agresión Hardcore, algo de ese groove seco y violento de los legendarios Helmet y asfixiantes paredes de disonancia distorsionada. Y, sin embargo, lo que más asombra no es necesariamente la variedad estilística, si no que los tipos logren condensar ese flujo de influencias en un paquete homogéneo y personal. En definitiva, una banda de Metal con absoluta libertad creativa, sonido propio, imaginación y talento. No son cualidades para andar despreciando.

Merzbow “Camouflage” (2009)
Este óxido de terciopelo rompiendo los colores. Lluvia de diminutas articulaciones endurecidas y un espiral de huesos disueltos. Océanos que crujen, tragando a los reyes desplazados de otras eras. Lenguas atravesadas por agujas de cristal. Manchas, demasiadas manchas. Filamentos escamosos brillando en esta oscuridad esmeralda. Un coro de voces atrapadas en dos dimensiones ordena alimentar a los lagartos. Ojos que se mueven como espirales de mercurio. El asfalto recién cubierto de lluvia carga sobre sus hombros la memoria de todas las fatalidades. Y aúlla en idiomas de neón, a toda velocidad, hacia mausoleos temporales disfrazados de antesalas del bienestar. La historia de un flautista construido con partes humanas en descomposición, llevando a las ratas hacia las ciudades, invadiendo todo con afilados dientes y miradas de un vacío carmesí. Esos antros de comodidad dados vuelta de adentro hacia fuera. La tierra de los cables pelados y la electricidad continua. Es imposible no amar a esas bocas sin forma que intentan gritar detrás de murallas de estática. No encontramos el valor para apagar las pantallas, entonces corremos asustados, agitando los brazos, con los rostros transformados en una sucia mezcla de lágrimas y mocos. Patéticas criaturas vertebradas, estas rígidas anatomías no sirvieron de nada. Y las turbinas que nos tientan con sus cantos de sirenas demuestran ser el verdadero estadío superior en esta farsa de evolución. Hilos tan finos que ni siquiera notamos el momento exacto en que separan nuestros miembros del cuerpo. Naufragios dramatizados con gruesas láminas de metal en forma de olas. Las vibraciones de un dios que se esconde y reza por que nunca lo encontremos. Una autopista de impulsos nerviosos iluminando selectos tramos de este camino sin retorno. O al menos eso dicen. Traqueas grises en llamas. Atrapados en el ojo de un huracán de clavos. Enfermedades con forma de medusas reptando dentro de orificios indecentes. Libélulas del tamaño de un brazo humano posándose sobre las ventanas, observando. Una sinfonía de sinapsis fracturadas. Células chamuscadas que se estiran hasta romperse, reproduciéndose así hasta el infinito. Los elevados diálogos de estas geometrías imberbes. Un eterno film de decepciones fácilmente evitables. Violines rotos y melodías melodrámaticas. Ah, el miedo. Los bracitos de metal que cortan y separan las partes defectuosas del resto. Los taladros que nos mejoran y nos hacen completos. Y el punto blanco que nos despide hasta la próxima pesadilla.

Ephel Duath “Through my dog’s eyes” (2009)
Algo se está cocinando en Italia y no me refiero a unos ricos tallarines. Yendo para atrás unos nueve años nos encontramos con unos Ephel Duath abocados a un Black Metal sinfónico y pomposo, con claros guiños a lo más teatral de bandas como Arcturus. Unos pasos más y nos topamos con “The painter’s palette”, el disco de quiebre donde Davide Tiso (líder absoluto y único miembro original del grupo) reformula (hint hint) su visión musical y conforma una especie de mini orquesta Jazz-Metalera que sería el orgullo de todos los Mike Pattons del mundo. “Pain necessary to know” le siguió y vio como la propuesta se acercaba al nerviosismo disonante de Converge, achicando la paleta tímbrica y ganando, en el proceso, una mejor cohesión, sin por ello perder ni un ápice de delirio. Así, llegamos a este “Through my dog’s eyes” con Ephel Duath devenido en un trío con el jugador de Poker profesional Luciano George Lorusso en el puesto de vocalista y un concepto basado (como el título lo indica) en el punto de vista de un perro. Ok, los tipos siguen teniendo problemas y el hecho de que Ben Weinman (de The Dillinger Escape Plan) aporte elementos electrónicos en “bark loud”, el tema que cierra el álbum, es buena muestra de los terrenos por donde esta gente se mueve. Por supuesto, el enfoque musical vuelve a mutar y aquí tenemos nueve tracks donde la complejidad jazzero-progresiva se manifiesta en medios tiempos tensos y retorcidos con el énfasis puesto claramente en crear climas de un sopor casi narcótico. La voz de Lorusso es claramente más limitada y rudimentaria que la de sus antecesores, pero posee una profundidad que asusta y ayuda a tender ese puente entre la composición laberíntica y desquiciada y las formas concretas que la banda parece buscar en esta ocasión. No puedo evitar remitirme a grupos como Voivod o Thought Industry, en especial en las etapas en que dichas bandas se desligan del Metal para meterse de lleno en terrenos espaciales y buscan condensar el enorme caudal de ideas en canciones propiamente dichas antes que en amasijos de partes, riffs y cambios de ritmo. E, insisto, sin perder energía en el proceso. Claro, ya no hay desenfreno, pero la intensidad no es una cuestión de decibeles ni de velocidad. Y, claramente, esto está muy lejos de ser material de fácil digestión. Se requieren repetidas escuchas concienzudas para desentrañar las sutilezas y el gigantesco caudal creativo de este disco. Puedo entender que a algunos les resulte música demasiado cerebral porque, de hecho, lo es. Ahora bien, tampoco se trata de escuchar el disco con una calculadora a mano. Simplemente que, a veces, se necesita de un cierto grado de concentración e inteligencia para lograr los resultados esperados. Y les aseguro que el cúmulo de viajes contenidos en estos casi treinta y tres minutos de pura deformidad musical hace que el esfuerzo valga la pena.

16 “Bridges to burn” (2009)
La exaltación porrera no es propiedad exclusiva de rastafaris ni de rockeros pseudo hippies con nostalgia setentosa. Desde 1991, estos californianos vienen demostrando que el enojo más nihilista puede convivir con las espesas nubes de humo dulce. “Bridges to burn” es el regreso a las pistas después de seis años de silencio discográfico y los tipos se pusieron las pilas y retomaron la inventiva riffera y la densidad aplastante de aquel glorioso “Drop out” de 1996. Claro, no se olvidaron del groove, ese groove violento que obliga a mover la cabeza poniendo cara de malo mientras nos enroscamos los dedos en un eterno air guitar. Tal vez el público más joven asocie el sonido de 16 a bandas como Clutch, Bongzilla, Mastodon e inclusive Isis, lo cual no sería del todo incorrecto, siempre y cuando se tenga en cuenta quién estuvo primero. Por otro lado, aquí es posible escuchar esa esencia noventosa que, por momentos, los acerca a clásicos imbatibles como Helmet o Fudge Tunnel. Tal vez el referente más claro sean los inmortales Melvins (“Missed the boat”, el tema que cierra el disco, es un clarísimo ejemplo de ello), aunque esa influencia está aquí despojada del costado más experimental del asunto. Digamos que esta es una perfecta representación de esa especie de Sabbath-Core al que tantos grupos actuales aspiran. El imaginario riffero de Tony Iommi pasado por un espeso filtro de agresión Hardcore y con un sonido masivo que hubiera sido imposible siquiera de concebir en los 70’s. El vuelo creativo para dejar que esas guitarras dibujen escenas caleidoscópicas que nunca están reñidas con el gancho. Las lecciones de dinámica bien aprendidas y utilizadas en función de las canciones y no como mera excusa para construir eternos desarrollos en crescendo. El nervio rockero latiendo al rojo vivo, la intensidad al tope y los músculos en tensión constante demuestran no ser un impedimento para desparramar grandes ideas musicales y crear vívidas imágenes psicodélicas. Insisto, tal vez hoy en día ya no nos sorprendamos por la combinación de densidad Sludge, rabia Hardcore, groove noventero y enrosques casi progresivos, pero 16 posee la solidez necesaria para ser mucho más que un simple híbrido de partes inconexas. Las bermudas y la marihuana reconciliadas una vez más.